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  • Encuadrando en el propósito de Dios
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1965
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1965
w65 1/8 págs. 476-479

Encuadrando en el propósito de Dios

Según lo relató Juan Muñiz

¡CUÁN patente es que el Diseñador Magistral de este maravilloso universo es un Dios de propósito! Cuando reflexiono acerca de mi larga vida, me regocijo de haber tenido el privilegio de haber adquirido un conocimiento de sus propósitos, y de haber sido impulsado a armonizar mi vida con ellos. Permítame compartir con usted algunas de las experiencias que me han convencido de que individualmente tenemos que encuadrar nuestra vida en los propósitos de Dios.

Mi vida comenzó el 29 de octubre de 1885 como miembro de una modesta familia de Asturias, España. Después de asistir a una escuela rural común, fui a una escuela dirigida por monjes, donde recibí instrucción teológica. Pero me fue difícil armonizar lo que enseñaban con lo que practicaban, de modo que decidí dejar mis estudios y hacer algo en el mundo—quizás algún bien para la humanidad. En la fábrica donde trabajaba, entré en el partido socialista. Entonces tenía diecinueve años de edad.

Pero no pasó mucho tiempo antes que reconociera que era una causa perdida. Me asombré de la ignorancia de los trabajadores, de sus constantes peleas entre ellos mismos y de su lenguaje soez. No solo percibí contradicciones en sus reuniones, sino que vi la hipocresía en sus líderes. De modo que en 1909 decidí dejar el partido. Resolví ir a vivir a los Estados Unidos para poder alejarme de la política y la religión.

HALLANDO LA VERDAD

Con mi hermano, me establecí en Filadelfia, Pensilvania, en 1910. Después de trabajar dos años en el ramo de la construcción, juntos decidimos poner una tiendita. Fue allí donde se me hizo accesible la oportunidad de aprender la verdad.

En un bonito día vino un hombre predicando la Biblia. No recuerdo lo que dijo pero esto renovó mi deseo de leer la Biblia. Como tendero tenía tiempo para leer cuando no había clientes. Comencé a leer, y cuando llegué al libro de Job me conmoví profundamente. A pesar de un exterior duro, soy un hombre de grande sentimientos. Las lágrimas se me salían de los ojos al leer acerca de los sufrimientos de ese hombre justo.

Pero el leer no basta, y la ayuda necesaria llegó cuando uno del pueblo de Jehová visitó mi tienda. Le compré el libro The Divine Plan of the Ages (El Plan Divino de las Edades). Cuando regresó, obtuve los otros tomos de la serie “Estudios de las Escrituras.”

En 1916 comencé a asistir a las reuniones en la única congregación de Filadelfia, que en ese tiempo tenía aproximadamente trescientos miembros. Observé que nadie fumaba. Yo era un fumador campeón. ¡Pues tan solo en mi tienda había treinta y siete marcas de cigarros! Pero cada vez que encendía uno me sentía incómodo, especialmente en la presencia de otros. Luego raciociné: “Esta es la verdad, ¿no es cierto? Si quiero permanecer con esta organización, algún día tendré que decirles a otros lo que es correcto. Entonces, ¡por qué no comenzar a decírmelo ahora! ¡Muñiz, tienes que dejar de fumar!” De modo que lo dejé.

Continué asistiendo a las reuniones y estudiando, y para 1917 comencé a predicar en compañía de los hermanos. Fui bautizado en Filadelfia del Norte en 1917.

AÑOS DIFÍCILES

Durante los años difíciles que pasamos todos, hasta 1919, siempre me mantuve ocupado. Desde pequeño aprendí que hay que luchar por las cosas buenas.

Una vez tuvimos que obtener firmas para una petición en protesta contra la injusta encarcelación de los directores de la Sociedad Watch Tower. La petición usaba lenguaje fuerte para poner de manifiesto la perversión de la justicia cometida por los jueces. Aunque comprendí que éste era lenguaje fuerte para que lo usara un grupo de la minoría, nunca tuve temor. Obtuve 150 firmas.

Más tarde arrestaron a varios de nosotros por distribuir copias del famoso discurso “Millones que ahora viven no morirán jamás.” A pesar de mi inglés chapurrado y el hecho de que había siete de nosotros presentes, defendí el grupo ante el magistrado. Durante todo el episodio, el hermano que me trajo la verdad permaneció completamente callado. Pude ver que el temor se estaba apoderando de él. Después que fuimos puestos en libertad desapareció, y nunca volvimos a saber de él.

