“Un espectáculo teatral al mundo, tanto los ángeles como a los hombres”
Según lo relató Maxwell G. Friend
“VENGAN, escuchen, todos ustedes los que temen a Dios, y yo ciertamente contaré lo que él ha hecho por mi alma.” (Sal. 66:16) Esto es lo que quiero hacer ahora.
Mi antepasado fue Abrahán. Como él, mi deseo más ardiente ha sido tener a Jehová como mi Amigo eterno y permanecer para siempre cerca de él.
Nací en Austria en 1890 de devotos padres judíos de nueve hijos, fui criado en la religión ortodoxa judía y aprendí a leer hebreo antes de llegar a ser de edad escolar. Fui atraído a Dios por mis padres devotos a una edad temprana, no por mis estrictos maestros religiosos. Aquellos maestros solo me enseñaron oraciones hebreas formalistas y mecánicas y ritos sin sentido.
En 1897 mi familia se mudó a Zurich, Suiza. Allí, durante mi primer año escolar, oí por primera vez el relato del nacimiento de Jesús. Me fascinó. Apenas había aprendido a leer en alemán, cuando un libro religioso mutilado, escrito e ilustrado para niños, entró a nuestro hogar. Estaba impreso con letras grandes y contaba relatos bíblicos fascinantes de las Escrituras Hebreas y Griegas. Con intenso interés laboriosamente los leía y releía. Tanto los relatos conocidos de la Biblia hebrea como los nuevos acerca del Mesías y sus discípulos primitivos se me hicieron vivos y cautivadores. Creí en ellos con todo mi pequeño corazón. Más tarde me atrajeron libros sobre ciencia popular, principalmente sobre biología y cosmología. Esto ensanchó mi horizonte, y a la edad de catorce años abandoné la religión formalista.
MI EDAD ADULTA
La llamada educación superior de mis años universitarios junto con más comprensión de lo que encerraban el formalismo repulsivo, los credos sin sentido y la hipocresía repugnante de las religiones que veía a mi alrededor me robaron la fe sincera de mi niñez. Llegué a ser un escéptico, agnóstico y evolucionista sin felicidad. Pero no por mucho tiempo. Desde la niñez, gustaba intensamente de las bellezas de la creación de Dios. La admiración que sentía por su creación me condujo de nuevo a él. En 1912, después de más de tres años de intensa formación dramática en el famoso Teatro de la Ciudad de Zurich, Suiza, me senté a meditar a la orilla del hermoso lago que estaba cerca del teatro. Fue aquí donde mis ojos se abrieron nuevamente al hecho manifiesto de que todas las maravillosas cosas de la creación fueron producidas por un Creador infinitamente más maravilloso.
Poco después la madre de uno de mis amigos allegados notó mi fe en Dios y me dio una traducción moderna de las Escrituras Griegas Cristianas. Mientras leía estas Escrituras con deleite aumentante, revivió mi dulce fe de la niñez en Cristo. Eso fue en 1912. Ahora creí con entendimiento más maduro que Jesús de Nazaret es mi Salvador y que él es el Mesías prometido y Rey del reino de su Padre.
MI DEDICACIÓN
Después de contar todos los gastos previstos e imprevistos, decidí seguir de allí en adelante fielmente en los pasos de mi gran Maestro que me había comprado a costa de su preciosa vida terrestre. Decidí dedicar mi vida a Dios y al servicio de su Reino costara lo que costara.
Todavía había tantas cosas más en las Escrituras que deseaba entender. Me sentía como el eunuco etíope que le dijo a Felipe: “¿Realmente cómo podría saberlo, a menos que alguien me guiara?” (Hech. 8:31) ¿A quién debería dirigirme? No confiaba en los cristianos de imitación y mucho menos en sus maestros religiosos. El Maestro había dicho: “Por sus frutos los reconocerán” como un árbol podrido que produce “fruto inservible.” (Mat. 7:15-20) Su historia vergonzosa y sangrienta y sus matanzas atroces y despiadadas del pueblo judío durante la entera historia de la cristiandad testificaba contra ellos y los condenaba.
