El puerto de Nueva York es mi púlpito
Según lo relató Ans Insberg
UNA calma dominical ha comenzado en el sector ribereño de Nueva York. Solo ayer el puerto era una confusión de remolcadores y buques de carga, barcos tanques y lanchones, transatlánticos y helicópteros ruidosos. Hoy todo está callado, a excepción de unos cuantos barcos de paso que se cruzan entre Manhattan bajo y la isla de los Estados. El sol de media mañana se refleja de las hileras elevadas de ventanas en los rascacielos de Wall Street. El tráfico temprano pasa velozmente por la cinta de supercarretera que bordea la ribera. Bajo las banderas de 170 compañías de vapores hay hilera tras hilera de transatlánticos recién pintados como si estuvieran estirándose al sol. Este es el puerto de Nueva York, el más rico del mundo. También es mi púlpito y lo ha sido durante los pasados veinte años.
En el portón de la Autoridad del Puerto un uniformado centinela de muelle revisa mi pase y me hace una seña para que entre. Me dirijo al pasamano más cercano y avanzo cubierta abajo, la Biblia en una mano y el maletín en la otra. Acá y allá hay grupos de marineros discutiendo cosas de interés, tales como la posibilidad de guerra a causa de Berlín. A menudo predico a cocineros y marineros primero, y luego avanzo cubierta por cubierta hasta los oficiales, ingenieros, pilotos, operadores de radio y finalmente el capitán. De este modo trato de no pasar por alto a nadie y siempre trabajar de tres a cinco barcos al día.
En comparación con los que moran en tierra, hallo que los hombres de mar son más liberales y conocen mejor la Biblia. Quizás esto se deba al hecho de que tienen más tiempo para lectura y contemplación. También, han viajado más y pasan más tiempo cerca de las obras de Dios—el mar y los cielos estrellados.
A bordo de un barco francés, me presento al ingeniero jefe. “Pase a mi camarote,” me dice. “Le mostraré dos libros que me han dado mucha satisfacción y placer. He estado leyéndolos en mi tiempo libre.” Para deleite mío él exhibe dos bien conocidas publicaciones en francés de la Watch Tower, “Sea Dios Veraz” y “La verdad os hará libres”. El ingeniero acepta gustosamente nuestra más reciente ayuda para el estudio de la Biblia, De paraíso perdido a paraíso recobrado. En seguida, el capitán obtiene el mismo libro. Ahora los dos tienen lectura nueva, interesante e importante en espera.
En otro barco encontré a un grupo de amistosos marineros de habla española. “¡Acérquense, muchachos, y les mostraré algo!” Abriendo el libro Paraíso a una hermosa ilustración, arriesgo un poco de español chapurrado: “¿Ven? No más guerra, no más muerte. ¿No les gustaría vivir en un mundo como ése?” “¡Sí!” Les ofrezco el libro a base de una pequeña contribución, pero recibo la respuesta, “No tengo dinero.” Asegurándoles que el dinero no es la cosa importante en comparación con el poner buenas cosas en la mente, concuerdo en dejarles el libro por unas pocas monedas de a cinco centavos, empero con una sola condición: “Tienen que pasarlo de mano en mano como una librería circulante.” De acuerdo. Y todos reciben algunos tratados en español antes de la conclusión de la agradable visita.
DE TODAS LAS NACIONES
Los idiomas y religiones varían de barco en barco. En su mayoría los marineros a quienes encuentro son españoles, portugueses y escandinavos. También hay tripulantes procedentes de Italia, Japón, Alemania, India y otros países. En realidad, el puerto de Nueva York recibe tráfico de todos los países marítimos del mundo. No es raro que me encuentre discutiendo el reino de Dios con musulmanes, católicos romanos, protestantes, indostánicos o budistas. Casi todos hablan inglés. Yo hablo inglés, ruso y latvio y unas pocas frases en español y alemán. Sin embargo, llevo el folleto de la Sociedad Watchtower, “Predica la palabra,” el cual explica en treinta idiomas principales exactamente por qué estoy a bordo.
