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  • Injusticia racial... ¿seremos librados alguna vez de ella?

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  • Injusticia racial... ¿seremos librados alguna vez de ella?
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1975
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  • LO QUE ME HIZO REVOLUCIONARIA
  • CRISTALIZANDO PUNTOS DE VISTA Y OPINIONES
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  • ACTIVIDAD REVOLUCIONARIA EN LOS ESTADOS UNIDOS
  • ALIVIO DE LA INJUSTICIA... ¿CÓMO?
  • ¿ALGÚN MÉRITO EN ELLO?
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1975
w75 15/2 págs. 99-107

Injusticia racial... ¿seremos librados alguna vez de ella?

Esta es una pregunta que hoy están haciendo muchas personas. ¿Es revolución la respuesta? Lea cómo una persona de color encontró la única manera satisfactoria en que se puede lograr liberación de la injusticia.

A LA luz del alba, observé desde la cubierta cuando hombres rana se deslizaron silenciosamente en las aguas heladas de la bahía canadiense. Estaban examinando la parte sumergida del barco buscando explosivos. Había quienes querían detener nuestra partida, aunque eso significara hacer estallar el barco.

Sin embargo, poco después zarpamos sin incidente alguno. Unos 500 de nosotros, en su mayoría norteamericanos de color, nos encontrábamos en marcha a Cuba, aparentemente para ayudar en la cosecha de caña de azúcar. Pero, en realidad, más estaba envuelto.

Líderes del gobierno sabían esto. Unas cuantas semanas después un senador de los EE. UU. dijo al Congreso: “Ciudadanos norteamericanos están siendo adoctrinados y entrenados para atacar y destruir a nuestras instituciones y nuestro Gobierno. Esta actividad se ha emprendido en nuestra puerta en esta hora. La Cuba de Fidel Castro es la base del enemigo para la operación.”—Congressional Record, 16 de marzo de 1970.

El senador tenía razón, por lo menos en cuanto a mí. Yo iba a Cuba para entrenamiento avanzado en táctica revolucionaria. Mi meta era iniciar insurrección armada contra el sistema norteamericano.

A bordo del barco, nos preguntábamos, y en particular preguntábamos a los pocos blancos que estaban con nosotros, “¿Mataría usted a su propia madre o a su propio padre si trataran de impedir la revolución?” Los que vacilaban eran marcados como individuos que requerían más educación. Necesitaban apreciar más plenamente la necesidad de aliviar el sufrimiento de las masas derrocando a sus opresores, según nuestro parecer.

“¡Cuán torcida puede llegar a estar la mente de la gente!” quizás esté usted pensando. “Las condiciones quizás sean malas, pero ciertamente no justifican una revolución.”

Sin embargo, millares de jóvenes sinceros creen lo contrario. Aun personas de familias acaudaladas, como revelan informes noticieros, participan en lo que creen que es una lucha para librarse de la injusticia. ¿Por qué? ¿Qué hace que piensen que la destrucción del sistema es la única esperanza que hay de librarse de la injusticia?

Por favor, permítame explicar. Quizás le proporcione a usted un entendimiento más profundo del modo de pensar de otros, en particular de millones de personas de color. Mi propia vida y sentimientos, creo, sirven de ilustración.

CRIÁNDOME COMO MORENA EN LOS ESTADOS UNIDOS

Nací en lo profundo del Sur en 1945, una de once niños. Éramos medianeros. Mi primera casa era una cabaña de madera a la orilla de un campo algodonero, y a través de los años viví en varias de esas cabañas. Pegábamos periódicos a las paredes para impedir que entraran los vientos en el invierno.

Pero el simplemente ser pobre no era tan malo; también había blancos pobres. Era el tratamiento que recibían las personas de color y las actitudes para con ellas lo que dolía. Se nos excluía de escuelas para blancos, restaurantes para blancos, excusados para blancos, o hasta de usar las mismas fuentes públicas para beber que los blancos. Y había los letreros: “NO SE ADMITEN MORENOS NI PERROS.”

En aquellos días en el Sur, los lugares públicos, como las estaciones de autobuses, estaban divididos en secciones, y nosotros teníamos que sentarnos en la parte trasera del autobús. Cuando parecía que habíamos olvidado nuestro lugar, había las expresiones despreciativas: “¡Vamos!, saben que los negros no se permiten aquí. ¡Vamos! váyanse atrás.”

