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¡Despertad! 1995
g95 8/10 págs. 24-27

La ceguera de los ríos: la lucha contra la terrible plaga

POR EL CORRESPONSAL DE ¡DESPERTAD! EN NIGERIA

LA ESCENA era habitual en muchas aldeas asentadas en las riberas de los ríos de África occidental. Un grupo de lugareños se resguardaban del tórrido sol en los bancos situados bajo un frondoso árbol. Entre ellos había cuatro hombres y una mujer total e irreversiblemente ciegos.

“En la vieja aldea no sabían por qué se perdía la vista —explica el jefe de la aldea, ataviado con una amplia túnica blanca—. Allí la mayoría de los ancianos morían invidentes. Creyendo que algún demonio estaba en contra de ellos, suplicaban la protección de sus fetiches, a los que sacrificaban pollos y ovejas, dado que sus antepasados habían dicho que les dieran de comer. Pero aun así seguían quedándose ciegos.”

Luego, llegaron médicos que les explicaron que este padecimiento no obedecía a causas sobrenaturales, sino a la oncocercosis, o ceguera de los ríos, llamada así porque las moscas que esparcen la enfermedad con sus picaduras depositan los huevos en ríos de corriente rápida.

Afortunadamente, no es tan fácil de contraer como otras enfermedades tropicales. No representa una amenaza para los habitantes de las ciudades ni para los que hacen cortas visitas a una zona infectada. La ceguera solo se origina tras varias infecciones a lo largo de muchos años.

Con todo, es una enfermedad tropical aterradora que mata a millones de personas. Aunque se da en algunas zonas del Oriente Medio y de América Central y del Sur, los más afectados son quienes viven y trabajan cerca de los ríos infestados de moscas del África ecuatorial. En algunas aldeas, casi todos los habitantes tienen la enfermedad. El Carter Center, de Atlanta (Georgia, E.U.A.) calcula que unos ciento veintiséis millones de personas corren el riesgo de infectarse. Otros 18.000.000 son portadores de los gusanos parásitos causantes de la ceguera. Entre uno y dos millones han sufrido pérdida total o parcial de la visión.

Esta plaga secular está cediendo gracias a los esfuerzos coordinados de la OMS (Organización Mundial de la Salud) y otros organismos, y la colaboración de los gobiernos de diversos países. En un África marcada en gran parte por las contiendas y la desesperanza, hay un programa de control que tiene éxito y que ha sido aclamado como “uno de los grandes triunfos de la medicina y el desarrollo del siglo XX”.

Una enfermedad terrible

La ceguera de los ríos se difunde mediante varias especies de la mosca negra hembra (especie Simulium). Cuando una mosca infectada pica a un ser humano, deposita las larvas de un gusano parásito (Onchocerca volvulus). Estas se desarrollan lentamente bajo la piel hasta convertirse en gusanos que llegan a alcanzar 60 centímetros de longitud.

Las hembras fertilizadas empiezan a generar gusanos diminutos: las microfilarias. El período de producción es de ocho a doce años, y resulta en el surgimiento de millones de microfilarias. Estas no alcanzarán el pleno desarrollo a menos que las absorba una mosca negra, se desarrollen en su interior y sean inoculadas en un ser humano. En su mayor parte, estos diminutos gusanos inmaturos recorren la piel, y con el tiempo pueden llegar a invadir los ojos. Una sola víctima pudiera albergar unos doscientos millones. Son tan abundantes, que para los análisis del diagnóstico bastan fragmentos muy pequeños de piel. Bajo el microscopio, el tejido puede aparecer con centenares de microgusanos en movimiento.

Estos parásitos son un suplicio para sus víctimas. Con el paso de los años, la piel se vuelve gruesa y escamosa. Es habitual que aparezcan zonas decoloradas. Las víctimas presentan lo que se describe con términos tan gráficos como piel de cocodrilo, de lagarto o de leopardo. El prurito es tan intenso que, según informes, ha empujado a algunas personas a suicidarse. Si los gusanos jóvenes invaden los ojos, con el tiempo causan un deterioro de la visión que puede desembocar en ceguera total.

En las zonas rurales pobres, donde predomina la mosca, la ceguera es una carga muy difícil de soportar. A esto contribuye la superstición, muy difundida entre los aldeanos, de que la ceguera es un castigo divino y de que los ciegos son miembros inútiles de la comunidad. Otro agravante es que no cuentan con el beneficio de la seguridad social, lo que deja a los afectados en total dependencia de sus familias. Sata, una mujer de Burkina Faso víctima de la ceguera de los ríos, dijo: “Para el ciego, sea hombre o mujer, el sufrimiento es igual. Si la joven es ciega y soltera, no conseguirá marido. Yo me casé antes de quedarme ciega, pero mi esposo murió. Mi hermano se quedó sin vista cuando era muy joven, de modo que no consiguió esposa. Ambos dependemos de nuestra familia para conseguir comida y todo lo demás. Es terrible”.

En las zonas donde es común la ceguera de los ríos, no es raro que la gente se vea obligada a abandonar la aldea por culpa de la mosca y de la enfermedad. De este modo, las fértiles tierras ribereñas acaban convirtiéndose en eriales, lo que a su vez agrava la pobreza y el hambre.

La lucha contra la mosca negra

Los esfuerzos internacionales para controlar la ceguera de los ríos en siete países de África occidental comenzaron a principios de la década de los setenta. Equipados con larvicidas (insecticidas que matan las larvas) biodegradables, ejércitos de helicópteros, avionetas y camiones lanzaron el ataque contra la mosca negra, la portadora de la enfermedad. El objetivo era aniquilarla en su etapa más vulnerable: la fase larvaria.

