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¡Despertad! 1992
g92 8/11 págs. 11-15

Los jesuitas: ‘¿Se tornaron a todos en todas las cosas?’

Por el corresponsal de ¡Despertad! en España

LOS JESUITAS nunca han pretendido ser una orden religiosa permisiva. La bula papal por la que en 1540 quedó constituida la Compañía de Jesús llevaba por título “Para el régimen de la Iglesia militante”.a Una nueva militancia que parecía estar especialmente concebida para defender el catolicismo, inmerso en las luchas religiosas de la época.

Si bien Ignacio de Loyola instó a sus seguidores a ‘servir como soldados bajo el estandarte de la Cruz’, también los instó a ‘hacerse todo a todos’. Los jesuitas pensaban que si se regían por esta última premisa, podrían cumplir mejor con la primera. La flexibilidad sería la llave que les abriría muchas puertas.

En poco tiempo hubo una gran demanda de jesuitas cultos y adaptables que fuesen maestros, estadistas, cortesanos y confesores. Es posible que se fueran más allá de lo que Ignacio de Loyola se propuso. El éxito alcanzado en una gran diversidad de campos —sobre todo en política⁠— les proporcionó dinero y poder, pero también fue el germen de su infortunio.

En 1773, el papa Clemente XIV, doblegado por la presión de Francia, Portugal y España, proclamó la supresión de la orden “por toda la eternidad”. ¿Cuál fue el motivo? “Mantener una verdadera y durable paz dentro de la Iglesia.” Los jesuitas se habían convertido en un serio peligro debido a su influencia política. Pese a que este dictamen papal se revocó unos cuarenta y un años después, los jesuitas nunca recobraron su antigua preeminencia.

En la actualidad, los jesuitas —unos veintitrés mil por todo el mundo⁠— siguen siendo centro de controversias en el catolicismo, bien por causa de la teología de la liberación, la intromisión en la política o el control de la natalidad. Su inconformismo ha provocado el desagrado papal. En 1981 el papa Juan Pablo II prescindió del procedimiento electoral jesuita para la designación del general de la orden, y puso en su lugar a una persona de su confianza.

En estos últimos años, el Papa se ha ido acercando gradualmente a los miembros del Opus Deib como baluarte conservador de su Iglesia. Sin embargo, los jesuitas no son hoy una orden católica de segunda importancia. Pero ¿por qué han sido siempre tan controvertidos, incluso para los católicos? ¿Ha vivido esta orden a la altura del nombre que la identifica: Compañía de Jesús? ¿Cuál es su verdadera misión?

Su misión

Ignacio de Loyola pretendía en un principio que su pequeño grupo de seguidores acometiese la conversión de la Tierra Santa; pero los acontecimientos del siglo XVI les señalaron hacia otros objetivos. El cisma protestante socavaba la estabilidad de la Iglesia de Roma, y nuevas rutas marítimas se abrían hacia Oriente y las Américas. De modo que los jesuitas optaron por una doble misión: combatir la “herejía” en el mundo cristiano y ser vanguardia de la conversión del mundo no-católico. La tarea era inmensa, y los obreros, escasos, por lo que Ignacio de Loyola decidió que todo jesuita debía estar bien preparado.

Instituyó los cuatro votos del jesuita, preparó una colección de ejercicios espirituales para novicios y redactó las Constituciones o código de conducta jesuita. (Véase el recuadro.) Su consigna era la obediencia absoluta a la Iglesia. Francisco Javier, uno de los primeros discípulos de Ignacio de Loyola, llegó a decir: “Ni siquiera creería en los Evangelios si la Santa Iglesia lo prohibiera”. Nada los disuadiría de llevar a cabo su misión. Ignacio de Loyola les había dicho: “Luchad por las almas doquiera se encuentren y por cualquier medio a vuestro alcance”. ¿De qué medios dispusieron?

