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  • La eternidad es mi meta en el servicio de Jehová

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  • La eternidad es mi meta en el servicio de Jehová
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1965
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1965
w65 1/10 págs. 597-600

La eternidad es mi meta en el servicio de Jehová

SEGÚN LO RELATÓ TOMÁS E. BANKS

DIEZ años antes de nacer yo en los Estados Unidos, mi padre fue libertado de la esclavitud. Esto fue solo unos cuantos meses antes de entrar en vigor la Proclamación de Emancipación. Durante los años subsecuentes cuando estaba creciendo, tuve poca oportunidad de educación, porque donde fui criado en el estado de Ohio estaba lejos de una escuela. También, no había educación obligatoria en aquel tiempo. No obstante, tenía hambre de conocimiento y leía mucho, con el resultado de que cuando tenía diecinueve años de edad pude ser aprobado en un examen para maestro.

Desde que era pequeño, puedo recordar que mi padre nos llevaba en su carreta a nosotros los niños a la iglesia. Íbamos dos o tres veces cada domingo; no obstante, él nunca fue miembro de una iglesia. Mis hermanas y hermanos ingresaron a una iglesia que era sumamente emocional—la gente gritaba y aplaudía. Pero yo pensaba que la religión debería ser inteligente, no emocional, y ésa era la clase de religión que yo buscaba. No fue sino hasta que tuve veintinueve años de edad que descubrí tal religión.

Trabajaba en una farmacia cuando un amigo entró y me dio un folleto intitulado “¿Qué dicen las Escrituras en cuanto al infierno?” Llevé ese folleto en mi bolsillo como por un mes antes de comenzar a leerlo. Cada vez que veía a mi amigo él me preguntaba si me había gustado el folleto, y me sentía culpable porque no lo había leído. Un día, para satisfacerlo, comencé a leerlo. Cautivó tanto mi atención que lo terminé aquel mismo día. Hasta entonces había creído que sabía todo lo que necesitaba saber en cuanto al infierno, pero pronto averigüe que tenía mucho que aprender. Desde la primera página de aquel folleto vi que hacía un llamamiento a la razón y a la inteligencia. Después de terminarlo, busqué a mí amigo para preguntarle si tenía otras publicaciones como aquel folleto. Dijo que tenía un libro de más de 300 páginas, y yo le dije: “Préstamelo.” Él prometió traerlo al trabajo consigo al siguiente día. Aunque prometí recogerlo al mediodía, no pude esperar y por eso fui a su lugar de negocio a las diez de la mañana. Me entregó el libro El Plan Divino de las Edades. Me lo llevé a casa y lo leí ansiosamente.

Evidentemente mi lectura de El Plan Divino de las Edades estaba consumiendo más de mi tiempo de lo que había comprendido, porque una noche mi esposa me dijo: “Desde que has estado leyendo esa literatura, me has desatendido a mí y a los niños,” y rompió a llorar. Le dije: “Mañana por la noche recogeré las cosas del comedor y lavaré los trastos mientras tú acuestas a los niños. Luego nos sentaremos y te explicaré lo que he estado aprendiendo.” Cuando nos sentamos a la noche siguiente, abrí el libro y empecé a explicarle el propósito de Dios para el hombre y para la Tierra y dónde encajábamos en ello. En diez minutos ella dijo: “Lo entiendo ahora.” De entonces en adelante estudiamos juntos.

UN CAMBIO DE RELIGIÓN

Mi esposa abrazó las verdades que aprendimos de nuestros estudios y permaneció fiel a ellas hasta que murió en 1917. Había sido una devota episcopal, pero después de nuestro primer estudio dejó de asistir a esa iglesia. Yo también hice un cambio. Tenía muchos cargos en la Iglesia Metodista, pero, como mi esposa, comprendí que tenía que renunciar a todo eso para estar en armonía con la Palabra escrita de Dios.

Cuando entregué mi renuncia en una reunión de la iglesia, el pastor rehusó leer mi carta en voz alta. No quería perder a un miembro que tenía tantos de los cargos de la iglesia. De modo que yo leí la carta con un énfasis que el ministro no podría haberle dado. Contestó que no podía decir que yo estaba equivocado, pero que si en alguna ocasión yo quería volver, la puerta de la iglesia estaba abierta de par en par para mí. Le dije que jamás regresaría. Desde entonces mi esposa y yo fuimos estudiantes de la Biblia que reconocimos a la Sociedad Watch Tower como el instrumento que Dios está usando para dar a conocer las buenas nuevas de su reino.

