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  • Siguiendo tras mi propósito en la vida

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  • Siguiendo tras mi propósito en la vida
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1960
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1960
w60 1/3 págs. 156-159

Siguiendo tras mi propósito en la vida

Según lo relató Gust W. Maki

EN DICIEMBRE de 1933, en Tampa, Florida, mientras yo atendía industriosamente mi trabajo a bordo del vapor Saramacca, un desconocido vino a bordo con una bolsa de mano. Los folletos que él tenía, dijo, valían cinco centavos cada uno o seis por veinticinco centavos. ¿Por qué me detuve? Porque vi textos citados de la Biblia, y le entregué veinticinco centavos al hombre. Él, a su vez, me pasó los folletos. Metiéndolos en mi bolsillo, seguí con mi trabajo.

Al comparar yo los hechos y las condiciones de la tierra con los textos de la Biblia, guiado por los pasajes bíblicos que había en estos folletos, pude entender claramente que éstas eran las ‘buenas nuevas del Reino’ que Jesús enseñó a sus discípulos a pedir en oración. Aprendí que otras enseñanzas, tales como la de la inmortalidad del alma, el tormento en un infierno ardiente, y la trinidad, eran mentiras de Satanás. En cuanto a las religiones que yo había apoyado y reverenciado, perdí por completo el respeto que les había tenido.

Sabía que había descubierto la verdad, pero no estaba tan claro para mí cómo podría ser testigo de Jehová. Primero comencé por mandar el mensaje del Reino a todos mis parientes y conocidos lejanos y cercanos; y trataba de dar folletos a personas desconocidas, a todos cuantos fuera posible. A muchos de mis parientes y amigos repetidamente enviaba más literatura, pero ninguno respondió favorablemente. Mi hermana en Minnesota contestó, diciendo: “A nadie aquí le interesa esa religión.” Desde su nacimiento ella había sido luterana, igual que yo, y no pensaba cambiar. Otro supuesto amigo me devolvió los libros del Reino a vuelta de correo.

En mayo de 1938 en Portland, Oregón, dos desconocidos vinieron a bordo. Uno me entregó una tarjeta de testimonio, sin saber que yo tenía interés. Lo invité a mi camarote. Se asombró mucho de ver las publicaciones de la Sociedad, el calendario y los libros en el camarote. El hermano Ventros entonces me contó de la gran asamblea que había de celebrarse en junio en Seattle, Wáshington. Para asistir tuve que dejar mi empleo. Por mucho tiempo yo había deseado bautizarme. En esta asamblea hubo unos 260 que nos bautizamos. Para mí fue como un nuevo punto de partida.

Después de la asamblea me asocié con la congregación de Seattle, donde muchos de los publicadores se inclinaban a usar el fonógrafo. Yo también obtuve un fonógrafo. Este fue para mí una verdadera bendición, puesto que desempeñaba casi todo el trabajo de hablar y tomaba el lugar de la tarjeta de testimonio. Además, obtuve un equipo de transcripción de la Sociedad y lo instalé en un bote de nueve metros de largo para tocar discos del mensaje del Reino a lo largo del sector ribereño. Pero esto no pareció ser tan eficaz como el tocar discos en las puertas, de manera que lo abandoné.

Mientras más testificaba de casa en casa, más sentía la obligación del servicio de tiempo cabal. En diciembre de 1939 recibí de la Sociedad un nombramiento de precursor. Después de dos años de servicio de tiempo cabal todavía era precursor, pero puedo mirar hacia atrás ahora y ver cuántas escapadas en una tabla tuve y darme cuenta de que fue solamente por la bondad inmerecida de Jehová que yo pude seguir adelante, y Jehová siguió proveyendo como si fuera de la alcuza de la viuda.—1 Rey. 17:16.

En Port Angeles, Wáshington, en noviembre de 1941, recibí un nombramiento para ir como precursor especial a Olimpia, Wáshington, con tres otros precursores especiales. De esto me alegré mucho. Esa noche no dormí nada, sino que estuve juntando mis cosas para irme temprano por la mañana. Cuando llegamos a Olimpia, un publicador local nos mostró una casita ubicada a tres kilómetros en el bosque la cual podíamos tener gratis. Esto era bueno, ya que ninguno de nosotros tenía mucho dinero.

La casa tenía una vieja estufa de leña; pero con la época de lluvias en transcurso, no se podía cocinar ni calentar mucho. Dos de los muchachos tenían automóviles, lo que facilitó la ida y venida a nuestro territorio. La recepción que se nos brindaba en muchos hogares era tan fría como la casita húmeda en el bosque, en diciembre. Más tarde conseguimos una casa-garage en el pueblo, la cual era mucho mejor.