Recuerdo cuando tenía yo catorce años que Emmett Till fue muerto —esto constituyó grandes noticias en la nación, pero para mis padres y la mayoría de las personas de color del Sur, era una vieja historia— otro moreno muerto por los blancos... el factor insólito siendo su edad. Fue sacado del río Tallahatchie muerto... los blancos lo habían golpeado malignamente hasta matarlo porque, según se informa, le silbó a una muchacha blanca. Pero, ¿asesina uno por eso?

Esto me ayudó a comprender los tonos suplicantes, temerosos de mi abuela mandándonos que siempre recordáramos mirar los dedos de nuestros pies cuando habláramos con personas blancas, y decir “Sí, señor” y “No, señora” y, sobre todo, a desempeñar el papel sonriendo. Pero ¿por qué, me preguntaba yo misma, querían reprimirnos los blancos? ¿Qué de malo había en ser negro?

Cuando todavía era yo bastante joven mi hermana tuvo un ataque asmático, y el terrateniente blanco para quien trabajábamos rehusó molestarse en llevarla al doctor. Mi padre, normalmente un hombre apacible, movido por desesperación le apuntó con una pistola al hombre y lo obligó a conducir el auto para buscar ayuda médica. Por supuesto, papá jamás podía regresar a casa, pues habría sido linchado. Huyó al Norte, y nosotros nos mudamos a la casa de mi abuela en otro condado. Con el tiempo, papá nos mandó llamar para que nos uniéramos a él en la ciudad de Nueva York.

El trabajo de mi padre como pintor y vigilante de casas resultó en que nos mudáramos a una zona residencial de puros blancos en Sheepshead Bay en Brooklyn, donde yo era la única persona de color en la clase. Parecía que mi maestro daba por sentado que yo sería estúpida, pero yo estaba determinada a probar lo contrario.

En el sexto año, estaba yo leyendo al nivel de segundo año de enseñanza superior, y por eso me pusieron en clases especiales para estudiantes excepcionales. Al año siguiente fui escogida para participar en un programa experimental llamado “Proyecto Talento.” Tenía yo un ávido interés en muchas cosas, e ilimitada energía. Estudié canto, ballet, periodismo y enfermería, y fui a una escuela de modelado.

Después de salir de la escuela secundaria, llegué a ser artista de grabación de discos, trabajando en una ocasión con Paul Simon de Simon y Garfunkel. Esto me suministró la oportunidad de viajar a otras ciudades para presentarme en la televisión y otros lugares. También me empeñé en conseguir una educación de enseñanza superior.

LO QUE ME HIZO REVOLUCIONARIA

Sin embargo, con el tiempo me di cuenta de que era víctima de engaño, que yo misma me engañaba. Vi que me dejaba llevar por la irrealidad al pensar que quizás el color de la piel de uno no importaba. Era una mentira que el racismo solo existía en el Sur; lo había, también, en el Norte, solo que estaba nítidamente camuflado. Había tratado de borrar de mi memoria la imagen de la negrita empujada hasta la parte trasera del autobús, que no era bienvenida en hogares de blancos, en escuelas para blancos, en restaurantes para blancos. Pero ahora me vi obligada a recordar.

Tuve que luchar para obtener un apartamiento en vecindarios de blancos, siendo obligada a dirigirme a la Comisión sobre Derechos Humanos en el estado de Nueva York. También, al proseguir mi educación con ciertas carreras en mente, encontré que las puertas se cerraban y las barreras se levantaban. Cuando solicité un trabajo, recuerdo que se me ofreció un salario extraordinariamente alto, no por mis habilidades sino solo para dar a la compañía la apariencia de estar integrada. Me indigné y les dije que se quedaran con el empleo.

CRISTALIZANDO PUNTOS DE VISTA Y OPINIONES

Los titulares estallaban de episodios sumamente alarmantes y desagradables, uno tras otro en los años sesenta. Una mañana de septiembre en 1963, una bomba destrozó una iglesia en Birmingham, Alabama, durante las clases de escuela dominical. Veintenas de aterrorizados niños de color salieron corriendo y gritando; otros sangraban y gemían. De cuatro no salía sonido alguno. Estaban muertos... asesinados por blancos. El verano siguiente, tres trabajadores de los derechos civiles: Chaney, Schwerner y Goodman, fueron asesinados en Misisipí.

