¡No nos rendimos!
Como lo relató Ilse Unterdörfer
Más de 100 años en el servicio de Dios a pesar de grandes pruebas sobre la fe
EN SEPTIEMBRE de 1939 mi amiga Elfriede Löhr y yo nos hallábamos en el campo de concentración de Ravensbrück, en Alemania. La II Guerra Mundial apenas había comenzado.
Heinrich Himmler, el director de la SS (Schutz-Staffel, o Policía Selecta), nos había visitado en el campo de concentración de Lichtenburgo poco antes de que se nos llevara al nuevo campo que se había erigido en Ravensbrück. El propósito de él era hacer que las testigos de Jehová que se hallaban allí abandonaran su fidelidad a Dios y apoyaran el esfuerzo de guerra nazi. Pero todas sin excepción rehusamos. Ante esto, Himmler se encolerizó sobremanera y gritó: “¡Si ustedes quieren, su Jehová puede reinar en los cielos, pero aquí en la Tierra somos nosotros los que gobernamos! ¡Ya verán quién durará más, si ustedes o nosotros!”
Por unos seis largos años, Elfriede y yo, junto con muchas otras hermanas cristianas nuestras, aguantamos algunas de las más horribles condiciones concebibles. Sin embargo, ¡nosotros los Testigos sobrevivimos, aunque Himmler, Hitler y su gente dejaron de existir!
Años antes, mientras Elfriede y yo todavía éramos adolescentes, habíamos resuelto usar nuestra vida en el servicio de Dios ¡y que nada jamás haría que nos rindiéramos o nos diéramos por vencidas! Antes de que se nos enviara al campo de concentración, experimentamos el cuidado consolador de Dios mientras predicábamos las buenas nuevas del Reino a pesar de la creciente persecución Nazi. Y hoy continuamos activas, y entre las dos hemos completado 100 años de servicio dedicado. Pero déjeme contarle cómo llegamos a estar en Ravensbrück.
NUESTROS PRIMEROS AÑOS EN EL SERVICIO DE DIOS
En 1926, cuando Elfriede tenía solamente 16 años, simbolizó su dedicación a Dios por bautismo en agua. El deseo de corazón de ella se cumplió cuando Elfriede pudo comenzar a predicar en obra de tiempo completo en el invierno de 1930. Aunque por un tiempo una seria enfermedad la limitó en cuanto a lo que podía hacer, cuando conocí a Elfriede y la vi por primera vez, en marzo de 1937, ella estaba activa en la obra clandestina. Esto se debía a que las actividades de los testigos de Jehová habían sido proscritas en Alemania bajo el régimen nazi, y a riesgo de perder nuestra libertad y hasta nuestra vida, muchos de nosotros participábamos en distribuir el alimento espiritual por todo el país.
Mi propia meta cuando era jovencita había sido ayudar a mis semejantes; quería ser maestra de escuela secundaria. Pero en 1931 acompañé a mi madre a una asamblea de los testigos de Jehová en París, Francia. Lo que aprendí y experimenté allí transformó mi vida. Al año siguiente me bauticé, a la edad de 19 años.
Hitler y su partido nazi llegaron al poder en 1933 y casi inmediatamente comenzaron a perseguir a los testigos de Jehová. Fue un gran gozo para mí cuando se me dio el privilegio de servir de mensajera en nuestra actividad clandestina en Sajonia. En agosto de 1936 la gestapo (policía secreta) alemana comenzó una campaña concertada contra nuestra organización clandestina. Tanto Fritz Winkler, quien superentendía nuestra obra, como la mayoría de los directores regionales fueron arrestados y echados en prisión.
En septiembre de 1936 fui a una asamblea en Lucerna, Suiza, junto con unos 300 hermanos de Alemania. Allí J. F. Rutherford, entonces el presidente de la Sociedad Watch Tower, encargó a Erich Frost la responsabilidad de reorganizar nuestra actividad clandestina, que estaba seriamente desbaratada, y pocos días después se me escogió para trabajar junto con él.
