Barreras que obstruyen la comunicación
ROBERT es un misionero de la Watch Tower que radica en Sierra Leona, África occidental. Poco después de su llegada al país, mientras andaba por un camino, observó que unos niños coreaban la frase: “¡Hombre blanco! ¡Hombre blanco!”. Robert, quien es estadounidense de raza negra, miró a su alrededor para ver al hombre blanco, pero no vio a ninguno. Entonces se dio cuenta de que los niños se referían a él.
En realidad, aquella frase no era malintencionada; los pequeños sencillamente exteriorizaban que se habían dado cuenta de que Robert provenía de una cultura diferente. Les pareció que llamarlo hombre blanco era la mejor forma de destacar tal diferencia.
Cómo influye la cultura en nuestra formación
Se define a la cultura como el “conjunto de conocimientos y modos de vida y costumbres que se dan en un pueblo o en una época”. Aunque adquirimos una gran cantidad de valores culturales por medio de la enseñanza directa, también asimilamos muchos otros sin percatarnos de ello. Un investigador comentó: “Desde el momento en que [un niño] nace, las costumbres en que se ve inmerso comienzan a moldear su experiencia y comportamiento. Cuando empieza a hablar, ya es producto de su cultura, y cuando ha crecido y participa en su sociedad, las costumbres de su cultura son ya sus costumbres; las creencias de esta, sus creencias, y los impedimentos de esta, sus impedimentos”.
La cultura hace más llevadera la vida de muchas maneras. Siendo niños, aprendimos rápidamente a agradar a nuestros padres. Saber qué es aceptable en la sociedad y qué no, nos ayuda a decidir cómo actuar, qué vestir y cómo relacionarnos con los demás.
Es obvio que lo que somos como individuos no depende totalmente de nuestra formación cultural. En todas las culturas hay personalidades distintas. Nuestra forma de ser también está determinada por la herencia genética, las experiencias en la vida y un sinfín de otros factores. Pero nuestra cultura es la lente a través de la cual miramos el mundo.
La cultura, por ejemplo, no solo determina nuestro idioma, sino cómo lo hablamos. En algunas regiones del Oriente Medio, la gente aprecia la habilidad de expresarse con fluidez usando un amplio vocabulario, la repetición y las metáforas. Por contraste, en algunos países del Lejano Oriente se mantiene al mínimo la comunicación verbal. Un proverbio japonés que refleja esta actitud dice: “Por la boca habrás de morir”.
La cultura nos dicta cómo hemos de ver el tiempo. En Suiza se espera que la persona que llega diez minutos tarde a una cita ofrezca disculpas, pero en otros países alguien podría llegar una o dos horas tarde y nadie esperaría que presentara sus excusas.
La cultura también nos inculca valores. Piense cómo se sentiría si alguien le dijera: “Oye, estás subiendo mucho de peso. De veras, estás engordando”. Si usted se hubiera criado en una cultura africana en la que se tuviera en alta estima la gordura, tal vez se sentiría halagado; pero si hubiera crecido en una cultura occidental en la que se aprecia sobremanera la esbeltez, un comentario directo de ese tipo seguramente le incomodaría.
‘Nosotros lo hacemos mejor’
Lo que a menudo entorpece la comunicación entre los pueblos de culturas distintas es la tendencia generalizada a suponer que la cultura propia es la mejor. La mayoría de nosotros pensamos que nuestras creencias, valores, tradiciones, forma de vestir y conceptos sobre la belleza son correctos, apropiados y superiores a los de los demás. También nos inclinamos a medir otras culturas con los parámetros de la nuestra. Tal forma de pensar se denomina etnocentrismo. The New Encyclopædia Britannica explica: “El etnocentrismo [...] puede decirse que prácticamente es universal. Individuos de todas las culturas del mundo hablan de su forma de vivir como si fuese superior incluso a las de pueblos estrechamente relacionados con el suyo”.
