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  • Sirviendo a Jehová en la juventud y en la vejez
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1971
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1971
w71 1/9 págs. 535-538

Sirviendo a Jehová en la juventud y en la vejez

Según lo relató Carlos Ott

AUN de jovencito aprendí a respetar intensamente el nombre del Gran Creador, Jehová. En casa tenía la oportunidad de leer acerca de ese nombre en la Biblia. Y cuando asistía a los servicios religiosos luteranos con mi familia a menudo me sentía intensamente conmovido por los cánticos que usaban ese nombre. Yo quería alabar ese nombre, tal como el escritor inspirado de Salmos invitaba a que lo hicieran sus compañeros de adoración. (Sal. 66:1, 2) Pero no sabía cómo.

En la tranquilidad de nuestro hogar en Baviera, Alemania, posiblemente parecía que estábamos lejos de la tirantez y las tensiones de los desenvolvimientos mundiales, pero en 1914 comenzaron a afectarnos. La guerra ya rabiaba a través de gran parte de Europa. Algunos estaban contra ella, aunque muchos la favorecían; entre ellos particularmente el clero. Puedo recordar que el sacerdote luterano nos dijo desde el púlpito que “si el gobierno declara la guerra . . . se debe a que la voluntad de Dios se manifiesta a favor de ella.”

Como muchos otros jóvenes tuve que ir a la ciudad más cercana para ingresar en el ejército. En camino tuve una conversación con mi padre. Él no concordaba con el punto de vista del sacerdote y recuerdo bien que dijo: “No me parece que esté bien que luteranos maten a luteranos, y católicos maten a católicos.”

En las trincheras no había tiempo para pensamientos espirituales. Parecía que continuamente estábamos en marcha, trasladándonos de un lugar a otro hasta que llegamos al puerto de Reval (ahora Tallin) en el mar Báltico. Pasaron los días, y entonces llegó 1918 y el Armisticio. Nos embarcamos de regreso a Alemania y a casa. Mi primo, que era Estudiante de la Biblia, como entonces se conocía a los testigos de Jehová, me dio uno de los folletos de C. T. Russell, ¿Qué Dicen las Escrituras Concerniente al Infierno? Prometió volver la semana siguiente para que pudiéramos hablar un poco más acerca de aquello. Tan grande llegó a ser mi interés que escribí a la oficina de la Sociedad Watch Tower en Barmen-Elberfeld solicitando un ejemplar de cada libro disponible escrito por Russell. También me suscribí a la revista La Atalaya. En el transcurso de una semana recibí cuatro libros, entre ellos El Plan Divino de las Edades.

Tan absorto quedé en la lectura de este libro que todavía estaba leyendo a las cuatro de la mañana siguiente. Mi padre, cuando se enteró de esto, me regañó, diciendo: “Deja de leer tanto . . . estás gastando demasiada electricidad.” Al continuar mi lectura comencé a ver que se requería una vida de devoción a Jehová Dios. Aprendí, también, que la decisión de dedicar uno su vida a Dios no podría hacerse bien con simplemente una base emocional. Significaría un cambio completo en el modo de vivir de uno.

QUERÍA PREDICAR

Al enterarme de que había otros esparciendo las buenas nuevas del reino de Dios por medio de la literatura de la Sociedad Watch Tower, quise participar en aquel trabajo. Pero no me sentía lo suficientemente capacitado. Realmente traté de comunicarme con los Estudiantes de la Biblia. Finalmente me enteré de que había una congregación en Nuremberg y comencé a estudiar con ellos. Muchos de ellos me visitaban y por medio de conversación estimularon mi deseo de compartir las buenas nuevas con otros. Me puse a transmitir a miembros de mi propia familia las cosas que estaba aprendiendo. Más tarde dos de mis hermanas se asociaron junto conmigo con los Estudiantes de la Biblia. Muy pronto estuve participando en la distribución de literatura de casa en casa, y hasta empecé a visitar otras poblaciones cercanas donde testificábamos a la gente y presentábamos discursos públicos sobre la Biblia.