Cuando me dediqué a Dios en 1901, declaré que mi deseo era servirle fielmente. Siempre me he esforzado por hacer esto. Por unos veinte años mi servicio a él se limitó a participar en el ministerio localmente en el estado de Ohio. Pero poco después de la muerte de mi esposa, el presidente de la Sociedad Watch Tower, José Rutherford, se detuvo en Cincinnati mientras viajaba. Me preguntó si me gustaría viajar representando a la Sociedad. Aunque siempre había sido el deseo de mi corazón emplear todo mi tiempo en el ministerio, tuve que rechazar la invitación a causa de mi responsabilidad para con mis hijos, el más joven de los cuales tenía doce años. Sin embargo, ofrecí emplear mis cuatro semanas de vacaciones para viajar dondequiera que la Sociedad quisiera que yo fuera. De modo que un nuevo privilegio de servicio se hizo accesible para mí. Viajé a Nueva Orleans en el estado de Luisiana, visitando muchas ciudades a lo largo del camino y terminando finalmente en Nueva York.

SIRVIENDO A MIS HERMANOS NEGROS

Dos años más tarde cuando fui presidente de una asamblea que celebraba el pueblo de Jehová en la ciudad de Nueva York, el presidente de la Sociedad Watch Tower me acompañó a mi alojamiento una noche y me confió que la Sociedad había hecho arreglos para que yo efectuara trabajo especial entre los negros en los Estados Unidos. Para entonces mis dos hijas se habían casado y también uno de mis hijos, de modo que consideré que podía asumir esta responsabilidad.

Mi trabajo era visitar a los siervos negros de Jehová en varias partes del país y ayudarlos a dar instrucción de la Biblia a otros así como a informar su actividad a la Sociedad. Esto se llamaba trabajo de peregrino. Los hermanos peregrinos viajaban a congregaciones organizadas, dando conferencias bíblicas y ayudando a las congregaciones en asuntos de organización. Así, a la edad de cincuenta años, veintiún años después de mi dedicación a Dios, iba a dedicar todo mi tiempo a su servicio. El deseo de mi corazón estaba realizándose.

Parte de mi trabajo fue en las oficinas principales de la Sociedad Watch Tower de Brooklyn, donde formé un archivo de correspondencia de personas de mi propia raza, según el cual se arreglaban mis viajes. Mis meses en las oficinas principales, conocidas como Betel, fueron felices. Disfruté de la asociación estrecha con mis hermanos allí en el servicio de Jehová.

Cuando se completó el archivo de correspondencia, comencé a viajar en la parte septentrional y en la parte meridional de los Estados Unidos para ayudar a mis hermanos negros en su servicio de Jehová. Viniendo del norte, no estaba plenamente preparado para los muchos ultrajes que afronté en el sur a causa de mi raza, tales como segregación en los autobuses, trenes, restaurantes, etc. Los primeros pocos encuentros desagradables fueron una verdadera prueba para mí, pero me fortalecieron para los encuentros posteriores. Algunos de los hermanos negros se ofendían y no cumplían con las leyes de segregación del Sur. Ya no están en el servicio de Jehová, habiendo apostata de él hace mucho tiempo. Comprendí que la humanidad tiene que esperar el nuevo orden de justicia de Dios para que se corrijan permanentemente las injusticias. Mientras estemos en el viejo sistema de cosas, nosotros, como cristianos, tenemos que cumplir las leyes de César, haciendo como instruye la Biblia: “Esté en sujeción a las autoridades superiores.” (Rom. 13:1) Aunque exista una línea de color en el mundo, no hay ninguna entre los siervos de Jehová. Esto se me demostró en muchas ocasiones.

MINISTERIO EN CAMPOS EXTRANJEROS

Durante los años de 1922 a 1937 mis viajes en representación de la organización del Señor me llevaron a muchos lugares, incluyendo a Panamá, Costa Rica y Jamaica. Cuando regresé a Nueva York desde Jamaica en 1937, el presidente de la Sociedad Watch Tower me preguntó qué objeción tenía a permanecer en Jamaica. No tenía ninguna. Adondequiera que la organización de Jehová quisiera enviarme yo estaba anuente a ir. De modo que él dijo: “La siguiente vez que lo envíe a Jamaica, usted permanecerá por algún tiempo.” Entonces me reveló que quería que yo fuera el superintendente de la obra de la Sociedad allí, encargado de su sucursal jamaicana.

