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  • El reluciente Templo del Sol
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  • El principio del fin
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  • La educación que produce cambios
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¡Despertad! 1998
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Cómo perdieron los incas su imperio dorado

DE NUESTRO CORRESPONSAL EN EL PERÚ

Amanecía. Los rayos del alba surcaban el cielo y teñían de un suave rosa las nevadas cumbres andinas. Los incas más madrugadores acogían gustosos el calor que disipaba el frío nocturno a 4.300 metros de altitud. Tras descender lentamente hasta el Templo del Sol, en el centro de la capital del Imperio inca (Cuzco, nombre que significa “ombligo del mundo”), los rayos solares se reflejaban en los dorados muros. En el jardín del Incaa, frente al templo, refulgían las figuras de oro macizo de llamas, vicuñas y cóndores. Los caminantes veneraban a su dios Sol lanzando besos al aire. ¡Qué agradecidos estaban al astro al que atribuían la bendición de la vida y el sustento!

ENTRE los siglos XIV y XVI dominó la costa occidental de Sudamérica el gran imperio dorado de los incas, un pueblo regido por brillantes arquitectos y técnicos, y organizado con miras al progreso social. Su fabuloso reino abarcaba unos 5.000 kilómetros: desde el extremo sur de la actual Colombia hasta la Argentina. De hecho, “los incas creían controlar casi todo el mundo” (National Geographic). Les parecía que fuera de sus fronteras no había nada digno de conquistar. Mientras, el resto del mundo no tenía noción alguna de que existiera esta potencia.

¿Quiénes eran los incas y qué origen tuvieron?

¿Quiénes los precedieron?

Los vestigios arqueológicos revelan que no eran autóctonos del continente. Los precedieron por siglos, y aun milenios, culturas muy avanzadas que los especialistas denominan lambayeque, chavín, mochica, chimú y tiahuanaco.

Estas primeras civilizaciones adoraban animales tales como jaguares, pumas y aun peces. Frecuentemente veneraban a los dioses de las montañas. La cerámica de algunas tribus indica que rendían culto al sexo. Cerca del lago Titicaca, en lo alto de la frontera del Perú con Bolivia, una tribu edificó un templo que contenía emblemas fálicos, idolatrados en ritos de la fertilidad para pedir una buena cosecha a la Pacha-Mama (Madre Tierra).

Mito y realidad

Para el año 1200 aparecieron los incas. El cronista Garcilaso de la Vega, hijo de una princesa inca y de un caballero hacendado español, refiere la leyenda de que el dios Sol había enviado al lago Titicaca a su hijo, el primer inca, Manco Cápac, así como a la hermana y consorte de este, para unir a todos los pueblos en el culto solar. Aún hoy se cuenta este relato a los niños en algunas escuelas.

Mitos aparte, es probable que los incas surgieran de los tiahuanacos, tribu del lago Titicaca. Su imperio expansionista fue absorbiendo muchas obras magistrales de las tribus sometidas; así, acometieron la extensión y perfeccionamiento de los canales y bancales. No obstante, los incas se destacaron por sus colosales edificaciones. Hay muchas teorías sobre cómo se las ingeniaron los arquitectos para construir la fortaleza santuario de Sacsahuamán, erigida sobre una elevada meseta que domina la ciudad de Cuzco. Sin utilizar mortero unieron enormes monolitos de 100 toneladas. Los movimientos sísmicos apenas han afectado el acople de las piedras de los muros de la antigua ciudad de Cuzco.

El reluciente Templo del Sol

En la ciudad real de Cuzco, los incas instituyeron el sacerdocio para que diera culto al Sol en un templo de piedra pulida y muros interiores revestidos de oro y plata de gran pureza. Además, fundaron conventos especiales, como el que se ha reconstruido en el templo solar de Pachácamac, a las afueras de Lima. Preparaban a jóvenes muy hermosas desde los ocho años de edad para ser ‘vírgenes del Sol’. Los hallazgos demuestran que los incas también realizaban sacrificios humanos. Ofrecían niños a los apus (dioses de las montañas), como lo muestran los cadáveres infantiles congelados que se han encontrado en las cumbres de los Andes.

Aunque los incas y las tribus predecesoras desconocían la escritura, idearon un modo de llevar registros: el quipu, o quipo, o sea, “cada uno de los ramales de un conjunto de cuerdas de distintos colores y con nudos distintos de que se valían los indios del Perú para consignar tanto relatos como cálculos o cuentas” (Diccionario de uso del español, de María Moliner).

¿Qué consolidaba el imperio?

El gobierno central se afianzaba en una legislación rigurosa y en una estudiada planificación. Era requisito esencial que todos supieran quechua, el idioma inca, del que se dice que “es el lenguaje más comprensivo, el más variado así como el más elegante de los dialectos de América del Sur” (El quechua al alcance de todos). Aún lo hablan cinco millones de montañeses peruanos y millones de ciudadanos de cinco países que integraron el imperio. Una colectividad del sudeste del lago Titicaca aún habla aimara, lengua divergente del quechua preincaico.

