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  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1970
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1970
w70 1/4 págs. 219-222

Apreciando la misericordia y bondad amorosa de Jehová

Según lo relató KLAUS JENSEN

¿SE LE ha ocurrido a usted alguna vez ¿cuán paciente y misericordioso ha sido el gran Dios Jehová con la humanidad pecaminosa? ¿cómo ha tolerado el que lo pasen por alto y pasen por alto su voluntad, mientras siguen su propio camino egoísta? ¿cómo hasta tratándose de individuos ofrece oportunidad tras oportunidad de entrar en relaciones pacíficas con él, aunque ellos traten todo esto muy a la ligera?—Sal. 145:8.

Reflexionando sobre mi propia experiencia, recuerdo que de mi acostumbrado viaje de fin de semana a una cabaña pequeña en el bosque al norte de Kristiania, Noruega, regresé a la ciudad con una decisión firmemente tomada. Sí, había decidido separarme de todo el modelo de vida que entonces llevaba. Era la clase de vida que llevaban la mayoría de las personas que tenían ingresos regulares. El apartarme de la escena del trabajo afanoso diario cada fin de semana siempre parecía tan buena idea... esquiando y caminando en los maravillosos bosques de Nordmarken.

Algunas personas hacen de la Naturaleza su dios, pero yo siempre había creído en un poderoso e inteligente Creador de todo. El estar en la soledad silvestre a veces verdaderamente infundía en mí temor reverente. No obstante, había algo vacío en mi vida, quizás el egoísmo de todo ello: el simplemente cuidarme a mí mismo. Pero yo no sabía qué era, exactamente, lo que faltaba.

LOS PRIMEROS AÑOS

Aquel fin de semana en particular había yo estado solo. Quizás me puse a pensar en la niñez que pasé en la población antigua de Tönsberg, en el lado oeste de Kristianiafjord. Nos habíamos mudado allí desde un lugar pequeño llamado Saltnes Raade unos cuantos años después que nací en 1896, y allí conseguí mi educación, tanto pública como comercial. Y, por supuesto, disfrutaba de la gimnasia y los deportes cuando era hora para ellos.

Quizás, también, me puse a pensar acerca de mis padres, que temían a Dios... gente que siempre había reverenciado la Palabra de Dios, la Biblia. Éramos una familia feliz, en la cual había diez hijos, de los cuales yo era el número cinco. Mi padre se ocupaba en el negocio de la pesca, y con una familia tan grande siempre tenía que trabajar duro para sufragar los gastos. En el verano a nosotros, los niños, nos gustaba pasar las vacaciones con papá a bordo de su barco pesquero, y a él le gustaba que fuéramos con él. A menudo se arrodillaba y le daba gracias a Dios por sus bendiciones.

Reflexionando ahora, puedo discernir que mi padre quería que yo fuera pensando en ganarme la vida en trabajo de otra clase. El negocio de la pesca era demasiado estrenuo. De modo que con el tiempo ingresé en la escuela secundaria sin pagar nada, y al graduarme empecé a trabajar como oficinista, particularmente en el negocio de seguros marítimos. Por corto tiempo, también, obtuve experiencia en la oficina de un naviero.

Alrededor de 1908 mis padres comenzaron a pensar aun más seriamente en el mensaje de la Biblia. En aquellos días los hijos podían ir con sus padres a las reuniones, pero esto no se recalcaba tanto. Por eso, cuando mis padres comenzaron a asistir a las reuniones de los Estudiantes de la Biblia, como entonces se conocía a los testigos de Jehová, nosotros los acompañábamos. Según puedo recordar, el principal tema que se consideraba era la “Llamada Celestial,” de los que esperaban reinar algún día con Cristo en el cielo. No obstante, nosotros, los hijos, dejábamos pasar muchas oportunidades de realmente considerar qué era la voluntad de Dios para nosotros. “Peregrinos” o representantes viajeros de la Sociedad Watch Tower solían venir a nuestra casa a menudo. En realidad, recientemente recibí saludos de una persona de ochenta y dos años que vivía en nuestra casa mientras daba el testimonio de casa en casa en nuestra población como ministro de tiempo cabal. Siempre disfrutábamos de las visitas, que nos hacían personas como ésta, y disfruté de una en particular que nunca olvidaré, pues uno de esos visitantes hizo este comentario en cuanto al interés en los deportes que compartíamos mi hermano y yo: “¡Cómo quisiera que corrieran para obtener otro premio!”—Fili. 3:13, 14.

A fines de 1917 fui llamado para el servicio militar, algo que a mí me parecía que tenía el deber de cumplir. Evidentemente mi patrón pensaba igual, pues me pagó mi salario completo durante los nueve meses que serví con la Defensa Costera. Tres de nosotros fuimos asignados a vigilancia nocturna, viviendo en una choza pequeña en una isla de Kristianiafjord.

En una ocasión nos escapamos en una tablita cuando las olas trajeron una mina a la playa pedregosa. Tratando de equilibrarla, saqué de su posición cierta parte semejante a cilindro. Uno de mis compañeros, un ingeniero, inmediatamente la empujó de nuevo abajo de una palmada. Más tarde, cuando se desmontó la mina, supimos que otro leve movimiento la hubiera hecho detonar y matarnos a todos.