Para entonces me había envuelto en la lucha por derechos iguales. Trabajaba para CORE (Congreso de Igualdad Racial) y SNCC (Comité Coordinador Estudiantil Sin Violencia). Escuchaba a líderes de color más moderados, como el Dr. Martin Luther King. Hasta escribí un artículo especial acerca de él para una columna del Harlem Valley Times. Cuando él, también, fue muerto por un blanco, tuve que preguntarme, como se preguntaban muchas otras personas de color: “¿Qué logró la no violencia por la cual abogaba él?”

Empecé a leer extensamente en cuanto a la historia de la raza negra. Me enteré de la cruel trata de esclavos y del tratar a los de color como propiedad, hasta desbaratando sus familias y vendiendo los miembros a diferentes amos, sin considerar el sentimiento humano. Me encolerizó saber que ciertos dueños de esclavos solían usar a un hombre poderoso, de buen cuerpo, para padrear con sus esclavas y así producir prole para el mercado de esclavos o para trabajo en los campos.

Es mejor olvidar injusticias tan terribles, quizás digan algunas personas. Pero yo no podía olvidarlas, porque me parecía que, aunque se había terminado la esclavitud, las actitudes todavía estaban muy vivas.

INDIGNADA POR INJUSTICIAS

Adondequiera que miraba, veía la misma cosa: la gente de color amontonada en ghettos padeciendo de discriminación, depresión económica, injusticia, alojamiento malo, apiñamiento, desesperanza. Empecé a ver estos lugares como colonias de personas oprimidas, personas que necesitaban ser libradas.

La manera en que lo veía entonces era que nosotros las personas de color no éramos diferentes de los habitantes de las colonias norteamericanas que se habían rebelado contra el yugo británico en 1776; nosotros también éramos un pueblo al que se le negaban ciertos “derechos inalienables,” así como se les habían negado a ellos. Como los colonos se habían rebelado, ahora era nuestro turno para hacer lo mismo. Así lo veía yo, y yo ciertamente no era la única.

Entonces sucedió algo que hizo que se me agotara la paciencia y entré en acción.

Mi propio padre fue asesinado. La policía y los empleados en la morgue dijeron que nadie sabía quién era, que era una persona desconocida. De modo que prosiguieron y cortaron los órganos que querían. ¡Pero no era cierto que no sabían quién era, pues se habían puesto en contacto con nosotros por medio de la identificación que llevaba!

Para mí fue como si hubiera sido muerto dos veces, primero acuchillado en la calle y luego destazado en la morgue. Cuando finalmente nos mostraron a papá, estaba hecho un desastre. Ni siquiera le habían limpiado la sangre de los dientes y ojos. Estaba yo amargamente convencida de que fue tratado con tal desprecio porque era moreno y pobre. Rehusé llorar. En cambio, en mi corazón, hice un voto. Iba yo a hacer algo en cuanto a las injusticias que yo veía que mi pueblo padecía.

Mi parecer era que los blancos se habían acostumbrado a vivir una mentira. Trataban de hacernos creer que era nuestra propia inferioridad inherente la que era responsable de nuestra condición oprimida. Vi que su racismo nos mantenía oprimidos. Por medios no violentos, la gente de color había tratado de indicar esto a los blancos. Ahora, yo por lo menos tenía que dejar de tratar con la actitud del blanco y tratar única y directamente con la opresión misma.

Ingresé en el ramo de Harlem de las Panteras Negras. Para entonces, concordé en su ideología de que era tiempo de que los morenos se armaran. A fines de 1969, leí en un periódico radical para gente de color acerca del viaje a Cuba. Cuba había organizado con buen éxito una revolución, y yo quería ir allá y averiguar cómo lo habían hecho. Inmediatamente me ofrecí voluntariamente, y fui escogida para el viaje de tres meses.

UNA REVOLUCIONARIA EN ACCIÓN

Se me había hecho creer que Cuba era una fea y pequeña isla azotada por la pobreza. Pero mi propia impresión fue que era el lugar más hermoso que yo había visto. Hacia el fin de nuestra estancia, pasamos tres semanas viajando por la isla, y de lo que personalmente vi quedé convencida de que Cuba era limpia, que no había basura, ni holgazanes, prostitutas, borrachos ni jóvenes desocupados vagando por las calles. Parecía que todos tenían algo que hacer, tanto jóvenes como viejos.