El quechua unificó al casi centenar de tribus sometidas y ayudó a los curacas (caciques) a gobernar sus respectivas aldeas, en las que cada familia tenía asignado un campo. Después de la conquista, los incas dejaban pervivir las danzas y fiestas tribales y organizaban funciones teatrales y juegos para mantener contentas a las tribus subyugadas.

La contribución de la mita

El imperio carecía de moneda; el oro, como tal, no tenía valor y su único atractivo era que reflejaba el sol. Solo se imponía una contribución: la mita (en quechua, “turno”) o participación por turnos de los súbditos indígenas en trabajos forzados, que reclutados por millares realizaban las numerosas carreteras y edificaciones incaicas.

Gracias a estos obreros, los grandes constructores incas trazaron una red vial de más de 24.000 kilómetros. Comenzando en Cuzco, forjaron un sistema de calzadas de piedra que comunicaba los puntos más lejanos del imperio. Las utilizaban los chasques, veloces correos que se hallaban estacionados en cabañas situadas a intervalos de uno a tres kilómetros. Cuando llegaba un corredor con su mensaje, el siguiente salía corriendo a su lado como su relevo. Con este sistema se cubrían 240 kilómetros por día. En breve plazo, el soberano inca recibía informes de todo su imperio.

A lo largo de los caminos, el Inca mantenía grandes almacenes repletos de víveres y ropa para uso de sus ejércitos expedicionarios. El Inca evitaba en lo posible la guerra. Recurría a la diplomacia y enviaba emisarios que invitaban a las tribus a sometérsele, con la única condición de aceptar el culto al Sol. Si así lo hacían, les permitía continuar en sus tribus, bajo la dirección de instructores incas. Pero si se negaban, eran víctimas de conquista implacable. Las calaveras del enemigo se utilizaban como cálices para beber chicha, licor de alta graduación que resulta de la fermentación del maíz.

El imperio se expandió rápidamente y alcanzó su máxima extensión de norte a sur durante la gobernación del noveno Inca, Pachacuti (desde el año 1438), su hijo Topa Inca Yupanqui y el conquistador y político Huayna Capac. Pero esta situación no iba a perdurar.

Del norte llegan invasores

En torno al año 1530 bajaron de Panamá el conquistador Francisco Pizarro y sus hombres, seducidos por las noticias de que había oro en aquella tierra inexplorada, que a la sazón se hallaba en plena guerra civil. Atahualpa había derrotado y aprisionado a su hermanastro, el príncipe Huáscar, legítimo heredero del trono, y avanzaba hacia la capital.

Tras un arduo trayecto, Pizarro y sus hombres llegaron a Cajamarca, ciudad del interior, donde el usurpador Atahualpa les dio una buena recepción. Pero los españoles, valiéndose de la traición, lograron sacarlo de su litera y apresarlo, al tiempo que mataron por sorpresa a miles de soldados.

Pese a hallarse cautivo, Atahualpa prosiguió con la guerra civil. Despachó emisarios a Cuzco para que asesinaran al Inca Huáscar, así como a centenares de miembros de la familia real. Sin pretenderlo, facilitó los planes de conquista de Pizarro.

Al percibir las ansias de oro y plata que tenían los españoles, Atahualpa prometió que si lo liberaban les pagaría un rescate: llenaría un amplio aposento de estatuillas de los preciosos metales. Pero fue en vano. De nuevo medió la traición. Una vez acumulado el rescate prometido, Atahualpa, el decimotercer Inca, idólatra según las estimaciones de los monjes, recibió el bautismo católico y luego murió estrangulado.

El principio del fin

Aunque la captura y ejecución de Atahualpa asestó un golpe mortal al Imperio inca, su agonía se prolongó unos cuarenta años a causa de la resistencia indígena a los invasores.

Cuando Pizarro y sus hombres recibieron refuerzos, decidieron mudarse a Cuzco para apoderarse de más oro inca. En su empeño no escatimaron los suplicios más crueles para arrancar a los indios secretos sobre tesoros o para reprimir las sublevaciones.

Acompañado del hermano de Huáscar, el príncipe Manco II, que era el Inca en perspectiva (Manco Inca Yupanqui), Pizarro avanzó hacia Cuzco y expolió su inmenso caudal de oro. La mayoría de las imágenes de oro se fundieron para hacer lingotes y enviarlos a España. No es de extrañar que los piratas ingleses se afanaran tanto por capturar los galeones españoles que transportaban los suntuosos tesoros del Perú. Sobrecargado de riquezas, Pizarro partió rumbo a la costa, donde fundó en 1535 la ciudad de Lima, su centro de gobierno.

Manco Inca Yupanqui, que para entonces ya se había dado perfecta cuenta de la avaricia y perfidia de los conquistadores, organizó una insurrección. También se alzaron otros indios, pero acabaron retirándose a lugares remotos para resistir lo mejor que pudieran. Uno de estos refugios seguros tal vez haya sido la ciudad sagrada de Machu Picchu, oculta en las montañas.

