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  • g91 22/2 págs. 18-20
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  • Hicimos de la India nuestro hogar
  • ¡Despertad! 1991
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¡Despertad! 1991
g91 22/2 págs. 18-20

Hicimos de la India nuestro hogar

MI HERMANA Leona y yo nos agachamos con toda la distinción que pudimos y tratamos de sentarnos cómodamente en el suelo. Delante de nosotras, también en el suelo, habían colocado dos brillantes hojas de banano llenas de arroz humeante y diversas salsas de curry, chutneys y dulces. Apenas llevábamos una semana en la India y ya nos habían invitado a una boda.

Fijándonos en cómo lo hacían los oriundos de la zona, empezamos a tomar la comida con nuestra mano derecha y a comerla con los dedos, igual que los demás. Aquel día hacía mucho calor y el grado de humedad era muy alto, así que durante la recepción, sentadas debajo del pandal (dosel) y tomando aquellas salsas de curry tan picantes, se veía cómo el sudor nos corría por la cara. Además, el chile en polvo hizo que nos destilara la nariz. ¡Menudo aspecto debíamos tener! Pero nunca olvidaremos este incidente entre los muchos que nos sucedieron al llegar a la India hace treinta y ocho años.

Desde entonces, en nuestro esfuerzo por hacer de la India nuestro hogar, hemos llegado a conocer bien esa tierra y mucha de su gente. Pero, ¿por qué fuimos a ese país? No fue para satisfacer un espíritu aventurero. Teníamos un propósito específico. Permítannos explicarles primero cómo llegamos y qué nos ayudó a adaptarnos.

Nuestra juventud en Canadá

Nacimos en la pequeña comunidad agrícola de Humboldt (Saskatchewan, Canadá). Cuando vino la Depresión de los años treinta, nuestro padre dijo que teníamos que dejar la escuela y ponernos a trabajar para ayudar en casa. Literalmente nos pusimos a llorar, pues teníamos la meta de cursar estudios secundarios, pero las necesidades económicas eran lo primero.

Durante la II Guerra Mundial mi hermana Leona se alistó en las Fuerzas Aéreas Canadienses mientras que yo me quedé en casa y seguí trabajando. Solía asistir con regularidad a la iglesia católica y cantaba en el coro. Pero una vez, cuando pasaron por allí los pentecostales, me dieron una Biblia y empecé a llevarla a las sesiones del coro para leerla mientras no cantábamos. Cuando aquello llegó a oídos del párroco, fue a casa para hablar con mi familia. Dijo que yo era una mala influencia y no debía volver más a las sesiones del coro. De hecho, dijo que deberían excomulgarme. Desde entonces no volví a la iglesia.

Mientras tanto, los testigos de Jehová habían estado visitándonos en casa y nos habían dejado varias publicaciones basadas en la Biblia. Con el tiempo, me puse a estudiar con los Testigos. Cuando Leona vino a casa de permiso le expliqué lo que aprendía. Durante su estancia, cuando venían a estudiar la Biblia conmigo se sentaba a escuchar y le gustaba lo que aprendía. Al volver a Ottawa continuó estudiando con los Testigos de allí hasta que se licenció de las fuerzas aéreas en 1945. Las dos estuvimos entre los 2.602 que se bautizaron en la Asamblea Teocrática Naciones Alegres que los testigos de Jehová celebraron en 1946 en Cleveland (Ohio, E.U.A.).

Decidimos nuestro propósito en la vida

En 1949 Leona y yo nos trasladamos a Calgary (Alberta, Canadá), donde conocimos a muchos ministros a tiempo completo, llamados precursores, que nos animaron a emprender este ministerio. Al principio dudamos, pues creíamos que necesitábamos reunir una pequeña cuenta bancaria. Pero el superintendente viajante de los testigos de Jehová de aquella zona nos animó, así que empezamos ese servicio sin disponer de una y aceptamos la invitación de servir de precursoras en la provincia de Quebec, donde la actividad de los Testigos estaba proscrita.

No teníamos dinero para viajar en ferrocarril, así que Leona y yo, junto con otras dos jóvenes, atravesamos Canadá en auto-stop hasta llegar a Montreal (Quebec). Poco después tuvimos la oportunidad de asistir a una graduación de la Escuela Bíblica de Galaad de la Watchtower en Estados Unidos. Nos emocionó ver a tantos jóvenes listos para emprender una asignación misional en una tierra extranjera. En seguida rellenamos la solicitud para asistir a esa escuela.

Nunca soñamos que nos llamarían, así que fue una verdadera sorpresa que nos invitaran a la vigésima clase, que empezó en otoño de 1952. Al poco de empezar nos dijeron que nuestra asignación sería la India y un compañero de clase indio empezó a darnos algunas clases de malayalam, uno de los idiomas que se hablan en ese país. Nuestro objetivo iba a ser el de ayudar a conocer la verdad de la Biblia a tantas personas sinceras como fuese posible.

Hicimos de la India nuestro hogar

Después de nuestra graduación en 1953, un grupo de trece zarpamos hacia nuestra asignación. Tardamos un mes en llegar a Bombay. Nos sorprendió ver a tantísima gente y tantos mendigos, pero poco a poco nos acostumbramos a la situación.

