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  • Parte 4: “Nosotros, el pueblo”

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  • Parte 4: “Nosotros, el pueblo”
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¡Despertad! 1990
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Gobernación humana en la balanza

Parte 4: “Nosotros, el pueblo”

Democracia: Gobierno ejercido por el pueblo, ya sea directamente o a través de diputados elegidos.

“NOSOTROS, el pueblo de Estados Unidos [...] decretamos y establecemos esta Constitución.” Estas palabras de apertura del preámbulo a la Constitución de Estados Unidos son apropiadas, ya que sus autores querían que este país fuese una democracia. La palabra de origen griego “democracia” significa “gobierno por el pueblo” o, según la definió el decimosexto presidente de Estados Unidos Abraham Lincoln: “Gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”.

La milenaria Grecia, a la que con frecuencia se ha llamado la cuna de la democracia, presume de que ya en el siglo V a. E.C. se practicaba la democracia en sus ciudades-estado, en especial en Atenas. Pero la democracia de aquellos tiempos no era como la de ahora. Por una parte, los ciudadanos griegos participaban de forma más directa en el proceso de gobernar. Todo ciudadano varón pertenecía a una asamblea que se reunía a lo largo del año para tratar los problemas corrientes. La asamblea determinaba la política de la ciudad-estado o polis por mayoría simple o relativa.

Sin embargo, las mujeres, los esclavos y los residentes forasteros no tenían derechos políticos. Así que la democracia de Atenas era una forma aristocrática de democracia para solo unos pocos privilegiados. Probablemente, entre la mitad y las cuatro quintas partes de la población no tenía ni voz ni voto en los asuntos políticos.

De todas formas, ese tipo de gobierno promovió la libertad de expresión, pues a los votantes se les concedía el derecho de expresar sus opiniones antes de que se tomara una decisión. Los puestos políticos estaban al alcance de cualquier ciudadano varón, y no restringidos a una elite minoritaria. Además, se concibió un sistema de controles para evitar que individuos o grupos abusaran del poder político.

Según el historiador D. B. Heater “los propios atenienses se sentían orgullosos de su democracia. Creían que estaban más cerca de la vida perfecta que la alternativa de la monarquía o la aristocracia”. Es evidente que la democracia tuvo un buen comienzo.

Se le ha quedado pequeña la cuna

Con la excepción de lo que se practica en pequeña escala en los concejos municipales de Nueva Inglaterra (E.U.A.) y de forma limitada en algunos cantones suizos, la democracia directa, o pura, ya no existe. Si se toma en consideración el tamaño total de los estados modernos y sus millones de ciudadanos, este modo de gobernación sería técnicamente imposible. Además, ¿cuántos ciudadanos del ocupado mundo de hoy dispondrían del tiempo necesario para dedicarse a debates políticos de varias horas?

La democracia se ha convertido en un adulto bastante problemático, y que presenta diversas caras. Como lo explica la revista Time: “Es imposible dividir el mundo en bloques democráticos y no democráticos bien definidos. Dentro de las llamadas democracias, existen diferentes grados de libertad individual, pluralismo y derechos humanos, tal como hay diversos grados de represión dentro de las dictaduras”. Sin embargo, la mayoría de las personas esperan encontrar en los gobiernos democráticos ciertos elementos básicos, como libertad individual, igualdad, respeto por los derechos humanos y leyes que defiendan la justicia.

La democracia directa de ayer se ha convertido en la democracia representativa de hoy. Los cuerpos legislativos, bien unicamerales, es decir, con una sola cámara, o bicamerales, que tienen dos, están compuestas de personas elegidas por el pueblo —o designadas de otra manera— para que le represente y promulguen leyes que supuestamente son para el beneficio del pueblo.

La orientación hacia la democracia representativa comenzó en la Edad Media. Para los siglos XVII y XVIII empezaron a adquirir mayor significado instituciones del siglo XIII —como la Carta magna y el Parlamento en Inglaterra— junto con teorías políticas acerca de la igualdad de los hombres, los derechos naturales y la soberanía del pueblo.

