Las naciones pobres se convierten en vertederos de las ricas
COMO un huérfano no deseado, el cargamento había pasado de un barco a otro y de un puerto a otro a la espera de que alguien lo aceptase. Once mil bidones repletos de resinas tóxicas, pesticidas y otras sustancias químicas peligrosas habían sido transportados de Yibuti (África) a Venezuela, luego a Siria y después a Grecia. El contenido de los bidones se salía y finalmente afectó a la tripulación de uno de los cargueros. Un hombre murió y la mayoría sufrió trastornos dermatológicos, renales y respiratorios provocados por las sustancias tóxicas que se llevaban a bordo.
Barcos, camiones y trenes repletos de residuos letales similares surcan el planeta en busca de lugares donde depositar su carga. Muchas veces, los países ya asolados por la pobreza, el hambre y la enfermedad se convierten en vertederos de toneladas de productos tóxicos y de basura contaminada. Los defensores del medio ambiente temen que para que se origine un desastre ecológico, solo es cuestión de tiempo.
Pinturas, disolventes, baterías y neumáticos viejos, residuos radiactivos, escoria cargada de plomo y de PCB probablemente no sean cosas que le atraigan, pero sí atraen al floreciente negocio de los desechos industriales. Resulta irónico que cuanto más estricto es un gobierno en cuestiones ecológicas, más residuos tóxicos transportan sus industrias al extranjero. Según el semanario londinense The Observer, “todos los años se envían a países del Tercer Mundo casi veinte millones de toneladas de sustancias químicas tóxicas”, que proceden de empresas “sin escrúpulos” de las naciones industrializadas. Las lagunas legales y la falta de firmeza en la aplicación de las leyes dan pie a que miles de toneladas de residuos tóxicos acaben en suelo africano, asiático y latinoamericano.
No es de extrañar que a esas empresas les resulte tentadora dicha solución. El costo de verter los residuos puede disminuirse muchísimo si se escoge el lugar apropiado. Un ejemplo de ello lo tenemos en el transatlántico United States, que en un tiempo fue el mejor buque de pasajeros de la flota estadounidense. En 1992 lo compraron con el fin de acondicionarlo para realizar cruceros de lujo. En él había probablemente más asbesto que en cualquier otro barco del mundo. Eliminar todo aquel asbesto en Estados Unidos habría costado 100 millones de dólares (E.U.A.). Así que remolcaron el buque hasta Turquía, donde podía efectuarse el trabajo por 2.000.000. Pero el gobierno turco se negó, pues consideró que quitar más de 46.000 metros cuadrados de la carcinógena fibra de asbesto en su país, era demasiado peligroso. El barco fue llevado a un puerto de otra nación, donde las normas para la protección del medio ambiente eran menos estrictas.
Reciclaje letal
Las empresas occidentales que negocian en los países en vías de desarrollo quizás prefieran verse como benefactoras de los pobres. Harvey Alter, de la Cámara de Comercio de Estados Unidos, sostiene que “la exportación de desechos y la industria del reciclaje elevan el nivel de vida en esos países”. Pero cuando se analizaron algunas de las prácticas corporativas de dichas empresas en el extranjero, se concluyó que, en la mayoría de los casos, en lugar de aumentar el nivel de vida, “lo más común es que paguen únicamente el salario mínimo de la nación, contaminen el ambiente y vendan productos que en algunos casos son peligrosos y han sido comercializados fraudulentamente”.
El papa Juan Pablo II también expresó su preocupación en un encuentro reciente sobre la contaminación en el mundo en vías de desarrollo. El pontífice dijo: “Es un abuso serio que los países ricos se aprovechen de la debilidad económica y legislativa de los países más pobres para exportar desechos y métodos tecnológicos contaminantes que tienen un efecto perjudicial para el ambiente y la salud de la población”.
Un ejemplo típico de esto lo tenemos en el sur de África, donde se encuentran las mayores instalaciones del mundo para reciclar residuos de mercurio. Las han tildado de ser “uno de los peores escándalos ecológicos del continente”. Los desechos tóxicos provocaron la muerte de un trabajador, otro cayó en coma y se dice que una tercera parte del personal padece algún grado de intoxicación por mercurio. Los gobiernos de algunas naciones industriales prohíben o restringen mucho el vertido de ciertos residuos de mercurio. Barcos de corporaciones de por lo menos uno de estos países transportan el peligroso cargamento a las costas de África. Un equipo de inspección encontró almacenados en la planta de reciclaje 10.000 barriles de residuos de mercurio procedentes de tres empresas extranjeras.