Se frena el avance del protestantismo

La enseñanza y el confesionario fueron las principales armas de los jesuitas para combatir el creciente poder protestante. Descubrieron casi por accidente que en sus nuevos colegios de enseñanza cualitativa podían inculcar el catolicismo en reyes y nobles con mucha más eficacia que mediante campañas de predicación. No se debe olvidar que en el siglo XVI la nobleza tenía en sus manos el poder de determinar la religión de sus dominios.c

El propio Ignacio de Loyola dijo que ‘el bien que la orden lograra en la promoción de la causa católica romana dependería más de la enseñanza que se ofreciera en sus colegios que de la predicación’. En los colegios jesuitas de elite se educaron y adoctrinaron muchos de los futuros gobernantes europeos, quienes, una vez alcanzado el poder, tendían a reprimir el protestantismo. El éxito de esta estrategia tuvo el apoyo de una novedosa concepción de la confesión. El historiador Paul Johnson dice a este respecto: “En el confesionario se establecía entre el jesuita y el poderoso penitente una relación de abogado-cliente”. No sorprende que este nuevo enfoque fuera más popular. En poco tiempo muchos monarcas europeos tuvieron confesores jesuitas privados, que extremaron la premisa de hacerse todo a todos los hombres influyentes a los que aconsejaron.

Fueron confesores indulgentes en cuestiones de moralidad, pero implacables con los “herejes”. Un confesor jesuita del rey francés Luis XV le recomendó que “en bien de la decencia” instalara una escalera secreta entre su alcoba y la de su amante. En cambio, el confesor jesuita de Luis XIV, bisabuelo del anterior, le persuadió a derogar el Edicto de Nantes, por el que se otorgaba a los protestantes franceses (hugonotes) una libertad de culto limitada. Esta acción desató una campaña de terror contra los hugonotes, muchos de los cuales fueron aniquilados.

Paul Johnson comenta en su obra A History of Christianity: “A los jesuitas se les atribuyó ante todo la idea de que el código moral podía anularse de algún modo siempre que peligraran los intereses católicos. [...] Fueron un ejemplo notable de cómo una elite culta y fuertemente motivada puede permitir que los imperativos del conflicto religioso confundieran sus valores morales”.

Pese a su ambivalencia moral, o tal vez debido a ella, los jesuitas desempeñaron un papel clave en la Contrarreforma. Cuarenta y un años después de su fundación, el papa Gregorio XIII escribió: “No hay al presente cosa mejor que esta vuestra santa religión que ha sido suscitada por Dios contra las herejías”. La flexibilidad y la influencia entre personas de posición encumbrada demostraron ser instrumentos eficaces contra la “herejía”. ¿Ganarían también conversos?

Adaptabilidad jesuítica

Ateniéndose a la norma aplicada en Europa, los jesuitas también procuraron convertir a los gobernantes del Lejano Oriente y, por medio de ellos, a sus súbditos. Con ese fin llevaron al límite la orden de Ignacio de Loyola de hacerse todo a todos. El jesuita Roberto de Nobili, misionero en la India durante el siglo XVII, vivió como un sacerdote brahmán con el objeto de predicar a la clase dirigente. Para no ofender a otros brahmanes, ofrecía la eucaristía a personas de la casta inferior de los intocables con una varita.

Matteo Ricci llegó a ser un miembro influyente de la corte china debido en particular a su talento en las matemáticas y la astronomía. Reservó para sí sus convicciones religiosas. Su sucesor en la corte Ming, Johann Adam Schall von Bell, hasta puso una fundición de cañones y adiestró al ejército chino en el manejo de las piezas de artillería (que llevaban nombres de “santos” católicos). Con el fin de ganar conversos, los jesuitas permitieron que los católicos chinos practicaran el culto a los antepasados, una decisión controvertida que finalmente el Papa rechazó. No obstante, a pesar de tanto acomodo por parte de los jesuitas, ni en la India ni en China se hicieron conversos los gobernantes.

En Sudamérica los jesuitas ensayaron un programa de fundación de colonias o misiones. Levantaban poblados autónomos en territorios vírgenes del interior, y a cambio de la ocupación —que para los indios guaraníes suponía quedar prácticamente bajo su gobierno⁠—, enseñaban a los indígenas agricultura, música y religión. Estos poblados, que en su momento de máximo apogeo llegaron a albergar a unos cien mil nativos, terminaron por desaparecer cuando chocaron de frente con los intereses comerciales de España y Portugal. Aunque los jesuitas prepararon un ejército de treinta mil nativos, que libraron por lo menos una encarnizada batalla contra los portugueses, los asentamientos quedaron destruidos en 1776 y los jesuitas fueron deportados.