Nuestra campaña de educación bíblica encolerizó al clero y éste incitó a las autoridades contra nosotros. La policía me visitó y preguntó: “¿Quién le paga a usted para que haga esta obra?” Contesté que nadie, que lo estaba haciendo por amor a Dios. Contestaron: “¿Cree usted que Dios le va a pagar por lo que está haciendo?” “Sí,” contesté sin titubear, “lo creo positivamente, y es por eso que estoy alabando francamente a Dios.” Recuerdo que mi padre se puso de mi parte en aquella discusión.

ENSANCHANDO MI SERVICIO

Cuando tuve el privilegio de asistir a una exhibición del “Foto-Drama de la Creación,” una presentación por película cinematográfica y transparencias de la historia de la vida real de la Biblia con comentarios apropiados, aquello me ayudó a decidir el dedicarme a Dios y ser su ministro. Simbolicé esa dedicación por bautismo en agua el 19 de agosto de 1919. Aunque todavía le ayudaba a mi padre en la granja, empecé a pensar en una vida de servicio de tiempo cabal en el ministerio de predicación.

Al fin le escribí a la Sociedad. Mi padre pensó que yo no estaba siendo práctico y me dijo que me iba a morir de hambre. Mi respuesta fue que Jehová había usado cuervos para alimentar al profeta Elías (1 Rey. 17:6), que Jesús alimentó a cinco mil personas con unos cuantos panes y unos pescados, y Lucas 22:35 relata que cuando Jesús preguntó a sus discípulos si habían sufrido alguna carencia mientras estaban en Su servicio, su respuesta fue No. Cifré mi confianza en Jehová, y ahora, después de unos cincuenta y un años, puedo testificar que no me equivoqué al hacerlo.

Cuando la Sociedad me preguntó dónde deseaba servir, sugerí Ingolstadt, porque estaba interesado en aprender cuanto pudiera acerca del arreglo de organización de una congregación del pueblo de Dios. Pronto fui enviado a Baviera septentrional, y para 1922 un grupo de nosotros, precursores o predicadores de tiempo cabal de la Palabra de Dios, habíamos visitado ocho ciudades y habíamos establecido centros de estudio bíblico, muchos de los cuales llegaron a ser más tarde congregaciones activas de testigos de Jehová.

En mayo de 1925, durante una asamblea en Magdeburgo, donde estaba situada entonces la oficina sucursal de la Sociedad, el presidente J. F. Rutherford me pidió que fuera a la Argentina, América del Sur. ¡Imagínese qué conmovedor fue eso! ¡Atravesar el Atlántico para servir en territorio donde hasta entonces se había efectuado muy poco trabajo del Reino! Me llené de alegría.

Me embarqué el 12 de julio y llegué a Buenos Aires el 26 de julio. Juan Muñiz, el representante de la Sociedad en la Argentina, y otros dos Testigos esperaban mi llegada. Acababan de recibir cuatro toneladas de tratados bíblicos, y nuestra tarea era distribuirlos. Nos levantábamos temprano por la mañana y para la hora del desayuno habíamos distribuido millares de tratados. Los colocábamos debajo de las puertas y en otros lugares donde la gente los hallara.

Desde nuestro hogar, que también era lugar de reunión para estudio bíblico, organizábamos la obra de esparcir el mensaje del Reino por visitas de casa en casa. Entre las publicaciones que utilizábamos estaban el folleto Millones que ahora viven no morirán jamás, el Foto-Drama de la Creación en forma de libro, El Plan Divino de las Edades y El Arpa de Dios. Me gustaba visitar escuelas, especialmente escuelas alemanas, donde solíamos obtener las direcciones de los estudiantes... unas 300 obtuvimos en dos meses. El objetivo era llevar a sus padres las buenas nuevas del Reino en su propio idioma. ¡Conmovedor, también, fue ver a las primeras dos de aquellas personas de habla alemana presentarse para simbolizar su dedicación a Jehová!

Durante varios años fui enviado a diversas partes de la Argentina con el propósito de organizar reuniones para considerar la Biblia. Entonces, en 1928, fui asignado a Montevideo, Uruguay, donde me mantuve felizmente ocupado en la obra del Reino durante diez años. En 1939 se me hizo volver a la Argentina, y esta vez fui nombrado ministro precursor y superintendente de congregación en Bahía Blanca. Después de servir un año allí, fui invitado a servir en la sucursal de la Sociedad en Buenos Aires. En lo primero que trabajé allí fue en el departamento de embarque.