Enviar desechos a naciones en vías de desarrollo para que los reciclen suena mucho mejor que verterlos en ellas. El reciclaje puede ser fuente de valiosos productos secundarios, suministrar puestos de trabajo y dar impulso a la economía. Pero, como indica el informe citado del sur de África, también puede tener consecuencias desastrosas. La recuperación de productos valiosos procedentes de tales sustancias puede liberar compuestos químicos letales que contaminen o enfermen a los trabajadores, y a veces hasta les provoquen la muerte. La revista New Scientist comenta: “No cabe duda de que a veces se utiliza el reciclaje de residuos como pretexto para deshacerse de ellos”.
Así es como describe esta estrategia la revista U.S.News & World Report: “El etiquetado falso, las lagunas legales y la falta de experiencia convierten a los países en desarrollo en blancos fáciles para los voraces traficantes de residuos que venden sedimentos de aguas residuales tóxicas como ‘abono orgánico’, o pesticidas anticuados como ‘ayuda para la agricultura’”.
En México han surgido muchas maquiladoras (fábricas) de propiedad extranjera. Uno de los principales objetivos de tales empresas extranjeras es librarse de las rigurosas normas ecológicas y aprovecharse de la incontable cantidad de trabajadores mal pagados. Decenas de miles de mexicanos viven en casuchas situadas junto a turbios canales de agua contaminada. “Ni las cabras quieren beberla”, dijo cierta mujer. Un informe de la Asociación Médica Americana dijo que la región fronteriza era “prácticamente una cloaca y un caldo de cultivo para enfermedades infecciosas”.
No solo mueren las plagas
“¿Cómo puede un gobierno prohibir un veneno en su país y sin embargo fabricarlo y venderlo a otras naciones? ¿Dónde está la ética de estas acciones?”, preguntó Arif Jamal, agrónomo de Jartum especializado en pesticidas, mostrando unas fotografías de barriles que en el país industrializado de su procedencia habían sido marcados con las palabras: “No se autoriza su uso”. Se encontraron en una reserva natural de Sudán. En las inmediaciones había montones de animales muertos.
Un país próspero “exporta anualmente unos 227 millones de kilogramos de pesticidas prohibidos, restringidos o no autorizados para uso nacional”, dice The New York Times. En 1978 se prohibió el uso de heptacloro —un insecticida cancerígeno relacionado con el DDT— en los cultivos alimentarios. Pero la empresa química que lo inventó continúa fabricándolo.
Una inspección de la ONU descubrió cuantiosas existencias de “pesticidas muy tóxicos” en por lo menos ochenta y cinco naciones en vías de desarrollo. Cada año sufren intoxicación grave por sustancias químicas alrededor de un millón de personas y unas veinte mil mueren como consecuencia de ello.
Podría decirse que la industria tabacalera es el ejemplo más sobresaliente de codicia mortífera. Un artículo de la revista Scientific American titulado “La epidemia mundial del tabaco” dice: “Las enfermedades y muertes en todo el mundo por causas relacionadas con el tabaco constituyen un problema cuya magnitud no es exagerada”. La edad media de los que empiezan a fumar es cada vez menor, y la cantidad de mujeres que fuman está aumentando alarmantemente. Las poderosas compañías tabacaleras confabuladas con los astutos anunciantes están conquistando el inmenso mercado de los países menos desarrollados. En su camino hacia las riquezas dejan un rastro de muertos y cuerpos desfigurados por la enfermedad.a
Hay que admitir, sin embargo, que no todas las empresas pasan por alto el bienestar de las naciones en vías de desarrollo. Algunas se esfuerzan por llevar sus negocios en esos países de una manera honrada y responsable. Por ejemplo, cierta empresa paga a sus trabajadores jubilación, subsidios de enfermedad y hasta sueldos tres veces superiores al salario obligatorio. Otra empresa ha adoptado una postura firme con respecto a los derechos humanos y ha cancelado docenas de contratos porque violaban tales derechos.