En nuestro campamento en Cuba todo era dirigido de manera militar. Cada mañana se nos despertaba por un anuncio, y para las 6:00 a.m. estábamos en marcha a los cañaverales. Era trabajo duro, pero disfruté de la disciplina y de trabajar “para servir a la gente,” como decía el lema revolucionario del día. Trabajábamos hombro a hombro con combatientes comunistas reaccionarios de Vietnam, África, Corea y Rusia. Compartían con nosotros sus experiencias, desarrollando así en nosotros un concepto internacional de la lucha por la liberación.

En las noches veteranos de luchas por la liberación en Vietnam, Cuba, África y otros lugares nos hablaban. Vimos películas, incluso “La batalla de Argel,” que mostró cómo las musulmanas se disfrazaron y participaron activamente en echar a los franceses. Disfrutaba de los discursos de Fidel Castro, y quedé impresionada por la relación armoniosa que parecía tener con la gente común.

También, estaba disponible instrucción sobre karate. Pero puesto que ya había aprendido eso, me concentré en las armas. Sabía preparar cocteles Molotov, y disparar una pistola. Pero ahora, debido a que lo pedí, un soldado cubano me enseñó a manejar una ametralladora.

Hacia el fin de nuestra estancia, se dio énfasis a lo que íbamos a hacer con lo que habíamos aprendido. Yo estaba lista y ansiosa. Estaba dispuesta a pelear y morir para lograr la liberación de la raza negra, así como de los pueblos oprimidos en todo el mundo.

ACTIVIDAD REVOLUCIONARIA EN LOS ESTADOS UNIDOS

Antes de salir de Cuba en abril de 1970, un grupo revolucionario me pidió que trabajara con ellos. Yo habría de camuflarme obteniendo un trabajo respetable, y cuando llegara el tiempo apropiado se pondrían en contacto conmigo. Con el tiempo se pusieron en contacto conmigo. Mi asignación era subvertir lo militar, usar “cualesquier medios necesarios” para hallar y traer al lado revolucionario hombres militares de color que tuvieran habilidades técnicas que se pudieran usar.

Nos enteramos, por ejemplo, de un capitán moreno de la Fuerza Aérea, un experto en karate y municiones, a quien se le había negado un ascenso a causa de su color. Me puse en contacto con él, y arreglé una reunión. Lo adulé y, con el tiempo, me capté su amistad. Con el tiempo logré convencerlo de que era necesario organizar a los hombres de color de las fuerzas armadas para trabajar contra el sistema militar. En los siguientes pocos meses me puse en contacto con varios jóvenes... todos bien educados y diestros, por lo menos para los propósitos en los que nos interesábamos.

Pronto, sin embargo, se me hizo del todo repulsivo el modo en que yo procedía. Además, descubrí que, aun cuando no estaba envuelta la estrategia, los revolucionarios que yo conocía no se elevaban a la altura del idealismo moral que yo había llegado a esperar del movimiento de liberación. Se hicieron crasamente promiscuos. Una noche, después que un camarada tuvo relaciones con su compañera, se dirigió a mí. Vi esto, no como revolucionario, sino como repugnante.

Estas cosas comenzaron a perturbarme. Yo todavía creía que la remoción del sistema era necesario para corregir las condiciones, pero empecé a dudar en cuanto a nuestros métodos. Tenía tiempo para pensar ahora —escondiéndome, esperando que se pusieran en contacto conmigo con nuevas instrucciones, mudándome de lugar en lugar para evitar el ser detectada— y empecé a pensar acerca de otras maneras de conseguir liberación de las injusticias. Entonces, un día, mientras estaba sola en un apartamiento en un barrio bajo de Nueva York, se trajo a mi atención una manera sumamente atractiva.

ALIVIO DE LA INJUSTICIA... ¿CÓMO?

Oí un toque a la puerta, y al abrirla vi a una señora de color, grande, de casi 1,80 metros de estatura, que había subido cinco tramos de escalera hasta el apartamiento. Dijo algo en cuanto a disfrutar de una vida llena de significado, y levantó un libro azul, La verdad que lleva a vida eterna. Soy una ávida lectora, de modo que lo acepté. Después de eso, ella describió un curso de estudio gratuito, y ofreció regresar. Le pedí que demostrara lo que quería decir.

