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  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1958
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1958
w58 15/9 págs. 553-555

Llama la Oceanía

Por una familia en una isla de la Oceanía

EN 1951 el presidente de la Sociedad Watch Tówer nos dijo de la gran obra que había de hacerse en las islas del Pacífico. Dijo que debido al prejuicio y odio de parte de funcionarios les es imposible a los misioneros de la Sociedad entrar en muchas de estas islas. Al oír esto mi esposa y yo decidimos que trataríamos de llegar a una de las islas adonde se sugirió ir. (No haremos mención de nombres y lugares, para proteger los intereses teocráticos en estas secciones.) Consideramos el asunto con nuestro hijo y nuestra hija. Estaban en pleno acuerdo con la idea—¡así que el precursorado era para nosotros!

Súbitamente nos hallamos asaltados por una oleada de pensamientos aterradores como: ¿Sería prudente el que emprendiéramos tan tremenda empresa? ¿Qué había de nuestra salud y edad? Nos acercábamos a los cincuenta. Tal vez sería mejor dejar las islas a los jóvenes aventureros. Pensamos, también: ¿Qué hay de nuestros hijos, su educación académica y su futuro? El trabajar en las islas quería decir dejar buenas colocaciones, sueldos altos, ahorros y muchas cosas que teníamos en alta estimación. El siervo de sucursal nos informó que el predicar en las islas era una tarea difícil pero que hacía falta urgentemente. Lo consideramos cuidadosamente como familia y todavía decidimos a favor de ello. Iríamos a las islas. Pero, ¿adónde? ¿A qué isla? Hablamos de varios lugares. Con la aprobación de la Sociedad le escribimos a un hermano radicado en cierta isla y le preguntamos acerca del trabajo que podía conseguirse; si era posible que un australiano fuera dueño de terreno, operara una finca, o tuviera un negocio, etc. Saltamos de gozo cuando la respuesta vino acompañada del anuncio de una finca, una hacienda pequeña de dominio absoluto que se vendía junto con una casa.

Todavía éramos dueños de nuestra finca de 3,000 acres, completamente abastecida y completamente equipada con la maquinaria agrícola más moderna. La finca nos había sido muy útil, pero ahora exigía cada día más y más de nuestro tiempo y esfuerzo. Nos habíamos asido a ella por causa de los hijos. Pero nos preguntamos: ¿Por qué deberían ellos querer el materialismo del viejo mundo? Venderíamos los bienes. Apenas habíamos decidido vender la finca cuando se presentó un comprador a la puerta. Pronto convenimos en el precio y Australia sería dejada sin que nos atara a ella un solo vínculo mundano.

Las dificultades principales se desvanecieron una por una ya que habíamos hecho una decisión firme. El hogar que teníamos era hermoso, situado agradablemente en una calzada de acceso ribeteada de pinos. Todos los muebles eran modernos. Al ver el bello lugar que teníamos, se le hacía difícil a la gente entender por qué queríamos venderlo. Con toda franqueza, no fué fácil hacerlo. Nos costó mucho hacer esa decisión. Después de los años que nos tomó abrir el camino allí, desmontar el terreno, poner vallas y hacer arreglos para conseguir agua, pastura y ganado, y también planear para una vejez segura y la prosperidad futura de nuestros hijos, entonces el decidirnos de repente a vender todo aquello por lo cual habíamos vivido, esperado y trabajado no fué fácil, no importa cuanto trate de imaginarse usted que lo fué. No parecía que era cuerdo o razonable hacerlo. Sé que no le parecía razonable a la gente del mundo. Pero lo hicimos.

No pareció que pasó mucho tiempo antes que estuviéramos despidiéndonos de nuestros amigos, parientes, automóvil y Australia. Habiendo poseído una montaña de substancia material, nos deshicimos de todo menos unos 27 kilogramos de ropa personal—el peso que se permite al viajar por avión a las islas. Manivacíos, por decirlo así, estábamos al punto de emprender el precursorado como una familia para el nuevo mundo. El espíritu y el punto de vista de misioneros nos tenían llenos de excitación. Nos sentíamos conmovidos.

