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  • Jesús el fiel Hijo de Dios

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  • Jesús el fiel Hijo de Dios
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1951
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1951
w51 15/3 págs. 181-184

Jesús el fiel Hijo de Dios

NINGÚN otro nacimiento en toda la historia humana ha igualado el nacimiento de Jesús en importancia. El que fué el interlocutor o Logos de Dios, el que fué la primera y única creación directa de Dios, por medio de quien fueron hechas todas las demás cosas, éste puso a un lado su elevada existencia invisible como criatura espiritual y nació de carne humana en la forma inferior de hombre. Con razón criaturas angelicales cantaron regocijadamente cuando nació, “Gloria a Dios en lo más alto de los cielos, y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad.”—Juan 1:1-14, DE; Apo. 3:14; Luc. 2:13, 14, TA.

¿Y por qué puso a un lado su gloria celestial este “Hijo unigénito” de Dios y vino a ser hombre? (1 Juan 4:9) Hay varias razones muy importantes. Nacido de María, la hija de Elí, Jesús vino a ser un descendiente natural del rey David, por esto “el hijo de David”. Su padre adoptivo, José, también un descendiente natural de David, pudo pasar a Jesús el derecho legal al trono de David. (Mat. 1:1-17; Luc. 3:23-38) Nacido perfecto bajo el pacto de la ley, Jesús pudo cumplir esa ley y acabar con ella. (Gál. 4:4; Mat. 5:17) Siendo humillado en la forma de un esclavo, hasta en la semejanza de un hombre pecador, resistió a Satanás, mantuvo integridad, y se probó apto para ser el vindicador de Jehová Dios.—Fili. 2:5-8.

Además, Jesús fué un humano perfecto, ni más, ni menos, la equivalencia exacta del hombre perfecto Adán. Por lo tanto pudo entregar una vida humana perfecta como el precio de compra por todo lo que perdió Adán, a saber, el derecho a la vida humana perfecta y de dar vida a la posteridad.—1 Cor. 15:21, 22.

Era el otoño del año 2 a. de J.C., por el 1de octubre. Los pastores todavía estaban en los campos rasos cuidando sus rebaños, cuando un ángel les notificó del nacimiento milagroso de Jesús. (Luc. 2:8-20) El nacimiento de esta “simiente” prometida, la que a su debido tiempo aplastaría la cabeza de la serpiente, hizo que esa serpiente, Satanás, el Diablo, se airara sumamente. (Gén. 3:15) Así que el Diablo trató de matar al infante Jesús. Prevenidos por el Señor, los padres huyeron a Egipto. Después de la muerte de Herodes regresaron y se radicaron en Nazaret. (Mat. 2:1-23) “Y el niño crecía, y se iba fortaleciendo en espíritu, llenándose de sabiduría: y la gracia de Dios era sobre él.”—Luc. 2:40.

En una fiesta de la Pascua en Jerusalén, cuando tenía sólo doce años de edad asombró a los doctores y sabios doctos de ese tiempo por sus preguntas y respuestas. Cuando fué reprendido por su madre por no haber regresado con ellos a casa, Jesús contestó discretamente, “¿No sabían que debo estar en la casa de mi Padre?” (Luc. 2:41-49, Ver. Normal Revisada [en inglés]) A medida que crecía aprendió el oficio de carpintero de su padre adoptivo y “avanzaba en sabiduría y en estatura, y en favor para con Dios y los hombres”.—Luc. 2:52.

ENTRÓ AL MINISTERIO PÚBLICO A LOS 30

Llegando a su plena edad de madurez de acuerdo con la ley judía, Jesús se bautizó en el río Jordán. La gente no se bautiza en el Jordán en diciembre frío. Fué el otoño del año 29 d. de J.C.; prueba de que Jesús no nació el 25 de diciembre. (Luc. 3:21-23) ¿Pero por qué se bautizó el Jesús inmaculado? Porque había hecho una consagración o contrato para hacer de allí en adelante la voluntad de su Padre Jehová y no la suya. (Sal 40:7, 8; Juan 4:34) Su bautismo simbolizó que había hecho tal convenio.