Fue una asignación del hermano Frost lo que me llevó a Munich para localizar a Elfriede Löhr. La única cosa que yo conocía acerca de ella era que su padre era dentista. Encontré la dirección de ellos en un directorio telefónico y, como precaución, los llamé por teléfono primero. Cuando nos encontramos, le dije a Elfriede que se le había invitado a trabajar de tiempo completo con nosotros. Así comenzó una estrecha amistad de unos 43 años. Hemos sido compañeras en campos de concentración y en la obra de predicar de tiempo completo por más de 40 de esos años.
TRABAJANDO CLANDESTINAMENTE
La gestapo nos estaba buscando a todos. Debido a eso, generalmente viajábamos en tren de noche y dormíamos como mejor se nos hacía posible. Durante el día nos reuníamos con hermanos y hermanas en varios lugares designados para pasarles las copias mimeografiadas de la La Atalaya y otra información vital. De vez en cuando, pasábamos la noche en casas de simpatizadores de nuestra obra o en casas veraniegas de hermanos a quienes la gestapo todavía no conocía bien.
Nunca llevábamos con nosotras direcciones escritas ni ningún otro apunte. Todo lo aprendíamos de memoria. Así, si se nos llegara a arrestar, la policía no conseguiría evidencia para incriminar a nadie. Repetidamente percibimos la protección que nos daba Jehová. Esto fue especialmente cierto cuando nos estuvimos organizando para distribuir la resolución que habíamos adoptado en la asamblea de Lucerna. Esta resolución levantaba fuertes objeciones al trato cruel que recibían los testigos de Jehová de parte de la jerarquía católica romana y los aliados de ésta en Alemania. El 12 de diciembre de 1936, al anochecer, entre las 5 y las 7, unos 3.459 hermanos y hermanas de toda Alemania participaron en distribuir centenares de miles de ejemplares de aquel poderoso mensaje.
Posteriormente, el 21 de marzo de 1937, menos de dos semanas después de haber conocido yo a Elfriede, el hermano Frost y yo quedamos bajo arresto. Para el mismo tiempo, ciertos directores regionales de servicio de nuestra obra también cayeron en manos de la gestapo. El hermano Heinrich Dietschi, un director regional de servicio que todavía estaba en libertad, asumió la superintendencia de la obra en ausencia del hermano Frost.
Cuando ni el hermano Frost ni yo aparecimos en una reunión que se había fijado con anterioridad para fines de marzo, Elfriede supo que algo andaba mal. Ella no podía regresar a su hogar, porque la gestapo la estaba buscando. Se preguntaba: “¿Quién será el sucesor del hermano Frost, y cómo puedo encontrarme con él?” Después que hubo orado a Jehová, vino a la mente de ella la idea de tratar de comunicarse con alguien en el pueblo de Leutkirch, a unos 150 kilómetros de Munich. En Leutkirch, aquel mismo día, encontró al hermano a quien el hermano Dietschi había enviado a localizarla. ¡De seguro esto parecía guía angelical!
Puesto que los nazis alegaron que el contenido de la resolución que habíamos distribuido el 12 de diciembre era falso, se estaban haciendo arreglos para distribuir por toda Alemania una “carta abierta” que daba pruebas específicas de la persecución que se había lanzado contra los testigos de Jehová. Al hermano Frost y a mí nos habían arrestado mientras nos preparábamos para esta gran campaña. Ahora Elfriede procedió a trabajar en estrecha cooperación con el hermano Dietschi para completar los preparativos, y la campaña se efectuó con éxito el 20 de junio de 1937. El informe de Elfriede en el Anuario de los testigos de Jehová para 1974 explica:
“El hermano Dietschi organizó la campaña. Todos éramos valerosos, todo se había arreglado maravillosamente y cada región tenía suficientes cartas. Yo recogí una maleta grande llena de ellas en la estación del tren para el territorio alrededor de Breslau y las llevé a los hermanos Liegnitz. También tenía las mías, que al tiempo señalado distribuí como todos los demás hermanos.”
Meses antes de aquella campaña, la gestapo se había jactado de que había destruido nuestra organización. Por eso, ¡qué sorpresa humillante se llevó cuando, de manera tan organizada, centenares de miles de ejemplares de aquella carta se distribuyeron por toda Alemania! Aquello realmente los puso en un estado de conmoción.
