Idolatría moderna prefigurada
LA Palabra de Dios, la Biblia, es ‘una lámpara para nuestros pies y luz en nuestro camino’. (Sal. 119:105) A medida que el tiempo pasa esa luz va aumentando de acuerdo con la promesa de Dios: “La senda de los justos es como la luz de la aurora, que se va aumentando en resplandor hasta que el día es perfecto.” Eso es lo que deberíamos esperar, pues, como el apóstol Pablo nos asegura: “Todas las cosas que fueron escritas de antemano fueron escritas para nuestra instrucción, para que por medio de nuestro aguante y por medio del consuelo de las Escrituras tengamos nosotros esperanza.”—Pro. 4:18; Rom. 15:4, NM.
Entre las cosas que fueron escritas de antemano para nuestro provecho se halla la serie de paralelos proféticos entre los tiempos bíblicos y nuestro día. Por ejemplo, Jesús declaró que así como fué en los días de Noé y Lot así sería al tiempo de su segunda presencia. (Mat. 24:3, 37-39; Luc. 17:26-30, NM) La destrucción de la antigua Babilonia prefiguró la destrucción de una poderosa organización opresiva también llamada Babilonia. (Jer. 51:6-10; Apo. 18:4) Y por eso también encontramos un paralelo entre el apóstata pueblo de Dios, Israel, y la cristiandad, que también ha apostatado.
Debido a la infidelidad de la nación de Israel Jehová Dios se propuso terminar su soberanía y desolar su tierra por setenta años. Sin embargo, antes de ejecutar ese juicio Jehová envió profetas que la increparon por su iniquidad y la amonestaron acerca del desastre inminente, así como él envió a Noé a amonestar a los antediluvianos acerca del diluvio y a Moisés a amonestar a Faraón acerca de las plagas. Uno de los profetas enviados así a Israel con un mensaje concerniente a su culpa y ruina fué Ezequiel. Él estuvo entre los hijos de Israel que fueron llevados cautivos junto con el rey Joaquín en 618 a. de J. C. (2 Rey. 24:10-16) En el quinto año de su cautiverio Jehová comisionó a Ezequiel a obrar como su portavoz:
“Oh hombre mortal, yo te asigno atalaya para la casa de Israel; y siempre que oigas una palabra de mi boca, tú los amonestarás de mi parte. Si yo digo al inicuo: ‘De seguro morirás,’ y tú no le amonestas—si tú no dices nada para amonestar al inicuo de su camino inicuo, a fin de salvar su vida—él, siendo inicuo, morirá por su iniquidad, pero su sangre la requeriré de tu mano. Sin embargo, si tú amonestas al hombre inicuo, y él no se vuelve de su conducta inicua y su camino inicuo, él morirá por su iniquidad, pero tú te habrás salvado.”—Eze. 3:17-19, UTA.
Un día, después que Ezequiel había servido de esa manera como atalaya de Dios por un año y dos meses, un glorioso mensajero angelical fué enviado a él: “Y he aquí una semejanza de hombre, como la apariencia de fuego; desde la apariencia de sus lomos para abajo era fuego; y desde sus lomos para arriba, como la apariencia de un resplandor, como la refulgencia de bronce acicalado.” Este oficial celestial llevó a Ezequiel a Jerusalén por medio de visiones (él realmente estaba en Babilonia a ese tiempo) y allí, en un recorrido de inspección, le reveló las prácticas repugnantes que estaban siendo efectuadas por sus conciudadanos israelitas, adoradores profesos del único Dios verdadero, Jehová.—Eze. 8:1-3.
LA IMAGEN DE RESENTIMIENTO
La primera cosa que Ezequiel vió fué la “imagen de resentimiento” que estaba al “norte de la puerta del altar, a la entrada” del atrio interior, y la cual estaba siendo adorada en vez de Jehová Dios. Hecha por el hombre y reemplazando a Jehová como lo que había de ser adorado, le provocaría a resentimiento y celos así como él había advertido, y por lo tanto apropiadamente sería llamada la “imagen de resentimiento”.—Éxo. 20:4-6; Eze. 8:4-6, UTA.
Esta imagen o ídolo de resentimiento que Ezequiel vió fué inspirada por Satanás el Diablo y le representaba como la personificación misma de los celos y la envidia. Él tuvo celos y envidia de la adoración que la primera pareja humana dió a Jehová Dios, y por eso procedió a apartarlos de su Hacedor mediante la calumnia. (Gén. 3:1-5) Su oferta de todos los reinos del mundo a Jesús si él hacía un solo acto de adoración ante él muestra cuán codicioso estaba de ser adorado. (Mat. 4:9, 10, NM) Y si él no puede hacer que otras criaturas le adoren, él conspira para por lo menos alejarlas de la adoración a su rival, Jehová Dios.
Para ser semejante al Altísimo, Satanás el Diablo tramó derrocar la teocracia típica, Israel, que tenía su capital en Jerusalén. Cuando tuvo buen éxito en causar la caída de esa nación él sintió que había realizado la ambición que había alimentado en su corazón: “¡Al cielo subiré; sobre las estrellas de Dios ensalzaré mi trono, y me sentaré en el Monte de Asamblea, en los lados del Norte; me remontaré sobre las alturas de las nubes; seré semejante al Altísimo!”—Isa. 14:13, 14.
