La adopción. ¿Cómo debe verse?
HUELGA decir que el divorcio de los padres adoptivos o la muerte de uno de ellos ocasiona dificultades. Por lo general es el hijo adoptivo quien se ve sometido a mayor tensión. ¿Por qué?
La mayoría de nosotros sabemos quiénes son nuestros padres biológicos; incluso si los perdimos de pequeños, guardamos recuerdos, o quizá fotografías, que nos permiten tener una idea aproximada de cómo eran. Sin embargo, ¿qué puede decirse de un recién nacido dado en adopción? Aunque el centro de adopción conserva información sobre la madre, el hijo no tiene acceso a ella hasta que alcanza la mayoría de edad. En otros casos, la madre registra al menor con su apellido y omite el del padre. Algunos bebés son expósitos, es decir, abandonados por padres desconocidos. Los pequeños que se hallan en estas situaciones no tienen raíces genealógicas, y quizá se sientan desarraigados.
¿Tendrán estabilidad?
Los árboles necesitan buenas raíces para tener firmeza. Un renuevo injertado en un tronco puede desarrollarse bien, pero también puede marchitarse sin producir fruto. Del mismo modo, aunque los padres le den a un hijo todo el cuidado, las atenciones y el cariño de que son capaces, es posible que este nunca se recupere de haber sido separado de sus raíces.
Medite en el caso de Kate, nacida de padres antillanos.a Aunque fue adoptada por un amoroso matrimonio blanco cuando era bebé, nunca pudo adaptarse a su nuevo entorno. A los 16 años se fue de casa, y jamás regresó. La amargura que tenía al principio se convirtió en rencor irracional. “¿Por qué me entregó mi madre a ustedes?”, preguntaba. Lamentablemente, en esta familia nunca logró salvarse la distancia.
Desde su nacimiento, Mervyn quedó al cuidado de las autoridades y después fue acogido por un matrimonio. A los nueve meses de edad fue adoptado. La inseguridad inicial por su pasado y el resentimiento que ardía en su interior por saberse mestizo, le infundieron una actitud rebelde que le acarreó muchas dificultades a él y causó mucho dolor a sus padres adoptivos, que tanto lo habían ayudado. “Si alguien me preguntara qué opino acerca de la adopción —dice su madre—, le recomendaría que lo pensara dos veces.”
La experiencia de Robert y Sylvia es totalmente distinta. Solo tenían un hijo, y no podían tener más. “¿Han pensado en adoptar un niño extranjero?”, les preguntaron. Poco después, adoptaron a Mak-Chai, una pequeña de nueve meses de Hong Kong. “Aunque a menudo me pregunto por qué me abandonaron y si tengo hermanos —comenta Mak-Chai—, me siento más allegada a mis padres adoptivos que otros jóvenes a sus propios padres. Conocer a mis padres biológicos no cambiaría mucho la situación, salvo que quizás me ayudaría a comprender un poco mejor mis características.” ¿Recomiendan la adopción sus padres adoptivos? “Por supuesto —dicen—; para nosotros ha sido una maravillosa experiencia.”
Motivos para tener cautela
Graham y Ruth adoptaron a dos bebés (un niño y una niña) con el deseo de que crecieran en armonía con su hijo y su hija. Criaron a los cuatro como una familia unida en un ambiente de felicidad. “Con el paso de los años, nuestros cuatro hijos dejaron el hogar e iniciaron su propia vida. Nos mantenemos en contacto con ellos y los amamos a todos”, menciona Ruth. Sin embargo, es triste decir que los hijos adoptivos tuvieron graves dificultades. ¿Por qué?
Graham, quien ahora opina que las características heredadas son un factor muy relevante, comenta: “Nuestro médico nos explicó que para un niño el ambiente es de suma importancia. Además, ¿qué puede decirse de la salud de la madre durante el embarazo? Sabemos que las drogas, las bebidas alcohólicas y el tabaco pueden afectar a la criatura no nacida. Yo recomiendo que se haga un reconocimiento médico a ambos padres, y si es posible a los abuelos, antes de acordar una adopción”.
El hombre con quien la madre de Peter se casó de nuevo, abusó de él física y emocionalmente. Cuando tenía tres años se dictaminó su adopción. “Rechacé a mis padres adoptivos desde que salí del tribunal, —recuerda—. Destruía cuanto estaba al alcance de mi mano. Tenía pesadillas horribles. Ahora que recapacito, puedo darme cuenta de que estaba muy perturbado. Después del divorcio de mis padres adoptivos, mi situación fue de mal en peor: drogas, robos, vandalismo y orgías frecuentes.
”A la edad de 27 años pensé que la vida no tenía sentido, y que sería mejor suicidarme. Entonces, cierto día un desconocido me dio un tratado bíblico que afirmaba que pronto la Tierra será transformada en un paraíso. Aquel mensaje captó mi atención; me pareció convincente. Comencé a leer y estudiar la Biblia y a cambiar mi forma de vivir y mi carácter, pero vez tras vez reincidía en mi mal comportamiento. Después de haber recibido mucho estímulo y ayuda de parte de compañeros cristianos, ahora, al servir a Dios, me siento más dichoso y seguro de lo que podía soñar hace unos cuantos años. Por si fuera poco, he podido restablecer una relación afectuosa con mi madre, algo muy valioso para mí.”
Debe afrontarse la realidad
La cuestión de la adopción agita notablemente las emociones; se asumen actitudes diametrales, como amor y agradecimiento o amargura e ingratitud. Edgar Wallace, por ejemplo, nunca perdonó a su madre por “haberlo abandonado”, según él interpretó sus acciones. El último año de su vida, ella se vio obligada a pedirle ayuda económica. Sin embargo, aunque Edgar era acomodado en ese tiempo, la despidió bruscamente. Poco después, al enterarse de que no se había enterrado a su madre en la fosa común porque unos amigos habían pagado bondadosamente su funeral, tuvo hondos remordimientos por su insensibilidad.
Las personas que piensan adoptar hijos deben estar preparadas para afrontar de manera realista las dificultades y los desafíos que pudieran surgir. Hasta en las mejores circunstancias, los hijos no siempre manifiestan gratitud por lo que sus padres —adoptivos o biológicos— hacen por ellos. En efecto, la Biblia dice que los hombres de nuestro tiempo no tendrían “cariño natural”, y serían “desagradecidos” y “desleales”. (2 Timoteo 3:1-5.)
No obstante, abrir las puertas —y el corazón— a una criatura que necesita padres puede ser una experiencia agradable y enriquecedora. Cathy, por ejemplo, está profundamente agradecida a sus padres adoptivos por haberle dado un hogar y haber satisfecho sus necesidades físicas y espirituales. (Véase el recuadro “El resultado fue favorable en nuestro caso”, de la página 8.)
Cuando los padres expresan qué sienten por sus hijos adoptivos, es muy probable que piensen en las palabras del salmista: “Los hijos son un regalo del Señor, [...] una recompensa”. (Salmo 127:3, Levoratti-Trusso.)
[Nota a pie de página]
a Se han cambiado algunos nombres para proteger el anonimato.