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  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1959
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1959
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¿Por qué dedicarnos a Dios?

¿QUÉ significa el dedicarse a Dios? ¿Debe considerárseles imprácticos o insensatos a los que hacen eso? Y ¿qué hay de los que vacilan; son sabios? Sí, ¿por qué dedicarnos a Jehová Dios?

El dedicar significa “aplicar exclusivamente al servicio y adoración de un ser divino, o a usos sagrados. El apartar formal o seriamente para un uso, fin o servicio definido.” (Wébster) De hecho, pudiera decirse que toda persona está dedicada; a Dios, o a sí misma, o a otra persona o a alguna causa. Los que ahora están dedicados a Dios en un tiempo no lo estaban.

Los que hoy día se dedican a Jehová Dios siguen el ejemplo puesto por el hombre más sabio y noble que ha pisado esta tierra, Jesucristo, el Hijo de Dios. Al tiempo que Dios le había señalado para ello Jesús se dedicó a hacer la voluntad de su Padre. En ese tiempo él dijo: “¡Mira! yo he venido para hacer tu voluntad.” ¿Por qué se dedicó Jesús? Porque “en el rollo del libro” estaba escrito que él lo haría y él estaba resuelto a “efectuar todo lo que es correcto.”—Heb. 10:9, 7; Mat. 3:15.

¿Por qué era la voluntad de Dios que Jesús se dedicara? ¿Por qué es su voluntad que persona alguna se dedique? Ante todo, porque es el proceder de la honradez, justicia y rectitud. Jehová Dios, puesto que es el Soberano Supremo, con todo derecho puede mandar: “Yo Jehová el Dios tuyo soy un Dios que exige devoción exclusiva.” Puesto que nos creó, nos dió la vida, él es dueño de nosotros así como de la tierra en que vivimos, de manera que tenemos la obligación de servirle cumpliendo los propósitos que él tiene para nosotros.—Éxo. 20:5.

Dado que es supremo y todopoderoso, Dios fácilmente podría coercer a todas sus criaturas inteligentes y obligarlas a servirle. Pero él se gloría en el hecho de que puede dar a sus criaturas libertad para escoger cooperar con él y sus propósitos o no, y que cada uno acepte las consecuencias de su selección, sabiendo él que muchos escogerán sabiamente. Por supuesto, ya que es su propósito tener un universo armonioso, productivo y amoroso, él no puede tolerar indefinidamente a los que se oponen a sus propósitos. La justicia, así como la misma conveniencia de las cosas, requiere por lo tanto que nos dediquemos a Dios, que le demos la devoción exclusiva que se le debe como Soberano y Creador nuestro.

PROCEDER SABIO

En segundo lugar, la dedicación es el proceder de la sabiduría, tanto respecto a la vida actual como a la vida futura: “La devoción piadosa es provechosa para todas las cosas, ya que contiene promesa de la vida ahora y de la que ha de venir.” (1 Tim. 4:8) A los que se inclinan a pasar toda la vida sin dedicarse a Dios se les puede comparar al comprador de un automóvil nuevo que no quiere aceptar instrucción alguna respecto a cómo manejar el automóvil diciendo que eso constituye una injustificable restricción de sus derechos como dueño. O se les puede comparar al dueño de automóvil que insiste en violar todos los reglamentos del tránsito, a base de que vive en un país libre y que su automóvil es propiedad de él. Sí, todos los tales insensatamente pasarían por alto el Libro de instrucciones de su Hacedor y sus “leyes del tránsito” para la vida. Y sin embargo, ésa es exactamente la manera en que procede más del 99.9 por ciento de los habitantes de la tierra y esto explica por qué la tierra está llena de confusión, angustia e iniquidad. Los que son sabios evitarán todo eso en el tiempo actual por medio de dedicarse a Dios.—Jer. 8:9.

Además nada de lo que tenemos nos es más valioso que la vida, y especialmente vida en felicidad. La dedicación por lo tanto es el proceder de la sabiduría, porque “el salario que paga el pecado es muerte pero el don que Dios da es vida eterna.” Y tal como Moisés dijo a los israelitas escogemos la vida mediante el amar a Jehová nuestro ‘Dios, escuchando su voz y adhiriéndonos tenazmente a él,’ porque él es nuestra vida y la longitud de nuestros días.—Rom. 6:23; Deu. 30:19, 20.