En su ambición de competir con Jehová, Satanás ha levantado, en estos últimos días, un substituto por el reino de Dios, el cual substituto hace que Jehová, el Dios verdadero, tenga resentimiento justo. Jesús identifica a esta imagen para nosotros en su gran profecía respecto a su segunda presencia, que, conforme a la profecía bíblica, empezó en 1914. En ella él habla de esta imagen como “la cosa repugnante que causa desolación, como se habla de ella a través de Daniel el profeta, colocada en un lugar santo”.—Mat. 24:15, 16, NM.
Este substituto, el producto de los celos de Satanás, que es una cosa repugnante a la vista de Dios, que despierta resentimiento en Jehová Dios, que desola la fe de la gente en el reino de Dios y que con el tiempo causará su destrucción, no es otro que ese arreglo del hombre moderno, la asociación mundial de naciones, que primero apareció como la Sociedad de Naciones y luego como la organización de las Naciones Unidas. ¡Cuán repugnante le ha de haber parecido a Jehová, y cómo ha de haberle llenado de resentimiento el notar que los hombres rechazaban su reino y alababan a estos instrumentos hechos por los hombres como “la única esperanza del hombre”, la “única luz que hay” y como “la expresión política del reino de Dios sobre la tierra”!
Estas pretensiones del clero ciertamente han hecho que la gente ponga su confianza en arreglos y agencias humanas y pierda de vista el remedio de Dios para las aflicciones de la humanidad. Al enaltecer, servir y dar su apoyo y lealtad a estas cosas hechas por el hombre han llegado a ser culpables de idolatría, adorando la obra de sus propias manos. Y ¡esos clérigos pretenden seguir a Cristo Jesús, quien rehusó tener algo que ver con los reinos de este mundo!—Isa. 2:8.
MODERNISTAS Y FUNDAMENTALISTAS
El mensajero angelical luego le ordenó a Ezequiel que hiciera un hoyo en la pared del atrio del templo, y al hacerlo, Ezequiel dió con una puerta. Entrando, vió sorprendido “toda forma de reptiles, y de bestias detestables, y todos los ídolos de la casa de Israel, dibujados en las paredes, todo en derredor. Y estaban de pie delante de ellos setenta varones de los ancianos de Israel, . . . cada uno con su incensario en la mano; e iba subiendo una nube espesa de incienso.” (Eze. 8:10, 11) Aquí estaban hombres que pretendían ser adoradores de Jehová Dios y que al mismo tiempo profanaban las paredes de su templo con pinturas de animales inmundos e ídolos a los cuales ellos quemaban incienso. ¿En qué encuentra esto su paralelo en nuestro día?
Casi todos los clérigos de la cristiandad, así católicos como protestantes, aunque profesan predicar la Palabra de Dios, y aunque son ordenados, titulados y pagados para hacerlo, enseñan la teoría de la evolución, que el hombre es pariente consanguíneo de los animales inferiores, teoría que de plano contradice la Palabra de Dios. Ellos niegan la creación especial, que Dios hizo a todas las criaturas según su género, aun cuando toda la evidencia de la geología y la operación de las leyes de la herencia apoyan la posición de la Biblia en este asunto.
De modo que para ser considerados más sabios que la Biblia y conseguir la aprobación de este llamado mundo moderno, científico, de “edad cerebro”, ellos hablan desdeñosamente de los relatos bíblicos de la creación, diciendo que Moisés, en los primeros dos capítulos 1, 2 del Génesis, sólo registró las creencias primitivas y no científicas de su día, y que Dios no tuvo nada que ver con lo que él escribió. Estos idólatras pasan por alto que Jesús mismo citó del primer capítulo 1 del Génesis, lo cual no habría hecho si no lo hubiera considerado inspirado. (Mat. 19:4-6) Así, en sus templos de religión los ancianos modernos pintan para sus feligreses cuadros del hombre debiendo todo lo que él tiene a los animales inferiores por medio de la evolución, en vez de al Creador, Jehová Dios, participando así en una forma de idolatría.
Diciéndole a Ezequiel que él vería abominaciones todavía mayores, su guía angelical le llevó a “la entrada de la Casa de Jehová que miraba hacia el norte; ¡y he aquí que estaban allí sentadas las mujeres, llorando a Tamuz!” (Eze. 8:14) Tamuz era un dios fenicio, uno de los dioses demoníacos provistos por el Diablo en sus esfuerzos para desviar a todos los hombres de la adoración del único Dios verdadero, Jehová.