Se detienen por razones hipócritas
En 1989 se firmó en Basilea (Suiza) una convención de la ONU para regular los movimientos transfronterizos de desechos peligrosos, pero no solucionó el problema. La revista New Scientist publicó lo siguiente respecto a una reunión posterior de esas mismas naciones, celebrada en marzo de 1994:
“En respuesta a la comprensible indignación de las naciones en desarrollo, los 65 países participantes en la Convención de Basilea dieron un importante paso adelante cuando decidieron extender dicha convención prohibiendo la exportación de residuos de los países miembros de la OCDE [Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos] a países no miembros.”
Pero esta última decisión no pareció sentar muy bien a los países desarrollados. New Scientist expresó esta preocupación: “Las noticias de que Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania y Australia están tratando de socavar la decisión son alarmantes. Se han filtrado documentos del gobierno de Estados Unidos que delatan sus ‘discretos’ esfuerzos diplomáticos por ‘modificar’ la prohibición antes de acceder a ratificar la convención”.
Los codiciosos recibirán su merecido
“Ustedes, los ricos, lloren y giman por las desgracias que les van a sobrevenir”, advierte la Biblia en Santiago 5:1. (Levoratti-Trusso.) Quien les dará su merecido será alguien que puede arreglar la situación: “Jehová está ejecutando actos de justicia y decisiones judiciales para todos los que están siendo defraudados”. (Salmo 103:6.)
Todos los que hoy día viven sumidos en la pobreza pueden consolarse al saber que pronto se cumplirán las palabras de Salmo 72:12, 13: “Él librará al pobre que clama por ayuda, también al afligido y a cualquiera que no tiene ayudador. Le tendrá lástima al de condición humilde y al pobre, y las almas de los pobres salvará”.
[Nota a pie de página]
a Véase la revista ¡Despertad! del 22 de mayo de 1995, “Ganan millones matando a millones”.
[Fotografías en la página 7]
Sustancias químicas tóxicas contaminan el agua que se utiliza para beber y lavar
Niños juegan en medio de residuos peligrosos o letales
[Recuadro/Fotografía en la página 6]
Basura letal que se niega a desaparecer
“Se acumulan residuos nucleares letales sin ninguna solución clara a la vista.” Así rezaba el titular de la sección de ciencia del periódico The New York Times el pasado mes de marzo. “La opción más sencilla —decía el artículo— sería enterrarlos. Pero esta solución es actualmente objeto de crítica debido a las deliberaciones de los científicos y las investigaciones de los organismos federales sobre las posibilidades de que en el propuesto ‘cementerio’ nuclear subterráneo de Nevada se ocasionara con el tiempo una explosión nuclear, alimentada por los residuos de plutonio.”
Aunque los científicos han propuesto muchas medidas para librar al mundo del excedente de plutonio, el costo, las polémicas y los temores han paralizado los trámites. Una medida que no goza de mucha aceptación consiste en enterrarlo en las fosas oceánicas. Una propuesta un poco más imaginativa es la de lanzarlo al Sol. Otra posible solución sería utilizar reactores para consumirlo; pero fue desestimada porque el proceso “tomaría centenares de miles de años”.
Arjun Makhijani, físico nuclear del Instituto para la Investigación de la Energía y el Medio Ambiente, dijo: “Toda solución técnicamente apropiada tiene aspectos políticos terribles, y cada solución políticamente apropiada, tiende a ser técnicamente deficiente. Nadie, incluyéndonos nosotros, tiene ninguna solución totalmente buena para este problema”.
Los 107 reactores nucleares de Estados Unidos que generan electricidad para 60.000.000 de hogares —el 20% de la energía eléctrica que consume el país—, desechan 2.000 toneladas anuales de combustible agotado, y desde 1957 ha estado almacenándose dicho combustible en las mismas plantas nucleares. Por decenios se ha esperado en vano que el gobierno encuentre una manera de deshacerse de él. Nueve presidentes han tomado posesión del cargo, y dieciocho congresos han propuesto ideas y fijado fechas límite para el almacenamiento seguro de residuos radiactivos en contenedores subterráneos, pero el ‘cementerio’ definitivo de los residuos mortíferos que deben ser guardados por miles de años todavía no está listo.
En cambio, los billones de hornos de fusión que Jehová Dios tiene en funcionamiento en las estrellas lejanas del universo no plantean ninguna amenaza, y el que tiene en nuestro Sol incluso hace posible que exista vida en la Tierra.
[Reconocimiento]
UNITED NATIONS/IAEA