¿Adónde debería dirigirme? ¿A quién debería acudir para más esclarecimiento? Por las Escrituras ya entendía que en medio de la mala hierba espiritual del mundo también tenía que haber trigo espiritual genuino. (Mat. 13:24-30) Pero, ¿cómo lo hallaría? Pedí ayuda a Dios, y él me contestó.
En 1912 había aproximadamente una docena de cristianos diligentes en Zurich que estaban proclamando el reino de Dios sin que yo lo supiera. Entonces se llamaban “Estudiantes de la Biblia.” Hoy el grupo con el cual estaban afiliados se conoce como testigos de Jehová. Cuando visité a unos amigos vi en su cuarto de música un tratado intitulado “Los tres mundos.” Su criada lo acababa de traer del buzón. Lo publicaba en Alemania la Asociación Internacional de Estudiantes Sinceros de la Biblia. Me interesó, y pedí permiso para llevármelo a casa. Cuando terminé de leerlo cuidadosamente ya tarde aquella noche, sabía que era la verdad. Sabía que los seguidores verdaderos de Jesucristo lo habían publicado. Me propuse leerlo de nuevo al día siguiente y luego escribir a los editores en Alemania para pedirles más literatura. Pero cuando llegué a casa la siguiente tarde, el precioso folleto ya no estaba en mi escritorio. Nuestra criada lo había confundido creyendo que era parte del periódico del día anterior y lo había quemado. Me sentí como si hubiera perdido un tesoro inapreciable. A pesar de que me esforcé mucho, no pude recordar el nombre ni la dirección de los editores del tratado. Otra vez me dirigí a mi Amigo en el cielo, y otra vez contestó mi oración.
CARLOS T. RUSSELL VIENE A ZÚRICH
Poco después aparecieron en todo Zurich grandes cartelones que anunciaban una conferencia pública por un maestro de la Biblia y viajero mundial norteamericano, Carlos T. Russell. Iba a hablar sobre el tema “Más allá del sepulcro.” Los cartelones mostraban un cuadro grande y notable de una Biblia encadenada de la cual salía el espíritu de Cristo señalando con un dedo acusador a una procesión larga y solemne de clérigos de toda clase. Los enjuiciaba diciendo: “Ay de ustedes . . . porque han quitado la llave del conocimiento.” (Luc. 11:52, VA) “¡Cuán cierto es eso!” pensé. Difícilmente pude esperar la noche en que se daría la conferencia pública en el Tonhalle, la más hermosa sala de conciertos de Zurich.
Cuando llegué al Tonhalle, encontré una gran multitud a la puerta esperando para entrar. Para amarga desilusión mía, descubrí que la sala ya estaba atestada y habían cerrado las puertas. Entonces se anunció que el discurso sería repetido una semana después por el intérprete de Russell. Entonces se dispersó la multitud que esperaba.
Esta vez llegué a la Sala de Conciertos antes que todos los demás. Esperé hasta que abrieron las puertas, y cuando entré al vestíbulo inmediatamente obtuve el libro El Plan Divino de las Edades. Este era el primer tomo de varios libros de Russell. Inmediatamente me enfrasqué en la lectura de él y lo encontré fascinante. No cerré el libro hasta que el presidente presentó al orador. Yo estaba convencido de que al fin había encontrado lo que había estado buscando con todo mi corazón.
Escuché atentamente. La hora del discurso pareció muy corta. Cuando regresé a casa continué leyendo por horas el libro que había comprado. No me avergüenza el confesar que lo que leí en el libro a veces me llenó de emoción e hizo que mis ojos se llenaran de lágrimas de gozo. Simplemente no pude poner el libro a un lado hasta que empezó a clarear un nuevo día, porque estaba revelándome entendimiento de la Biblia. Luego tuve que dormir un poco para hacerle frente al día de trabajo que me esperaba.