Para la segunda mitad del siglo XVIII, el término “democracia” había llegado a ser de uso general, a pesar de que se veía con cierto escepticismo. The New Encyclopædia Britannica explica: “Hasta a los autores de la Constitución de Estados Unidos en el año 1787 les preocupaba que la gente en general participase en el sistema político. Por ejemplo, Elbridge Gerry, dijo que la democracia era ‘el peor de todos los males políticos’”. A pesar de todo, hombres como el inglés John Locke continuaron sosteniendo que el gobierno se basa en el consentimiento del pueblo, cuyos derechos naturales son sacrosantos.

Repúblicas

Muchas democracias son repúblicas, es decir, gobiernos que no tienen a un monarca como jefe de Estado. Normalmente, las repúblicas de hoy día tienen como jefe de Estado a un presidente. Una de las primeras repúblicas del mundo fue la antigua Roma, aunque hay que reconocer que su democracia estaba limitada. No obstante, esa república parcialmente democrática duró más de cuatrocientos años antes de dar paso a una monarquía y al Imperio romano.

Actualmente las repúblicas constituyen la clase de gobierno más usual. De los 219 gobiernos y organizaciones internacionales enumeradas en una obra de referencia de 1989, 127 aparecen como repúblicas, aunque no todos son democracias representativas. En realidad, existe una amplia variedad de repúblicas.

Algunas repúblicas son sistemas unitarios, es decir, controlados por un gobierno central fuerte. Otras son sistemas federales, lo que significa que el control está dividido entre dos niveles de gobierno. Como su nombre indica, en Estados Unidos de América rige este último tipo de sistema conocido como federalismo. El gobierno nacional cuida de los intereses de la nación en conjunto, mientras que los gobiernos estatales se encargan de las necesidades locales. Por supuesto, dentro de estos términos abarcadores, existen muchas variaciones.

Algunas repúblicas celebran elecciones libres. Puede que sus ciudadanos también tengan una pluralidad de partidos políticos y candidatos donde escoger. Otras repúblicas consideran innecesarias las elecciones libres, pues sostienen que la voluntad democrática del pueblo puede llevarse a la práctica por otros medios, como mediante promover la propiedad colectiva de los medios de producción. Un precedente lo encontramos en la antigua Grecia, donde tampoco se conocían las elecciones libres. Los administradores se escogían por suertes y por lo general se les permitía servir en esa capacidad durante solo uno o dos períodos de un año de duración. Aristóteles estaba en contra de las elecciones, pues decía que introducían el elemento aristocrático de escoger a las “mejores personas”, y se suponía que una democracia debía ser un gobierno ejercido por todo el pueblo, no solo por “los mejores”.

¿Mejor tan solo en comparación con otras formas de gobierno?

Hasta en la antigua Atenas, la gobernación democrática era controvertida. Platón la veía con escepticismo. Se consideraba débil porque estaba en manos de personas ignorantes que se dejaban persuadir con facilidad por las palabras conmovedoras de posibles demagogos. Sócrates dio a entender que la democracia no era más que oclocracia, gobierno de la plebe. Y según el libro A History of Political Theory, Aristóteles, el tercero de este destacado trío de filósofos griegos, sostenía que “cuanto más democrática se vuelve una democracia, más tiende a ser gobernada por la plebe, [...] degener[ando] en tiranía”.

Otros han expresado también recelos similares. Jawaharlal Nehru, ex primer ministro de la India, dijo que la democracia era buena, pero luego añadió las palabras aclaratorias: “Digo esto porque otros sistemas son peores”. Y el prelado y escritor inglés William Ralph Inge escribió en cierta ocasión: “La democracia es una forma de gobierno que puede defenderse racionalmente, no como buena, sino como menos mala que todas las demás”.

La democracia tiene varios puntos débiles. En primer lugar, para que tenga éxito, las personas deben estar dispuestas a anteponer el bienestar de la mayoría al suyo propio, lo que abarcaría apoyar medidas fiscales u otras leyes que aunque pueden resultar personalmente desagradables, son necesarias para el bien común de la nación. Sin embargo, tal interés altruista es difícil de encontrar, incluso en las naciones “cristianas” que practican la democracia.

Platón también detectó otro punto débil, y según el libro A History of Political Theory, atacó “la ignorancia y la incompetencia de los políticos, que es la maldición especial de las democracias”. Muchos políticos profesionales lamentan lo difícil que es encontrar personas cualificadas y con talento para servir en el gobierno. Hasta los funcionarios que ganan las elecciones puede que no sean más que aficionados. Y en la era de la televisión, la buena presencia o el carisma pueden hacerles ganar votos que nunca ganarían por sus aptitudes administrativas.