A lo largo del tiempo hubo muchos jesuitas que hicieron sacrificios heroicos para llevar el mensaje católico a lugares distantes. Hubo quienes sufrieron horrible martirio a cambio de sus esfuerzos, particularmente en Japón, donde la labor misional se había realizado con éxito antes de que el shogunato la proscribiese.d

Si bien es cierto que tenían gran celo y abnegación, sus intentos de convertir el mundo fracasaron principalmente debido a sus maquinaciones.

Un evangelio político

A pesar de los problemas del pasado, los jesuitas de hoy parecen renuentes a dejar la política para los políticos. Sin embargo, ha habido un giro notable en su estrategia. Después de haber apoyado por siglos a gobiernos conservadores, derechistas, el jesuita moderno tiende a respaldar movimientos revolucionarios, sobre todo si vive en países en vías de desarrollo. Nicaragua es un ejemplo.

Cuando los sandinistas llegaron al poder en Nicaragua, contaron con el apoyo de Fernando Cardenal y Álvaro Argüello, dos destacados jesuitas que aceptaron puestos en el gobierno. Argüello justificó su decisión aduciendo que ‘si había alguien en Nicaragua que no quería participar en la revolución, seguramente no era cristiano. Para ser hoy cristiano, es necesario ser también revolucionario’. No es de extrañar que ese evangelio político escandalice a muchas personas sinceras.

Allá en los años treinta, Miguel de Unamuno, un renombrado filósofo español, criticó la intromisión de los jesuitas en la política por ser ajena a las enseñanzas de Cristo. Escribió: “Los jesuitas [...] nos vienen con la cantinela esa del reinado social de Jesucristo, y con ese criterio político quieren tratar los problemas políticos y los economicosociales. [...] El Cristo nada tiene que ver ni con el socialismo ni con la propiedad privada. [...] [Él] dijo que su reino no era de este mundo”.

Los jesuitas actuales también tienden a ser revolucionarios en el plano doctrinal. Michael Buckley, un destacado jesuita estadounidense, ha criticado abiertamente las decisiones del Vaticano sobre el sacerdocio de la mujer. En El Salvador, el jesuita Jon Sobrino se ha erigido en defensor de la teología de la liberación y de “la influencia marxista en la concepción teológica”. En 1989, el general de los jesuitas se vio obligado a remitir una carta a los miembros de la orden para que cesaran de criticar las decisiones del Vaticano sobre el uso de anticonceptivos.

En vista del registro pasado y presente de los jesuitas, ¿se puede sostener acaso que son una verdadera compañía de Jesús?

¿Una verdadera compañía de Jesús?

Jesús dijo: “Ustedes son mis amigos si hacen lo que les mando”. (Juan 15:14.) Un verdadero amigo y discípulo de Jesús les debe obediencia absoluta a Dios y a Cristo; a nadie más. (Hechos 5:29.) Obedecer al hombre y no a Dios resulta en la politización y el uso impropio del mensaje de Cristo.

No hay duda de que los jesuitas ganaron algunas batallas en su lucha contra el protestantismo, pero ¿a qué precio? Sus éxitos radicaron más en la intriga política que en el amor al prójimo. Su evangelización ha propagado un evangelio contaminado de conceptos políticos y ambiciones humanas. En su intento de convertir el mundo, se han hecho parte de él. ¿Era eso lo que Jesús quería?

Jesús dijo de sus verdaderos discípulos: “Ellos no son parte del mundo, así como yo no soy parte del mundo”. (Juan 17:16.) Sí, el apóstol Pablo se hizo “todo a todos”, pero fue con el propósito de adaptar su mensaje a la gente de su tiempo, no para renunciar a los principios cristianos con el fin de hacer conversos o ganar influencia política. (1 Corintios 9:22, Biblia de Jerusalén.)

Ignacio de Loyola pretendía que los jesuitas se mostraran al mundo como imitadores de Jesucristo, pero su intromisión en la política y los subterfugios han empañado esa imagen. Se han hecho “todo a todos”, pero no han hecho “todo para gloria de Dios”. (1 Corintios 10:31, Biblia de Jerusalén.)

