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  • Criamos a ocho hijos en la disciplina de Jehová
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1990
w90 1/8 págs. 26-31

Criamos a ocho hijos en la disciplina de Jehová

SEGÚN LO RELATÓ OVERLAC MENEZES

“Llegaron en una bicicleta de dos asientos.” Así comenzó un artículo de una página entera en el periódico Jornal de Resende sobre nuestra familia cuando nos mudamos de Resende a Lages, en el sur de Brasil, en 1988.

EL INFORME siguió: “Puede que personas mayores recuerden al matrimonio que captó la atención de Resende por su medio de transporte original y peculiar: una enorme bicicleta de dos asientos. Al frente iba el ‘chofer’, Overlac Menezes; en el asiento trasero, su esposa, Maria José. El año: 1956”.

El autor de aquel artículo, Arisio Maciel, también era director de una emisora local. Él nos había conocido en 1956, cuando mi esposa y yo participábamos en el programa de radio semanal de la Sociedad Watch Tower Cosas en que piensa la gente. En el artículo citó palabras mías en el sentido de que yo había dicho que durante nuestra estancia ‘habíamos visitado todo hogar de Resende, calle por calle’.

¿Quisiera saber usted qué nos hizo tan conocidos en aquella ciudad? ¿Y cómo, mientras vivimos allí, pudimos criar a ocho hijos ‘en la disciplina de Jehová’ a la vez que colaborábamos en visitar todos los hogares de Resende con las buenas nuevas del Reino? (Efesios 6:4.)

Aprendo los caminos de Jehová

En enero de 1950, en São Paulo, mi hermana Adeilde empezó a tomar lecciones bíblicas de Maria Minc, una testigo de Jehová. En aquel tiempo yo tenía 16 años y era católico bautizado, pero había dejado de asistir a la iglesia por algún tiempo. Sin embargo, todavía creía en Dios y quería servirle. Por eso, cierta noche fui a la casa de Adeilde para saber qué enseñaba la nueva religión que ella estaba investigando. Maria Minc me invitó a participar en el estudio, y por primera vez vi una Biblia. Durante los estudios siguientes me causó admiración saber que la Biblia enseña que el nombre de Dios es Jehová, que pronto la Tierra será convertida en un paraíso, que el infierno de fuego y el purgatorio no existen y que el hombre no tiene un alma inmortal. Mis parientes me decían: “¡Te vas a volver loco si sigues leyendo la Biblia tanto!”.

Progresé en mi estudio bíblico y empecé a asistir a las reuniones en el Salón del Reino de la Congregación Belém de São Paulo. Creía que solo vería a adultos allí, pero tuve la grata sorpresa de hallar a muchos jóvenes de mi edad. El 5 de febrero de 1950 empecé a participar en la predicación, y el 4 de noviembre del mismo año simbolicé mi dedicación a Jehová por bautismo en agua.

Poco después empecé a servir como orador público. En aquellos días eso significaba que pronunciaba discursos en las calles y en los parques mediante un altavoz que se montaba en el parachoques de un automóvil. También ofrecíamos las revistas bíblicas a la gente. En aquel tiempo nos situábamos en las esquinas de las calles con nuestras bolsas de revistas y gritábamos: “¡La Atalaya y ¡Despertad!, anunciando el Reino de Jehová!”. Yo no distribuía muchas revistas, pero desarrollé valor para hablar en público.

Mi meta del servicio de tiempo completo

En poco tiempo comprendí la importancia del servicio de precursor, o la actividad de predicar de tiempo completo. En La Atalaya del 15 de agosto de 1950 se publicó un artículo titulado “Más y más precursores de buenas nuevas”. Allí se dijo: “El buscar primero el Reino quiere decir que uno tendría en cuenta principalmente y a todo tiempo los intereses del Reino. Tal persona buscaría oportunidades para servir a favor del Reino, y no estaría siempre buscando primero sus necesidades materiales ni atesorando bienes mundanos para resguardar su futuro”. Aquellas palabras pusieron en mi corazón el espíritu de precursor.

