María, la madre de Jesús
“¡DIOS te guarde, oh altamente favorecida! el Señor es contigo.” Con esta salutación sorprendente el ángel Gabriel se dirigió a la hija humilde de Elí en la ciudad de Nazaret hace aproximadamente 1,953 años. Ella era una virgen joven de escasos recursos, y su padre la llamó María, queriendo decir “amarga”. Estaba comprometida para casarse, no con un príncipe noble, sino con José el carpintero, un hombre de posición humilde en la vida, como ella. Entonces ¿por qué la saludaría un mensajero angelical del Altísimo Dios como “altamente favorecida”? O ¿por qué su prima Elisabet, bajo el poder del espíritu santo, exclamó a María, “Bendita tú entre las mujeres”?—Luc. 1:28, 41, 42.
Despida de su mente inmediatamente cualquier pensamiento de que María fué bendecida por una tal llamada “concepción inmaculada” para librarla de las manchas del pecado adámico. Ella nació como todas las demás muchachas. Cuando se trató de las imperfecciones heredadas debido al pecado original de Adán ella no fué diferente al rey David, que declaró: “En iniquidad nací yo, y en pecado me concibió mi madre.” (Sal. 51:5) Mientras que no existe el hilo más delgado de apoyo bíblico para la teoría de los teólogos de que María nació inmaculada y perfecta, existe mucha prueba en la Biblia para lo contrario. Entonces ¿cómo y de qué manera fué bendecida favorablemente esta mujer por encima de las demás hijas de Eva?
De acuerdo con la ley y costumbres judías, María era considerada como la mujer desposada con José, aunque todavía vivía con sus padres. (Mat. 1:18) Durante este período de compromiso previo al casamiento verdadero el mensajero del Señor se le apareció a ella con nuevas alarmantes. “¡No temas, María,” dijo el ángel, “porque has hallado favor con Dios! Y he aquí que concebirás en tu seno, y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Él será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de su padre David: y reinará sobre la casa de Jacob eternamente; y de su reino no habrá fin.”—Luc. 1:30-33.
Pues, ante tal anuncio estupendo como éste, usted puede imaginarse la sorpresa, admiración y duda mezcladas con emociones ardientes, todo agolpando la mente y semblante de esta muchacha modesta. No sabiendo qué decir primeramente, la razón vino a su rescate. “¿Cómo puede ser esto, siendo que no tengo yo esposo?” interrogó ella. “El espíritu santo vendrá sobre ti,” explicó el ángel, “y el poder del Altísimo te hará sombra: por lo cual también la criatura que ha de nacer, será llamada santa, Hijo de Dios.” Para ayudarla a vencer cualesquier dudas acerca del asunto el ángel entonces declaró: “He aquí que tu parienta Elisabet en su vejez también ha concebido un hijo; y éste es el sexto mes con aquella que fué llamada estéril. Pues para con Dios ninguna cosa será imposible.”—Luc. 1:34-37, Ver. Norm. Rev. (en inglés).
María aceptó inmediatamente el privilegio de servicio, voluntaria y gozosamente, sin embargo con toda mansedumbre y humildad. “He aquí la sirvienta del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra.” Y con eso se apresuró hacia la serranía de Judá, hacia el hogar de Elisabet, donde halló condiciones exactamente como las había descrito el ángel. ¡Qué contento y regocijo llenaron el corazón y mente de María! Admirada, sus labios prorrumpieron en hermosas palabras de adoración.—Luc. 1:38-55.
VIENE A SER LA ESPOSA DE JOSÉ
Fué necesario que una virgen proporcionar a el cuerpo humano de Jesús, porque ésta era una de las señales predichas por el profeta. (Isa. 7:14; Mat. 1:22, 23) ¿Pero por qué se requirió una virgen comprometida en vez de una libre? Con el fin de proveer un padre adoptivo, un descendiente natural de David, que pudiera pasar al hijo el derecho legal para el trono de David. José era tal descendiente por medio de Salomón, como lo muestra el historiador Mateo. Lucas registra que la madre María era igualmente de la tribu de Judá y que era también descendiente de David, por medio de su hijo Natán. (Véase “El Reino Se Ha Acercado”, páginas 39 a 43.) Por lo tanto los derechos de herencia de Jesús fueron doblemente establecidos. (Mat. 1:2-16; Luc. 3:23-34) Esto es porqué el ángel le aseguró a José que no debería detenerse de tomar a María por su esposa legal, aunque estuviera con hijo.—Mat. 1:19-25.