Después de trabajar Olimpia varias veces la Sociedad dividió nuestro grupo y fuimos en pares. El hermano Denerline y yo habíamos de ir a Grand Coulee, Wáshington. Allí alquilamos una casita, otra vez sin saber de cierta persona de buena voluntad, un almacenero, ni de lo que haría para ayudarnos. Él nos dio una casa gratis, y también dio un Salón del Reino gratis. De este incidente y otros parecidos aprendí lo que dijo Jesús: “En cualquier ciudad o aldea que entren, busquen quién es merecedor, y permanezcan allí hasta que salgan,” no cambiándose de un lugar a otro.—Mat. 10:11; Luc. 9:4.

Lo que a veces hacía más difícil el trabajo (aparte de algunas personas de actitud de cabra y de las que no tenían interés) era la intervención de parte de la policía y de oficiales de la ley. A menudo éstos solían interrogarme como si yo fuese un individuo sospechoso. De modo que después de dar el testimonio cuatro veces en el territorio asignado yo estaba ansioso de recibir un cambio. Pero también para este tiempo veía a la gente de buena voluntad manifestándose más y más y la policía haciéndose menos sospechosa. Era tiempo inapropiado para partir del territorio cuando se había establecido buena voluntad. También descubrí que era bueno dar el testimonio a los oficiales de la ley tan pronto como fuese posible. Entonces no me molestaban tanto después.

Cuando me llegó una asignación para la Escuela de Galaad en agosto de 1944, me parecía que era demasiado viejo (tenía cuarenta y cinco años en ese tiempo); pero con la perspectiva de recibir una asignación en el extranjero, me interesé en hacer un esfuerzo. Puesto que las lecciones en Galaad se mueven rápidamente una tras otra, yo naturalmente no podía absorber tanto como los que eran más jóvenes. Descubrí que en Galaad un punto fuerte es ‘Siga adelante y no se dé por vencido.’

Cuando salimos de Galaad el 22 de febrero de 1945, el hermano Knorr dijo a la clase que algunos de nosotros tendríamos que esperar dos años antes que recibiéramos una asignación en el extranjero. En diciembre de 1946 el hermano Johnson y yo fuimos llamados a Brooklyn desde New London, Connecticut, para prepararnos para el campo extranjero. Primero yo había de buscar una embarcación que sirviese en las Antillas. Era una feliz expectativa el que yo participara en dar el testimonio en algunas de las islas pequeñas de los mares. Fui a investigar la renovación de mi licencia oceánica. El instructor de navegación se acordó de mí y ofreció mandarme a bordo de un barco oceánico como primer oficial en un viaje y como capitán en el subsiguiente. Cuando le dije al instructor que no podía hacer eso porque iba en un viaje misional a las Antillas, él no podía comprender por qué yo debiera interesarme en una empresa si no se ganaba dinero en ella.

Al fin, el 16 de noviembre de 1948, cuatro de nosotros a bordo de la goleta—yate auxiliar de veinte toneladas perteneciente a la Sociedad zarpamos desde Nueva York hacia Nassau, Bahamas. Después de un borrascoso viaje de treinta días llegamos sin novedad a Nassau, capital de las Islas Bahamas. Todos los hermanos se alegraron de que viniéramos a ayudarles. El hermano Porter dijo: “Ha hecho excelente tiempo; les esperaba mucho antes.”

Dos semanas más tarde comenzamos a dar el testimonio en las islas más apartadas del grupo de las Bahamas, utilizando el yate para ir de poblado en poblado. La embarcación también era nuestro hogar para todo desde el cocinar hasta el lavado de la ropa. Echábamos ancla cerca de las aldeas, luego usábamos el bote de remos para ir a tierra y regresar a nuestro hogar flotante. Los isleños pueden distinguir una embarcación desconocida o a extraños inmediatamente. Están siempre ansiosos de oir lo que es nuevo. En algunos lugares se reunían grandes muchedumbres en el malecón para ver qué había. Descubrimos que era muy fácil predicar a la gente de las Bahamas. Casi todo hogar posee una Biblia. Es una gente amistosa. El habitante de término medio en estas islas apartadas vive en una pequeña casa de madera. Algunos pescan; otros mantienen pequeños cultivos de tomates, arvejas, maíz y camotes. Algunos mantienen ganado—cabras, ovejas y vacas. Otros tejen esparto, haciendo esteras, sombreros y canastos.

A veces colocábamos entre quince y veinte libros al día, a pesar de que la gente era pobre. Muchos daban sus últimos dos chelines por una ayuda para el estudio de la Biblia.

Muchos ministros locales ofrecían el uso de sus iglesias. Allí pronunciábamos conferencias bíblicas. Durante los primeros seis meses de testificar a la gente de las Bahamas en las islas más apartadas casi no hubo oposición.

