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  • Andando en el camino de los recordatorios de Jehová

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  • Andando en el camino de los recordatorios de Jehová
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1971
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1971
w71 15/5 págs. 314-318

Andando en el camino de los recordatorios de Jehová

Según lo relató Don Burt

PERÚ es mi asignación presente. He estado sirviendo aquí desde el otoño de 1954. Ha sido y es un lugar emocionante en el cual trabajar. Jamás me he cansado del país y parece que siempre hay algo nuevo que está sucediendo todo el tiempo. Cuando me pongo a pensar en mi pasado, a menudo me pregunto: ¿Cómo llegaste a disfrutar de tan grande privilegio como el de ser un representante misional de la Sociedad Watch Tower en este país de oportunidad misional... Perú?

Todo comenzó alrededor de 1932 cuando mi abuela les envió a mis padres presbiterianos un libro intitulado “Vida,” un libro de cubierta roja publicado por la Sociedad Watch Tower. En aquel entonces yo tenía diez años de edad, pero recuerdo bien que mi madre llevó el libro a la iglesia y le mostró al ministro uno de los muchos textos bíblicos que contenía. Fue aquel que dice que Dios ‘no hizo en vano la tierra, sino para ser habitada.’ (Isa. 45:18) Mi madre deseaba saber cómo armonizaba eso con la enseñanza de la iglesia de que la Tierra iba a ser destruida al fin del mundo.

En vez de contestar su pregunta, el clérigo dijo: “¿Dónde obtuvo usted ese libro? Deshágase de él. Lo único que hará es confundirla.” Evidentemente eso no fue lo que debiera haberle dicho a mi madre, porque eso puso fin a toda nuestra asociación con la iglesia. En el ínterin, mi abuela seguía escribiendo y compartiendo con nosotros las cosas que ella estaba aprendiendo acerca de la Biblia. Mis padres estudiaban ese libro rojo con su Biblia y siempre nos mantenían al día a nosotros, los muchachos, con lo que estaban aprendiendo. Verdaderamente nos parecía que estábamos participando en lo que hacían.

En aquel tiempo vivíamos en Leavittsburg, Ohio, y según nuestro saber no había ningún otro lector de la literatura de la Watch Tower en toda la zona. Mi madre siempre se preguntaba cuándo uno de aquellos “Estudiantes de la Biblia,” como se conocían entonces, vendría a nuestra puerta. Ella parecía estar segura de que lo harían. Y, efectivamente, con el tiempo vino uno de ellos. Se presentó como habiendo venido de Niles, Ohio, y empezó a decir: “Estoy visitándolos como Estudiante de la Biblia y yo . . .” Antes que pudiera decir otra palabra mi madre lo había hecho entrar en la casa. Ese Estudiante de la Biblia había hallado una familia dispuesta, todos ansiosos de aprender el mensaje de la Biblia y de asistir a cualesquier reuniones a las que pudieran llegar.

APRENDIENDO DE LOS RECORDATORIOS DE JEHOVÁ

Aunque poco después nos mudamos a Lake Milton, Ohio, mucho más lejos de Niles, este ministro continuó viajando los kilómetros adicionales y conduciendo el estudio en nuestro círculo de familia. Las ayudas para el estudio bíblico que estudiamos cabalmente en ese tiempo incluyeron los libros Enemigos, Profecía, Reconciliación y Preservación. Mis padres siempre eran muy estrictos en cuanto a que nosotros los muchachos dejáramos de jugar y viniéramos a participar en el estudio. También se nos entrenó a efectuar trabajos en la casa.

Al debido tiempo se formó una congregación del pueblo de Jehová en Newton Falls, Ohio, y mi padre fue nombrado ministro presidente o “siervo de compañía,” mientras que yo era “siervo de sonido.” Eso quería decir que yo era responsable de tener arreglados los fonógrafos y las conferencias grabadas que utilizábamos en aquellos días para presentar el mensaje del Reino en nuestro ministerio de puerta en puerta.

Yo leía mucho, de modo que mi padre se encargó de que tuviese mi propia Biblia, la cual pronto había leído varias veces. Por consiguiente, durante el tiempo que estuve asistiendo a la escuela secundaria inferior y la escuela de segunda enseñanza, los recordatorios de Jehová siempre estuvieron allí sirviéndome de protección. (Sal. 119:9-16) Estaba protegido contra las prácticas malas y contra el pensar mundano que sigue aguijoneando a la gente a “adelantarse a los demás” y a “tratar de ganar fama en el mundo.” Yo sabía que Jehová esperaba que nosotros practicáramos la verdad, la justicia y la bondad.