El ensayo esa mañana era de la famosa tragedia de Shakespeare “Hamlet.” Simplemente no lo podía hacer de todo corazón esta vez. Me pregunté: ¿Cómo podría, contrario a la Palabra de Dios, expresar públicamente creer que mi rey-padre asesinado seguía viviendo como fantasma que espantaba? ¿Cómo podría jurar venganza sangrienta? ¿Cómo podría dialogar con el “alma inmortal” del rey muerto, hablar del purgatorio y fuego del infierno como realidades? ¿Cómo podría repetir las líneas: “En aquel profundo sueño de la muerte qué sueños pueden venir?” ¿Cómo podría decir “el temor de algo después de la muerte” o “el país no descubierto de cuyo lindero ningún viajero regresa” puesto que sabía que tales declaraciones no eran bíblicas? Súbitamente comprendí que me enfrentaría a similares conflictos de conciencia en casi todo drama en que participara. Sabía que jamás podría volver a participar en representar una mentira impía. Me sentí como un niño que alegremente se había apresurado tras una hermosa y reluciente burbuja de jabón y, después de haberla atrapado, había estallado la burbuja.
MI PRIMERA ASOCIACIÓN CON UNA CONGREGACIÓN
Finalmente descubrí dónde y cuándo celebraban sus reuniones los Estudiantes de la Biblia. Era en la habitación de un hotel de Zurich. La docena más o menos de personas reunidas allí me recibió con cordialidad genuina y cautivadora amigabilidad. Su absorbente estudio bíblico me hizo conocer por primera vez en mi vida los rasgos y el significado profético del tabernáculo de mis antepasados en el desierto. Vi que se abrían para mí las puertas de una vida nueva y verdadera, y me sentí irresistiblemente atraído a aquel amoroso y amable grupo del pueblo de Dios. Me sentí a gusto con ellos. Todavía experimento este sentimiento afectuoso cuando estoy en las reuniones de los testigos de Jehová dondequiera que voy en el mundo.
En cuanto a las buenas nuevas del reino de Dios, me sentí como Jeremías cuando dijo: “En mi corazón resultó ser como un fuego ardiente.” (Jer. 20:9) Simplemente no podía retenerlas. Simplemente tenía que proclamarlas. Mi querido padre estaba bien versado en las Escrituras Hebreas y escuchó mi mensaje sin prejuicio pero sin decir mucho. Mi madre igualmente era un alma temerosa de Dios y a ella le agradó bastante lo que le dije. Tocante a Jesús ambos tuvieron que confesar: “Quizás sea cierto que él es el Mesías.” Años más tarde en el lecho de su muerte mi querida madre leía devotamente la Biblia y nuestro libro El Arpa de Dios. ¡Cómo anhelo la prometida resurrección en la que mis padres recibirán pleno esclarecimiento y pueda verlos remunerados con vida sin fin!
En cuanto a mis cuatro hermanos y cuatro hermanas, ninguno de ellos se adhirió a religión alguna. Tolerantes como eran, simplemente toleraron mi nueva creencia y rara vez presentaron argumento en contra de ella. En cuanto a mis amigos íntimos, ninguno de ellos era religioso, pero desesperadamente trataban de convencerme para que me saliera de lo que llamaban “fantasías idealistas.” Para muy profundo pesar mío, perdí la amistad de ellos, pero desde entonces Dios los ha reemplazado con “el céntuplo,” como se promete en Marcos 10:29, 30.
De la congregación de Zurich recibí literatura para distribuirla gratuitamente. Al principio depositaba un tratado grande en yiddish en los buzones de muchos hogares judíos. Después obtuve tratados en alemán para los gentiles. Así, y oralmente, participé en esparcir las buenas nuevas del reino de Dios así como en dar advertencia enfática de que en el año 1914 se vería el principio del sacudidor “tiempo del fin” del inicuo presente desorden de cosas.—Dan. 12:4.