[Notas a pie de página]

a La Compañía de Jesús es el nombre que su fundador, el español Ignacio de Loyola, dio a la orden. Fueron los protestantes los que acuñaron el término “jesuitas”, por el que son extensamente conocidos.

b En latín, “Obra de Dios”, orden fundada en España en 1928 por el sacerdote José María Escrivá e integrada principalmente por católicos elitistas.

c La paz de Augsburgo, de 1555, reconoció el principio cuius regio eius religio (la religión de aquel de quien fuese el reino).

d Ante la amenaza española de hacer que los conquistadores continuaran la labor iniciada por los misioneros, el shogun Hideyoshi mandó ejecutar a un buen número de jesuitas y franciscanos a fin de evitar tal posibilidad. La trama jesuita de conquistar China con la ayuda de voluntarios filipinos y japoneses seguramente hizo sospechar de las verdaderas intenciones de la orden en Japón. La proscripción oficial, decretada en 1614, mencionó específicamente el temor de que el objetivo católico fuera “cambiar el gobierno del país y apropiarse de su territorio”.

[Fotografías en la página 11]

Ignacio de Loyola, fundador de los jesuitas, y su santuario (España)

[Ilustración en la página 13]

En 1767 se expulsó a los jesuitas de España debido a sus intrigas políticas

[Recuadro/Fotografía en la página 12]

La formación de un jesuita

Los cuatro votos. Hay tres votos iniciales: pobreza, castidad y obediencia. Transcurridos doce años, el jesuita toma el cuarto voto, por el que profesa “obediencia a todas las instrucciones del Papa de Roma”.

Los Ejercicios espirituales: Manual en el que se presenta un programa de cuatro semanas de meditación, cuyo propósito es imbuir en el novicio el deseo de dedicar toda su vida a la causa jesuita.

Durante la primera semana, el ejercitante imagina, con todos sus sentidos, las torturas del infierno. En la segunda semana debe decidir si profesará la orden jesuita. La tercera semana le lleva a meditar en la pasión y muerte de Jesús, y en la última semana “experimenta” vívidamente la resurrección de Cristo.

Las instrucciones se precisan paso a paso. Por ejemplo, en la primera semana se instruye al novicio a “oler el humo, el azufre, el insoportable hedor y toda la corrupción del infierno”, y a “sentir cómo las llamas del infierno atrapan y devoran las almas”.

Las Constituciones: Obra de carácter talmúdico con reglas y directrices redactadas por Ignacio de Loyola. Entre otras cosas, se le dice al jesuita cómo colocar las manos, cómo mirar a alguien que ostenta autoridad y por qué debe evitar arrugar la nariz.

Ante todo, las Constituciones subrayan la absoluta obediencia que el jesuita le debe a su superior: “El inferior es como un cadáver en las manos de su superior”.

[Recuadro/Fotografía en la página 15]

Por qué se hizo testigo de Jehová un jesuita

Mientras trabajaba en las parroquias más pobres de Bolivia, comencé a tener dudas. En un principio, mis dudas no eran sobre la Iglesia, sino sobre sus representantes. Por ejemplo, todos los meses tenía que entregar al obispo un porcentaje de las colectas y pagos por la celebración de misas especiales, bodas y funerales; pero como mi parroquia era pobre, la cantidad que le correspondía al obispo nunca era cuantiosa. Cada vez que él abría el sobre y decía con desprecio: “¿Es esta la miserable donación que me traes?”, sus palabras me herían en lo más profundo. Era evidente que las “dos moneditas” de la viuda tenían muy poco valor para él. (Lucas 21:1-4, Biblia de Jerusalén.)

Otro aspecto que me preocupaba era la anuencia con la que la jerarquía aceptaba y permitía la mezcla de ideas paganas en el culto del Cristo de la Vera-Cruz, cuya imagen estaba en la iglesia de mi parroquia. Dichas prácticas eran con frecuencia manifestaciones evidentes de fanatismo demoniaco. Además, en aquellas fiestas religiosas la gente solía emborracharse; no obstante, las altas jerarquías no condenaban oficialmente tales orgías paganas.

Me convencí de que con el transcurso del tiempo había sido la Iglesia católica —no solo sus miembros individuales⁠— la que había fallado, apartándose de la verdad bíblica y reemplazándola con tradiciones y filosofías humanas. Entonces comprendí que el corazón no me dictaba ser católico. (Narrado por Julio Iniesta García.)e

[Nota a pie de página]

e Encontrará su biografía completa en La Atalaya del 15 de noviembre de 1982.

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