Tampoco podemos vacilar o demorar. Los días en que vivimos pueden compararse a los días en que vivió Noé ¡y el tiempo está caducando rápidamente! Si diferimos quizás no sobrevivamos al predicho fin cataclísmico de este viejo mundo en el Armagedón. Si somos sabios huiremos urgentemente de este viejo e inicuo sistema de cosas, y eso es lo que hacemos cuando nos dedicamos a hacer la voluntad de Dios.—Mat. 24:15-21, 37-39; Apo. 18:4.

Y además el amor que le tenemos a Dios nos impulsará a dedicarnos a él. Su Palabra nos dice que él es amor. Para empezar, fué el amor lo que le impulsó a crearnos. El amor también le hizo salvar a la raza humana cuando ésta, por su rebelión, merecía la destrucción; y fué el amor lo que hizo que Dios diera a su Hijo como sacrificio para quitar el pecado del mundo.—Juan 1:29; 3:16; 1 Juan 4:8.

Seguramente, ya que Dios expresó tanto amor para con nosotros, deberíamos responder con gratitud y apreciación. Por eso él manda que le amemos con todo nuestro corazón, mente, alma y fuerza. En realidad, puesto que todo lo demás ya pertenece a Dios, lo único que podemos darle como expresión de amor y apreciación es nuestro amor, nuestro corazón. Si le amamos nos dedicaremos a él, haciéndonos esclavos voluntarios de él. Como leemos: “Esto es lo que el amor de Dios quiere decir, que observemos sus mandamientos.”—1 Juan 5:3.

Además, desde la rebelión en el Edén Satanás ha desafiado continuamente a Jehová Dios a que ponga hombres sobre la tierra que se mantengan fieles a él bajo prueba. (Véase Job, capítulos 1 y 2) Por medio de dedicarnos a Dios nos ponemos de parte de él en cuanto a ese punto en disputa, vindicándolo como digno de adoración y capaz de atraer servicio altruísta de parte de sus criaturas. De ese modo hacemos caso de su instancia: “Sé sabio hijo mío, y alegra mi corazón, para que responda al que se está mofando de mí.” De manera que vemos que la justicia, la sabiduría y el amor se combinan para recomendar con ahinco que nos dediquemos; una cuerda de tres hebras que debería lanzarnos hacia Jehová Dios y su servicio.—Pro. 27:11.

REQUISITOS PARA DEDICACIÓN

La dedicación, si ha de hacerse inteligente y honradamente, requiere preparación por adelantado. Es preciso que tengamos un “corazón recto y bueno,” y que estemos ‘conscientes de nuestra necesidad espiritual.’ Luego es menester que adquiramos conocimiento de la Palabra de Dios y ejerzamos fe en Jehová Dios, en su Palabra y en Jesucristo como nuestro Salvador y Redentor. A medida que progresemos en conocimiento y entendimiento creceremos en fe y amor hasta llegar al punto en que desearemos dedicarnos a Dios.—Luc. 8:15; Mat. 5:3.

La Palabra de Dios también nos aconseja que consideremos el costo. No para determinar si deberíamos dedicarnos o no—sólo puede haber una respuesta en cuanto a eso—sino para que apreciemos lo que está implicado, para que estemos preparados para ‘decir adiós a todas nuestras posesiones,’ si fuese necesario. Y al hacer la decisión de dedicarnos a Dios no podemos dejar que influya en nuestra decisión la instancia de amigos, el sentimentalismo, el temor al hombre, o algún otro factor ajeno.—Luc. 14:25-33.

Una vez que nos hayamos dedicado a Dios, tenemos que cumplir con esa dedicación. “Mejor es que no votes que el que votes y no pagues.” El primerísimo requisito es que demos constancia ante testigos de haber hecho una dedicación por medio de bautizarnos “en el nombre del Padre y del Hijo y del espíritu santo.” Y de allí en adelante tenemos que seguir siempre “buscando primero el reino” de Dios.—Ecl. 5:5; Mat. 28:19, 20; 6:33.

Tenemos que seguir alimentándonos de la Palabra de Dios, asociándonos con su pueblo y procurando producir los frutos del espíritu, que son “amor, gozo, paz, gran paciencia, benignidad, bondad, fe, apacibilidad, gobierno de uno mismo.” Tenemos también que mantenernos separados de la política, el mercantilismo y las religiones hipócritas de este viejo mundo, sabiendo que cualquiera que “desea ser un amigo del mundo se está constituyendo un enemigo de Dios.” Y tenemos que participar activamente en predicar “estas buenas nuevas del reino” hasta donde nos lo permitan nuestras oportunidades y capacidades.—Gál. 5:22, 23; Sant. 4:4; Mat. 24:14.

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