La adoración de antepasados—Su insensatez
CUANDO Dios creó al hombre lo dotó del instinto o facultad de adoración. Esto explica el hecho de que el hombre, a todo tiempo y en todas las tierras, haya practicado y continúe practicando alguna forma de religión. Para dirigir esta facultad o instinto Dios reveló al hombre su voluntad. Pero, como el apóstol Pablo observa, los hombres, “aunque conocieron a Dios, no lo glorificaron como Dios ni le dieron gracias, sino que se hicieron vanos en sus razonamientos y su corazón fatuo se obscureció. Aunque aseguraban que eran sabios, se hicieron insensatos y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en algo parecido a la imagen del hombre corruptible” y de los animales inferiores y “cambiaron la verdad de Dios por la mentira y veneraron y rindieron servicio sagrado a la creación más bien que a Aquel que creó, que es bendito para siempre. Amén.”—Rom. 1:21-23, 25, NM.
Apartándose de la adoración verdadera, el hombre abrazó la adoración de los objetos de la naturaleza, una religión naturalista; más tarde atribuyó un espíritu morador a todas las cosas a su alrededor, lo que es conocido como animismo. Tornándose todavía en otra dirección sus instintos religiosos le hicieron idear sus dioses con forma, atributos y afectos humanos, un tipo de religión conocido como antropomorfismo (griego, “forma de hombre”). En un sentido, puede decirse que la adoración de antepasados es una forma de antropomorfismo, y se basa en la creencia de “la persistencia de la personalidad humana más allá de la vida presente.” Practicada por los nativos norteamericanos y pueblos europeos en tiempos pasados, todavía continúa en Asia, África y Australia.
La adoración de antepasados es comunal, como fué la practicada por los antiguos romanos, o es de individuos, como todavía se practica en el África, y en la cual el grado de respeto otorgado al antepasado depende de su prominencia cuando vivió. Entre las nociones creídas están las siguientes: que los antepasados muertos no pueden alimentarse ellos mismos, que son más poderosos que cuando estuvieron vivos, que vuelven y nacen de nuevo (reencarnados) y que algunos de ellos llegan a ser dioses.
Los caldeos y asirios tenían altares en la cabecera de sus sepulcros en los cuales colocaban alimento, bebidas y ofrendas de gran valor, indicando adoración de antepasados. Las momias egipcias también dan evidencia de lo mismo. Los griegos, antes del tiempo de Homero, adoraban a sus antepasados. Los romanos antiguos tenían sus manes o adoración de “los buenos,” los espíritus de los muertos a quienes todavía consideraban como parte de sus familias y por los cuales se celebraban dos fiestas anualmente. Paradójicamente, en una de éstas los manes eran dispersados de la casa mediante un rito nocturnal, y en la otra a los manes se les daba la bienvenida a sus casas, y se llevaba comida y flores a los sepulcros para hacer la paz con los manes y retenerlos como guardianes.
Antes de que el Japón sucumbiera a la “civilización” occidental tenía una elaborada fiesta anual, el Bon, en honor de los antepasados muertos, a quienes se atraía a volver a sus casas mediante muchas decoraciones y golosinas. Hoy la adoración de antepasados todavía se practica hasta cierto grado en el Japón. La China, quizás más que cualquier otro país, ha estado dedicada a la adoración de antepasados. Allí se pretende que ésta se remonta a unos dos mil años antes de Cristo. Entre las características de sus fiestas en honor de los muertos se hallaban el ayuno y la meditación en los rasgos y aspectos de los antepasados de uno. Confucio, a pesar de su reputación de sabio, fué un fuerte defensor de la adoración de antepasados.
El Yearbook of Jehovah’s Witnesses para 1954 habla acerca de la adoración de antepasados en Basutoland, África. “Alrededor del sesenta por ciento de la población de casi 600,000 están ‘cristianizados,’ pero eso no los contiene de ser adoradores de antepasados. Se hacen sacrificios para apaciguar a los jefes y antepasados muertos. Los clérigos desempeñan un papel grande en estas ceremonias y los hechiceros un papel aun más grande. A la gente se le asegura que sus padres muertos realmente pueden ayudarla en contra de sus enemigos.”
Los antepasados eran adorados por diversas razones: para impedir que se enojaran a causa de negligencia, para obtener su favor y hacer que actuaran como guardianes del hogar, para conseguir que hicieran que lloviera y aseguraran buenas cosechas, para que curaran enfermedades o dieran consejo mediante sueños, para que hicieran fecundo a uno, para tener prole e interceder ante los “dioses.”
POR QUÉ LA ADORACIÓN DE ANTEPASADOS ES INSENSATEZ
¿Por qué puede ser incluída la adoración de antepasados en las cosas insensatas mencionadas por Pablo en Romanos 1:21-25? Porque, ante todo, sólo Jehová Dios ha de ser adorado y temido. “Es a Jehová tu Dios que tienes que adorar, y es a él solamente que tienes que rendir servicio sagrado.” Y él no tolera ningún rival, porque “es un Dios que exige devoción exclusiva.” Que él tolerara rivales sería para él negar su supremacía, lo cual no puede hacer.—Mat. 4:10; Deu. 6:14, 15; 2 Tim. 2:13, NM.