Poco después, una joven atractiva llamada Maria José Precerutti afectó mi vida de manera significativa. Ella progresaba en su estudio bíblico con un matrimonio de Testigos, José y Dília Paschoal. El 2 de enero de 1954 llegó a ser mi estimada esposa, compañera, amiga y ayudante. Ella también quería ser precursora. Por eso, estimulados por el ejemplo de misioneros como Harry Black, Edmundo Moreira y Richard Mucha, solicitamos servir de precursores. ¡Imagínese nuestro gozo —e inquietud— cuando recibimos la siguiente respuesta: “Su recomendación para servir de superintendente de circuito ha sido aprobada”!

Cuando recibí mi primera asignación de superintendente de circuito me asusté. Mi circuito nuevo abarcaba diez congregaciones en Río de Janeiro, que en aquellos días era la capital de Brasil, entre ellas algunas con territorio cerca de Betel. La primera congregación que visité incluía el hogar misional de la Escuela Bíblica de Galaad de la Watchtower. Puesto que yo tenía 22 años de edad, me sentía muy incapacitado, y dije al hermano Mucha, entonces encargado de la obra en Brasil: “¿Qué puedo enseñar yo a estas personas?”. Contestó: “Hermano, solo aplique el consejo de la Biblia y de la organización”. ¡Ciertamente un buen consejo!

Un año después Maria José quedó embarazada y tuvimos que dejar la obra del circuito. Pero pudimos permanecer en el servicio de tiempo completo. En respuesta a una solicitud de dos familias finlandesas, los Edviks y los Leiniös, la Sociedad nos asignó como precursores especiales a Resende, un territorio casi virgen de 35.000 habitantes. Fueron los Leiniös quienes nos dieron la bicicleta de dos asientos mencionada en el artículo del Jornal de Resende. Con esta viajamos y sembramos semillas de la verdad en aquel territorio fértil, y seguimos predicando allí por algunos meses después que nació nuestra hija Alice en 1956. Cuando nos mudamos de allí, dos hermanas, Anita Ribeiro y Marian Weiler, vinieron y regaron la semilla y ‘Dios siguió haciéndola crecer’. Actualmente hay nueve congregaciones y más de 700 publicadores en Resende. (1 Corintios 3:7.)

Entre las primeras personas que conocí en Resende estuvo Manoel Queiroz. Mientras yo esperaba un autobús, le hablé en su lugar de empleo, y él tomó de mí dos libros. Él, y más tarde su esposa, Piedade, progresaron y se bautizaron. Manoel sirvió fielmente como anciano de congregación hasta su muerte. También estudié con Álvaro Soares. Él se sorprendió cuando solo vio a seis personas en la primera reunión a que asistió; pero hoy es superintendente de la ciudad en Resende, donde más de mil personas asisten a las reuniones en las diferentes congregaciones. En 1978 el hijo de Álvaro, Carlos, se casó con nuestra hija Alice. Hoy más de 60 miembros de la familia Soares son Testigos.

El partir de Resende significó cambiar nuestro servicio de tiempo completo por otra obligación cristiana: ‘proveer para los que son miembros de nuestra casa’. (1 Timoteo 5:8.) Pero nos esforzamos por conservar el espíritu de precursor y tuvimos como meta nuestra el servicio de tiempo completo. Conseguí empleo en una empresa en São Paulo, y durante un año viajé 300 kilómetros (190 millas) cada fin de semana a Resende para ayudar a los 15 publicadores de allí. Después, en 1960, nos mudamos de nuevo a Resende.

La crianza de los hijos... un privilegio adicional

En realidad no planeábamos tener tantos hijos, pero de todas maneras vinieron, uno tras otro. Después de Alice vino Léo, entonces Márcia, Maércio, Plínio, André y finalmente, en 1976, las gemelas, Sônia y Sofia. Recibimos alegremente a cada uno como “una herencia de parte de Jehová”. (Salmo 127:3.) Y todos fueron criados en la “regulación mental de Jehová”, con su ayuda. (Efesios 6:4.)

Pero no fue fácil. A veces llorábamos por las dificultades. Pero valió la pena. ¿Cómo los criamos? Teníamos un estudio de familia, los llevábamos con nosotros a las reuniones y al ministerio del campo desde la infancia, manteníamos junta a la familia en las actividades, nos asegurábamos de que nuestros hijos tuvieran buenas compañías, los disciplinábamos con firmeza y les dábamos un buen ejemplo.