No fue necesario envenenar ríos enteros. Los expertos sabían que las moscas negras hembras ponían los huevos en el agua y que estos se adherían a las ramas y rocas superficiales de los rápidos. Solo estas corrientes aportan el oxígeno en abundancia que precisan las larvas para sobrevivir cuando emergen. Esto implica que los criaderos ribereños están limitados y son identificables.

El propósito de fumigar los criaderos no era erradicar por completo la mosca negra, una tarea del todo imposible. Pero, al reducir el número de moscas, los expertos esperaban romper la cadena de transmisión del parásito. Al reducir la población de moscas, habría menos infecciones nuevas. En teoría, si se lograra suprimir las moscas hasta que los parásitos murieran en el interior de los infectados, con el tiempo ya no quedarían parásitos. De este modo, si una mosca picara a una persona, no recogería parásitos para transmitirlos a otros.

Esta empresa era todo un desafío. Las moscas se reproducen en miles de lugares de difícil acceso. Además, como pueden volar a cientos de kilómetros, había que combatirlas en una zona muy extensa. Asimismo se necesitaría vigilancia excepcional, pues un mes de descuido podría resultar en el resurgimiento de las poblaciones de moscas, lo que frustraría años de trabajo.

A comienzos de los años setenta, se fumigaron desde el aire más de 19.000 kilómetros de vías fluviales remotas. Esta medida logró erradicar la enfermedad del 80% de las zonas infectadas de los países participantes.

Una o dos tabletas al año

A comienzos de 1987 se desarrolló otra arma contra la ceguera de los ríos. En esta ocasión no se atacó la mosca negra, sino los parásitos del interior del cuerpo humano. El arma era un medicamento seguro y eficaz llamado Mectizan (ivermectina), preparado en los laboratorios de una farmacéutica estadounidense.

Con objeto de frenar el avance de la enfermedad, el infectado toma una dosis única (una o dos tabletas) cada año. El Mectizan no mata los parásitos adultos que viven en el cuerpo, pero sí a los microgusanos, e inhibe la producción de microfilarias por parte de los adultos. Esta medida detiene el progreso de la enfermedad y retarda su contagio a otras personas. Dicho fármaco también ayuda a reparar las lesiones iniciales en la córnea e impide que otras se agraven. Sin embargo, no puede remediar las lesiones de tiempo ni la ceguera.

El problema era la distribución: cómo hacer que el medicamento llegara a los necesitados. Muchos vivían en aldeas remotas y aisladas a las que solamente se podía llegar a pie. Para utilizar un vehículo, hay que limpiar la maleza y hasta construir puentes. Circunstancias como la guerra civil, la falta de fondos y la política nacional dificultan aún más la distribución. Pese a los obstáculos, a principios de 1995 ya se habían distribuido unos treinta y un millones de comprimidos de Mectizan, la mayoría en África.

Perspectivas para el futuro

En los más de veinte años transcurridos, el Programa de Control de la Oncocercosis ha combatido la ceguera de los ríos en once naciones del África occidental, que ocupan una superficie tres veces mayor que Francia. ¿Qué resultados se han obtenido? Según datos de la OMS, el uso conjunto de larvicidas y Mectizan ha contribuido a proteger a más de treinta millones de personas amenazadas por este secular azote. Más de un millón y medio afectados gravemente por el parásito ya están completamente curados. Además, el control de la ceguera de los ríos está liberando para el cultivo y la población unos 25.000.000 de hectáreas de tierra arable, suficientes para alimentar a 17.000.000 de personas anualmente.

Pero la guerra no ha acabado, ni mucho menos. Las naciones africanas en las que se ha combatido la ceguera de los ríos, abarcan menos de la mitad de la población afectada.

En los últimos años se ha intensificado la lucha contra tal enfermedad. Tan solo de 1992 a 1994 el número de personas tratadas con Mectizan se ha duplicado, pasando de 5.400.000 a 11.000.000. A finales de 1994, unos treinta y dos países de África, Latinoamérica y el Oriente Medio instituyeron programas de tratamiento con Mectizan, que pueden llegar a proteger de la ceguera hasta a veinticuatro millones de personas.

La Organización Panamericana de la Salud espera conseguir que para el año 2002 esta enfermedad ya no sea una amenaza para la salud de los pueblos americanos. En África, claro está, la tarea es mucho mayor. Sin embargo, el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia comenta: “Ha quedado claro que para la generación que está creciendo en la actualidad, la ceguera ya no presenta una terrible amenaza para el futuro en una región en la que era habitual en el envejecimiento”.

Es alentador ver los esfuerzos encaminados a ayudar a las personas amenazadas por la ceguera. Durante su ministerio en la Tierra, Jesucristo también demostró que se interesaba por la gente al devolver milagrosamente la vista a muchos ciegos. (Mateo 15:30, 31; 21:14.) Mostró en pequeña escala lo que ocurrirá en la Tierra durante el dominio del Reino de Dios. Se acerca el tiempo en que nadie se verá afectado por ningún tipo de ceguera. La Biblia profetiza que “en aquel tiempo los ojos de los ciegos serán abiertos”. (Isaías 35:5.)

[Comentario en la página 25]

“Culpaban a los espíritus; ahora saben que son los gusanos”

[Comentario en la página 27]

Una o dos tabletas anuales pueden prevenir la ceguera de los ríos

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