Pero la emoción inicial pasó pronto después que llegamos a las islas. Hemos tenido muchos altibajos. A veces parecía imposible seguir adelante, pero nos quedamos y persistimos a pesar de nosotros mismos. Ahora, sin embargo, con la dirección amorosa y misericordia de Jehová, nunca queremos dejar este campo de cosecha sumamente gozoso, maduro y listo para la siega. Tuvimos que empezar una nueva finca, construir nuevos edificios y vallas, pero teniendo en mira un objetivo diferente esta vez, a saber, el quedarnos en las islas, hallar las otras ovejas del Señor y alimentarlas. Nuestro hijo nos ayudó en la finca, nuestra hija tenía que completar su educación—ésta por correspondencia, porque la escuela europea estaba como a 65 kilómetros de donde nos establecimos. Hicimos el esfuerzo piadoso de vivir la vida como debe vivirla una familia teocrática. Hemos tenido más privilegios como familia, porque hemos podido trabajar juntos en la finca y fuera de ella. Hoy mismo nuestra hija está trabajando como precursora de vacaciones, lo cual, por supuesto, nos ocasiona gran gozo.

Al principio atendimos a las personas en territorio no asignado que manifestaban interés, desarrollando estudios bíblicos que se celebraban todas las semanas, algunos a la distancia de ochenta kilómetros. Empezábamos a trabajar temprano y continuábamos hasta tarde. El interés de las personas de nuestra localidad empezó a avivarse a medida que se pronunciaron más discursos públicos y se estableció la obra de puerta en puerta. Actualmente trabajamos más cerca del hogar, dedicando más tiempo al programa de alimentar las ovejas. ¿Puede usted forjarse un cuadro mental de nosotros sentados sobre esteras en el suelo con las piernas cruzadas mientras esta gente que ama la Biblia escucha muy atentamente mientras le explicamos las verdades de la Biblia? Son personas que se dedican mucho a leer la Biblia; la leen y la vuelven a leer. Están tan familiarizados con las Escrituras que algunos de ellos pueden repetir capítulos enteros de memoria, pero tienen muy poco entendimiento. Quieren conocer la verdad y la aman, pero temen mucho la religión.

El temor a los espíritus de los muertos mantiene vivas viejas prácticas de hechiceras, la explotación que experimentaron en el pasado les hace sospechar y presenta obstáculos. Nos llena el corazón de gozo oír a estos isleños decir que están aprendiendo la verdad. ¡El asociarnos con ellos y disfrutar de su compañerismo vale más que un millón de fincas australianas! ¡Cómo les gustan sus diversiones! ¡Y qué amor manifiestan! Las mujeres invitan a las hermanas a nadar con ellas antes de empezar a estudiar. Aman a uno de todo corazón y uno lo sabe.

El hacer la obra de Dios como familia verdaderamente es una manera bendita de llevar el mensaje del Reino a la gente. Conducimos veinte y más estudios regularmente. Nuestra hija tiene estudios con las muchachas, nuestro hijo con los jóvenes, y luego las personas de más edad aprecian la ayuda de los de más edad para derribar el “obstáculo femenino” entre las mujeres hindúes. Nuestros gozos aumentan con cada paso que damos. Hoy la necesidad más apremiante es la de llegar a los isleños instruídos, quienes, a su vez, podrán llevar las buenas nuevas en su propio idioma. Muchos hablan los idiomas de las islas, pero no saben leerlos. Para dar el testimonio eficazmente hay que hacer ambas cosas.

¿Dónde pudiera uno servir en mejor campo? El oír a estos isleños decir que han llegado a conocer a Jehová, el oírlos llamar a nuestros hijos sus hijos, esto debido al amor que les tienen por causa de la verdad, el ver aumentar el interés en el Reino así como también la concurrencia a las reuniones, el oír a esta gente amable decir: “Mis hijos se casarán sólo en el Señor,” y esto después de haber estado asociada esta gente con tradiciones de muchos siglos y casamientos al estilo oriental, el verlos limpiar y arreglar sus enredos maritales, el ver a un hindú explicar literatura bíblica a un maestro isleño de escuela dominical, el oír a niñitos indios pronunciar sus primeras palabras en inglés: el nombre de Jehová y los libros de la santa Palabra, el verlos estudiar al mismo tiempo que cuidan su ganado al lado del camino, después de labor agotadora en los arrozales, el saber que en la bodega local y en otros sitios hablan acerca del mal de la idolatría, de la belleza del nombre de Jehová, el que los llame hermano y hermana una anciana madre india y pida acompañarlos para decirle a la gente acerca del Dios verdadero, aunque no sabe leer ni escribir idioma alguno. Ella puede hablar la verdad en su propia lengua. Todo esto en conjunto suma a una recompensa inapreciable por haber dado el paso que dimos cuando contestamos la llamada de la Oceanía. Por la bondad de Jehová nos sentimos muy humildemente agradecidos.

Esperamos que nuestra experiencia despierte en usted el deseo de venir a este campo gozoso que está maduro y listo para la siega. En la sociedad del nuevo mundo de los testigos de Jehová debe haber muchas otras personas que puedan responder a la llamada de ir a los lugares donde hay gran necesidad de ayuda.

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