Unos años atrás un superintendente de circuito nos entrevistó en una asamblea en Cruzeiro, São Paulo. Después de hablar sobre nuestro estudio de familia, él me preguntó: “¿Qué papel desempeñó su esposa en esto?”. Recuerdo que se me saltaron las lágrimas y se me formó un nudo tan grande en la garganta que por el momento no pude contestar. ¿Por qué? Porque en verdad agradecía el papel importante que había desempeñado Maria José en el progreso de nuestra familia teocrática. Sin su apoyo fiel, ¡aquello ciertamente habría sido muy difícil!

Desde que nos comprometimos, Maria José y yo empezamos a estudiar la Biblia juntos. En verdad fue difícil mantener un estudio regular cuando empezaron a llegar los hijos. Como ayuda en esto, cada semana yo indicaba en la puerta del refrigerador la hora para el estudio de la semana siguiente, y la información que consideraríamos. También daba asignaciones especiales según fuera necesario. Por ejemplo, un día Márcia y Plínio disputaron mientras comíamos. Así que el día siguiente hallaron sobre el refrigerador la asignación: “Cómo llevarse bien con sus hermanos”. En el siguiente estudio ambos se expresaron y resolvieron sus diferencias.

Otro problema surgía los domingos por la mañana cuando los muchachos solían decir que estaban demasiado enfermos para participar en el servicio del campo. Léo y Plínio eran expertos en inventar dolores de estómago y otras dolencias para no acompañarnos en la obra de predicar. Cuando yo dudaba de que realmente estuvieran enfermos, les decía algo por el estilo de esto: ‘Si están demasiado enfermos para salir a predicar, entonces de seguro no van a poder jugar balompié más tarde’. Por lo general se recuperaban con una rapidez asombrosa.

De vez en cuando teníamos que tratar ciertas situaciones con gran delicadeza. Cuando Léo tenía 11 años fue a una comida campestre con compañeros Testigos, y sin pedirnos permiso compró 1 kilogramo (2 libras) de jamón. Después, cuando recibimos la cuenta, Maria José le preguntó a Léo: “¿Se te olvidó que compraste el jamón?”. “No, —contestó inocentemente—. Yo no lo compré.” “Pues entonces —dijo ella— vamos a hablar con el dueño de la tienda.” De camino a aquel lugar la amnesia de Léo se disipó. “Ahora recuerdo —confesó—, como no tenía suficiente dinero, lo compré a crédito y se me olvidó pagarlo.” Yo pagué la cuenta y le pedí al dueño que le diera trabajo allí a Léo hasta que ganara suficiente dinero para reembolsarme aquella suma. Ese fue su castigo. Todos los días a las cuatro de la mañana Léo era el primero en llegar al trabajo, y en un mes saldó su cuenta.

En casa siempre había precursores, superintendentes viajantes, misioneros y betelitas. Rara vez tuvimos un televisor, y aquello contribuyó a que desarrolláramos buenos hábitos de estudio y una buena actitud cristiana. En aquel ambiente criamos a nuestros hijos. Algunas cartas que ellos nos enviaron después de haber crecido confirman que aquella crianza dio buenos resultados. (Véase el recuadro de la página 30.)

¡Precursores de nuevo!

Cuando la mayoría de nuestros hijos ya habían crecido, recordé el artículo de La Atalaya del 15 de julio de 1955 titulado “¿Puede ingresar usted en el ministerio de tiempo cabal?”. En parte decía: “Algunos dirán que este servicio es lo excepcional. Pero se equivocan, porque en virtud de su voto de dedicación todo cristiano está obligado a servir de tiempo cabal a menos que algo verdaderamente prohibitivo se lo impida”.

Una noche oré a Jehová para que me abriera de nuevo la puerta al servicio de tiempo completo. Mi familia cooperó, y los hermanos me animaron. Me sorprendí cuando el director de la empresa donde yo había trabajado por 26 años concordó en darme trabajo de media jornada para que pudiera servir como precursor regular. Por eso, con alegría emprendí la obra que había tenido que dejar años atrás. Y tres de mis hijos siguieron mi ejemplo.