En junio de 1949, antes de la temporada anual de los huracanes, seguimos viaje hasta las Islas Vírgenes. Nuestra primera parada fue en Santo Tomás, del grupo estadounidense de las Islas Vírgenes. Aquí nos encontramos con misioneros que estaban trabajando con ahínco. Habían dado principio a una pequeña congregación. Desde allí seguimos a San Juan, de las Islas Vírgenes, y luego hasta las Islas Vírgenes británicas. Todas las islas aisladas eran nuestro territorio y todavía no habíamos llegado al extremo del territorio. Desde las Islas Vírgenes fuimos a las aisladas Islas de Sotavento e Islas de Barlovento. En todas las islas nos recibían bien. Muchos preguntaban: “¿Cuándo vuelven?” En San Martín un hombre de negocios dijo: “La gente nunca hablaba de la Biblia antes, pero desde que ustedes vinieron todo el mundo habla de la Biblia.” Muchos dijeron que ésta era la primera vez que ‘había venido la verdad a esta isla.’

En julio de 1953, después de la asamblea en el estadio Yanqui, vino otro adelanto. Recibimos un yate de diesel de cincuenta y nueve toneladas y dos hélices que podía viajar más rápido y entrar en más lugares. Volviendo a Gran Inagua, Bahamas, y visitando al comisario que había tomado alguna literatura cuatro años antes, le conté acerca de los días agradables que pasamos en el estadio Yanqui y él me dijo: “¡Yo estuve allí!” Él también tenía algunas de las publicaciones más recientes que se presentaron por primera vez en el estadio. En Anguila, en las Antillas Inglesas, di el testimonio a dos policías. Uno dijo: “Soy anglicano pero no se necesitará mucho para que yo cambie de religión, y si lo hago seré testigo de Jehová.” El otro policía se sonrió, diciendo: “Si yo leo mucho más de ese libro ‘Nuevos cielos y una nueva tierra’ renunciaré de mi empleo.”

En los cinco años desde 1953 a 1958 vi establecerse en tres de las islas aisladas, donde solamente por medio del uso de la embarcación se dio el testimonio, congregaciones de quince, de doce, y de seis publicadores, respectivamente. En otra isla aislada, Anguila, cinco personas simbolizaron su dedicación por medio del bautismo en agua. Uno de estos cinco se ha matriculado como precursor. Hay entre la gente de estas islas una demostración de buena voluntad que siempre aumenta. La mayoría de la gente de las islas menores es pobre, pero muchos muestran su bondad por medio de invitar a uno a comer algo o servirle una bebida dulce. Otros le ofrecen uno o más huevos que llevar, o lo que estuviere en sazón.

La mayoría de los poblados de las islas pequeñas no tiene luz eléctrica, ni mucho entretenimiento. De modo que para efectuar una reunión pública colgamos nuestra lámpara de bencina en un lugar conveniente, generalmente en un árbol o en alguna casa cerca del camino. Pronto comienza a reunirse la gente. Después de la conferencia bíblica sigue una buena discusión, a veces durante una hora o más.

Me gusta mi asignación en el extranjero, y no es nunca tan estrenua como las que experimenté en los Estados Unidos. La gente de aquí está siempre lista para hablar a los extraños y es amistosa. Muchos le invitarán a volver para un estudio cada día mientras esté en el puerto. Es como un pueblo natal donde todo el mundo se conoce.

Durante el año de servicio de 1957 la Sociedad vendió la embarcación misional Light (Luz), así, que ahora, en vez de ser un capitán navegante, permanezco en tierra firme en la isla de San Maarten. Fue maravilloso ver el crecimiento de la obra en las islas del Caribe y cómo, en una isla tras otra, se comenzaron congregaciones y la obra se cimentó sólidamente. Ahora la mayor parte de las islas recibe un buen testimonio de parte de publicadores de congregación o de precursores especiales o visitas de siervos de circuito. San Maarten es una pequeña isla amistosa y es un verdadero placer traer el mensaje de vida a la gente de aquí. En el lado holandés de la isla, donde estoy yo, tuvimos diecisiete personas presentes para el Memorial en abril de 1958, lo cual nos alegró muchísimo a todos nosotros. La bendición de Jehová puede verse en este aumento. Fue un privilegio maravilloso el poder asistir a la Asamblea internacional “Voluntad divina” en la ciudad de Nueva York en 1958 y ahora estar de vuelta en la obra misional aquí.

Le estoy muy agradecido a Jehová por haber tenido yo el privilegio de cumplir veinte años en el servicio de tiempo cabal, hasta ahora, y sólo lamento las ocasiones en que pude haber rendido mejor servicio.

Sé que es solamente por medio de la bondad inmerecida de Jehová que uno puede ser miembro de su sociedad del nuevo mundo.

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