SERVICIO DE TIEMPO CABAL
Ahora que había descubierto lo que la Biblia llama un precioso “tesoro escondido en el campo,” que es el reino de Jehová, llegó a ser claro para mí que a fin de ‘comprar aquel campo,’ tenía que renunciar a todos mis deseos materialistas así como a mis aspiraciones mundanas de ser actor. (Mat. 13:44) Tenía intenso deseo de desempeñar más bien un humilde papel subordinado para ser lo que el apóstol Pablo llama un “espectáculo teatral al mundo, tanto a los ángeles como a los hombres.” (1 Cor. 4:9) Esto sería para la gloria y fama de Jehová, no para la mía. Cuando revelé mis intenciones y razones a mi director, un ateo, se disgustó visiblemente. Trató de disuadirme, pero fracasó. Hasta que murió años después continuó esperando que, como él lo expresó, “el tiempo y las realidades” me hicieran despertar de mis “sueños idealistas.”
Al año siguiente, 1913, a principios de la primavera, fui bautizado en símbolo de mi dedicación a Jehová y a su servicio eterno. Ese bautismo se llevó a cabo cerca del Teatro de la Ciudad en el agua fría del hermoso lago de Zurich. Después solicité a la sucursal de la Watch Tower en Alemania cualquier clase de servicio que pudiera hacer, y fui invitado a venir a la sucursal, llamada Betel, y a trabajar allí. Mis padres quedaron anonadados. No obstante, altruistamente querían que yo hiciera lo que me hiciera feliz.
En el hermoso Betel de Alemania, en Barmen, encontré un ambiente afectuoso y alegrador. Me hice útil mediante diversos servicios humildes. En aquel tiempo la familia de Betel aún era pequeña, pues consistía en unos quince adultos y dos hermosas niñitas del siervo de sucursal. La más joven de ellas, Febe Koetitz, todavía vive y, por muchos años, ha estado sirviendo devotamente como precursora, o sea una publicadora de tiempo cabal de las buenas nuevas, en los Estados Unidos. Otra persona de Betel en aquel tiempo y que ha sobrevivido hasta hoy es Heinrich Dwenger. Todavía está sirviendo fielmente en la sucursal de Berna, Suiza. Debido a que el primer año de mi nueva vida estuvo lleno de actividad y aprendizaje, pasó rápidamente.
Cuando J. F. Rutherford, quien más tarde llegó a ser presidente de la Sociedad Watch Tower, nos visitó, me preguntó si me gustaría que me enviaran a Austria-Hungría para esparcir las buenas nuevas del reino mesiánico entre los muchos judíos que había allí. (La mayor parte de estos judíos, así como tres de mis hermanos carnales y una cuñada que vivían en Francia, más tarde fueron muertos atrozmente por los nazis.) Gozosamente acepté la invitación, y a principios de 1914 primero viajé a Praga, Checoslovaquia. Allí distribuí tratados en yiddish de casa en casa en las grandes secciones judías de aquella ciudad antigua. Después fui a Viena, Austria, donde efectué el mismo trabajo. En aquel tiempo todavía estaba trabajando solo. Unicamente había cuatro suscriptores a La Atalaya en Viena, y los visitaba repetidas veces y aumentaba su interés en la Palabra de Dios. Comencé un estudio bíblico de casa semanal con dos de ellos. Después la Sociedad me envió un ayudante. Dos ciertamente eran mejores que uno solo en este trabajo. (Ecl. 4:9-12) Los dos pudimos efectuar mucho más de lo que yo podía hacer solo.
Los judíos difícilmente respondían a las buenas nuevas, porque nos confundían con misioneros de la cristiandad. No amaban a la cristiandad debido a los muchos siglos durante los cuales ella los había echado de país en país y les había dado muerte despiadadamente con fuego y espada. Aun en aquel tiempo hubo pogroms o matanzas atroces e inhumanas de judíos, dirigidas por clérigos, en la Rusia zarista. Después de abarcar las secciones judías de Viena viajamos a Poszony (Presburgo) en Eslovaquia. Allí, mientras estábamos distribuyendo tratados en las calles judías, se formó contra nosotros una chusma de judíos encolerizados y fanáticos. Confundiéndonos con misioneros de la cristiandad, la chusma nos echó de la población, pero con la ayuda de Dios salimos vivos. No sucedió lo mismo con aquellas pobres y ciegas personas. Más de veinte años después prácticamente la entera población judía de Poszony fue aniquilada por los nazis poseídos de los demonios. Después de Poszony, abarcamos territorio judío en Budapest, Hungría.
