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¡Despertad! 1992
g92 8/2 págs. 24-27

Guinea Ecuatorial: Una caja de sorpresas

Por el corresponsal de ¡Despertad! enviado a Guinea Ecuatorial

HAY en África un país en el que los elefantes y los gorilas aún se pasean por la jungla, donde el mercantilismo apenas se conoce y los niños saludan alegremente al visitante. Se trata de un país que casi nadie conoce fuera de África.

Su nombre —⁠Guinea Ecuatorial⁠— no se presta a equívocos, pues este país, de una extensión similar a la de Bélgica, se halla casi a caballo sobre la línea ecuatorial. En diciembre de 1990 tuve ocasión de visitar las dos regiones principales de Guinea: la isla de Bioko y Río Muni, que en conjunto componen una pequeña parte del continente africano.

Mi primera sorpresa fue enterarme de que la gran mayoría de sus 350.000 habitantes habla un perfecto español, además de sus lenguas tribuales, y que Guinea Ecuatorial se convirtió en el único país hispanohablante de África por uno de esos caprichos de la historia colonial.

Su relación con Europa

Unos veinte años antes de que Colón descubriera América, el navegante portugués Fernão do Pó se hallaba en una expedición por el golfo de Guinea cuando avistó una isla volcánica de follaje exuberante. Su belleza le impresionó tanto, que le puso por nombre Formosa (Hermosa; en la actualidad, Bioko). Años más tarde, otro famoso explorador, sir Henry Stanley, dijo que la isla era la “joya del océano”.

Sin embargo, el horrible comercio de esclavos empañó durante siglos la prístina belleza de la región. La ubicación estratégica de Bioko y de Corisco (otra isla guineana que está a poca distancia del estuario del Muni) las convirtió en embarcaderos idóneos para el envío de esclavos africanos a América. Se calcula que entre los siglos XVI y XIX pasaron por estas dos islas muchos miles de esclavos.

En 1778 los portugueses cedieron a España la isla de Bioko y la costa continental adyacente, con el fin de zanjar un contencioso entre ambos países por motivo de unas reclamaciones territoriales en la lejana Sudamérica. Gracias a este acuerdo, España consiguió tener en África un aprovisionamiento propio de esclavos, por lo que renunció a sus reclamaciones en el territorio portugués de Brasil.

Sin embargo, las fronteras de Guinea Ecuatorial no estaban bien delimitadas y había muy pocos colonizadores españoles. En el siglo XIX, durante la lucha europea por conseguir asentamientos coloniales en África, Francia y Alemania se apoderaron de una gran parte del territorio continental de Guinea, mientras que Gran Bretaña ambicionaba Bioko. Finalmente, en 1900 se delimitaron las fronteras, y el país quedó en manos de España hasta su independencia, conseguida en 1968.

“Las sonrisas se devuelven”

Mi visita me permitió descubrir que los habitantes de Guinea Ecuatorial conforman un fascinante mosaico étnico. En Bioko se hallan los bubis, mientras que en las dos ciudades más importantes del país destaca la presencia de los altos hausas, inmigrantes del norte continental que se han convertido en los principales comerciantes del país. La tribu más numerosa en el territorio continental de Guinea es la fang, que ha asumido las principales tareas de gobierno. Los guineanos tienen una sonrisa fácil, testimonio de la veracidad del proverbio fang, que dice: “Las sonrisas se devuelven”.

La artesanía y las costumbres tradicionales tienen vida propia. Me llamó mucho la atención ver que los nativos construían sus sencillos hogares con materiales tomados de la selva. Los pescadores aún hacen sus canoas con el tronco de un árbol vaciado, y con este medio rudimentario, que el tiempo ha consagrado, realizan sus labores pesqueras.

En Bata y Malabo, las ciudades principales del país, los guineanos abarrotan a diario los mercados al aire libre. La visita que hice a uno de ellos me permitió conocer mejor a la gente y sus costumbres. En el mercado se vendía todo lo imaginable: desde llaves inglesas usadas hasta monos, cuya carne se emplea en estofados. Surtidos de botellas de potentes detergentes caseros, montones de habichuelas apilados y ristras de ajos conviven en apretados espacios. Tuve la impresión de que los puestos no cerraban nunca, al menos no hasta caída la noche o hasta haberlo vendido todo. El tiempo parece carecer de valor en Guinea.

En muchas de las aldeas fang vi una gran choza comunal que, según me dijeron, recibía el nombre de “Casa de la Palabra”. En ellas se reúnen los aldeanos a dirimir sus diferencias o “palabras”. Están abiertas, de modo que cualquiera que lo desee puede escuchar.

El bosque tropical: un bien que vale la pena conservar

Lo que a mi juicio caracteriza mejor a Guinea es, sobre todo, el bosque ecuatorial. Una vez que se sale de las zonas urbanas, ir por carretera a través de la exuberante vegetación de la jungla se asemeja a circular por un túnel verde. Y verde es el color de Guinea, un verde de múltiples tonalidades, un verde reluciente y nuevo después de cada aguacero tropical. Enredaderas envolventes, mechones densos de caña de bambú y cientos de especies arbóreas invaden el suelo guineano, formando un manto verde que cubre todo el país. El bosque tropical —⁠caótico, pero armónico⁠— es un bien que vale la pena atesorar en un planeta tan despojado de árboles como el nuestro.