Servimos por dos años en Itatiaia, donde había sido anciano de congregación por 15 años, y entonces decidimos mudarnos para servir donde había mayor necesidad de ayuda. Aquello significó vivir con una pensión modesta que equivalía a casi la cuarta parte de un buen salario. Con todo, confiamos en la promesa de Jesús en Mateo 6:33 y escribimos a la Sociedad acerca de nuestros planes. La semana siguiente casi saltamos de gozo cuando recibimos esta respuesta: “Nos parece razonable sugerirles que se trasladen a la ciudad de Lages. Aunque hay más de 200.000 habitantes, solo hay 100 publicadores en tres congregaciones pequeñas. Ustedes podrían ayudar mucho en ese territorio”.

Nos trasladamos en febrero de 1988. Y todavía servimos allí, a más de 1.000 kilómetros (600 millas) de distancia de nuestros hijos y amigos. Acabamos de tener el peor invierno en 20 años. Soy el único anciano en nuestra congregación, así que hay mucho trabajo. Pero hemos recibido muchísimas bendiciones. Nuestro territorio es deleitable. Cuando tocamos a las puertas, la gente dice: “¡Entren!”. Es fácil comenzar estudios bíblicos. Aceptamos diferentes artículos como donaciones cuando hay poco dinero, y hemos llegado a casa con jabón, desodorante, navajas de afeitar, ropa para niños (para nuestro nieto), cereales, vegetales, frutas, yogur, vino y hasta helado. ¡En cierta ocasión aceptamos unos banquillos de madera!

Fruto que trae abundantes recompensas

Hoy, a la edad de 56 años, me conmuevo cuando pienso en nuestra familia. Nuestros hijos no “nacieron en la verdad”. Nacieron en un hogar cristiano, y la verdad tuvo que ser inculcada en la mente y el corazón jóvenes de ellos. Los que se han casado lo han hecho “en el Señor”. (1 Corintios 7:39; Deuteronomio 6:6, 7.) Es cierto que cometimos algunos errores de juicio. A veces cometimos injusticias. Hubo ocasiones en que no les di el mejor ejemplo o descuidé mi responsabilidad como padre y esposo. Cuando me daba cuenta de ello, pedía perdón a Jehová, mi esposa y mis hijos, y me esforzaba por corregir el mal.

A pesar de nuestras imperfecciones, la familia —que ahora ha aumentado en yernos, nueras y nietos— tiene seis miembros que son ministros de tiempo completo, cuatro que son ancianos y uno que es siervo ministerial. Todos están bautizados, excepto los nietos. Los tres hijos menores que todavía viven con nosotros quieren hacer del servicio de tiempo completo su vocación. ¿Qué mayor recompensa pudiera desear uno? Agradezco a Jehová que nos haya guiado en la crianza de nuestros hijos en Su disciplina. Nos conmueve ver que todavía siguen Sus enseñanzas, y oro que nosotros, así como ellos, nunca nos desviemos del camino de la vida.

[Fotografía de la familia Menezes en la página 26]

[Reconocimiento]

Foto: MOURA

[Fotografía de Overlac y María José Menezes en la página 27]

[Reconocimiento]

Foto: CALINO

[Recuadro en la página 30]

Después que crecieron, al escribirnos nuestros hijos a veces nos expresaron su aprecio por la crianza que les dimos. He aquí algunos de sus comentarios:

“Papá, puedes estar seguro de que tú y mamá hicieron lo mejor por nosotros, aunque quizás hayan cometido algunos errores... lo cual nos sucede a menudo a nosotros ahora que Carlos y yo estamos criando a nuestro hijo, Fabrício.”

Hija Alice, de 33 años, madre de dos hijos.

“Tenemos que admitir que ustedes se esforzaron en unión por criarnos en la regulación mental de Jehová. ¡Y cuánto nos beneficia eso ahora!”

Hija Márcia, de 27 años, y su esposo, quien es superintendente de circuito.

“Reconozco que jamás habría recibido el privilegio que ahora tengo sin la ayuda que me dieron para establecer un fundamento espiritual firme y cultivar amor a Jehová y su servicio.”

Hijo Maércio, de 23 años, precursor especial.

“André, aprovecha de lleno la compañía y experiencia de papá. Nunca pases por alto su consejo. Podrán ayudarse mutuamente. Ahora soy más feliz que nunca.”

Hijo Plínio, de 20 años, en Betel.

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