Un día, en un buque de carga japonés, llegué hasta el camarote del capitán y me presenté como ministro del evangelio. El capitán se levantó y bondadosamente me ofreció su silla. Sentados alrededor de la mesa estaban sus huéspedes, el piloto jefe e ingeniero jefe, todos los cuales sabían inglés. “Pronto, bajo el reino de Dios, todo lo que está en la Tierra será hermoso,” les dije. El capitán sacó una Biblia grande impresa en japonés. Buscamos Mateo 24:14, la profecía de Jesús que predecía la presentación de un testimonio mundial acerca del Reino justamente antes de venir el fin. “Este texto bíblico se está cumpliendo hoy a bordo de su barco,” expliqué, “y también alrededor del mundo en 188 países por los testigos de Jehová.” El capitán llamó al mozo. Pronto gozábamos de café caliente y algo de comer. Fue un placer colocar con el capitán el libro interesante ¿Qué ha hecho la religión para la humanidad?
“OVEJAS Y CABRAS”
Hace poco tiempo la Sociedad Watchtower me dio una carta que había recibido de una señora de Florida que solicitaba que un Testigo visitara a su padre, subingeniero a bordo de un barco en el puerto. Al hallar al caballero, le expliqué el propósito de mi visita y me agradó oírle decir: “Pase usted. He estado esperándole.” “En ese caso,” respondí, “permítame demostrarle cómo su hija y sus dos nietos predican las buenas nuevas del reino de Dios con los testigos de Jehová.” Él escuchó atentamente un breve sermón bíblico acerca del propósito de Dios de traer paz, salud y vida al género humano obediente. Se suscribió inmediatamente a La Atalaya. Los marineros generalmente obtienen su correspondencia en la oficina de la compañía de vapores en Manhattan cuando vuelven a puerto. Una vez inscrita su suscripción, el ingeniero me preguntó si quería acompañarle al almuerzo. Mientras yo gozaba del agasajo de pollo pude explicar a otros mi misión, incluyendo al mozo español, quien obtuvo un ejemplar del libro Paraíso en su lengua natal. Antes de bajarme del barco tuve gusto en contestar algunas preguntas bíblicas para el capitán e inscribir a otro oficial para una suscripción a La Atalaya. Así terminó un día feliz en el sector ribereño.
Por lo general los hombres de mar son muy receptivos y hospitalarios. Por supuesto que hay excepciones a la regla. Hace unos días a bordo de un barco sueco fui muy vilipendiado y amenazado y finalmente se me ordenó que abandonara el barco. En una ocasión anterior, unos marineros italianos se opusieron llanamente: “¡Aquí somos católicos y comunistas!” Sin embargo, esta hostilidad no es típica. Mis oyentes más apreciativos son católicos españoles y portugueses.
Los desaires poco comunes pronto quedan enterrados por experiencias felices, tales como la que tuve recientemente a bordo de un barco inglés con tripulación de Nigeria. Los nigerianos se reunieron en derredor mío para oír mi sermón, el cual los estimuló a hacer muchas preguntas bíblicas. Tres tripulantes obtuvieron ejemplares del libro Paraíso. “¿Por qué no vienen a visitar los despachos centrales de la Sociedad Watchtower?” les pregunté. Estuvieron de acuerdo en venir el día siguiente. Llegó el lunes y también llegaron seis nigerianos con un oficial inglés. Todos gozaron de una gira interesante a través de la enorme imprenta de la Sociedad. “¿Por qué no construyen en nuestro país un hermoso edificio como éste?” preguntó un marinero. Tal vez ya habrá visto el lindo edificio de sucursal de la Sociedad en Nigeria. Grandemente impresionados por la paz y unidad de la organización central de Jehová, mis visitantes se despidieron.
