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  • Mi servicio bajo la amorosa mano de Jehová

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  • Mi servicio bajo la amorosa mano de Jehová
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1996
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1996
w96 1/5 págs. 25-29

Mi servicio bajo la amorosa mano de Jehová

RELATADO POR LAMBROS ZOUMBOS

Tenía que tomar una decisión crucial: aceptar la oferta de ser el administrador de las muchas propiedades de mi acaudalado tío, con lo que resolvería los apuros económicos de mi familia, o ser ministro de tiempo completo de Jehová Dios. Permítame explicarle qué factores influyeron en la decisión que tomé finalmente.

NACÍ en el pueblo de Volos (Grecia) en 1919. Mi padre vendía ropa de hombre y disfrutábamos de prosperidad material. Pero a causa de la depresión económica que se produjo a finales de los años veinte, papá se vio obligado a declararse en quiebra y perdió el negocio. Me entristecía cada vez que veía su cara de desesperación.

Por algún tiempo mi familia vivió en la extrema pobreza. Todos los días salía de la escuela una hora antes para ponerme en fila a fin de recibir nuestras raciones de alimento. No obstante, a pesar de nuestra pobreza, gozábamos de una vida de familia tranquila. Soñaba con ser médico, pero en la adolescencia tuve que dejar la escuela y empezar a trabajar para ayudar a mi familia a sobrevivir.

Luego, durante la II Guerra Mundial, los alemanes e italianos ocuparon Grecia, lo que originó un hambre severa. Muchas veces vi a amigos y conocidos morir de inanición en las calles; jamás olvidaré esas escenas horrorosas. En cierta ocasión nuestra familia pasó cuarenta días sin pan, alimento básico en Grecia. Para sobrevivir, mi hermano mayor y yo fuimos a unas aldeas cercanas y algunos amigos y parientes nuestros nos dieron papas.

Una enfermedad se torna en bendición

A principios de 1944 enfermé gravemente de un tipo de pleuritis. Durante mi estancia de tres meses en el hospital, un primo me llevó dos folletos y me dijo: “Léelos; sé que te gustarán”. Los folletos, ¿Quién es Dios? y Protección, habían sido editados por la Sociedad Watch Tower Bible and Tract. Después de leerlos, le conté a otros pacientes lo que había aprendido.

Cuando salí del hospital, empecé a reunirme con la Congregación Volos de los Testigos de Jehová. Sin embargo, durante el mes que tuve que permanecer en casa como paciente externo pasaba de seis a ocho horas diarias leyendo números menos recientes de La Atalaya y otras publicaciones de la Sociedad Watch Tower. Como resultado, progresé bastante rápido en sentido espiritual.

Escapo por poco

Un día, a mediados de 1944, mientras estaba sentado en un parque de Volos, un grupo paramilitar que apoyaba al ejército de ocupación alemán de pronto rodeó el lugar y arrestó a casi todos los presentes. Se nos condujo por las calles aproximadamente a una veintena de nosotros hasta el cuartel general de la Gestapo, ubicado en un almacén de tabaco.

Minutos después, oí a alguien que nos llamaba a mí y a la persona con quien había estado conversando en el parque. Un oficial del ejército griego nos dijo que un pariente mío nos había visto escoltados por los soldados y le había informado que éramos testigos de Jehová. Entonces el oficial griego dijo que podíamos irnos a casa, y nos dio su tarjeta oficial por si acaso nos volvían a detener.

Al día siguiente nos enteramos de que los alemanes habían ejecutado a la mayoría de los detenidos, en represalia por la muerte de dos soldados alemanes a manos de militantes de la resistencia griega. Además de que probablemente se me libró de la muerte en esa ocasión, aprendí el valor de la neutralidad cristiana.

En el otoño de 1944 simbolicé mi dedicación a Jehová mediante bautismo en agua. Durante el siguiente verano los Testigos hicieron los preparativos para que me reuniera con la Congregación Sklithro, ubicada en las montañas, donde podría recobrar la salud por completo. En aquel tiempo, la guerra civil que se desató en Grecia tras la ocupación alemana estaba en su apogeo. Resultó que la aldea donde me encontraba servía de base para las fuerzas guerrilleras. El sacerdote del pueblo y otro hombre cruel me acusaron de espiar al servicio de las fuerzas gubernamentales y se encargaron de que me interrogara un grupo de guerrilleros que hizo de tribunal militar.

Entre los presentes en la parodia del tribunal militar estaba el cabecilla de los guerrilleros de la zona. Cuando terminé de explicar por qué me encontraba en la aldea, y que, como cristiano, era completamente neutral en la guerra civil, este dijo a todos: “El que toque a este hombre tendrá que vérselas conmigo”.

Más tarde regresé a Volos con una fe más fuerte que mi propia salud física.

Progreso espiritual

Al poco tiempo se me nombró siervo de cuentas de la congregación. Pese a las dificultades causadas por la guerra civil, entre ellas los múltiples arrestos por acusaciones de proselitismo instigadas por el clero, el ministerio cristiano nos produjo mucho gozo tanto a mí como al resto de la congregación.

A principios de 1947, nos visitó un superintendente viajante de los testigos de Jehová. Era la primera vez que recibíamos una visita de esta clase después de la II Guerra Mundial. En esa ocasión nuestra próspera congregación de Volos se dividió en dos, y fui nombrado superintendente presidente de una de ellas. Las organizaciones paramilitares y nacionalistas atemorizaban a las personas en aquellos días. El clero se aprovechó de la situación. Hizo que las autoridades se volvieran contra los testigos de Jehová al esparcir el falso rumor de que éramos comunistas o partidarios de los grupos izquierdistas.