Cuando surgieron estas dificultades hacia el fin de la I Guerra Mundial, algunos pensaban que se había efectuado toda la predicación, y que no había nada más que hacer que esperar y ser llevados al cielo. Yo creía que el fin estaba cerca—y todavía lo creo—pero nunca dediqué mi vida a una fecha o fechas; más bien, a Jehová Dios. Siempre he tenido la firme convicción de que había mucho trabajo que hacer. Cuarenta y ocho años han pasado desde aquel tiempo, y todavía me siento igual—¡solo que más fuerte!

JEHOVÁ PROVEE

Ahora que estaba empleando más tiempo en la obra de predicación mi negocio llegó a ser una carga para mí. De modo que en 1920 vendí mi negocio y me dediqué plenamente al ministerio.

El problema de cómo atender a mis necesidades físicas se resolvió pronto. La solución se presentó como resultado de una revisita que hacía a un hombre de descendencia alemana, un joyero. Un día me preguntó qué iba a hacer puesto que había vendido mi negocio. ¿Cómo proveería para mí mismo? Me pidió que trabajara para él, pero le dije que yo no sabía nada acerca de la compostura de relojes. Él contestó: “No me importa eso; usted es exactamente el hombre que yo quiero. Necesito un hombre a quien pueda confiarle cosas valiosas.” De modo que trabajé para él, y me enseñó a componer relojes. Por supuesto, no tenía idea alguna de que estaría usando ese entrenamiento más tarde en España.

DE REGRESO A ESPAÑA

El hermano Rutherford, entonces presidente de la Sociedad Watchtower, me pidió que regresara a España para predicar allí las buenas nuevas. De modo que pagué por mi propio viaje y fui. Desde el mismísimo comienzo prediqué bajo condiciones adversas. Fue una gran ventaja el poder vivir con mi hermana carnal, pero todavía tenía que depender de la compostura de relojes, de las reparaciones a las máquinas de coser y del dinero que recibía de las colocaciones de literatura para sostenerme. El progreso era lento, pero había personas que amaban la verdad que escuchaban el mensaje.

Nunca olvidaré una experiencia que tuve en un pueblo minero. Después de predicar durante el día, llegué a la posada donde iba a dormir. Comencé a hablar a los hombres que estaban presentes en el bar, explicándoles que estaban gastando su dinero tontamente, desperdiciando su tiempo y desatendiendo a sus familias. Por eso, ¿cómo podían llamarse cristianos? Les hablé así alrededor de hora y media. Me preguntaron, medio burlonamente, qué hacía para ganarme la vida. Pude abrir mi caja de herramientas y mostrarles mis herramientas, probando de esta manera que no era como sus sacerdotes que vivían de la gente. Eso les impresionó mucho. Como el apóstol Pablo, pude decir: “Estas manos han atendido a las necesidades mías y a las de los que andan conmigo.”—Hech. 20:34.

El posadero se impresionó favorablemente con mi testimonio. Pensé que querría echarme fuera por predicar contra la pereza de los hombres. Pero, en vez de eso, me dejó permanecer allí gratis.

En abril de 1924 el hermano Rutherford escribió preguntando acerca de la posibilidad de hacer arreglos para que él diera un discurso en Madrid. Cuando fue negado el permiso, el hermano Rutherford me dio instrucciones de viajar a París, donde lo encontré en el Hotel Saint James en mayo de 1924. Después de considerar mis circunstancias en España, decidió darme una nueva asignación. De modo que poco después de regresar a España recibí una carta pidiéndome que me mudara a la Argentina.

A LA AMÉRICA DEL SUR

Llegué a Buenos Aires, Argentina, el 12 de septiembre de 1924. Me habían informado que un hermano de apellido Young estaba en Buenos Aires plantando las primeras semillas de la verdad, pero no lo hallé. Por lo tanto, alquilé una habitación y comencé a trabajar. Había traído conmigo un baúl lleno de literatura bíblica, de modo que tuve material con el cual sembrar las semillas de la verdad. Otra vez la compostura de relojes me sirvió de gran ayuda para cubrir los gastos. Cuando daba el testimonio, buscaba un reloj en la pared que estuviera parado y, cuando veía uno, ofrecía componerlo. Después de algún tiempo encontré al hermano Young, que más tarde fue enviado para reemplazarme en España.

Puesto que había tantos alemanes en Argentina, pensé que sería bueno tener aquí algunos hermanos de habla alemana, de modo que le pedí a la Sociedad que enviara dos o tres ministros de tiempo cabal de Alemania. En julio de 1925 llegaron los hermanos. Se concentraron en las personas interesadas de habla alemana, pero estudiaron diligentemente el español para poder ser útiles en todo el territorio.

En octubre de 1925 alquilamos nuestro primer salón para las reuniones. Siempre recordaré el primer grupo de ocho personas que participaban en la obra de predicar. Algunas de ellas todavía viven y están activas en el ministerio hoy en día, casi cuarenta años después.