El último Inca

Cuando llegó la etapa final, Túpac Amaru, hijo de Manco Inca Yupanqui, pasó a ser el Inca (1572). Para entonces gobernaban el Perú los virreyes españoles. Uno de ellos, el virrey Toledo, se propuso exterminar a los incas. Acompañado de un gran ejército, penetró en la región de Vilcabamba, apresó a Túpac Amaru en la selva y lo llevó a Cuzco, junto con su mujer encinta, para ejecutarlos. Allí, un indio cañari alzó la cuchilla de ejecución sobre Túpac Amaru. Los millares de indígenas congregados en la plaza exhalaron gemidos cuando decapitó de un solo tajo a su Inca. A sus capitanes les infligieron suplicios mortales o los ahorcaron. Con toda crueldad se suprimió el imperio incaico.

Los virreyes, así como la multitud de frailes y sacerdotes, fueron dejando su impronta, positiva y negativa, en los indios, quienes por largo tiempo fueron meros esclavos. A muchos los obligaron a trabajar en las minas de oro y plata, entre ellas el rico yacimiento argentífero de la montaña de Potosí (Bolivia). Para soportar el trato inhumano, se narcotizaban con la hoja de coca. El Perú y Bolivia no se independizaron de España sino hasta principios del siglo XIX.

Los actuales descendientes de los incas

¿En qué situación se hallan hoy los descendientes de los incas? A diferencia de la capital del Perú, Lima, que como tantas capitales modernas alberga millones de residentes, en las provincias a veces se diría que el reloj se detuvo hace un siglo. Muchas poblaciones aisladas aún viven bajo el control clerical. Para el labrador indio, la iglesia de la plaza del pueblo es la mayor atracción. La multitud de santos con espléndidos ropajes, las luces multicolores, el altar dorado, las velas encendidas, los ritos místicos del sacerdote y, sobre todo, los bailes y fiestas, son un atractivo medio de satisfacer su necesidad de esparcimiento. Pero estos deslumbrantes espectáculos nunca arrinconaron las antiguas creencias. Y el consumo de la hoja de coca, a la que se atribuyen poderes místicos, aún influye en muchos.

Con espíritu indomable, los hijos de los incas, mestizos muchos de ellos, conservan sus coloridos bailes y el huaino, su música. Aunque son algo tímidos con el extraño, su hospitalidad innata no tarda en aflorar. Quienes conocen de primera mano a los descendientes del Imperio inca, observan su lucha cotidiana por sobrevivir y comparten sus penas y alegrías, no pueden menos que conmoverse ante su historia.

La educación que produce cambios

En una entrevista concedida a ¡Despertad!, Valentín Arizaca, descendiente de indios de habla aimara, del pueblo de Socca, a orillas del lago Titicaca, dijo lo siguiente: “Antes de ser testigo de Jehová, era católico sólo de nombre. Mis amigos y yo participábamos en muchos ritos paganos. También mascaba coca, pero ahora todo eso ha quedado atrás”.

Petronila Mamani, de 89 años, guarda vivos recuerdos de las supersticiones que la mantenían en constante temor de ofender a los apus: “Siempre hacía ofrendas para apaciguar a los dioses de las montañas y asegurarme el sustento. No quería desagradarles y arriesgarme a recibir las consiguientes plagas. Ahora que soy anciana veo las cosas de otra manera. Gracias a la Biblia y a los testigos de Jehová me he librado de aquella forma de pensar”.

Los testigos de Jehová alfabetizan a muchos indios de las lenguas quechua y aimara, que a su vez enseñan la Biblia a sus paisanos. De este modo, miles de indígenas que hablan las lenguas incaicas o el español reciben una educación que mejora su calidad de vida. También aprenden la promesa que Dios hace en la Biblia de que pronto instaurará un nuevo mundo de justicia, paz y rectitud en toda la Tierra (2 Pedro 3:13; Revelación [Apocalipsis] 21:1-4).

[Nota]

a El término inca se refiere por igual tanto al soberano supremo del imperio como a cada indígena.

[Mapas de la página 15]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

El gran imperio dorado de los incas

AMÉRICA DEL SUR

Cuzco

Potosí

IMPERIO INCA

[Mapa]

MAR CARIBE

OCÉANO PACÍFICO

COLOMBIA

ECUADOR

PERÚ

Cajamarca

ANDES

Lima

Pachácamac

Vilcabamba

Machu Picchu

Cuzco

Lago Titicaca

BOLIVIA

CHILE

ARGENTINA

[Ilustraciones de la página 16]

Arriba: Sobre el templo solar se edificó esta iglesia católica de Cuzco

Izquierda: Imagen fálica preincaica de un templo de Chucuito

Derecha: La sangre de los sacrificios incaicos fluía por estas ranuras

[Ilustraciones de la página 17]

Derecha: Cultivos en terrazas de Machu Picchu, cerca de Cuzco

Abajo: Vista desde una antigua puerta de Machu Picchu

Parte inferior derecha: Bloques de 100 toneladas del templo fortaleza de Sacsahuamán

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