NOS VEMOS DE NUEVO
Como usted ve, mientras Elfriede estaba libre yo me encontré en las garras de la gestapo. Al principio me sentenciaron a solamente un año y nueve meses. Pero inmediatamente después que hube cumplido la sentencia me arrestaron de nuevo y me enviaron al campo de concentración de Lichtenburgo, a principios de 1939. Para gran sorpresa mía, Elfriede estaba allí cuando llegué.
En el verano de 1939 a todas las hermanas cristianas que estábamos en Lichtenburgo se nos llevó al nuevo campo de Ravensbrück. De nuevo se nos amenazó. “Solo esperen hasta que lleguen a Ravensbrück. Allí quebraremos su resistencia.” Los alrededores del nuevo campo se asemejaban a un desierto de arena. Las paredes altas, con alambre de púas en la parte superior, así como los cuarteles para los prisioneros y las casas para los de la SS, se habían completado. Pero todo lo demás era desolación y estaba a la espera de trabajadores, es decir, reclusos.
NUESTRA FE SOMETIDA A PRUEBA
Había unas 500 mujeres, testigos de Jehová, en Ravensbrück en el otoño de 1939. Fue el 19 de diciembre cuando varias hermanas rehusaron coser bolsillos para municiones en los uniformes de los soldados; por conciencia, no podían apoyar la guerra de aquel modo. Por consiguiente, se nos llamó a todas al patio del campo y se nos preguntó si íbamos a hacer aquel trabajo. Todas rehusamos. El resultado de esto fue que se comenzó una campaña para obligarnos a abandonar nuestra posición de neutralidad y para hacer que apoyáramos la guerra.—Isa. 2:4.
Primero, nos hicieron permanecer de pie afuera, expuestas al frío desde temprano en la mañana hasta tarde en la noche, mientras estábamos solo en ropa ligera de verano. ¡Y aquello fue en uno de los inviernos más fríos de Alemania, pues a menudo la temperatura fue de 15 a 20 grados centígrados bajo cero! Por la noche nos encerraron en la sección de las celdas, donde tuvimos que dormir sobre el piso, sin frazadas, y con las ventanas abiertas de modo que se creara una corriente de aire muy fría. Además, no nos dieron nada de comer el primer día. Durante los siguientes cuatro días de este tratamiento, recibimos solamente la mitad de la ración de alimentos. Después nos encerraron en una celda oscura por tres semanas más, y se nos permitió comer algo tibio solo una vez cada cuatro días. Los demás días recibimos un pedazo de pan y una taza de café negro por la mañana. Durante la celebración navideña de ellos (del 25 al 27 de diciembre), no recibimos absolutamente nada de comer.
Más tarde, se nos llevó de vuelta a nuestros cuarteles, que fueron declarados cuarteles punitivos por tres meses. Esto significó menos comida, y de la peor calidad, y duro trabajo forzado desde la mañana hasta la noche, siete días a la semana. Y se nos negó ayuda médica. De nuevo, los comandantes de la SS decían: ‘¡Si no concuerdan en apoyar la guerra, no saldrán de aquí a menos que sea por la chimenea!’
Para la primavera de 1940 éramos solo esqueletos animados. Se suponía que hubiéramos muerto como moscas. Pero Jehová Dios, quien había sido puesto a prueba directamente por Himmler, mostró que Él puede sostener a su pueblo bajo las peores circunstancias. Ni siquiera una de nuestras 500 hermanas enfermó seriamente; ni una de ellas murió. Hasta algunos de la SS dijeron: “Eso es porque su Jehová las ha ayudado.” Y, más importante aún, ni una de nuestras hermanas se había rendido; todas habían permanecido leales. ¡Fue un verdadero triunfo de integridad a Jehová!
Debo señalar que tanto Elfriede como yo habíamos tomado una firme decisión en cuanto a nuestra vida. Nos habíamos resuelto a permanecer fieles a Jehová prescindiendo de lo que viniera. Al igual que el apóstol Pablo, podíamos decir: “Tanto si vivimos, vivimos para Jehová, como si morimos, morimos para Jehová. Por consiguiente, tanto si vivimos como si morimos, pertenecemos a Jehová.”—Rom. 14:8.