En seguida de su bautismo Jesús fué al desierto y permaneció allí 40 días preparándose para su ministerio público. Al fin de ese período el Diablo vino a él con tentaciones muy sutiles, las que Jesús frustró con la “espada del espíritu”, la Palabra de Dios. (Mat. 4:1-11) Después de eso, Jesús se puso en contacto con algunos de los discípulos de Juan, que vinieron a ser sus compañeros cuando viajó hacia el norte a Galilea. Fué allí en Caná, en la fiesta de bodas, que Jesús ejecutó su primer milagro, convirtiendo agua en vino.—Juan 1:29-51; 2:1-11.

La primavera del año 30 d. de J.C., con seis meses ya de predicación del evangelio, con todo el país despertando a la presencia del Mesías, fué el tiempo para que Jesús subiera a Jerusalén para la Pascua anual. Allí halló a los cambistas y a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas en el mero templo. Encendido con el celo de Jehová, Jesús hizo un azote de cuerdas y, trastornando las mesas de dinero y echando fuera a los comerciantes, ganado y todo, dijo: “¡Fuera con éstos! ¡La casa de mi Padre no debe convertirse en un comercio!”—Juan 2:13-17, Mo.

TODA GALILEA OYE EL MENSAJE DEL REINO

¡En verdad un hombre de acción! De un lado a otro por lo largo y lo ancho del país fué Jesús, y a pie también, predicando y testificando a la gente en sus hogares, en los mercados, a lo largo de los caminos, en reuniones al aire libre en las faldas de las montañas, dondequiera y por todas partes que la gente escuchara. ¿Recuerda cómo tomó tiempo para hablarle a la mujer samaritana junto al pozo de Jacob? (Juan 4:4-26) También pasó muchas horas en revisitas, instruyendo más a los amos de casa en las Escrituras. Y por todo esto nunca tomó una colecta.

Los dos años siguientes a la Pascua de 30 d. de J.C. Jesús concentró su actividad en el distrito de Galilea, difundiendo el mensaje conmovedor: “El reino de los cielos se ha acercado.” (Mat. 4:17) En verdad así, porque el mismo Rey estaba presente. Pero no todos quisieron aceptar a este proclamador de buenas nuevas. Por ejemplo, cuando entró a la sinagoga en su propio pueblo de Nazaret y leyó del libro de Isaías, capítulo 61, y se aplicó la profecía registrada ahí, la gente lo ridiculizó como sólo un hijo de carpintero, y hasta trató de matarlo. En contraste notable con sus propios paisanos estuvieron los residentes de Capernaum, que escucharon atentamente, “atónitos de su enseñanza; porque su palabra era con autoridad.”—Luc. 4:16-32.

“Y recorrió Jesús toda la Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, y proclamando la buena nueva del reino, y sanando toda dolencia y toda enfermedad entre el pueblo.” (Mat. 4:23) Este primer recorrido organizado en Galilea fue interrumpido por la fiesta de la Pascua en Jerusalén el 31 d. de J.C. Allí Cristo curó a un inválido en sábado, y como resultado estuvo en conflicto con los fariseos guardadores de tradición que trataron de matarlo. Jesús, sin embargo, dió todo crédito a Jehová Dios: “No puede el Hijo hacer nada de sí mismo.” (Juan 5:1-47) De vuelta en su territorio de Galilea, este predicador franco pronunció ese discurso maravilloso conocido como el “sermón del monte”.—Mateo, capítulos 5, 6, 7.

PRISA REQUERIDA PARA TERMINAR LA GRAN OBRA

La última mitad del ministerio de Jesús estuvo llena de trabajo y excitación. No una, sino tres veces tuvo que ir al territorio de Galilea. Tuvo que llevar el testimonio a Perea, al otro lado del Jordán. Su fama atrajo a grandes multitudes para oír el importante mensaje del Reino, sin embargo al mismo tiempo los “misterios del reino de los cielos” contenidos en las parábolas fueron únicamente para los discípulos. (Mat. 13:1-53) Continuamente ejecutando muchos milagros—curando a los enfermos, inválidos y revivificando a los muertos—Jesús también alimentó a una multitud de 5,000 hombres y a otra de 4,000, “sin contar las mujeres y los niños.” (Mat. 14:13-21; 15:32-38) Junto con estas demostraciones y discursos públicos también dió exhortaciones sobre humildad, mansedumbre, amor mutuo, perdón y misericordia.—Mat. 18:1-35.