Me disgustaba la falsedad y falta de equidad envueltas en la “mentira de la Navidad” y su imaginario Santa Claus. Recuerdo las miradas furtivas que veía a los niños más pobres dar a las cosas bonitas que otros niños habían recibido. Se les había dicho que “Santa” traía regalos finos solo a los niños buenos. Llegué a odiar todo este asunto hipócrita, y mis condiscípulos sabían lo que yo opinaba, porque hablaba francamente a toda oportunidad.

Durante mis años escolares me apliqué a mis estudios, porque sabía que el escribir a máquina, la gramática inglesa y la historia siempre serían valiosos. La buena literatura también me atraía. Pero a pesar de todo esto parecía que no podía llegar a una conclusión acerca de una vocación. Un pensamiento que se me ocurría con frecuencia era: ¿Cómo figura la voluntad de Dios en el asunto?

MI DECISIÓN TOMADA

El desarrollo de las condiciones mundiales me ayudó a decidirme. En 1938 ya había presentimientos de guerra en Europa. A veces oíamos por radio las vociferaciones y desvaríos de Hitler. Las cosas parecían funestas. Mi padre, que había estado envuelto en la I Guerra Mundial, nos preguntó a nosotros, los muchachos, qué haríamos en caso de otra guerra. Razonó sobre el asunto con nosotros, pero dejó que nosotros suministráramos nuestras propias respuestas. Tanto mi hermano Harold como yo decidimos mantenernos estrictamente neutrales.

Pronto resolví que solo había una dirección para mí. Los recordatorios de Jehová era lo que yo quería seguir. De modo que, dediqué mi vida a Jehová, y a los dieciséis años fui bautizado en símbolo de esa dedicación. Poco después, mi padre nos llevó a todos a Cleveland a oír la conferencia “Enfréntense a los hechos” por J. F. Rutherford, entonces presidente de la Sociedad Watch Tower, que fue radiodifundida desde el Royal Albert Hall de Londres, Inglaterra, a otras cuarenta y nueve ciudades de asamblea en el mundo de habla inglesa. El conferenciante denodadamente expuso la combinación católica-nazi-fascista, y cuando terminó yo sabía exactamente lo que quería hacer. Nunca desde entonces he perdido alguna asamblea grande del pueblo de Jehová, ni he resistido la guía de los maravillosos recordatorios de Jehová.

Uno de tales recordatorios se publicó alrededor de diciembre de 1939 en el periódico mensual que se llamaba “Informador.” Su artículo “¿Podrá ser precursor para cuando llegue la primavera?” pareció estar dirigido especialmente a un individuo que se hallara en mis circunstancias. Cuando mencioné el asunto a mis padres, estuvieron completamente a favor de ello. De modo que salí de la escuela y me inicié como “precursor” o predicador de tiempo cabal del Reino el 13 de enero de 1940.

AJUSTÁNDOME A UNA NUEVA VIDA

Confieso que ese primer año se me hizo duro. Deseaba portarme como un buen representante del reino de Dios en las puertas. Desde el principio preparé mi Biblia de modo que tenía una cadena de textos para casi todo asunto vital. Esto me ayudó a salir airoso de muchas situaciones difíciles. Variaba mis presentaciones para, que cuadraran con las personas que encontraba a las puertas. Al fin de cada día no podía hablar más, pero me sentía supremamente feliz por haber podido contestar preguntas y explicar la Palabra de Dios a los que deseaban saber.

Durante la II Guerra Mundial se me hizo difícil obtener empleo seglar de tiempo parcial para mantenerme en el ministerio de precursor. Sin embargo, a veces compañeros Testigos me ofrecían alojamiento gratis. Mis padres y otros se encargaron de proveerme ropa de vez en cuando. El orgullo falso pudiera haberme sacado del ministerio de precursor, pero tenía presentes las palabras del apóstol Pablo: “El trabajador es digno de su salario.” (1 Tim. 5:18) Como resultado, aunque jamás he tenido que pedir cosa alguna, ciertamente nunca me ha faltado nada necesario.

‘VENGAN Y AYÚDENNOS’

En armonía con la visión e invitación que el apóstol Pablo recibió para entrar en nuevos campos en Macedonia, a menudo me preguntaba acerca de partes del campo donde no había trabajadores. (Hech. 16:9, 10) Varios precursores nos reunimos y obtuvimos la asignación de condados enteros donde poco se había hecho para predicar las buenas nuevas. Trabajamos todo el condado de Lawrence, Tennessee, y luego el condado de Potter, Pensilvania. Recuerdo que mientras estaba en Tennessee me puse a pensar en cuanto a ofrecerme voluntariamente para el servicio en la central o “Betel” de la Sociedad Watch Tower. Le presenté el asunto a Jehová en oración y lo expresé de tal manera que yo seguiría cualquier senda que se me hiciera accesible. Yo daría los pasos, pero quería que Jehová me dirigiera.—Pro. 4:25, 26.