Forzados por un decreto de empadronamiento de Augusto César, José y María tuvieron que subir a Belén para registrarse. Mientras estaban allí, y bajo esas condiciones atestadas, María dió a luz su hijo primogénito. Pastores de los campos vinieron a honrar al recién nacido Jesús y a dar alabanza a su Padre dador de vida Jehová. Después de cuarenta días de purificación de acuerdo con la ley de Moisés, María subió al templo en Jerusalén para ofrecer expiación por sus pecados. (Luc. 2:22-24; Lev. 12) Esto prueba que ella no fué la “Inmaculada madre de Dios”. Sus imperfecciones naturales tenían que ser cubiertas por los sacrificios expiatorios. Al tiempo de estar allí en Jerusalén Simeón, el varón de Dios, y la anciana profetisa Ana, bendijeron y adoraron a este Hijo de Dios. Estos acontecimientos recalcan más que la madre María no era el centro de atracción y adoración. (Luc. 2:25-38) Más tarde vinieron magos del Oriente a rendir homenaje a su hijo.—Mat. 2:1-12.
Después de huir a Egipto y habitar allí hasta que el inicuo Herodes murió, los padres de Jesús regresaron y se establecieron en la pequeña aldea de Nazaret. (Mat. 2:13-23; Luc. 2:39) Fué allí donde María crió a Jesús bajo condiciones familiares piadosas. Proveyó a Jesús de hermanos y hermanas naturales.
MARÍA TUVO OTROS HIJOS
¿No sabía usted esto? Está claramente registrado en la Biblia. Al viajar de aldea en aldea Jesús vino a su propio pueblo en Galilea donde todas sus amistades de la niñez lo reconocieron. “¿No es éste el hijo del carpintero?” preguntaron ellos. “¿No se llama su madre María; y sus hermanos, Santiago, y José, y Simón, y Judas? Y las hermanas de él, ¿no están todas aquí con nosotros?” (Mat. 13:55, 56) Los nazarenos se refirieron a la familia natural física que vivía en su aldea, José el carpintero, su esposa María y sus hijos e hijas que sabían que eran los hermanos y hermanas naturales de este hombre Jesús.
Ningún estudiante de la Biblia debe ser engañado en pensar que estos hermanos y hermanas eran “primos”. Tampoco fueron sus hermanos espirituales, sus discípulos, porque Juan 2:12 hace la distinción clara entre los dos grupos, a saber: “Después de esto, bajó a Capernaum, él, y su madre, y sus hermanos, y sus discípulos.” “A ningún otro de los Apóstoles vi,” escribe Pablo, “si no fué a Santiago, el hermano del Señor.” (Gál. 1:19, NC) Puesto que el relato dice que José no “conoció” a María “hasta” que nació Jesús, está por demás decir que él la “conoció” después, y vino a ser el padre de sus otros hijos.—Mat. 1:25.
Pero la Iglesia Católica se ha esforzado por ocultar la verdad de que María tuvo más hijos después de Jesús. Para defender su enseñanza de que María nunca dejó de ser virgen hasta ha tomado la libertad de añadir a la Biblia. Una breve comparación de dos versiones católicas sirve para poner esto de manifiesto. En Lucas 1:34 donde María le pregunta a Gabriel, “¿Cómo podrá ser esto, pues que yo no conozco varón?” (versión de Nácar-Colunga), la versión de Torres Amat se atreve a interpolar “ni jamás conoceré”. Luego en Mateo 1:25 Nácar-Colunga correctamente dice que José “no la conoció hasta que dió a luz a su hijo”, pero Torres Amat suprime esta verdad de que José no conoció a María hasta después que nació Jesús, diciendo: “Y sin haberla conocido o tocado, dió a luz su hijo primogénito.” No es sin significado que también Lucas 2:7 llama a Jesús su “hijo primogénito”.
