VÍBORA
(heb. ʼef·ʽéh, tsif·ʽo·ní; gr. é·kji·dna).
Culebra venenosa provista de dientes que tienen unas características muy especiales, pues pueden bascular contra el paladar cuando no se utilizan. El veneno de las víboras varía según las especies, algunas de las cuales pueden encontrarse en Palestina. Una de las más peligrosas es la víbora del cuerno (Vipera ammodytes), que se halla en el valle del Jordán, y otro tipo es la Vipera palaestina. La palabra hebrea ʼef·ʽéh por lo general se relaciona con la palabra árabe ʼaf·ʽan, que se refiere a la gariba (Echis carinatus), víbora venenosa que habita en las llanuras arenosas de Jericó.
En Job 20:16 se hace referencia a la fuerza del veneno de la víbora cuando Zofar habla del poder mortífero de “la lengua de una víbora”. Después de su naufragio en la isla de Malta, el apóstol Pablo estaba recogiendo un manojo de leña menuda y poniéndolo sobre un fuego cuando salió una víbora y se prendió de su mano. Sin embargo, Pablo “sacudió a la criatura venenosa en el fuego y no sufrió daño alguno”, aunque las personas que estaban junto a él esperaban que se hinchara de inflamación o cayese muerto. (Hch 28:3-6.)
Uso ilustrativo. La peligrosa mordedura de una víbora se utiliza de manera ilustrativa en Proverbios 23:32, donde el hombre sabio habla de los efectos de beber vino en exceso y dice: “Muerde justamente como una serpiente, y segrega veneno justamente como una víbora” (heb. u·kjetsif·ʽo·ní). El profeta Isaías escribió con relación a la iniquidad que practicaba Israel, el pueblo de Dios: “Los huevos de una culebra venenosa son lo que ellos han empollado [...]. Cualquiera que comía algunos de sus huevos moría, y el huevo que era aplastado producía una víbora”. (Isa 59:5.) Casi todas las culebras ponen huevos, y aunque la mayor parte de las víboras no son ovíparas, ciertas especies sí lo son.
Juan el Bautista llamó a los fariseos y a los saduceos “prole de víboras”. (Mt 3:7; Lu 3:7.) Jesucristo también llamó a los escribas y a los fariseos “prole de víboras” debido a su iniquidad y al daño espiritual mortífero que podían ocasionar a las personas confiadas. (Mt 12:34; 23:33.)