La esmeralda: gema preciosísima
ESTIMADA por su color verde brillante, la esmeralda ha embellecido las joyas de la corona y los tronos de algunas de las más rancias dinastías. Hoy, como antaño, es símbolo de riqueza y poder.
En todo el mundo suele considerarse más preciosa que el diamante e inferior tan solo al rubí. Según la geóloga Terri Ottaway, “quilate por quilate, la esmeralda fina es la gema más cara del mundo”. Aunque el precio depende de la calidad, una de tres gramos que quepa en el puño rondará el millón de dólares.
Su valor obedece en parte a su escasez. La esmeralda es una variedad del berilo, cristal que combina dos elementos comunes, el aluminio y el silicio, y uno raro, el berilio. Debe su espectacular color verde al cromo o al vanadio, presentes en muy escasa proporción.
Extraída desde muy antiguo
Durante milenios, la mayoría de las esmeraldas tuvieron origen egipcio. Las legendarias minas de Cleopatra, situadas a unos 700 kilómetros al sureste de El Cairo, fueron explotadas por Egipto y luego por Roma y Turquía. Tuvo que ser una labor sumamente ardua, pues los trabajadores padecían los rigores del sol implacable, así como del polvo abrasivo y la mugre de las minas subterráneas. Además, todos los suministros les llegaban en caravanas desde el río Nilo: un viaje de, como mínimo, una semana. Pese a estas graves dificultades, las minas se mantuvieron en operación casi ininterrumpida desde aproximadamente el año 330 a.E.C. hasta 1237 E.C.
En la antigüedad se codiciaba la esmeralda por su belleza y sus supuestas virtudes mágicas y curativas, pues tenía fama de remediar muchas afecciones y de potenciar la fertilidad y el deseo en la mujer. De ahí que se desarrollara un intenso y lucrativo comercio entre Egipto y otras naciones, algunas tan lejanas como la India.
El monopolio duró hasta la llegada de los conquistadores españoles a Sudamérica, en las primeras décadas del siglo XVI. Poco después, Jiménez de Quesada conquistó la actual Colombia. Más tarde, en 1558, los españoles hallaron una mina en Muzo cuyas esmeraldas eran deslumbrantes por su calidad y tamaño.
Los españoles no tardaron en asumir la dirección de la mina y esclavizar a la población local, a la que sometieron a la fatigosa y arriesgada extracción de las gemas. Al cabo de unos años, Europa recibió todo un torrente de esmeraldas grandes y casi perfectas, muchas de las cuales acabaron en manos de los otomanos, los shas persas y la realeza hindú. Con estas piedras, talladas y grabadas, se iniciaron valiosísimas colecciones de joyas.
Se burlan las medidas de seguridad
Reflexionando sobre el hecho de que son los desheredados del mundo los que arrancan con esfuerzo estas gemas de un terreno durísimo, el periodista Fred Ward comentó: “Una de las más terribles ironías del comercio de esmeraldas es esta: quienes las extraen no pueden ni siquiera soñar con llegar a tener suficiente dinero para adquirir una sola”. Dado que la tentación de ocultar y sacar una piedra a escondidas es casi irresistible, la mayoría de las minas cuentan con sus propios guardias que, metralleta en mano, vigilan con cuidado mientras los mineros excavan y raspan con afán.
Los expertos indican que, pese a tales medidas, buena parte del comercio de esmeraldas continúa siendo ilegal. “La mayoría de las esmeraldas siguen cauces extraoficiales: sin pagar impuestos, se esconden en el llamado mercado negro internacional. Casi toda esmeralda fina ha sido objeto de contrabando en algún momento de su historia”, señala la revista National Geographic.
Alerta a los compradores
La formación de los cristales de esmeralda conlleva muchas imperfecciones, llamadas inclusiones, que pueden aflorar a la superficie como grietas y estropear el acabado de la piedra, lo que la deprecia mucho. Por siglos, los comerciantes han encubierto estas tachas remojando la gema limpia y pulida en aceite caliente de madera de cedro, palma o similar. El calor expulsa el aire de las grietas y las oscurece llenándolas de aceite. Las piedras tratadas se venden luego como gemas finas, las cuales, al cabo de un año o dos, manifiestan de nuevo sus defectos cuando se evapora el aceite, con la consiguiente extrañeza y decepción del dueño.
El cliente en perspectiva debe guardarse, asimismo, de las gemas falsas. Ya en el Medievo eran bien conocidas las imitaciones de vidrio verde pulido y tallado. La historia conoce muchos casos de incautos a quienes se les pasó por auténtica una falsificación. De hecho, National Geographic señala que “al profesional, como al profano, también se le engaña”. No obstante, hay pruebas que permiten al gemólogo de confianza verificar la autenticidad de la esmeralda.
Aunque la codicia humana ha empañado su lustre, esta gema aún es una bella, escasa y valiosa maravilla de la creación divina.
[Reconocimiento de la página 25]
Todas las esmeraldas: S. R. Perren Gem and Gold Room, Royal Ontario Museum; Ancient Egypt Gallery, Royal Ontario Museum