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  • Los singulares cavernícolas de Kenia

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  • Los singulares cavernícolas de Kenia
  • ¡Despertad! 1991
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¡Despertad! 1991
g91 22/6 págs. 24-26

Los singulares cavernícolas de Kenia

Por el corresponsal de ¡Despertad! en Kenia

AVANZÁBAMOS por el trillado sendero, y cuando empezamos a oír el sonido de las cascadas que resonaban entre las ramas del bosque de enebros, percibimos que nos aproximábamos al final de nuestro camino. Arriba se abría la boca de la cueva, en cuyo interior muchas veces se ocultaban los animales que tanto trecho habíamos recorrido para ver: los elefantes de Elgon.

La entrada de la cueva medía unos 8 metros de altura y otros 8 metros de anchura. Cuando entramos el corazón nos palpitaba de expectación. Pero el chasquido de los murciélagos al volar nos confirmó en seguida una desagradable sospecha. O habíamos llegado demasiado tarde o todavía era muy pronto. El suelo polvoriento de la cueva estaba lleno de huellas, claro testimonio de que los elefantes ya habían estado ahí y se habían ido.

Pero, ¿por qué esperábamos ver elefantes a unos 2.000 metros de altura en este lugar concreto de la montaña, y además dentro de una cueva? Las razones son muy interesantes.

Las cuevas habitadas de la montaña

Entre las fronteras de Kenia y Uganda se encuentra el enorme cono volcánico del monte Elgon. Con sus 4.321 metros de altura, es una de las montañas solitarias más altas de África oriental. Hay quienes especulan que antes de los estragos producidos por la erosión, su cima posiblemente hubiese empequeñecido incluso la cúspide coronada de nieve del Kilimanjaro. El monte Elgon surge por encima de bosques exóticos, manantiales de aguas termales y fríos lagos. Pero quizás el rasgo más atrayente de este monte son sus numerosas cuevas, las cuales albergan a los elefantes que tanto interés teníamos en ver.

Hubo un tiempo en que estas cuevas estaban habitadas por el pueblo kony, conocido como los masai de Elgon. Hasta hay quienes opinan que la montaña recibió su nombre de ellos. Los kony llegaron por primera vez a esta región hace más de trescientos años. Cuando Joseph Thomson, el primer blanco que exploró la zona, llegó aquí en 1883, seguro que le sorprendió encontrar un conjunto de aldeas construidas en el interior de algunas cuevas.

La mayoría de los masai han abandonado las cuevas, aunque algunos todavía moran en ciertas cavernas situadas al pie del monte Elgon. Con el transcurso del tiempo, los animales que embellecían estos bosques empezaron a ocupar las cuevas abandonadas. Los búfalos encontraban muy atrayentes los tentadores charcos de barro que había en ellas. Vencejos y golondrinas ansiaban entrar y atrapar los sabrosos insectos atraídos por los humedales de las cuevas.

Sin embargo, por extraño que parezca, las cuevas también resultaron sumamente atrayentes para los más increíbles cavernícolas que uno se pueda imaginar: los elefantes. Hasta el día de hoy, esos voluminosos gigantes mueven su cuerpo —que pesa entre cuatro y seis toneladas— por senderos estrechos y empinados para llegar a las cuevas. ¿Qué los atrae?

La sal

En las cuevas encuentran un suplemento alimentario que ansían sus enormes cuerpos. La vegetación normalmente les proporcionaría la sal suficiente para su dieta, pero a tanta altura, la lluvia se ha llevado la sal del suelo. Por eso los elefantes hacen esta larga caminata hasta la cueva con el fin de extraer el sulfato de sodio (sal de Glauber) que se encuentra dentro del suave aglomerado que recubre el interior de la caverna.

Para llegar a la sal los elefantes utilizan una técnica singular. Apoyan los colmillos contra una irregularidad o grieta de la pared, dan un potente empujón con el cuerpo, como si de una excavadora se tratase, y aflojan algunos trozos de piedra. Con su ágil trompa se meten un trozo de roca en la boca, la trituran con sus fuertes muelas y se tragan la grava y la sal juntas. Esta operación la repiten varias veces hasta que han ingerido suficiente sal. Después, parece que una buena siesta en la oscura y fresca mina de sal ayuda a la digestión.

Cabe señalar que aunque los colmillos de marfil del elefante continúan creciendo durante toda su vida, en el caso de estos elefantes tienden a desgastarse hasta la base. Es el precio que pagan por sus dosis de sal.

Los elefantes se quedan por las cuevas y sus alrededores durante unas semanas, y luego sienten de nuevo ganas de volver a vagar. Quizás se dirijan en formación hacia el bosque de bambú para mordisquear sus tiernos brotes o su masticable corteza. Los elefantes suelen pasar unas dieciocho horas diarias comiendo, por lo que llegan a consumir hasta 180 kilogramos de follaje. Pero con el tiempo, su ansia de sal les hace sentir la llamada de dirigirse de nuevo a las cuevas del monte Elgon.

Si se toman en consideración las tendencias nómadas de los elefantes y lo escasos que son en esa zona (un centenar como mucho), no es de extrañar que no los viésemos.

¡Por fin los vemos!

Cuando partimos del campamento la mañana siguiente, circulamos sin hacer mucho ruido por el bosque empapado de rocío y lleno de colobos (monos) y de aves cantoras. De pronto, oímos un fuerte crujido, seguido de una abrupta sacudida de matorrales cercanos. Maniobramos nuestro automóvil hasta situarnos a pocos metros de donde se originó el ruido.

Esperamos en silencio y oímos el ligero sonido de unos cuerpos que se movían detrás de un alto seto de matorrales que se extendía paralelo a nuestro camino. Con el tiempo uno de estos tímidos animales se cansó de nuestro juego del escondite y salió impetuosamente hasta quedarse a unos 3 metros de nuestro automóvil. Era un macho joven, hermoso y robusto, y su pigmentación roja ocre resplandecía bajo el brillante sol de la mañana. A pesar de su corta estatura, tenía una mirada amenazadora que imponía respeto.

Coloqué mi cámara fotográfica en la posición perfecta para sacar una magnífica fotografía. Pero el disparador no respondía, ¡me había quedado sin película! Entonces salió la madre elefanta y escoltó a su pequeñín por delante de nuestro auto. Para cuando ya volvía a tener la cámara cargada, los elefantes se habían alejado demasiado para conseguir un espectacular primer plano; de todas formas les saqué una fotografía que por lo menos demostrase que había visto a estos escurridizos mastodontes.

¡Qué animales tan asombrosos! Pueden ser tan silenciosos como ratones aunque pesan más que un automóvil. Son más grandes que algunos camiones y sin embargo apenas se dejan ver. Pero aun así no deje de venir a ver la morada de estos singulares cavernícolas de Kenia.

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