Otra desventaja obvia de las democracias es que son lentas. Un dictador habla, y las cosas se hacen. Pero en una democracia, debates interminables pueden retardar la marcha de los asuntos. Por supuesto, el que cuestiones controvertidas se traten a cabalidad, puede tener claras ventajas. Sin embargo, en cierta ocasión Clement Attlee, ex primer ministro de Gran Bretaña, hizo la siguiente observación: “Democracia significa gobernar mediante la discusión, pero solo es efectiva si uno puede conseguir que la gente deje de hablar”.

Aun después de que se deja de hablar, es cuestionable hasta qué grado puede decirse que las decisiones que se toman son verdaderamente representativas de lo que “el pueblo” quiere. ¿Proponen los diputados las convicciones de la mayoría de los electores, o más frecuentemente las suyas propias?, ¿o se limitan a defender por norma la política oficial de su partido?

El principio democrático de tener un sistema de comprobaciones y controles para impedir la corrupción se considera una buena idea pero apenas es efectivo. En 1989, la revista Time habló de “decadencia gubernamental a todos los niveles”, y a un importante gobierno democrático lo llamó “un gigante envanecido, incompetente y débil”. En otro país, el presidente de una comisión designada a mediados de la década de los ochenta para investigar el despilfarro de los fondos públicos deploró la gestión, diciendo: “La administración del gobierno es atroz”.

Por estas y otras muchas razones, difícilmente se puede calificar a las democracias de gobiernos ideales. Como indicó el poeta inglés del siglo XVII, John Dryden, la verdad obvia es que “los muchos pueden equivocarse tanto como los pocos”. También, el escritor americano Henry Miller fue brusco, aunque sin embargo exacto, cuando dijo sarcásticamente: “Un ciego guía a otro ciego. Así es la democracia”.

¿Se dirige a la tumba?

En este siglo, los gobiernos democráticos han conseguido más aceptación que nunca, y la reciente agitación política en la Europa del Este lo confirma. No obstante, “la democracia liberal tiene ahora muchos problemas en el mundo”, escribió el periodista James Reston hace unos años. Daniel Moynihan advirtió que “la democracia liberal no es una ideología en auge”, y que “al parecer, las democracias tienden a desaparecer”. A su vez, el historiador británico Alexander Tyler dijo que un gobierno democrático no puede durar indefinidamente porque “siempre se desploma debido a la política fiscal laxa”. Por supuesto, su punto de vista es discutible.

De todas formas, resulta obvio que la democracia es la continuación de la tendencia que se originó en Edén, cuando el hombre decidió hacer las cosas a su manera y no a la de Dios. Es el concepto de gobernación humana más desarrollado, ya que pretende incluir a todos, al menos en teoría, en la gestión de gobierno. Pero la locución latina Vox populi, vox Dei, “voz del pueblo, voz de Dios”, no es cierta. De modo que los que apoyan la democracia deben estar dispuestos a compartir la responsabilidad por los actos de esta forma de gobernación humana. (Compárese con 1 Timoteo 5:22.)

Esta situación se hizo aún más seria desde 1914, año decisivo en que la gobernación divina se hizo operativa de manera singular. El Reino mesiánico de Dios está ahora a la espera de asumir el control completo de los asuntos mundiales. Todos los tipos de gobernación humana, incluso las formas democráticas, están en la balanza, y al grado que individualmente aboguemos en su favor, nos encontraremos en la misma balanza. (Daniel 2:44; Revelación 19:11-21.)

[Comentario en la página 12]

“No pertenece al hombre que está andando siquiera dirigir su paso.” (Jeremías 10:23.)

[Comentario en la página 14]

“Un camino puede parecer recto a un hombre, pero, en fin de cuentas, conduce a la muerte.” (Proverbios 14:12, Martín Nieto.)

[Fotografía en la página 13]

Los que apoyan la democracia deben estar dispuestos a compartir la responsabilidad por los actos de esta forma de gobernación humana

[Reconocimiento en la página 11]

Foto U.S. National Archives

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