LA VIDA DIARIA EN RAVENSBRÜCK
Sin embargo, pronto las condiciones mejoraron para nosotras. Porque a muchos agricultores se les llamó al ejército, se creó una escasez de mano de obra en las zonas agrícolas. Por lo tanto, a algunos de los prisioneros de los campamentos se les envió a trabajar en las granjas de la vecindad de Ravensbrück. Puesto que el riesgo de que los que hicieran aquel trabajo escaparan era mayor, y se sabía que los testigos de Jehová no tratarían de escapar, a muchas de nosotras se nos envió a trabajar a las granjas. Allí nos daban alimento para comer, además de la escasa comida del campo de concentración.
Pero lo que más nos importaba era el alimento espiritual. Nos edificábamos espiritualmente unas a otras por medio de compartir el conocimiento bíblico que habíamos adquirido antes de que se nos echara en la prisión. Además, las recién llegadas al campo compartían con nosotras lo que habían aprendido más recientemente en sus estudios de la Biblia. ¡Qué alegría sentimos cuando en el campo se introdujeron clandestinamente varias Biblias! Cuando era posible, testificábamos a otras prisioneras, al igual que a nuestras supervisoras. Nada podía detenernos de demostrar nuestra fidelidad a Jehová. Nuestra decisión era: “¡Mejor morir que darnos por vencidas!”
Elfriede fue asignada como jardinera de los oficiales de la SS, y a mí y a otras hermanas se nos envió a trabajar en una granja de la SS. Hacia fines de 1942 comenzamos a pasar la noche en la granja en vez de volver a los cuarteles del campamento; por lo tanto, llegamos a disfrutar de considerable libertad. En la primavera de 1943 logré comunicarme por carta con el hermano Franz Fritsche. Él era un valeroso hermano que introducía clandestinamente alimento espiritual en los campos de concentración. En cierta ocasión se me hizo posible hablar con él en un bosque adyacente a la hacienda. Hicimos arreglos para que las Testigos pudiéramos comenzar a recibir La Atalaya y otras publicaciones con regularidad. Eran varias las maneras en que obteníamos literatura en el campamento.
Pero las condiciones cambiaron de nuevo. El hermano Fritsche fue arrestado. La gestapo finalmente descubrió que por medios organizados se iba introduciendo con regularidad literatura bíblica en los campos de concentración. ¡Qué conmoción causó en la gestapo el descubrir esto! ¡Y qué poderosa evidencia de que después de 10 años de persecución cruel el espíritu del pueblo de Dios no había sido quebrado, ni en los campos ni fuera de ellos! Inmediatamente Himmler ordenó un registro de todos los campamentos en los cuales se sospechara que hubiera literatura bíblica.
SOBREVIVIENDO EL PEOR AÑO
Muy inesperadamente la gestapo apareció en Ravensbrück el 4 de mayo de 1944. Súbitamente llevaron a cabo una búsqueda intensa de Biblias y literatura bíblica, particularmente de La Atalaya. Fueron también al lugar donde Elfriede trabajaba como jardinera para la SS y a la granja de la SS donde yo había sido asignada. Finalmente se determinó que a 15 hermanas a las cuales se consideraba las responsables se les haría sufrir por todas. Elfriede y yo estuvimos entre ellas.
Primero, se nos encerró en la notoria sección de las celdas. Allí se nos apiñó en pequeñas celdas oscuras, y por siete semanas no se nos permitió salir al aire libre. Entonces se nos llevó al “edificio de los castigos,” donde de nuevo Elfriede y yo llegamos a estar en estrecha comunicación. Es casi imposible explicar con palabras lo que experimentamos allí durante el último año que pasamos en Ravensbrück. Pero siempre percibimos la protección y el cuidado amoroso de Jehová. Él nos dio fuerzas para aguantar. Una gran ayuda fue el alimento espiritual que las hermanas que permanecieron en la granja podían traernos clandestinamente. La gestapo no había encontrado la literatura que había allí, puesto que teníamos buenos escondites.