En aquellos días no teníamos un entendimiento claramente definido de lo que la Biblia enseña tocante a la neutralidad. En cierta ocasión cuando mi madre me preguntó qué haría yo si la Sociedad de las Naciones me pidiera que fuera a pelear en alguna otra parte del mundo, le dije que tendría que ir. No fue sino algún tiempo después que llegué a aprender el significado de estas palabras de la Biblia: “Juntaos, pueblos, y seréis quebrantados; oid todos los que sois de lejanas tierras: poneos á punto, y seréis quebrantados . . . Tomad consejo, y será deshecho; proferid palabra, y no será firme.” (Isa. 8:9, 10, Val) No obstante, hubo algunos en aquel tiempo que rehusaban dar a César las cosas de Dios, y sufrían a causa de ello.

UN PASO EN LA DIRECCIÓN CORRECTA

Más tarde, habiéndome mudado ahora a Kristiania, me suscribí a The Golden Age, que ahora se conoce en español como ¡Despertad! Eso resultó en una visita del representante de la Sociedad Watch Tower, que ya me conocía por anteriores visitas a la casa de mis padres. Es extraño, pero todavía no di un verdadero paso hacia adelante en respuesta a la bondadosa llamada de Jehová. En realidad, cuando se anunció que el conferenciante especial A. H. Macmillan iba a pronunciar el discurso “Millones que ahora viven no morirán jamás,” persuadí a un buen amigo mío a ir y oírlo, mientras que yo me fui al campo.

Ese amigo me dio un informe tan interesante en cuanto a la conferencia que me aseguré de ir a la siguiente conferencia especial que se anunció. Ésta me impresionó mucho, pero además de desear que yo pudiera hablar a otros acerca de la misericordia y bondad de Dios, y de mencionar de vez en cuando a unos cuantos otros de mi círculo de conocidos algo de lo que había aprendido, no hice nada. ¿Continuaría extendiendo misericordia Jehová?

Entonces llegó aquel fin de semana en Nordmarken. Decidí efectuar algunos cambios drásticos en mi vida, pero todavía no percibía claramente lo que tenía que hacer para obtener más satisfacción de la vida.

EL CAMBIO IMPORTANTE

En 1923 renuncié a mi empleo e hice planes para embarcarme para los Estados Unidos. California era realmente mi meta, pero me enteré de que Nueva York tenía más que ofrecer en mi ramo. Mis amigos y hasta mis padres pensaban que todo era una broma. Otros estaban seguros de que yo regresaría inmediatamente, alegando que no podría alejarme de Nordmarken y sus bosques silvestres. Finalmente llegó el tiempo de partir. Mi madre me dijo: “Quizás llegues a Betel,” dando a entender, por supuesto, la central de la Sociedad Watch Tower en Brooklyn. El viaje fue interesante: una semana visitando a Londres, y luego cruzar el Atlántico en el barco de pasajeros más rápido de entonces, el Mauretania.

Este fue un cambio importante. Pero un cambio más importante se produjo cuando empecé a asistir a las reuniones del pueblo de Jehová con regularidad en Bloomfield, Nueva Jersey. Con el conocimiento, llegué a tener un sentido más profundo de responsabilidad. Entonces, a principios de 1924 mis hermanos cristianos de Bloomfield me llevaron en un viaje al hogar Betel de Brooklyn, en la cual ocasión me bauticé. ¡Qué impresión produjo en mí aquella visita! A tal grado que, poco después, cuando leí en la revista La Atalaya que allí había oportunidades de trabajar para individuos dedicados a Dios, varones solteros y sin trabas, me interesé lo bastante como para inquirir y con el tiempo llené una solicitud. “¿Cuánto tiempo está usted dispuesto a quedarse?” preguntaba el formulario. “Mientras lo quiera el Señor,” fue la respuesta que di. ¡Ciertamente Jehová había sido inmerecidamente bondadoso conmigo al hacerme accesible este privilegio!

UNA NUEVA VIDA

De modo que el 12 de mayo de 1924 me presenté para trabajar y desde entonces he vivido en el número 124 de Columbia Heights, sin desear jamás mudarme. Mi primer trabajo fue en el departamento de circulación en el número 18 de la calle Concord, componiendo estarcidos de direcciones, algunos de ellos para una publicación de cuatro páginas de segunda clase, The Broadcaster, que se esperaba que llegara a centenares de miles de personas por correo. Más tarde, se descontinuó esta publicación, porque muchos ejemplares no llegaban a su destino. Entonces se pidió que los Testigos de todas partes se esforzaran por distribuir The Golden Age, una revista cuya circulación hoy no es simplemente de centenares de miles, sino de millones. Ahora se conoce como ¡Despertad!

Por ser persona tan acostumbrada a los deportes y al movimiento, al principio me fue difícil ajustarme a esta nueva ocupación. Sin embargo, hubo un cambio cuando se me pidió que escogiera entre el departamento donde se hacen los clisés y el departamento de embarques. Puesto que sabía un poco más en cuanto a embarques y cargas, fui a dar al departamento de embarques. Más tarde, cuando la Sociedad estableció una oficina en Copenhague para atender el norte de Europa, y se indicó así la oportunidad de un traslado, se decidió que me quedara en Brooklyn.