¿Encontramos una clase de mujeres en lloro entre los que profesan ser cristianos, la copia moderna de los israelitas del día de Ezequiel? Sí. Hay muchas obreras eclesiásticas celosas, particularmente fundamentalistas, quienes, tratando de introducir a Dios en el comercio y la religión, lamentan la declinación en el poder que sus organizaciones religiosas pueden ejercer. Algunas de éstas hacen agitación para una enmienda a la Constitución de los Estados Unidos por medio de la cual Cristo Jesús habría de ser reconocido como el rey espiritual de la nación; otras estarían contentas con sólo que apareciera el nombre de Dios en ese documento; como si tales medidas fueran a hacer de la nación el reino de Dios. Aunque pretenden adorar a Dios, ellas ponen sus organizaciones religiosas primero.
Estas fervorosas obreras eclesiásticas, aunque profesan creer en la Biblia, no están interesadas en ninguna de sus profecías que manifiestan que el reino de Dios se ha acercado. Ellas se unen a los modernistas y evolucionistas en su apoyo a los gobiernos de este mundo como las “autoridades superiores”, mencionadas en Romanos 13:1-3, como si los gobiernos totalitarios bestiales y las democracias corrompidas fueran ordenados por Dios. En armonía con el cuadro, encontramos que las mujeres son las defensoras más vigorosas de estas organizaciones religiosas.
IDOLATRANDO LA INTELECTUALIDAD
Continuando la inspección, el mensajero angelical reveló a Ezequiel, y mediante él a nosotros hoy, más prácticas idólatras. “En seguida me llevó al atrio interior de la Casa de Jehová, y he aquí que a la entrada del Templo de Jehová entre el pórtico y el altar, había como veinte y cinco hombres, vueltas las espaldas a la Casa de Jehová, con sus caras hacia el oriente; los cuales estaban postrándose hacia el oriente adorando al sol.”—Eze. 8:16.
El sol es la fuente de luz y energía para este planeta. En el día de Ezequiel los que lo adoraban pasaban por alto el hecho de que el sol sólo era un cuerpo inanimado y que era Jehová Dios quien merecía la adoración y alabanza por las bendiciones que el sol traía al hombre. Los adoradores del sol de ese entonces tienen su paralelo en el clero moderno de la cristiandad y sus feligreses que adoran la luz del conocimiento ciencia e intelectualidad mundanos materialistas, y quienes dan a los tales el crédito por el esclarecimiento y las bendiciones del hombre. De este modo encontramos a clérigos predicando sobre asuntos “científicos”, psicología, filosofía, las artes, la UNESCO; todo lo cual hace destacar la sabiduría mundana y es muy lisonjero al hombre pero es insensatez a la vista de Dios.—1 Cor. 1:18-31.
Comentando sobre esta situación una resolución adoptada por ministros cristianos en una convención celebrada en Indianápolis, Indiana, el 29 de agosto de 1925, e intitulada “Mensaje de esperanza”, entre otras cosas dijo lo siguiente: “Las potencias mundiales, la ciencia y la filosofía, el comercio y la religión, . . . pretenden ser la luz de sol del mundo proporcionando toda la luz que brilla para iluminar y guiar a la raza humana. Los poderes políticos y comerciales recorren sin reserva a la intriga, la duplicidad y la trampería; la ciencia y la filosofía se han hecho notables por la vanidad y la desmedida confianza que tienen en sí mismas; entre tanto que los religiosos, católicos y protestantes, son conspicuos a causa de su arrogancia, presunción e impiedad. Por lo tanto, es evidente que los remedios ofrecidos por cualquiera de estos elementos susodichos o por todos ellos son vanos, impotentes e incapaces en cuanto a satisfacer los deseos del hombre.”
FRUTOS DE LA IDOLATRÍA, Y SU RECOMPENSA
En años recientes ha habido un gran aumento en la iniquidad. ¿Quién es responsable de este lamentable estado de cosas? Conforme a la Palabra de Jehová la falta yace con los cristianos profesos que han recurrido a la idolatría. “¿Parécele cosa harto insignificante a la casa de Judá haber cometido las abominaciones que aquí han hecho, que han llenado la tierra de violencia y han vuelto a irritarme?”—Eze. 8:17, BC.
Cuando la gente observa la falta de fe y convicción, la vanidad, la hipocresía y la codicia de ganancia egoísta por parte de sus caudillos religiosos, ¿es de sorprender el que ella misma esté perdiendo cuanto respeto haya tenido a los principios de verdad y justicia de Dios y que ya no tenga ningún temor de Dios? Las prácticas idólatras de substituir el reino de Dios con las Naciones Unidas, y el relato inspirado de la creación con la teoría de la evolución, las de llorar por sus organizaciones hechas por los hombres y adorar luces materialistas del mundo, no constan ningún poder de justicia contra las fuerzas visibles e invisibles del mal ni contra las tendencias hacia el pecado en nuestros cuerpos mortales.
¿Tolerará siempre Jehová este estado de cosas? ¿Lo permitirá continuar hasta que se hunda por el peso de su propia corrupción, permitiendo así que la “historia se repita”? No. Así como detuvo el curso inicuo de Israel en el año 607 a. de J.C., así detendrá las prácticas corrompidas e idólatras del día presente tal como amonestó: “Por tanto yo también me portaré con ellos en ira ardiente; no perdonará mi ojo, ni tendré piedad y ellos clamarán en mis oídos con voz grande, mas no los oiré.”—Eze. 8:18.