Durante los últimos meses, las condiciones empeoraron progresivamente en el campo, especialmente donde estábamos... en el edificio de los castigos. Los cuarteles estaban atestados de prisioneras. Originalmente se les había diseñado para 100 prisioneras, pero al final el edificio de los castigos tenía que acomodar de 1.200 a 1.500 personas. Seis o siete dormían en dos camas, de modo que realmente ninguna podía dormir bien. Debido a que la comida era escasa y a menudo no se lavaba bien, las enfermedades intestinales eran cosa común. Centenares de prisioneras morían en terribles condiciones.
Elfriede también enfermó gravemente. Contrajo una inflamación pulmonar y tuvo una fiebre alta. Antes de que yo pudiera evitarlo, se la llevaron a uno de los cuarteles para las enfermas, el cual estaba atestado de personas que esperaban la muerte. A nadie se le permitía salir solo de la sección para los castigos. Sin embargo, con la ayuda de la jefa de nuestro local se me hizo posible, de vez en cuando, salir para llevar algo de beber a Elfriede.
Llegó a ser patente que Elfriede no viviría mucho más tiempo si seguía donde estaba. Había camiones que se estacionaban regularmente frente a los cuarteles de las enfermas, y a las muertas y las que estaban a punto de morir las echaban en ellos para llevarlas al crematorio. Por eso, con la ayuda de la jefa del local, dos de nosotras fuimos adonde Elfriede. Su cama estaba cerca de una ventana. Reuniendo todas nuestras fuerzas, se nos hizo posible sacarla por la ventana. Entonces la cargamos hasta el edificio de los castigos. Allí, una prisionera, una rusa que era médica, sometió a Elfriede a un tratamiento simple, aunque doloroso, y la inflamación de los pulmones bajó. Se le había salvado la vida.
Para principios de la primavera de 1945 la II Guerra Mundial estaba por terminar. Los soldados de la SS nazi planeaban hacer volar con explosivos el campamento. Pero los rusos avanzaron con tanta rapidez que los nazis no pudieron llevar a cabo sus diabólicos planes. El 28 de abril Ravensbrück cayó en manos de los rusos sin que hubiera una pelea. Así se nos sacó de aquel ‘horno ardiente’ después de unos seis largos años. Esto fue además de aproximadamente dos años de prisión antes de llegar a Ravensbrück.
MANTENIENDO NUESTRA FIRME DECISIÓN
Ambas habíamos prometido a Jehová que, si alguna vez nos veíamos libres, dedicaríamos todo nuestro tiempo y fuerzas a Su servicio. En nuestro difícil viaje a nuestro hogar visitamos al hermano Frost, quien mostraba la misma actitud. Él nos invitó a ir, tan pronto como nos fuera posible, a Magdeburgo, desde donde se habría de reorganizar la obra de predicar en Alemania.
Sin embargo, poco después que llegué a mi hogar en Olbernhau el gobierno local me ofreció el trabajo de dirigir el departamento de investigación criminal. No di consideración a esta oferta de trabajo ni siquiera por un momento; había tomado mi decisión de entrar en el servicio de tiempo completo desde hacía mucho tiempo. Solo tres semanas después Elfriede y yo estuvimos entre los primeros cinco trabajadores de Betel que habían regresado a Magdeburgo.
En 1947 el hermano N. H. Knorr, entonces el presidente de la Sociedad, visitó a Alemania Occidental. Él animó a ciertos hermanos y hermanas a asistir a la Escuela Bíblica de Galaad de la Watchtower. Por eso, Elfriede y yo solicitamos recibir aquel entrenamiento misional. Con el tiempo recibimos nuestras invitaciones, y en 1949 partimos hacia los Estados Unidos para asistir a la escuela.
Después de haber estado aisladas por muchos años y no haber podido asistir con regularidad a las reuniones y actividades de servicio de la organización de Jehová, ¡qué bendición fue para nosotras beber bendiciones espirituales en Galaad! Consideramos esto como una gran recompensa y una maravillosa compensación por las muchas dificultades que habíamos experimentado. Entonces, como punto culminante, en el verano de 1950 asistimos a la Asamblea “Aumento de la Teocracia” de los Testigos de Jehová, celebrada en el Estadio Yanqui de la ciudad de Nueva York. Los ejercicios de graduación de nuestra decimoquinta clase de Galaad tuvieron lugar el primer día de la asamblea.