En el departamento de embarques, que abarca actividades de recibo, embarque, importación y exportación, he tenido el privilegio de notar la expansión de la organización durante más de cuarenta y cinco años; de edificios fabriles alquilados en 1924 a edificios fabriles modernos que son propiedad de la Sociedad en cuatro manzanas de ciudad en 1969; de una residencia del siglo XIX en 1924 a altos edificios residenciales modernos a ambos lados de Columbia Heights en la actualidad. Ahora se suministran Biblias y ayudas para el estudio bíblico a unas 25.690 congregaciones en 203 países. ¡Qué tremenda corriente de conocimiento bíblico sale de aquí!

Cuando en otro tiempo la mayor parte de nuestros embarques se hacían en pequeños paquetes por correo, hoy grandes embarques de carga salen a destinos por toda la redondez de la Tierra. A la administración de correos hasta se le hace conveniente recoger diariamente los embarques desde nuestra propiedad en enormes remolques, en vez de que los entreguemos con nuestros propios camiones.

¡Y piense en las enormes cantidades de literatura que se distribuyen en el transcurso de unos pocos días en nuestras asambleas grandes! Esto siempre me ha fascinado. En Saint Louis en 1941, por ejemplo, se distribuyeron más de 125.000 ejemplares del libro Hijos junto con casi medio millón de ejemplares del folleto Consolad a todos los que lloran. En la asamblea de Nueva York de 1958 hubo una distribución récord de nuevas publicaciones encuadernadas en tela que ascendió a 670.000, además de centenares de miles de ejemplares del folleto El reino de Dios domina—¿se acerca el fin del mundo?

Uno de los privilegios gozosos que tuve durante los años pasados tuvo que ver con la Hora Escandinava, un programa semanal patrocinado por un grupito de publicadores del Reino escandinavos. Se pronunciaban conferencias en noruego, sueco y danés, con interludios de música excelente usando las instalaciones de la WBBR, la radiodifusora que era propiedad de la Sociedad.

LA VIDA EN BETEL

Hasta ahora he vivido en soltería, en armonía con el consejo del apóstol Pablo: “También el que da su virginidad en matrimonio hace bien, pero el que no la da en matrimonio hará mejor.” (1 Cor. 7:38) Esto no ha sido tan fácil, pero como Jesús mismo aconsejó cuando se le preguntó en cuanto a lo aconsejable que era permanecer soltero: “Quien pueda hacer lugar para ello, haga lugar para ello.”—Mat. 19:12.

Por otra parte, en Betel he sido bendecido con la excelente asociación de los hermanos y las hermanas, y entre cotestigos fuera de Betel puedo decir que tengo muchos otros padres, madres, hermanos y hermanas espirituales, tal como prometió Jesús. (Luc. 18:29, 30) En realidad, en algunos hogares he tenido el privilegio de entrar y salir como si fuera miembro de la familia. Que Jehová los recompense a todos por su amor y bondad para conmigo a través de los años.

Durante los pasados cuarenta y cinco años y más he visto a muchos nuevos venir a formar parte de la familia de Betel, y a otros irse por una razón u otra. Siempre me ha entristecido el ver partir de aquí a aquellos con quienes he trabajado en estrecha asociación, pues me quedan recuerdos agradables de horas duras y largas de trabajo juntos cuando nos enfrentamos a alguna situación de emergencia.

Aunque comprendo que la “devoción piadosa” es mucho más provechosa que el “entrenamiento corporal,” todavía podría disfrutar de unos cuantos días de esquiar cuando la temperatura desciende a —6 grados. (1 Tim. 4:8) Aunque siempre estuve vivamente interesado en los deportes, nunca sobresalí en las competencias deportivas. Sin embargo, sí me acuerdo de que poco después de haber venido a Betel averigüé que otro miembro de la familia de Betel había estado en los juegos conmigo en Kristiania en 1920. Había sido miembro del equipo de pista olímpico norteamericano (Antwerp), que entonces estaba visitando a Noruega. Y recuerdo que él ganó la carrera en Noruega. Me beneficié mucho al asociarme con él a causa de sus cualidades varoniles y cristianas.

Tengo toda razón para expresar gracias a Jehová por su paciente longanimidad, a medida que poco a poco me atrajo por su mensaje del Reino; por su bondad amorosa al pasar por alto el grado de indiferencia que debo haber tenido; por su benignidad al suministrarme todo lo que he necesitado siempre que me determiné a arrojar todas mis cargas sobre él. Es verdad que en los primeros años de la vida de Betel no había la variedad y abundancia de cosas materiales que hoy tenemos, pero jamás pasamos hambre. Aun más importante, jamás la hemos pasado sin el abundante alimento espiritual para la mente. Y para el futuro... los maravillosos galardones de Jehová nos aguardan al fin de un derrotero fiel. ¡Que jamás dejemos de alabarlo y darle gracias!

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