Hace doscientos años un hacendado inglés dijo sin ambages: “[Por lo que] veo, los extranjeros son unos tontos”. El editor del libro de frases célebres que cita aquellas palabras escribió: “[Esta frase] revela uno de los sentimientos más universales que jamás se hayan expresado”.
Existen muchos ejemplos de intolerancia hacia las culturas ajenas. Aunque escrita originalmente por un novelista alemán en los años treinta, la siguiente frase suele atribuirse al líder nazi Hermann Göring: “Cada vez que oigo la palabra cultura, busco mi revólver”.
Fuertes sentimientos etnocentristas pueden llevar a practicar la discriminación, lo cual, a su vez, genera hostilidades y conflictos. Richard Goldstone, fiscal del Tribunal Internacional para la Investigación de los Crímenes de Guerra de Ruanda y la extinta Yugoslavia, dijo con relación a las atrocidades perpetradas en ambos conflictos: “Acciones como estas pueden ocurrir en cualquier parte. Estamos hablando de dos países de cultura e historia distintas en los que se han cometido las mismas atrocidades contra el prójimo. Esta clase de guerra étnica o religiosa no es sino discriminación llevada a un plano violento. Para abusar de las víctimas es preciso deshumanizarlas o satanizarlas; una vez conseguido este objetivo, se libera a la gente común de las restricciones morales que normalmente le impedirían perpetrar actos tan monstruosos”.
Ampliemos nuestro criterio
Por lo general, las personas con quienes entablamos amistad son muy parecidas a nosotros, individuos que comparten nuestra actitud y nuestros valores. Confiamos en ellos, los entendemos y nos sentimos a gusto en su compañía. Si consideramos extraño o anormal el comportamiento de alguien, es probable que nuestros amigos coincidan con nosotros, pues comparten nuestras aversiones.
Entonces, ¿qué ganamos al comunicarnos con personas que por sus antecedentes culturales difieren de nosotros? En primer lugar, la comunicación nos permitirá comprender las razones por las cuales piensan y actúan como lo hacen. Kunle, un hombre de África occidental, dice: “A muchos niños de África se les inculca con firmeza que no deben hablar durante las comidas, mientras que a los de algunos países europeos se les anima a conversar al tomar los alimentos. ¿Qué sucede cuando europeos y africanos comen juntos? Mientras los primeros se preguntan por qué los africanos parecen rumiar en silencio su alimento, estos últimos no entienden por qué los europeos parlotean como loros”. Es obvio que en ambos casos, la comprensión de los antecedentes culturales ayudaría mucho a superar los prejuicios sociales.
Cuando tratamos con personas de otras culturas, no solo llegamos a comprender a los demás, sino a conocernos mejor a nosotros mismos. Un antropólogo comentó: “Lo último que descubriría un habitante de la profundidad del mar sería el agua. Solo se percataría de la existencia de esta si un accidente lo llevara a la superficie y lo pusiera en contacto con el aire. [...] La capacidad de ver la cultura propia en su totalidad [...] exige un grado de objetividad que rara vez se consigue”. Por tanto, cuando entramos en contacto con culturas diferentes somos como el habitante de las profundidades que cobra conciencia de las “aguas” culturales en las que vive. El escritor Thomas Abercrombie expresó bellamente esta verdad al decir: “Quien nunca se deja seducir por una cultura ajena, jamás podrá ver las cadenas de la suya propia”.
En suma, comprender otras culturas enriquece nuestra vida al ampliar nuestro criterio al grado que entendamos mejor a los demás y a nosotros mismos. Aunque el legado cultural y el pensamiento etnocentrista constituyen barreras que obstruyen la comunicación, no tienen por qué serlo en nuestro caso. Podemos derribar esas barreras.
[Comentario de la página 6]
“Individuos de todas las culturas del mundo hablan de su forma de vivir como si fuese superior incluso a las de pueblos estrechamente relacionados con el suyo.” (The New Encyclopædia Britannica)
[Ilustración de la página 7]
Disfrutemos de las cosas buenas de otras culturas
[Reconocimiento de la página 6]
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