La Pascua vino cuando Cristo estaba en su tercer recorrido de Galilea, pero esta fiesta no la celebró de manera pública. Estuvo de nuevo en Jerusalén para la fiesta de enramadas en el otoño del año. Para entonces no le quedaba mucho tiempo. La cosecha era grande; los trabajadores pocos; apenas seis meses quedaban para terminar la obra. Por lo tanto Jesús envió a setenta discípulos más para preparar el campo para su ministerio, y entonces velozmente recorrió Samaria, cruzó el Jordán, fué a Perea, cruzó el Jordán otra vez para levantar a Lázaro de entre los muertos, regresó por Samaria para otra visita a Perea, y después regresó a Betania sólo unos días antes de la grande y última Pascua.

Eso fué mucho viajar y predicar acumulados en seis meses, una preparación adecuada para lo que llevaría a cabo en los últimos seis días de su estancia aquí en la tierra. (Luc. 10:1 a 11:28) Pero, aun así tomó tiempo a lo largo del camino para mostrar bondad y compasión tierna hacia todos, incluyendo a los niñitos.—Mar. 10:13-16.

Esa final y grande semana, el último acto, por decirlo así, de un drama estupendo que culminaría el ministerio público de Jesús, fué representado dentro y alrededor de Jerusalén. Cabalgando en Jerusalén en procesión triunfal, Cristo se ofreció como Rey entre aclamación gozosa. Después limpió al templo por segunda vez, echando a los religiosos estafadores que habían hecho de la casa de su Padre una cueva de ladrones. (Mat. 21:1-16) El siguiente día, en sus parábolas desenmascaró al clero como el que sería culpable de rechazar y matar al Mesías, el heredero del Reino, y además lo denunció, diciendo: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!” Y a la nación en conjunto le dijo: “¡He aquí, vuestra casa os es dejada desierta!”—Mat. 21:17 a 23:39.

En un cuarto alto en Jerusalén, el 14 de nisán de 33 d. de J.C., Jesús celebró la última Pascua con sus apóstoles, lavó los pies de ellos para ejemplo de amor y servicio mutuos, instituyó el Memorial con los once fieles, y después les dió mucha instrucción valiosa. (Juan 13:2 a 17:26) Sucesos trascendentales siguieron en sucesión rápida. La escena de agonía en el jardín de Getsemaní fué seguida por la traición de Jesús y su arresto y Juicio ante el tribunal superior judío, el Sanedrín. Entregado a Pilato el político, fué enviado a Herodes, que burlonamente lo devolvió a Pilato el gobernador, quien, aunque sabía que Jesús era inocente, ¡lo entregó para que fuera muerto con el fin de satisfacer la concupiscencia del clero sediento de sangre! (Mat. 26:36 a 27:31) Clavado en una estaca de tormento maldita entre ladrones, este amado Hijo de Dios, después de sufrir horas de burla y tortura, exclamó, “¡Cumplido está!”

Jesús había peleado una buena pelea, había completado su testimonio como el “testigo fiel y verdadero” de Dios, había demostrado que el Diablo era mentiroso, había comprado el derecho a la vida perdido para la prole de Adán, era digno en verdad de ser el gran vindicador de Jehová Dios. Por tal obediencia, Jehová resucitó a su Hijo fiel con un cuerpo espiritual y lo exaltó a una posición en el universo muy por encima de todas las demás criaturas, “para que, en el nombre de Jesús, toda rodilla se doble . . . y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre.”—Fili. 2:10, 11.

El espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, por cuanto Jehová me ha ungido para anunciar buenas nuevas a los mansos; me ha enviado para vendar a los quebrantados de corazón, para proclamar a los cautivos libertad, y a los aprisionados abertura de la cárcel; para proclamar el año de la buena voluntad de Jehová, y el día de la venganza de nuestro Dios; para consolar a todos los que lloran.—Isa. 61:1, 2.

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