EXPANSIÓN

Pronto la obra comenzó a extenderse a otras ciudades de Argentina y a otros lugares. Poco después de llegar a la América del Sur fui favorecido con el privilegio de introducir el mensaje del Reino en el Uruguay y también en el Paraguay. Más tarde envié a algunos de los hermanos que estaban conmigo para que regaran las semillas plantadas en mis primeros viajes. Uno fue al Uruguay, otro al Paraguay y el otro a Chile.

Una experiencia que fortalece la fe en conexión con la obra en Chile confirmó mi convicción de que Jehová estaba dirigiendo las cosas. El hermano enviado allí escribió pidiendo que fuera tan pronto como fuese posible para organizar la congregación y me encargara de los gastos. Bueno, preparé mis documentos y todo lo demás, pero no tenía el dinero para el viaje. Sin embargo, en ese mismo momento una hermana que había recibido cierta cantidad de dinero vino a la oficina y contribuyó 400 pesos—¡el doble de lo que necesitaba para hacer el viaje!

A medida que crecía la organización, el lugar que habíamos alquilado resultó inadecuado, y con el tiempo pudimos alquilar otro lugar cerca de la presente propiedad de la Sociedad. Aquí se formó la primera congregación de testigos de Jehová en Buenos Aires. Sin embargo, en unos cuantos años aun este lugar fue demasiado pequeño para las bendiciones con que Jehová estaba coronando nuestros esfuerzos. De modo que, en 1940, compramos la amplia propiedad que ahora posee la Sociedad.

En 1945 los hermanos Knorr y Franz nos visitaron, y pronto después comenzaron a llegar graduados de la recién inaugurada Escuela Bíblica de Galaad. Nos enseñaron mucho tocante a organización y a mejores métodos para predicar. Esto dio ímpetu a la obra, resultando en expansión aun más acelerada.

VISITA A LOS ESTADOS UNIDOS

Un acontecimiento que aprecio como un tesoro en mi vida fue la invitación para asistir a la asamblea internacional de los testigos de Jehová en Cleveland, Ohío, en 1946. Pero primero permítame que le refiera un incidente que sucedió en camino a Cleveland.

Después de desembarcar en Mobile, Alabama, me quedé cuatro días con un amigo. Durante mi permanencia participé en la obra en las calles con la revista La Atalaya, pero cuando algunos alborotadores se quejaron de mí con la policía, fui detenido y llevado a la jefatura de policía. Llamaron al oficial de inmigración para que me interrogara acerca de la obra en las calles. Él dijo que mi pasaporte indicaba que me hallaba en viaje de placer a los Estados Unidos y que no podía trabajar. Contesté: “Este es el mayor placer que conozco: predicar la palabra de Dios mediante la página escrita.” Me dejó en libertad.

Me emocioné con lo que oí y vi en la asamblea de Cleveland. Después tuve el privilegio adicional de trabajar en el Betel de Brooklyn de la Sociedad Watchtower. Allí observé la excelente organización y la unicidad de propósito con que todos trabajan. Luego regresé a la Argentina.

EN CASA EN LA ARGENTINA

Aunque comprendí que yacían en el futuro formidables años de expansión, también comprendí que la obra que crecía requería un hombre más joven, más vigoroso, que pudiera mantenerse al paso con ella. De modo que en 1949, año en que el hermano Knorr hizo su segunda visita a la Argentina, le presenté el asunto y se hizo un cambio en la organización de sucursal. Por un tiempo retuve el privilegio de manejar los asuntos financieros para la Sociedad, pero ahora trabajo en la sala de recepción en nuestro nuevo hogar de Betel, que fue terminado hace unos tres años.

Estoy muy agradecido a Jehová por haberme usado y por continuar usándome a la edad de ochenta años. Con la bendición de Jehová Dios, he vivido para ver la construcción de nuestro hermoso hogar de Betel de tres pisos. ¡Nunca me imaginé que tendríamos cosa semejante en la Argentina, ni que tendríamos aquí más de 10,000 predicadores del Reino! Ahora también veo florecer las sucursales en Chile, el Uruguay y el Paraguay. ¡Qué mayor bendición pudiera pedir que el presenciar la mano de Jehová en su obra, en la que tenemos que hallar nuestro lugar!

Cuando repaso mi vida y los pasos dados bajo la dirección de Jehová y su organización, no puedo menos que estar de acuerdo con Jeremías, de que tenemos que acudir a Jehová para que dirija nuestros pasos. (Jer. 10:23) ¡Qué privilegio he tenido al seguir Su dirección y al encuadrar mi vida en Sus propósitos!

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