¿Qué sucedió después? Recibí una invitación para ser precursor especial, dedicando 150 horas al mes al ministerio y recibiendo ayuda monetaria modesta de la Sociedad. Eso fue en 1943. Otros dos Testigos y yo fuimos asignados a Canandaigua, Nueva York. Allí al debido tiempo organizamos una congregación pequeña. Operábamos desde un apartamiento de tres habitaciones. Cada uno tomaba su turno para cocinar. Lavábamos nuestra ropa en la bañera, usando la bomba para destapar los sanitarios para golpear nuestra ropa. ¡Qué bueno era en los días de invierno entrar de nuestro ministerio en el campo a nuestra habitación caliente y dedicarnos al estudio bíblico personal mientras que el cocinero de ese día con centraba sus esfuerzos en nuestra cocina de queroseno de tres quemadores!

HORIZONTES MÁS LEJANOS

Entonces vino otra experiencia memorable. Estaba sentado en la bañera cuando mis compañeros entraron apresuradamente en la habitación ondeando una carta gruesa de la Sociedad dirigida a mí. Cualquier cosa de Betel eran noticias importantes para nosotros, y éstas en particular fueron buenas noticias... una invitación para que llenara una solicitud para ser matriculado en la escuela misional de Galaad de la Sociedad. En marzo de 1944 asistí a la Tercera Clase de Galaad, y desde entonces mi vida ha sido una experiencia magnífica tras otra.

Mi primera asignación después de la graduación no fue exactamente al extranjero, pero me emocionó tanto como si lo hubiera sido. Fui asignado a visitar y ayudar a congregaciones en California y Nevada como “siervo para los hermanos” (que ahora se conocen como siervos de circuito). Me sentía un poco nervioso al pensar en pronunciar conferencias a las congregaciones en la zona de la Bahía de San Francisco. De hecho, mi primera conferencia se suponía que duraría una hora y media, y solo utilicé cuarenta y cinco minutos para pronunciarla. Por supuesto, el mejoramiento llegó con la práctica.

A menudo quedaba impresionado con el hecho de que los recordatorios de Jehová son un escudo y protección. Por ejemplo, en una ocasión viajé en un autobús para tomar un tren en Elko, Nevada, que se dirigía a California. Durante el viaje en autobús había estado leyendo el libro “El reino se ha acercado.” Cuando alcancé el tren resultó ser principalmente un tren de soldados y estaba repleto. Siendo de estatura pequeña, me metí en el espacio que había entre el asiento trasero y la parte trasera del vagón y me acosté sobre algunos talegos. Pero era imposible dormir. El asiento de enfrente estaba ocupado por dos soldados y una muchacha. El habla que tuve que escuchar gran parte de esa noche ciertamente estaba en contraste con la excelente información que había estado leyendo.

UNA ASIGNACIÓN HISPANA

El tiempo pasaba rápidamente. Ya había pasado un año y medio desde que salí de la Escuela de Galaad y seguía preguntándome acerca de mi asignación en el extranjero. ¿Cuándo llegaría? Bueno, poco después de asistir a una reunión especial de representantes viajeros de la Sociedad en Salt Lake City, Utah, una reunión que condujo el presidente de la Sociedad, N. H. Knorr, y uno de los directores, T. J. Sullivan, recibí mi asignación para San José, Costa Rica. Allí habría de continuar sirviendo de congregación en congregación.

Recuerdo que una congregación solo tenía como territorio chozas en la selva a ambos lados del ferrocarril de vía angosta. El hermano Spence y su esposa y yo tomábamos el tren al amanecer por unos cuantos kilómetros de la línea, nos bajábamos, y comenzábamos nuestra obra de ministerio a pie de regreso a lo largo de la vía. Verdaderamente daba satisfacción poder llevar el mensaje de las buenas nuevas a esas personas humildes. Y fue en una de tales ocasiones que probé por primera vez la carne de mono en la comida. ¡Qué conmovedor fue enterarme años después de que el hermano Spence asistió a la Escuela de Galaad en 1961 para recibir entrenamiento avanzado especial en el ministerio!

Entonces recibí una asignación para Honduras, un territorio en el cual los Testigos no habían trabajado todavía. Poco después de haber llegado a la capital, Tegucigalpa, en mayo de 1946, el presidente Knorr nos visitó y anunció que se abriría allí una nueva sucursal. Yo habría de ser el siervo de sucursal, lo cual significaba que tenía que desempeñar todos los servicios de un personal de oficina y del campo yo solo. Fue un verdadero desafío, pero me regocijé con la oportunidad de servir.