Desde Bombay nos dirigimos en tren al estado de Kerala. A siete del grupo nos asignaron a la ciudad de Trichur, que para entonces no tenía ninguna congregación de testigos de Jehová. Conseguimos una casa misional, pero como no tenía muebles, de momento dormimos sobre unas esteras. Una de nuestras tareas cotidianas era la de hervir el agua del pozo para beberla sin peligro y calentar más agua para bañarnos. Todo esto, además de cocinar, lo hacíamos en una cocina de queroseno de un solo quemador.

El retrete estaba fuera de la casa, en una zona conocida por sus cobras y otras serpientes. Es fácil imaginar cómo nos sentíamos todas. Además, nos advirtieron que unas serpientes verdes y delgadas a veces colgaban de los árboles listas para morder a cualquier víctima desprevenida que pasase por debajo. Huelga decir que raras veces nos aventurábamos hasta allí por la noche, y cuando lo hacíamos, golpeábamos el suelo con los pies, haciendo mucho ruido y nos manteníamos a distancia de los árboles. Sin duda, las cosas eran muy diferentes, pero teníamos presente nuestro objetivo y con el tiempo nos adaptamos. Nunca pensamos en marcharnos porque las condiciones nos pareciesen demasiado difíciles.

El mismo día que llegamos empezamos a participar en la actividad de predicar. Al momento nos vimos rodeadas de montones de personas. Su curiosidad nos desconcertó tanto que corrimos a refugiarnos en el hogar misional. Pero después de un tiempo llegamos a apreciar el sincero interés que la gente sentía por los demás.

Incluso antes de que pudiésemos presentar nuestro mensaje bíblico, nos hacían preguntas como: ¿Quiénes son sus padres? ¿Por qué está usted aquí? ¿Cuántos años tiene? ¿Quién le paga? ¿Qué come usted? ¿Por qué no está casada? ¿No quiere tener hijos? Pero cuando se enteraban de esos detalles acerca de nosotras, la gente solía escuchar nuestro mensaje. A medida que comprendíamos mejor a la gente, más cómodas nos sentíamos en nuestro nuevo ambiente.

Kerala es un lugar sumamente hermoso, muy verde y con muchos cocoteros y palmeras. Hay mucho campo abierto, y cuando caminábamos por los arrozales hacia las casas de la gente nos embargaba una sensación de paz. A veces íbamos en barca por los remansos hasta llegar a las aldeas. Era un ambiente muy tranquilo y, aunque las personas estaban ocupadas, sacaban tiempo para escuchar.

En nuestra zona también había misioneros de la cristiandad, pero los habitantes de la localidad pronto empezaron a ver la diferencia que había entre ellos y nosotras. Ellos participaban en diversos tipos de obras sociales, pero en realidad enseñaban poco de la Biblia, si acaso algo. Y a diferencia de ellos, nosotras no vivíamos en grandes bungalows ni escapábamos a centros de montaña en tiempo de calor. Lo cierto es que los misioneros de la cristiandad dieron a su religión una mala reputación.

Después de casi ocho años en Kerala nos enviaron a Bombay, donde todavía servimos. Por supuesto, el traslado a una ciudad tan grande y congestionada también requirió que hiciéramos algunos ajustes. De todos modos, esta asignación nos ha puesto en contacto con una amplia variedad de personas de la India.

Desde el mismo principio llegamos a conocer bien a nuestros hermanos indios. Eran muy hospitalarios y siempre nos invitaban a quedarnos con ellos. Sus casas acostumbraban a ser muy pequeñas y no existía la intimidad a la que estábamos acostumbradas. A veces dormíamos en el único dormitorio de la casa, con el abuelo en un rincón y varios niños alrededor nuestro, en el suelo. Pero el amor que nos mostraban hizo posible que nos adaptásemos.

Con el transcurso de los años, hemos aprendido a nunca utilizar la palabra “casa” para referirnos a nuestro lugar de origen. Consideramos nuestra casa el lugar donde estamos asignadas a servir y en vez de destacar las diferencias, hemos aprendido a parecernos a las personas que nos rodean en cuestión de gustos y maneras de hacer las cosas.

Recientemente hicimos un viaje de Bombay a Kerala, nuestra primera asignación. ¿Habían cambiado las cosas? Cuando llegamos allí por primera vez había menos de trescientos Testigos en todo el estado, pero ahora, en la asamblea de distrito a la que asistimos, hubo presentes más de cuatro mil personas. ¡Qué gozo nos dio ver que algunos de los que treinta años atrás habían estudiado la Biblia con nosotras continúan sirviendo fielmente a Jehová!

Cuando comenzamos nuestro servicio misional en 1953, dejamos en Canadá a muchos seres queridos. Pero tal como dijo Jesús, en seguida tuvimos muchísimos padres, madres, hermanas y hermanos. (Marcos 10:28-30.) Y a medida que ayudábamos a las personas de cualidad de oveja a aprender la verdad de la Palabra de Dios, también fuimos bendecidas con hijos espirituales. El nunca perder de vista nuestro objetivo nos ha traído muchas recompensas. Por eso, sin ningún tipo de pesar, nos sentimos satisfechas de haber hecho de la India nuestro hogar.—Según lo relató Tillie Lachmuth.

[Fotografía de Tillie y Leona Lachmuth en la página 18]

[Fotografías en la página 18]

Un canal de Kerala

Obtención del caucho

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