Fue en 1938 cuando fui asignado a la isla de Jamaica. En aquel tiempo había unas 390 personas publicando allí las buenas nuevas del reino de Dios, y estaban organizadas en 53 congregaciones. Desde aquel tiempo hasta el presente, las congregaciones han aumentado a 151, y hay 4,866 personas asociadas activamente ahora con ellas. En aquellos años tempranos no había tanto trabajo de oficina en la sucursal de la Sociedad como lo hay hoy en día. De modo que mi trabajo constaba principalmente de viajar por toda la isla con un auto y altavoz y transmitir discursos bíblicos grabados y también dar conferencias bíblicas por las noches.

Poco después que llegué a Jamaica se impuso una proscripción sobre la importación de las publicaciones de la Sociedad Watch Tower como resultado de la presión que ejercieron en caudillos políticos unos clérigos que se oponían a nosotros. Empleamos los servicios del Ministro de las Tierras en un esfuerzo para que fuese levantada la proscripción. Me dijo: “Cuando leí su correspondencia dirigida al gobernador, me interesé muchísimo en su caso.” Pasó a decir que haría todo lo posible para presentar el caso ante la Cámara en un esfuerzo para hacer que la proscripción se anulara. Hizo esto, pero pasó algún tiempo antes de tener noticias de parte de él. Mientras tanto tuvimos que llevar a cabo nuestro ministerio con la literatura bíblica que todavía teníamos.

A pesar del esfuerzo de nuestros enemigos para impedir que recibiéramos literatura bíblica, Jehová se encargó de que recibiéramos una copia de cada número de la revista La Atalaya. A veces era copiada a mano y se nos enviaba como una carta personal. Teníamos un mimeógrafo que usábamos para hacer copias de ese único número. De esta manera pudimos suministrar a las congregaciones del pueblo de Jehová en Jamaica copias de esa publicación oficial de la Sociedad Watch Tower. Nunca les faltó un solo número.

El gobierno solo confiscó ciertas publicaciones que teníamos, permitiéndonos quedarnos con las otras. Estas las usamos en nuestro trabajo ministerial, haciendo que el abastecimiento durara tanto como fuera posible. Cuando casi se había agotado, el gobierno levantó la proscripción que injustamente se había impuesto sobre nuestra literatura, y nos devolvió las publicaciones que había confiscado. Mucho de lo que se devolvió no pudo usarse por estar empapado por el agua o dañado por los comejenes. Pero después no tuvimos ninguna dificultad adicional en recibir abastecimiento de literatura bíblica de las oficinas principales de la Sociedad para distribuirla a la gente que amaba la Biblia en Jamaica.

Puesto que mi salud y fuerzas se estaban gastando, fue necesario en 1946 que alguien más joven y más fuerte se hiciera cargo de la responsabilidad como siervo de sucursal en Jamaica. Se me dio a escoger entre regresar a los Estados Unidos para vivir con mis hijos o continuar viviendo en las oficinas principales de la Sociedad en Jamaica, donde pudiera hacer cualquier trabajo que me permitiera la salud. Puesto que Jamaica era mi asignación, opté por permanecer allí. En aquel tiempo tenía setenta y cinco años de edad. Ahora tengo noventa y tres.

Mi actividad en el servicio de Jehová ha sido estorbada por la mala salud y la edad, pero, no obstante, todavía estoy disfrutando de la vida en las oficinas principales de la Sociedad aquí en Jamaica. Mi habitación está a solo unos cuantos pasos del Salón del Reino en el edificio donde está la sucursal, y esto hace posible que yo asista a todas las reuniones de la congregación que se reúne aquí. Mi vista todavía es buena y puedo leer todas las publicaciones de la Sociedad y regocijarme con las verdades que contienen, que hacen un llamamiento a la inteligencia del hombre así como al corazón. Uso toda oportunidad para hablar en cuanto a los propósitos de Jehová y las verdades de su Palabra con mis visitantes y por medio de correspondencia. Estoy muy feliz de que pueda completar mis días sobre la Tierra en mi asignación extranjera y todavía en el servicio de tiempo cabal de Jehová.

Casi soy un hombre joven ahora, porque si mis esperanzas se realizan tendré una eternidad de vida en el futuro. Por esta razón considero estos noventa y tres años como solo el principio de mi vida. El emplear todo mi tiempo en el servicio de Jehová ha sido el gozo de mi vida, y espero continuar en él eternamente en asociación con Jesucristo y sus “santos en la luz.”—Col. 1:12.

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