Estábamos acercándonos al otoño de 1914 con expectación creciente porque esperábamos el fin de los tiempos señalados de las naciones, que se mencionan en la profecía bíblica. Reflexionando, hoy podemos ver cómo ese año fue un punto decisivo en la historia humana. Regresamos a Viena, y mientras estábamos allí estalló la I Guerra Mundial. Nos dolió el corazón debido al sufrimiento humano que esto acarreó a la gente. No obstante, nos sentimos indescriptiblemente gozosos por el cumplimiento que por tanto tiempo habíamos esperado de la profecía bíblica acerca del fin de los tiempos señalados de las naciones.
Luego vinieron los tres años y medio de tristeza y humillación para el resto de los miembros del cuerpo ungido de Cristo en la Tierra. Fue un tiempo durante el cual estuvieron, simbólicamente, vestidos de saco. (Rev. 11:2, 3, 7-11) En 1919, cuando Jehová comenzó a librar a su pueblo cautivo de su esclavitud “babilónica,” el “espíritu de vida procedente de Dios entró en ellos, y se pusieron de pie.” Junto con ellos yo también fui revivido a renovada obra teocrática de tiempo cabal en la “gloriosa libertad de los hijos de Dios.” (Rom. 8:21) Había regresado a Suiza, y allí, debido a mi integridad intransigente, sufrí desgarradoras y escrutadoras pruebas.
Fue en la congregación de Zurich del pueblo de Jehová donde encontré a Irma, que llegó a ser mi cónyuge útil y fiel. Servimos juntos primero en Zurich en la oficina de la Sociedad en la Europa central y más tarde en el Betel de Berna, Suiza. Aquéllos fueron años muy activos y fructíferos, que eclipsaron las pruebas severas que causaron hombres infieles que ocupaban puestos de autoridad en la Sociedad. Para probar mi humildad, Jehová les permitió que se enseñorearan de mí, para hacerme pasar por “fuego y por agua,” pero después me sacó con gran alivio.—Sal. 66:12.
SIRVIENDO EN LAS OFICINAS PRINCIPALES
En la primavera de 1926 el hermano Rutherford nos invitó a mudarnos a las oficinas principales mundiales de la Sociedad en Brooklyn. Allí continué como traductor y este privilegio fue ensanchado. Mi buena esposa ayudó como casera, utilizando su don, el típico sentido suizo de limpieza, nitidez y comodidad. Entre una y otra traducción de los libros disfruté del privilegio de visitar congregaciones de habla alemana como peregrino, es decir, un representante y conferenciante público viajero de la Sociedad, en partes extensamente separadas de los Estados Unidos. A veces iba al Canadá. De vez en cuando tuve oportunidades de transmitir las buenas nuevas del reino mesiánico en alemán y en yiddish por radiodifusoras.
Luego Jehová me favoreció con un privilegio de servicio inesperado. Este fue el producir y dirigir conmovedores dramas bíblicos y reproducciones apegadas a la realidad de ultrajantes juicios de los testigos de Jehová en los tribunales por jueces y fiscales predispuestos e influenciados por el clero en los Estados Unidos. Los dramas los exponían a la vergüenza pública y exoneraban la obra de los siervos de Jehová. A los entrenados actores y músicos de la radio de estos dramas se les conocía como el “Teatro de los Reyes.” Sus dramas se ejecutaron por años a través de la propia estación de radio de la Sociedad, la WBBR, y a través de otras estaciones de Nueva York, Nueva Jersey y Pensilvania.