La despedida es siempre la parte más difícil de mi trabajo, porque la “despedida” es generalmente para siempre. No vuelvo a ver a la mayoría de mis oyentes porque se cambia el personal en los barcos aproximadamente cada tres meses. Hay un cambio limitado de cartas, pero solo de vez en cuando el placer de una reunión breve. Por esta causa antes de terminar cualquier discusión con hombres de mar interesados siempre señalo la lista de oficinas sucursales de la Sociedad Watch Tower que sale al final de la literatura. “Ustedes tienen una oportunidad maravillosa de llegar a conocer a testigos de Jehová dondequiera que naveguen,” les digo. “Casi no hay país al cual entren ustedes que no tenga una de nuestras oficinas sucursales. No dejen de familiarizarse mejor en su próximo puerto.” Luego demuestro cómo tomar la ayuda para el estudio de la Biblia, hacer las preguntas que se hallan al pie de las páginas, y de ese modo conseguir un entendimiento mejor del propósito de Jehová que conduce a la vida eterna.
CÓMO TODO COMENZÓ
¿Cómo llegué a reclamar este enorme puerto como mi púlpito? Fue una decisión feliz hecha hace dos décadas después de haber visitado a un antiguo amigo a bordo de un barco en los astilleros de Bethlehem. Durante la conversación discutimos las buenas nuevas del reino de Dios. A él le gustó y a mí me gustó. Me pregunté: “¿Por qué no hacer esto en otros barcos?”
Por supuesto que no me eran extraños los barcos. Durante quince años yo había navegado bajo las banderas de los Estados Unidos, Inglaterra, Suecia y Alemania. Fue a bordo de un barco en el hemisferio meridional una noche despejada y estrellada que derramé mi corazón al Señor y le pedí que me condujera a la gente que verdaderamente le adoraba en espíritu y en verdad. Yo había visto mucha hipocresía entre miembros de iglesias en mi Latvia nativa y más tarde en Rusia y yo no quería nada de eso. Mi oración fue contestada cuando asistí a una exhibición del “Foto-drama de la creación,” el cual pertenecía a la Sociedad, en Cleveland, Ohío, en 1914. ¡Al fin había hallado la verdad—con qué perfección armonizaba ella la Biblia con la ciencia y la historia! Dentro de dos años fui bautizado y emprendí la obra de predicación, volviendo al mar cuando se me agotaban los fondos. El verano de 1922 trajo una invitación del juez Rutherford, presidente de la Sociedad Watchtower, a ser miembro del personal de las oficinas centrales, donde he servido desde ese tiempo. Es desde este hogar en Brooklyn Heights que viajo al sector ribereño cada domingo por la mañana.
Mientras predico a estos hombres de mar que están lejos de su hogar pienso a veces en mi niñez en Latvia, donde mi padre solía leer dos o tres capítulos de la Biblia cada día en el desayuno. El amor a Dios que esto infundió en mí fue aumentado cuando nos mudamos a los escarpados montes Urales de Rusia. En mi mente los rascacielos de Manhattan se convierten en montes familiares, barrancas profundas y saltos de agua. Todavía puedo oír el canto del cuclillo después de las tronadas magnificas y los arco iris brillantes. No puedo olvidar el cantar de los ruiseñores temprano por las mañanas ni las nevadas deslumbradoras ni las pequeñas almizcleñas que se abrían paso a través de la nieve para anunciar la venida de la primavera. ¡Cuán a menudo cuidé yo las ovejas de mi padre en verdes pastizales en las montañas!
Todavía estoy cuidando “ovejas” aquí mismo en el puerto, para mi Padre celestial, Jehová. Jesús mismo encontró a muchos oyentes mansos parecidos a ovejas en el sector ribereño de Galilea. Diecinueve siglos han traído barcos más grandes que las pequeñas barcas pesqueras de Galilea—y preocupaciones más grandes. Marineros humildes todavía aman las buenas nuevas de que Dios tiene un gobierno del Reino que restaurará el paraíso a la Tierra. Con semejante mensaje feliz y tantos oyentes ansiosos, usted puede imaginarse por qué espero con ansias la mañana del próximo domingo cuando, con mi Biblia y maletín, me dirigiré a mi púlpito fascinante.