CIÑÉNDOME PARA SERVICIO ENSANCHADO

Vivíamos en un tiempo en que habrían de suceder grandes cosas, de eso todos estábamos bastante seguros. En 1945 esperábamos ansiosamente la visita de N. H. Knorr, el presidente de la Sociedad, a la Argentina. Él prometió enviar algunos misioneros graduados de la Escuela de Galaad de la Sociedad para ayudar en la predicación del Reino, puesto que las oportunidades para la obra estaban ensanchándose mucho. También, nos dijo que algunos Testigos locales al debido tiempo serían llevados a la Escuela de Galaad para recibir entrenamiento.

Durante esa visita el presidente Knorr hizo arreglos para que empezáramos el curso semanal de entrenamiento en la Biblia y oratoria en todas las congregaciones de la Argentina, un arreglo que ha resultado maravillosamente provechoso para equipar a los publicadores del Reino en todas partes del país para su ministerio. Personalmente tuve el gozo de establecer esta provisión de entrenamiento, que se conoce como la Escuela del Ministerio Teocrático, en varias congregaciones. Al mismo tiempo el país fue dividido en distritos o regiones, con un siervo de distrito para supervisar a cada uno, y cada distrito fue subdividido en circuitos, cada uno compuesto de un grupo de congregaciones a las cuales visitaba con regularidad un siervo de circuito.

En 1949 el presidente Knorr de nuevo visitó a la Argentina, esta vez acompañado de su secretario, Milton Henschel. Hicimos planes para celebrar una asamblea en una instalación situada centralmente en Buenos Aires, pero las autoridades, bajo la presión del clero, nos negaron la autorización. De modo que entonces hicimos arreglos para celebrar la asamblea en nuestro propio salón en la propiedad de la Sociedad. Otra vez intervino la policía, cerrando el lugar de asamblea y deteniendo a unos cuatrocientos testigos, incluso al presidente Knorr, por varias horas. Esta solo fue una de las muchas ocasiones en que fui llevado a la comisaría para explicar nuestra obra. Si el clero se hubiera salido con la suya, posiblemente hubiéramos sido víctimas de persecución más violenta. Sin embargo, siempre era un gozo sufrir a favor de la verdad de Jehová.

AGRADECIDO POR BENDICIONES

Durante todos mis años como testigo de Jehová me he regocijado al ver el aumento de la obra del Reino y de la organización que Dios ha traído a la existencia entre los hombres con el mismísimo propósito de esparcir las buenas nuevas del Reino. Puedo recordar cuando solo éramos veinte publicadores del Reino aquí, mientras que ahora hay más de 18.700 Testigos sirviendo unidamente a Jehová aquí en la Argentina. Y asistí a tres asambleas internacionales en Nueva York... una en 1953, otra en 1958 y más recientemente en 1963. ¡Cuán agradecido estoy a Jehová por esas bendiciones adicionales!

Para mí también es todavía un gran privilegio el poder vivir en este hermoso y cómodo Hogar Betel en Buenos Aires con muchos compañeros Testigos con quienes todavía puedo servir felizmente. Es cierto que ahora soy octogenario y he tenido tres operaciones en el transcurso de un corto período, de modo que mis fuerzas ya no son como antes. Pero por la bondad inmerecida de Jehová disfruto del gozo de continuar sirviendo al grado más cabal de mi capacidad. Todavía puedo llegar a la mesa del desayuno cada mañana de los días de entre semana para participar con la Familia de Betel en nuestra consideración diaria de un precioso texto de la Biblia.

Mi deseo sincero es continuar en el servicio de Jehová, con su ayuda, hasta que él esté dispuesto a concederme la herencia celestial que he esperado. He sido joven en su servicio y ahora soy viejo. Si, considerando la larga experiencia, se me considera como individuo que puede ofrecer consejo cristiano maduro, instaría a todos los de la organización de Jehová, jóvenes y viejos, a seguir fielmente en el camino que escogieron cuando dedicaron su vida al Dios amoroso y misericordioso. Tal como yo he sido bendecido en todos mis años de actividad del Reino, así usted también puede disfrutar de la paz y satisfacción que se consiguen de Su favor.

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