GALAAD
En 1943 la Sociedad estableció la Escuela Bíblica de Galaad de la Watchtower, una escuela ministerial para proveer entrenamiento avanzado a misioneros y representantes ministeriales para servicio especializado en campos extranjeros. Esta escuela ha tenido una parte significativa en el gran aumento de publicadores del Reino que se ha visto desde 1943. Jehová me mostró su favor inmerecido al haberme incluido en la facultad para enseñar cursos sobre investigación bíblica y oratoria pública. Hice esto de todo corazón y con apoyo y guía celestiales por más de diecisiete años, enseñando a treinta y cuatro clases de misioneros y en diez cursos del Ministerio del Reino.
Al llegar a los setenta años de edad, necesariamente tuve que aligerar mi carga de trabajo. Consideradamente el presidente de la Sociedad, N. H. Knorr, me exoneró de mis deberes escolares y nos trajo a Irma y a mí de nuevo al Betel de Brooklyn. Allí nos asignó trabajo más fácil. Nos dolió dejar nuestra hermosa Hacienda del Reino donde estaba ubicada la Escuela de Galaad. El lugar y sus habitantes se nos habían hecho muy queridos. Pero hemos encontrado que Betel, aun más que antes, es un lugar que verdaderamente “no parece de este mundo.” Uno tiene que vivir y trabajar aquí para comprender plenamente la maravillosamente suave eficacia y el excelente espíritu cristiano de cooperación de su organización. A nadie se arrea, los superintendentes son inconspicuos y no obstante el lugar hierve de gran actividad y es asombrosamente productivo.
Hasta ahora en todas mis muchas y variadas asignaciones de servicio desde 1913 he visto agradecidamente que cada cambio, con el tiempo, ha sido una mejora. Nunca antes estuvimos tan bien como ahora en nuestra querida casa Betel. Otro cambio hacia condiciones mejores, pensamos, solo podría ser el cielo mismo.
Ando en mis setenta y ocho años de edad ahora y, como se puede comprender, me canso fácilmente, pero de ninguna manera me siento como que debo jubilarme ahora o jamás. Mi espíritu ha retenido la frescura y el entusiasmo por todo lo que es verdadero, bueno, amable y hermoso. Como está escrito: “El justo . . . florecerá como lo hace una palmera . . . Todavía seguirán medrando durante la canicie . . . para anunciar que Jehová es recto.” (Sal. 92:12-15) No puedo efectuar cosas grandes, pero puedo seguir efectuando cosas pequeñas devotamente. Estoy plenamente consciente de que he sido simplemente un esclavo ‘que no sirve para nada’ y que todo lo que he hecho en el servicio del Maestro es lo que debería haber hecho.—Luc. 17:10.
Cuando hago una encuesta de mi servicio del Reino a través de los años, comprendo que ha tenido sus altibajos, sus gozos y pesares, lo cual ha servido para probarme y refinarme. A veces el conmovedor ascenso por el Monte de Dios ha sido muy empinado y peligroso. Es verdad, tropecé a veces y salí lastimado, pero con la ayuda grande de nuestro misericordioso Guía de las Montañas siempre me levanté otra vez, y con ánimo renovado y cuidado reanudé la subida. Verdaderamente puedo testificar que ni una sola de las promesas benignas de Dios a mí ha fallado. Todas se han realizado. (Jos. 23:14) El desempeñar un humilde papel subordinado en el magnífico drama universal de la vindicación de Jehová lo considero un privilegio inestimable e inefable. Comprendo que, antes de comenzar a contemplar la luz de la verdad de Dios, andaba a tientas en la oscuridad del valle de la muerte y simplemente existía. Desde el tiempo que dediqué mi vida a nuestro gran Padre celestial, por medio del mérito de mi Salvador y Rey, verdaderamente he llevado una vida plena y gozosa, una que vale la pena vivir. Mi deseo más ardiente y mi esperanza más sublime no es ser grande en el reino del cielo, sino ver a Dios y estar para siempre cerca de él y de mi Salvador. Es por eso que renuncié a todo lo que tenía, que era ¡oh, tan poco! a fin de conseguir la corona de la vida y, sobre todo, a Jehová como mi Amigo eterno.