Muchos son mis recuerdos felices de aquellos días. Por ejemplo, en un viaje con algunos otros misioneros a Roatán, Coxan Hole y Utila, islas a corta distancia del puerto de La Ceiba, pudimos estar de pie en las bancas del parque y pronunciar conferencias bíblicas a los isleños, un auditorio verdaderamente apreciativo. Pronto habían pasado cuatro años maravillosos, y habíamos presenciado una expansión maravillosa de los intereses del Reino.

La siguiente asignación llegó veloz e inesperadamente. El querido Edwin Keller, instructor de español de la Escuela de Galaad, había muerto. Se me invitó a volver a Galaad, esta vez para enseñar español. Esta asignación duró tres años y medio, comenzando en diciembre de 1950. Fue durante este período que sugerí a una de las muchachas con disposición de misionera que nos casáramos y fuéramos a una asignación misional como marido y mujer. Louise Joubert aceptó mi proposición y trazamos nuestros planes de acuerdo con eso. El presidente Knorr nos invitó a ir al Perú, y finalmente nos casamos en Lima en noviembre de 1954.

APLICANDO LOS RECORDATORIOS DE JEHOVÁ

Una de las primeras asignaciones que tuvimos fue Iquitos, cerca de la cabecera del río Amazonas. Era una región selvática, cálida y húmeda, pero cuando habían pasado varios meses habíamos bajado de peso hasta el punto en que podíamos tolerar el clima. Aquí aprendimos que uno puede acostumbrarse a casi cualquier cosa con tal que uno se dé suficiente tiempo. Ayudamos a establecer una congregación en Iquitos, y a veces hasta nos aventurábamos a entrar en los territorios tribuales indios con las buenas nuevas del Reino.

Más tarde serví de representante de circuito en la parte meridional del Perú, donde serví congregaciones ubicadas a unos 4.300 metros sobre el nivel del mar, y donde a veces recorríamos los desiertos calurosos y secos de la costa y en otras ocasiones las escenas de chaparrones torrenciales en el interior. Louise y yo hemos subido y bajado montañas; yo he montado burros y caballos y he viajado sacudido en camiones-autobuses de hechura casera. Hemos vadeado ríos, hemos estado peligrosamente cerca del borde de precipicios vertiginosos, y hemos experimentado noches de desvelo en la atmósfera enrarecida de los altos Andes. Hemos apreciado a grado cabal las experiencias del apóstol Pablo registradas en 2 Corintios 11:26, 27.

Recuerdo bien una noche de desvelo. Estábamos visitando Urcos, justamente fuera de Cuzco. No pudimos conseguir ningún medio de transporte. Buscando alojamiento, se nos dirigió a una habitación de adobe, de paredes gruesas, conocida como hotel “colectivo.” Había cuatro camas, una junto a cada pared, cada cama con su orinal de barro rojo debajo. Lo único que pudimos hacer fue alquilar dos catres. Aproximadamente a las 9 de la noche dos indígenas ocuparon las otras dos camas. Entre el castañeteo de los dientes de Louise y el ronquido de los indígenas, pasó mucho tiempo antes que pude conciliar el sueño de modo que fue muy corto el tiempo que dormí. En el frío helado de la madrugada formamos fila junto a la llave del agua y esperamos nuestro turno para cepillarnos los dientes y lavarnos.

El placer y la satisfacción de servir a nuestros hermanos cristianos y de ayudar a las personas humildes a obtener un conocimiento de los magníficos propósitos de Dios siempre han excedido por mucho toda desventaja. Y quizás uno de los momentos más emocionantes fue cuando la Sociedad comenzó a construir su propia oficina de sucursal y casa misional en Lima. Desde poco antes de terminarse en mayo de 1961, he estado sirviendo en esta oficina de sucursal, y ahora unos diez años después puedo decir que las cosas son más emocionantes que nunca. Hay 13.000.000 de personas en este país, y una creciente muchedumbre de ellas está conmoviéndose ante el sonido de las buenas nuevas de Dios para todos los pueblos. Nuestra oración ferviente es que podamos seguir sirviendo a Jehová y ayudando a sus ovejas hasta que él haya efectuado su propósito.

Junto con nuestros leales compañeros Testigos alrededor del mundo esperamos que siempre podamos confesar a nuestro Dios: “En el camino de tus recordatorios me he alborozado, así como por toda otra cosa valiosa.”—Sal. 119:14.

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