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  • Fariseos del pasado y del presente
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1952
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1952
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Fariseos del pasado y del presente

UNA vez Cristo Jesús dijo a sus discípulos: “Cuídense de la levadura de los fariseos, que es hipocresía. Pero no hay nada cuidadosamente encubierto que no haya de ser revelado, ni secreto que no llegue a ser conocido.” Y, dando ejemplos concretos de la hipocresía de estos guías religiosos, Jesús declaró en otra ocasión: “Todas las obras que ellos hacen las hacen para ser contemplados por los hombres.”—Luc. 12:1, 2; Mat. 23:2-5, NM.

El hecho de que no hay diferencia entre los religiosos del siglo veinte, especialmente al ser representados por los prelados católicos romanos, y los religiosos del primer siglo se destaca al leer los siguientes dos relatos periodísticos que emanaron de Wáshington, D.C., capital de los Estados Unidos.

El 17 de noviembre de 1951, trece prelados de la Iglesia Católica Romana, incluyendo a tres cardenales, y entre quienes estaba Spellman, y cinco arzobispos, emitieron una declaración de unas tres o cuatro mil palabras tratando tales temas como “Moralidad: La falta que hace hoy”; “Moralidad y educación”; “Moralidad y política,” etc., y especialmente fué condenada la inmoralidad en el gobierno.—Times de Nueva York, 18 de noviembre de 1951.

Pero pudo determinarse la sinceridad de estos prelados por lo indicado en ciertos despachos periodísticos procedentes de la capital nacional unos dos meses después. El público americano estaba agitado como resultado de la revelación de la extensa corrupción en el departamento de impuestos del gobierno. J. Howard McGrath, ministro de justicia, especialmente fué culpado, tanto por lo que había hecho como por lo que dejó de hacer. La opinión general era que debería pedírsele que renunciara su puesto, y todo señalaba que el presidente exigiría su dimisión, pero de repente todo lo contrario sucedió, y el presidente anunció no sólo que intentaba retener a McGrath en su puesto de ministro de justicia sino que se le había dado a McGrath la asignación de limpiar toda la situación corrupta, ¡el que era el más culpable! ¿Quién ayudó a hacer que el presidente rindiera tal deservicio a su país?

Según The Nation del 19 de enero de 1952, Robert S. Allen, corresponsal veterano de Wáshington, reveló que McGrath “fué salvado por la intervención de tres amigos—el senador Theodore Green, su padrino político; el cardenal Spellman, que telefoneó su ruego desde Tokio; y Matt Connelly, secretario presidencial, que se ocupa principalmente en asuntos de la iglesia católica romana”. [Spellman ha negado esto.]

Esa telefoneada, desde allá en Tokio, proporcionó prueba irrefutable de que a pesar de lo que dijera el prelado católico romano más importante de los Estados Unidos en defensa fingida de la moralidad en el gobierno, él se interesaba más en mantener a un católico romano en un puesto de importancia en el gobierno; hecho que, de paso, debe demostrar claramente que los intereses de la moralidad, integridad y buen gobierno no son de necesidad los mismos que los de la religión organizada. En verdad, la hipocresía es la levadura del farisaico primer siglo y del siglo veinte.

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