El primer capítulo empezó con la pregunta: “¿Desea usted vivir en paz y felicidad?” Pensé: “Pues, por eso mismo he estado luchando, para que la gente de color y todos los oprimidos puedan vivir en paz y felicidad.” La segunda pregunta decía: “¿Desea usted buena salud y larga vida para usted mismo y sus amados?” “¡Por supuesto! Y eso es lo que vi en Cuba,” me dije a mí misma... “mejores progresos médicos, y la gente estando a la expectativa de más años de vida con buena salud.”

Otra pregunta inquirió: “¿Por qué está tan lleno de dificultades el mundo?” Yo tenía una respuesta: “Estos capitalistas quieren todo para ellos mismos.” La siguiente pregunta en el libro era: “¿Cuál es el significado de todo esto?” Eso era fácil, me pareció. El significado era que el sistema tenía que ser destruido. Estaba podrido hasta los tuétanos.

Finalmente, la última pregunta del primer párrafo decía: “¿Hay alguna razón sólida para creer que las condiciones verdaderamente mejorarán durante nuestra vida?” “Ya lo creo,” pensé para mí misma. “Hay luchas revolucionarias por todo el mundo para ver que sí. Cuba mejoró; se quitó a los imperialistas de la espalda. Los morenos se los quitarán también.”

Nunca había visto un libro con preguntas que me hicieran pensar tanto. Pensaba que sabía las respuestas, pero estaba ansiosa por ver lo que decía el libro. A medida que estudiamos, el párrafo diez me dejó atónita; decía algo que jamás hubiera pensado. Lo leí en voz alta:

“¡Todas las muchas cosas predichas en la Palabra de verdad de Dios indican que el tiempo para el cambio mundial está aquí ahora mismo con nosotros! Lo que vemos que está pasando por todo el mundo hoy día en cumplimiento de profecías bíblicas muestra que nuestro tiempo es aquel en que acontecerá la destrucción de todo este sistema inicuo. Los gobiernos de la actualidad serán quitados para abrir camino al dominio de toda la Tierra por el gobierno de Dios. (Daniel 2:44; Lucas 21:31, 32) Nada puede detener este cambio, porque Dios se lo ha propuesto.”

¿“El gobierno de Dios”? ¿Dios tiene un gobierno? Fue la primera vez en mi vida que oí acerca del gobierno de Dios. Pues, todo lo que había aprendido de las iglesias era que Dios estaba allá arriba en alguna parte del cielo, e iba a quemar a todos los malos en el fuego del infierno y llevar a todos los buenos al cielo. Pero ahora este libro decía que Dios iba a destruir a los gobiernos de la actualidad.

La señora me invitó a considerar este pensamiento en la Biblia. La abrió en Daniel 2:44. Lo leí yo misma: “Y en los días de aquellos reyes el Dios del cielo establecerá un reino que nunca será reducido a ruinas. Y el reino mismo no será pasado a ningún otro pueblo. Triturará y pondrá fin a todos estos reinos, y él mismo subsistirá hasta tiempos indefinidos.”

“Pues, ¡qué te parece!” pensé para mí misma. “A Dios tampoco le gustan estos gobiernos. ¡Y va a destruirlos!” ¡Eso sí que me extrañaba! No obstante, aunque la idea me parecía forzada, persistió en mi mente.

¿ALGÚN MÉRITO EN ELLO?

Más tarde empecé a sospechar. Me pregunté si la señora pudiera haber sido una agente del gobierno. No quería arriesgarme, de modo que me mudé al día siguiente.

Aunque había dejado de trabajar para subvertir lo militar, empecé a reclutar a jóvenes de los ghettos para entrenamiento en Cuba. Pero, esta expectativa de que Dios tuviese un gobierno persistía en mi mente. Había sido criada a creer en Dios, pero las cosas que vi me hicieron escéptica. Parecía que las iglesias representaban a Dios como mercenario; parecía que siempre estaban extrayendo dinero de la gente y cegándola a la fuente de su opresión. Y por eso no me perturbó el hecho de que en Cuba la religión estuviera algo suprimida. Pero ahora, realmente me preguntaba si Dios era verdadero.

Decidí orar y ver lo que sucedería. No sabía cómo. De cualquier manera, me aseguré de que las cortinas estuvieran cerradas para que nadie me viera, y me arrodillé. Dije algo como esto: “Dios, quienquiera que seas, si todavía estás vivo, ayúdame. No sé lo que necesito. Pero si tienes lo que yo necesito, por favor envíamelo.”