Como una buena madre María enseñó e instruyó diligentemente a sus hijos en justicia. Sabía el proverbio: “Críese al niño en el camino en que debe andar, y cuando fuere viejo no se apartará de él.” (Pro. 22:6) Estudiosamente se instruyó en las Escrituras inspiradas, como se demuestra en su expresión espontánea cuando se encontró con Elisabet. (Luc. 1:46-55) En esa ocasión repitió los sentimientos del canto de Ana, y mostró un buen conocimiento de los salmos, escritos históricos y proféticos, y libros de Moisés. (1 Sam. 2:1-10; Gén. 30:13; Pro. 31:28; Mal. 3:12) Los acontecimientos y dichos proféticos los aprendió de memoria, los atesoró en su corazón, los consideró en su mente, y estuvo equipada así para dar instrucción paternal al jovencito Jesús.—Luc. 2:19, 33.
Cuando sólo era un muchacho de 12 años de edad, Jesús asombró a los doctores sabios del templo con la enseñanza de las Escrituras que había recibido en casa. Sin embargo, las circunstancias en las que Jesús se separó de sus padres en ese tiempo de pascua le ocasionaron reprensión de su madre. “Hijo, ¿por qué has hecho así con nosotros? ¡He aquí que tu padre y yo te hemos buscado angustiados!” El jovencito Jesús defendió su actividad predicadora, y estas palabras también las guardó María en su memoria. Sin embargo, Jesús aprendió y ejerció obediencia a sus padres, porque “descendiendo con ellos, vino a Nazaret; y les estaba sujeto”.—Luc. 2:42-52.
MARÍA COMO DISCÍPULA DE JESÚS
La mansedumbre y la pureza del corazón y mente de María, su amor y devoción sinceros a Dios, la ausencia de cualquier ambición egoísta de brillar por causa de su asignación de servicio singular, todas se manifiestan en el hecho de venir a ser discípula devota de Jesús. Examine las Escrituras y usted no la hallará con una aureola, sentada en un trono como “reina madre” o “madona”, bañándose en la reflejada gloria de Cristo. Más bien la verá usted lejos en el último término fuera del proyector público.—Juan 2:12; Mat. 13:53-56.
Jesús impidió cualquier cosa semejante a la “hiperdulía” o mariolatría pagana entre sus seguidores. “Y aconteció que mientras él decía estas cosas, una mujer de en medio de la multitud, levantando la voz, le dijo: ¡Bienaventurado el seno que te trajo, y los pechos que mamaste! Mas él dijo: Antes bienaventurados los que oyen la palabra de Dios, y la guardan.” (Luc. 11:27, 28; Va; TA; BC) De nuevo, en la fiesta de bodas Jesús le dijo a María, “Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo?” (Juan 2:4) Hoy en día podríamos decir, ‘¿Qué tiene eso que ver contigo?’ Las traducciones modernas dicen: “Deja el asunto en mis manos.” (Wéymouth) “No trates de dirigirme.”—UTA.
Cuando uno de los oyentes de Jesús interrumpió su predicación para decir que su madre y sus hermanos estaban afuera y deseaban hablarle, Cristo sencillamente señaló hacia sus discípulos y dijo: “He aquí mi madre y mis hermanos. Porque todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, éste es mi hermano, y hermana, y madre.” (Mat. 12:46-50; Mar. 3:31-35; Luc. 8:19-21) ¡Verdaderamente, Jesús nunca haría una comparación como ésta a menos que tuviera en realidad hermanos y hermanas naturales, hijos de su madre!
De manera que el privilegio y felicidad singulares de que gozó María fueron primeramente el dar en nacimiento el cuerpo humano de Jesús, después criar y enseñar al niño, y finalmente, por medio de la relación con Dios mediante la fe, llegar a ser discípula y hermana espiritual de Cristo. Nuestra última ojeada referente a María en la Biblia no nos la muestra siendo reverenciada y adorada como “Nuestra Señora”, la “Virgen Bendita”, sino más bien la vemos en un aposento alto junto con otras mujeres fieles y los apóstoles y con sus otros hijos, adorando a Dios y a su Hijo Cristo Jesús. (Hech. 1:13, 14) Con el curso del tiempo murió ella, regresando su cuerpo al polvo, y, como los demás cristianos primitivos, esperó hasta el debido tiempo de Dios para levantada como una criatura espiritual para vida en el cielo.—1 Cor. 15:44, 50; 2 Tim. 4:8; Apo. 11:15-18.