SERVICIO MISIONAL
Nuestra primera asignación misional fue Colonia, Alemania, a orillas del río Rin. Comenzamos a trabajar con la congregación local de 35 publicadores y pronto estuvimos conduciendo muchos estudios bíblicos productivos y ayudando a otras personas a participar en el servicio del Reino. Después de tres años y medio de estar allí, recibimos una nueva asignación: ir a Austria. Mientras tanto, la congregación de Colonia había aumentado a 214 publicadores, y vimos la dedicación de un nuevo Salón del Reino.
En nuestros últimos 24 años de servicio en Austria hemos recibido asignaciones a muchos lugares, entre ellos el valle de Gastein, en Gmunden, donde está el hermoso lago Traunsee, y Hohenems, en Vorarlberg, y Telfs, que queda en la región del Tirol. Actualmente estamos trabajando de nuevo en Vorarlberg, en el bosque de Bregenz. En nuestras diversas asignaciones hemos ayudado a obtener siete Salones del Reino. Además, en el caso de tres de nuestras asignaciones, cuando comenzamos o no había publicadores del Reino o solo había uno o dos de ellos. Pero con el tiempo vimos que se establecieron nuevas congregaciones en estos lugares. Aunque no tenemos hijos propios, tenemos muchos hijos y nietos espirituales a quienes estamos unidas por un incomparable lazo de afectuoso amor.
LO QUE NOS HA AYUDADO A NO RENDIRNOS
Hasta después de sobrevivir las grandes pruebas a las cuales fue sometida nuestra fe en los campos de concentración, hemos experimentado tentaciones de dejar nuestro servicio de tiempo completo a Jehová. Ha habido problemas de salud debido a la edad avanzada y a los efectos posteriores de los años que pasamos en los campos de concentración. Y, en los últimos años, frecuentemente ha sido desalentadora la indiferencia de la gente en los territorios donde el materialismo tiene un fuerte agarro. Por eso, a veces ha surgido el deseo de vivir una vida con más tranquilidad, más comodidad y más conveniencias que aquellas de las cuales disfruta un proclamador del Reino que trabaja de tiempo completo. ¿Qué nos ha ayudado a aguantar?
Primero, hemos mantenido la vista puesta en los ejemplos de los fieles siervos de Jehová que dejaron todo atrás para servirle... personas como Abrahán, Sara, Moisés, el apóstol Pablo y nuestro mayor ejemplo, Jesucristo. Esto nos ha ayudado a mantener la actitud correcta y a sostener los verdaderos valores. Hemos tenido presente el consejo de Jesús: “Sigan, pues, buscado primero el reino y Su justicia.” También, hemos recordado lo que Jesús dijo anteriormente en su Sermón del Monte: “Porque donde está tu tesoro, allí también estará tu corazón.”—Mat. 6:33, 21.
Eso es lo que siempre hemos tratado de hacer, mantener el corazón concentrado en el reino de Dios y en servir a Dios con todo lo que tenemos. El mantener esto como un precioso tesoro fue lo que nos ayudó a aguantar la cruel tiranía del nazismo. El apegarnos firmemente a esta misma esperanza del Reino nos ha ayudado en los años desde entonces a continuar prestando servicio de tiempo completo a Dios sin rendirnos.
¡Ciertamente nuestra vida ha sido una de abundantes satisfacciones! Vez tras vez hemos experimentado la veracidad de las palabras de Malaquías 3:10: “‘Pruébenme, por favor, en cuanto a esto,’ ha dicho Jehová de los ejércitos, ‘a ver si no les abro las compuertas de los cielos y realmente vierto sobre ustedes una bendición hasta que no haya más carencia.’” Nuestro deseo y oración son que podamos, con la ayuda de Jehová, continuar en el servicio de tiempo completo hasta la eternidad en asociación con Jesucristo y en la presencia de Jehová Dios.
[Ilustración en la página 9]
Ilse Unterdörfer y Elfriede Löhr al escribirse este artículo