A la mañana siguiente, un sábado, vino un matrimonio a mi puerta y empezó a hablarme acerca del gobierno de Dios, de modo que supe que ellos eran la respuesta a mi oración. Me invitaron al Salón del Reino de los Testigos de Jehová, y al día siguiente asistí.

Quedé profundamente impresionada por la manera tan afectuosa en que me recibieron tanto los de color como los blancos, y por la genuina amigabilidad entre ellos. Escéptica, fui a otros Salones del Reino. Pero la situación era idéntica. La unidad y calor de amistad que existía entre los Testigos se me hizo hermoso. Además, había dedicación, integridad, anuencia hasta a morir por sus convicciones. Me enteré de cómo los Testigos en la Alemania nazi, Malawi y otros lugares habían sufrido horriblemente, pero rehusaron transigir en su lealtad a lo que consideraban ser principios justos.

Esto me dejó perpleja. “¿Qué mantiene unidas a estas personas? ¿Qué está detrás de ellas, moviéndolas?” Deseaba saber. Obviamente no era algún gobierno nacionalista, pues los Testigos enseñan que Dios destruirá a éstos. Llegué a comprender, también, que no eran una organización secreta con líderes entre bastidores.

UN GOBIERNO VERDADERO CON SÚBDITOS

Fue en este tiempo que comencé a considerar seriamente la idea de que Dios tiene un gobierno celestial con súbditos terrestres. ¿Podría ser posible que estos Testigos sean súbditos terrestres del gobierno de Dios? Y cuando Dios triture a todos los gobiernos terrestres, ¿son éstas las personas que Él preservará para empezar una nueva sociedad terrestre?

La idea me fascinó, y resolví investigar más.

Recordé que, de niña, aprendí la oración que Jesucristo enseñó a sus seguidores: “Padre nuestro que estás en el cielo. Santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Sea hecha tu voluntad en la tierra, como se hace en el cielo.” (Mat. 6:9, 10, Authorized Version) Ahora por primera vez empecé a comprender que este reino es un gobierno verdadero, que tiene un rey que gobierna sobre un dominio con súbditos. Jesucristo mismo es el rey nombrado de Dios; él, de hecho, dijo a Poncio Pilato que lo era. (Juan 18:36, 37) También aprendí que la Biblia predijo en cuanto a este gobernante: “Pues . . . nos ha sido dado un hijo: y el gobierno estará sobre su hombro . . . Del aumento de su gobierno y paz no habrá fin.”—Isa. 9:6, 7, Authorized Version.

LA MEJOR CONSTITUCIÓN

Para que un gobierno sea verdadero, sabía que tenía que tener una constitución o un conjunto de leyes al cual se sometan sus súbditos. Al planear un nuevo gobierno, nosotros los revolucionarios habíamos pensado considerablemente en sus leyes. Ahora llegué a ver la Biblia como, de hecho, la constitución del gobierno de Dios. Pero ¿a quiénes gobierna este Libro de ley?

Estaba yo convencida de que no gobernaba a las masas de los cristianos profesos, no a la cristiandad, no a la gente que ha perpetrado las guerras más sangrientas de la historia y que, debido a creerse superiores, han violado y oprimido vergonzosamente a grupos minoritarios. Pero pude ver que los testigos de Jehová realmente son diferentes. La Biblia verdaderamente es su constitución, su Libro de ley. Lo que éste dice gobierna todo aspecto de su vida.

En la Biblia no se enseña ni remotamente la superioridad de razas. Todos somos una sola familia, iguales en todo respecto a la vista de Dios. “Dios no es parcial,” dice la Biblia, “sino que en toda nación el que le teme y obra justicia le es acepto.” (Hech. 10:34, 35) Usted no se puede imaginar cuánto significó para mí aprender estas cosas.

Las iglesias de los blancos nos habían dicho que nosotros los de color somos una raza maldecida, por consiguiente inferior, semejante a animales. De hecho, se han perpetrado numerosos mitos en el sentido de que tenemos colas rudimentarias y, como raza, que somos estúpidos, que olemos mal, etcétera. ¡Cuán grandioso es formar parte de un pueblo que permite que la Palabra de Dios, la Biblia, ayude a librarlos de falsedades tan degradantes!