En extensas zonas de Guinea Ecuatorial aún se conservan bosques tropicales vírgenes, entre los que se han escogido algunos como futuros parques nacionales. No obstante, el bosque no solo es decorativo, pues de él obtienen los guineanos alimento, combustible y sustancias medicinales. No sorprende, por tanto, que la ceiba —⁠uno de los grandes árboles tropicales⁠— sea el motivo principal del escudo de Guinea.

No pude por menos que quedar impresionado por la belleza de Bioko, una belleza que hace cinco siglos debió impresionar también a los primeros exploradores europeos. Es una isla volcánica salpicada de cráteres, algunos de los cuales se han convertido en lagos, que añaden variedad al paisaje. La cumbre volcánica más alta de la isla alcanza una altitud de casi 3.000 metros sobre el nivel del mar, y en sus boscosas vertientes abundan los pájaros exóticos y las mariposas, que dan a la lujuriante vegetación un delicado toque de color.

Ya en la alta montaña, me cautivó el espectáculo de las diminutas suimangas libando entre las flores de la ladera. Con el tinte del sol vespertino, el plumaje verde y rojo de los machos adquiría el aspecto de gemas brillantes. De modo semejante al del colibrí americano, las suimangas se alimentan del néctar de las flores o de los insectos que encuentran entre sus pétalos.

La singular fauna del bosque

El bosque ecuatorial alberga una increíble diversidad de vida animal, sobre todo en el continente. Habitan la espesa jungla unas variedades del búfalo cafre y del elefante más pequeñas que las de la sabana africana. No obstante, el animal más llamativo del bosque ecuatorial es el gorila, una especie que está en regresión en África. Tuve ocasión de jugar con un pequeño gorila a cuya madre habían matado unos cazadores. Su triste mirada me hizo pensar en el incierto futuro de esta especie a merced del hombre.

Hace unos veinticinco años, los naturalistas del mundo se sorprendieron ante el descubrimiento en Guinea de un gorila albino. Era el primer caso de albinismo que se conocía en la especie. Su pelaje era completamente blanco, la piel sonrosada y los ojos azules. Lo llamaron “Copito de nieve”. Se le trasladó al zoológico de Barcelona (España), donde aún hace las delicias del público.

Lo primero que me llamó la atención cuando penetré en el bosque fue que apenas se veían animales. Como muchos duermen durante el día, el bosque cobra vida por la noche. Cuando oscurece, miles de murciélagos frugívoros abandonan su guarida para revolotear entre las copas de los árboles, las lechuzas pescadoras comienzan su patrulla nocturna de ríos y arroyos y los gálagos de ojos saltones se lanzan de una rama a otra como si estuviesen a plena luz del día.

Las mariposas y las aves dan vida y color al bosque durante el día. La mariposa de cola de golondrina es la que más llama la atención, en particular por su tamaño, su vuelo errático y sus hermosas alas negras y verdes. En lo alto de los árboles se escucha el zureo, como el de una risita sorda, de la paloma verde, cuyo canto contrasta notablemente con el ronco graznido del desgarbado cálao.

Mirando el suelo del bosque, detecté la presencia del agama común, un lagarto azul y anaranjado que montaba guardia, totalmente inmóvil, sobre el tronco de un árbol caído. Solo se le veía sacar rápidamente la lengua para cazar con gran habilidad cualquier ingenua hormiga que se pusiese a su alcance.

No fui lo suficientemente afortunado como para ver a uno de los habitantes más singulares de la ribera del río Mbía y de sus cataratas: la rana más grande del mundo, conocida como “rana goliat”. Esta especie puede llegar a pesar más de tres kilogramos y medir unos noventa centímetros de la cabeza a los pies. Según Paul Zahl, investigador del National Geographic, gracias a sus poderosas patas, puede saltar tres metros de un solo impulso.

La puesta de sol en Guinea tiene un vivo color anaranjado, no rojo, señal de que su atmósfera no está tan contaminada como la de otros lugares del planeta. La sociedad de consumo ha penetrado poco, y sus bosques reponen diariamente el oxígeno. Lugares incontaminados como este son cada vez más escasos en el mundo. Espero que este tesoro ecuatorial siga siendo uno de ellos.

[Fotografías en la página 25]

Los pescadores aún hacen sus canoas con el tronco de un árbol vaciado

“Casa de la Palabra”, donde los aldeanos dirimen sus diferencias

[Fotografías en la página 26]

Una mariposa africana

Gálago coligrueso

Lechuza pescadora

Gorila joven

[Mapas en la página 24]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

ÁFRICA

Guinea Ecuatorial

ECUADOR

[Mapa]

Bioko

Río Muni

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