En la adoración de antepasados siempre se considera que los padres tienen razón. Pero según la Palabra de Dios Él es primero y cuando un punto en cuestión surge entre Dios y antepasado tenemos que obedecer a Dios más bien que a los hombres. En realidad, Jesús amonestó acerca de la división que su mensaje de verdad causaría entre padres e hijos en medio de sus seguidores. El ir en oposición a la ley de Dios es insensatez.—Mat. 10:35; Hech. 5:29.
Además, la adoración de antepasados es insensatez porque no sólo los antepasados no constituyen una guía segura, sino que, estando fuera de la existencia, no están capacitados para ayudar ni para perjudicar. El testimonio de la Biblia apoya esto inequívocamente, a pesar de que las creencias de la cristiandad dicen lo contrario. Claramente nos dice la Biblia que al ser creado “el hombre vino a ser un alma viviente,” no que él recibiera un alma separada y distinta de su cuerpo; y que “el alma que pecare, ésa es la que morirá.” (Gén. 2:7, NM; Eze. 18:4) Nos asegura que en el mismísimo día que un hombre muere sus pensamientos perecen y que en Sheol, la región de los sepulcros, la ubicación de los muertos, “no hay obra, ni empresa, ni ciencia, ni sabiduría.”—Ecl. 9:5, 10; Sal. 146:3, 4.
Pero ¿no declara la Biblia que en la muerte ‘el espíritu se vuelve a Dios, que lo dio’? Sí, en Eclesiastés 12:7, pero ese espíritu no es el alma, sino el aliento, el poder de vida. ¿Cómo lo sabemos? Pues nada se dice acerca de que el espíritu haya sido bueno, sino sólo que el polvo vuelve a la tierra y, por contraste, el espíritu o aliento, que representa aquí el poder de vida, regresa a Dios que lo dió. ¿A Dios que lo dió? Sí, porque se lo dió al hombre en primer lugar en el Edén cuando sopló en las ventanas de la nariz del hombre este aliento de vida. Este es el espíritu al cual se refirió Jesús cuando dijo, mientras pendía del madero de tormento: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.”—Luc. 23:46, NM; Gén. 2:7.
Hay algunos que sostienen que ‘la adoración de antepasados es la más antigua forma de emoción religiosa y la base de toda religión civilizada.’ Pero en vista de lo susodicho es evidente que tal cosa podría ser cierta sólo de las religiones que no se basan en la Biblia. Por eso los historiadores mismos se ven obligados a hacer una excepción, declarando que “la adoración de los pueblos semíticos, los hebreos y los árabes, como la historia los conoce, está notablemente libre de deificación de antepasados,” aunque éstos dicen que ven una semejanza entre la ley de Moisés y la adoración de antepasados, casi igual a como el evolucionista dice que ve una semejanza entre los simios y el hombre. La Jewish Encyclopedia pone en lista los argumentos en pro y en contra de la opinión modernista de que la adoración de antepasados fué la antecesora de la ley de Moisés, y aunque sostiene que la Biblia no soluciona el problema (la cual sí lo soluciona, como ya hemos visto antes), declara que es un asunto para la antropología y que la evidencia de ésta está contra el que la adoración de antepasados haya sido la forma primitiva de religión.
En cuanto a que la adoración de antepasados sea insensatez, quizás no esté fuera de orden hacer notar que también ha hecho mucho daño de manera material. Por ejemplo, considere a China. ¿Por qué presenta la paradoja de tener una de las civilizaciones más antiguas y no obstante ser uno de los países más atrasados? Simplemente a causa del impedimento y obstáculo de la adoración de antepasados, una maldición que afecta sus artes, economía política y política. Por lo tanto pudiera declararse que la responsabilidad por la guerra en Indochina y por el que China sea comunista puede colocarse directamente sobre esta forma de religión. Y la culpa por el papel que el Japón desempeñó en la II Guerra Mundial asimismo puede achacarse directamente a la adoración de antepasados, pues es la mismísima esencia y base del sintoísmo. Y ¿no es el sistema de casta con el cual la India está atribulada sencillamente otra forma de adoración de antepasados?
Incidentalmente, notemos que al evitar la insensatez de la adoración de antepasados no tenemos que ir al otro extremo, tan señalado en tierras occidentales, particularmente en los Estados Unidos, donde la prensa pública casi diariamente relata de jóvenes que no sólo son desobedientes a sus padres sino que los golpean, les roban y hasta los asesinan. “Honra a tu padre y a tu madre” todavía es una de las leyes de Dios, y mientras los niños y jóvenes dependan de sus padres deben obedecerlos, con tal que, claro está, los mandatos de los padres estén en armonía con la voluntad de Dios.—Efe. 6:1, 2, NM.
Lo que hemos visto concerniente a la adoración de antepasados ciertamente confirma la exactitud de las palabras de Pablo de que cuando el hombre se apartó de la adoración del Dios verdadero, Jehová, ‘se hizo vano en su razonamiento y su corazón fatuo se obscureció.’ En contraste notable con la insensatez de la adoración de antepasados está el temor y conocimiento de Jehová, lo cual es el principio de la sabiduría y la cual sabiduría la demuestran los miembros de la sociedad del Nuevo Mundo en todas partes de la tierra tanto en palabra como en hechos.—Sal. 111:10.
El que ama a padre o a madre más que a mí, no es digno de mí.—Mat. 10:37.