No me mal entienda. No estoy diciendo que los testigos de Jehová son perfectos. A veces detecto entre algunos de ellos actitudes que les quedan de superioridad racial, y a veces he visto que algunos muestran cierta incomodidad cuando están en estrecha asociación con personas de otra raza. Pero realmente, ¿qué puede uno esperar después de tantos siglos en que este mundo ha inculcado odio?

Es como explica la canción en la bien conocida obra teatral “South Pacific,” en la cual un joven del ejército, angustiado porque se había enamorado de una joven de otra raza, canta: ‘que hayas sido enseñado a odiar y temer; que año tras año se te haga aprender, entrando en tu oidito al sonar y volver... con cuidado enseñado a temer a gente de ojos de fealdad y en cuya piel haya del matiz variedad; con cuidado enseñado por que el tiempo no haya de pasar, antes de los seis o los siete o los ocho de edad, a odiar a toda gente a que tus parientes hoy puedan odiar.’

Sin embargo, debido a que viven en armonía con la constitución del gobierno de Dios, los testigos de Jehová, a un grado que ningún otro pueblo en la Tierra ha podido igualar, se han librado del prejuicio racial. Se esfuerzan por amarse los unos a los otros prescindiendo de raza, dándose cuenta de que, como la Biblia dice: “El que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede estar amando a Dios, a quien no ha visto.” (1 Juan 4:20) En ocasiones mi corazón ha sido tocado a tal grado que he derramado lágrimas incontrolables debido al amor genuino que me expresan los Testigos blancos, personas a quienes hace poco habría matado sin vacilar para adelantar la causa de una revolución.

LA LIBERACIÓN QUE SE HA ACERCADO

Hoy verdaderamente me pesa la participación que tuve en tramar derrocar los gobiernos humanos. Por medio del estudio de la Biblia he aprendido que tal derrotero no solo es fútil, sino que es en violación de lo que la Biblia dice en Romanos 13:1-7. Por consiguiente, ningún oficial del gobierno jamás tiene motivo de temer dificultad de mi parte. Sin embargo, al mismo tiempo, estoy convencida de que los que continúan acudiendo a los gobiernos humanos para ser librados de las injusticias no solo quedarán desilusionados, sino que están en peligro de ser destruidos cuando el gobierno de Dios pronto ‘triture y ponga fin a todos estos gobiernos.’

Esto significa, por supuesto, que los gobiernos comunistas, también, están incluidos en la lista de los que serán destruidos por Dios. Aunque creo que los gobiernos de ese tipo han efectuado muchas cosas para mejorar la condición de las masas de la gente, los gobernantes humanos simplemente han demostrado que no son capaces de suministrar justicia para todos. De hecho, algunos gobiernos comunistas han cometido atrocidades terribles. Además, la gente bajo esos gobiernos todavía se enferma, envejece y muere. Los gobernantes humanos no pueden hacer nada para impedir esto. ¡Pero Dios puede y lo hará! Su Palabra dice: “Dios mismo estará con [la humanidad]. Y él limpiará toda lágrima de sus ojos, y la muerte no será más, ni existirá ya más lamento ni clamor ni dolor. Las cosas anteriores han pasado.”—Rev. 21:3, 4.

Así la liberación para la humanidad de toda forma de opresión, incluyendo hasta de aquel enemigo, la muerte, está disponible. Pero solo a la manera de Dios, no a la manera del hombre. Por eso, en vez de apoyar los esfuerzos humanos por desarraigar la opresión y la injusticia, ahora cifro mi confianza en Dios convencida de que él hará esto. Y uso todo mi tiempo para mostrarle a la gente que la única esperanza verdadera para ser librados de la injusticia es por medio del reino de Dios, que ya pronto traerá esta liberación deseada con ansia.—Contribuido.

[Comentario de la página 100]

“¿Por qué, me preguntaba a mí misma, querían reprimirnos los blancos? ¿Qué de malo había en ser negro?”

[Comentario de la página 102]

“Estaba dispuesta a pelear y morir para lograr la liberación de la raza negra.”

[Comentario de la página 104]

‘Parecía que las iglesias siempre estaban extrayendo dinero de la gente y cegándola a la fuente de su opresión.’

[Comentario de la página 105]

“En la Biblia no se enseña ni remotamente la superioridad de razas.”

[Comentario de la página 106]

‘Los testigos de Jehová se esfuerzan por amarse los unos a los otros prescindiendo de raza.’

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