Arrestos y encarcelamientos

Durante 1947 fui arrestado unas diez veces y llevado a juicio en tres ocasiones. En todos los casos fui absuelto. En la primavera de 1948 se me sentenció a cuatro meses de cárcel por practicar el proselitismo. Cumplí la sentencia en la prisión de Volos. Mientras tanto se duplicó la cantidad de publicadores del Reino de nuestra congregación, lo que llenó el corazón de los hermanos de gozo y felicidad.

En octubre de 1948, mientras me encontraba reunido con otros seis hermanos que llevaban la delantera en la congregación, cinco policías irrumpieron en la casa y nos arrestaron a punta de pistola. Nos llevaron a la comisaría sin ninguna explicación, y allí nos golpearon. Uno de ellos era ex boxeador y me dio de puñetazos en la cara. Entonces nos metieron en una celda.

Después, el policía encargado me llamó a su oficina. Cuando abrí la puerta, me arrojó un frasco de tinta, pero no me dio a mí, sino a la pared. Lo hizo para intimidarme. Entonces me entregó un papel y un bolígrafo, y me ordenó: “Escriba los nombres de todos los testigos de Jehová de Volos y tráigame la lista por la mañana. Si no, ya sabe lo que le espera”.

No respondí, pero al regresar a la celda, los hermanos y yo oramos a Jehová. Escribí únicamente mi nombre y esperé a que me llamaran. Pero no volví a tener noticias del policía. Durante la noche habían llegado las fuerzas militares enemigas y él había dirigido a sus hombres en el combate. En la refriega fue herido de gravedad y tuvieron que amputarle una pierna. Con el tiempo nuestro caso fue llevado al tribunal y se nos acusó de reunirnos ilegalmente. Los siete fuimos sentenciados a cinco años de cárcel.

Me incomunicaron por rehusar asistir a la misa dominical. Al tercer día pedí permiso para hablar con el director de la prisión. “Con todo el respeto que usted se merece —le dije—, me parece absurdo que se castigue a alguien que está dispuesto a pasar cinco años en prisión por causa de su fe.” Meditó seriamente en el asunto y por fin dijo: “Mañana empezará a trabajar conmigo aquí en la oficina”.

Con el tiempo me asignaron a trabajar de asistente médico en la prisión. Lo mucho que aprendí acerca de la asistencia sanitaria me fue muy útil años después. Tuve numerosas oportunidades de predicar en la prisión; tres presos que respondieron al mensaje se hicieron testigos de Jehová.

Tras casi cuatro años en prisión, por fin me pusieron en libertad condicional en 1952. Más tarde tuve que comparecer ante el Tribunal de Corinto por la cuestión de la neutralidad. (Isaías 2:4.) Me recluyeron por un corto período en una prisión militar, y de nuevo empezaron los abusos. Las amenazas de ciertos oficiales eran muy innovadoras, pues decían: “Te sacaré el corazón a pedazos con una daga”, o: “No pienses que vas a morir instantáneamente con solo seis balazos”.

Una prueba diferente

Sin embargo, al poco tiempo volví a casa y seguí sirviendo con la Congregación Volos y trabajando de media jornada. Un día recibí una carta de la sucursal de la Sociedad Watch Tower de Atenas; en ella se me invitaba a recibir preparación por dos semanas para empezar a visitar las congregaciones de los testigos de Jehová en calidad de superintendente de circuito. Al mismo tiempo, un tío paterno, que no tenía hijos y era dueño de muchas propiedades, me pidió que administrara sus bienes. Mi familia aún vivía en la pobreza, y este trabajo hubiera solucionado nuestros apuros económicos.

Visité a mi tío para darle las gracias por la oferta y para explicarle que había decidido aceptar una asignación especial en el ministerio cristiano. Ante eso, se puso de pie, me miró con gravedad y salió de la habitación repentinamente. Regresó con un generoso regalo de dinero con el que podría mantener a mi familia durante algunos meses. Me dijo: “Acéptalo y haz lo que quieras con él”. Hasta el día de hoy no puedo expresar lo que sentí en aquel momento. Fue como si hubiera escuchado la voz de Jehová, que me decía: ‘Tomaste la decisión correcta. Estoy contigo’.

Con la bendición de mi familia, partí hacia Atenas en diciembre de 1953. Aunque solo mi madre se hizo Testigo, los demás miembros de la familia no se opusieron a mis actividades cristianas. Cuando llegué a la sucursal me esperaba otra sorpresa: un telegrama de mi hermana que decía que papá había conseguido una pensión del seguro social después de haber luchado por ella durante dos años. ¿Qué más podía pedir yo? Me sentía como si tuviera alas, listo para remontar el vuelo en el servicio de Jehová.

Procedo con cuidado

Durante mis primeros años de superintendente de circuito tuve que proceder con mucho cuidado porque las autoridades religiosas y políticas perseguían cruelmente a los testigos de Jehová. Caminaba muchas horas al amparo de la oscuridad, sobre todo cuando visitaba a los hermanos cristianos que vivían en aldeas y pueblos pequeños. Estos hermanos, que se arriesgaban a ser detenidos, se reunían y me esperaban pacientemente en una casa. ¡Qué excelente intercambio de estímulo había en tales ocasiones! (Romanos 1:11, 12.)

A veces me disfrazaba para que no me descubrieran. En cierta ocasión me vestí de pastor para pasar por un control de carretera a fin de reunirme con un grupo de hermanos que necesitaban urgentemente pastoreo espiritual. En otra ocasión, en 1955, un compañero Testigo y yo nos hicimos pasar por vendedores de ajos para no despertar las sospechas de la policía. Nuestra asignación consistía en comunicarnos con algunos hermanos cristianos que se habían hecho inactivos, en el pequeño pueblo de Árgos Orestikón.

Colocamos nuestra mercancía en la plaza del pueblo. Un joven policía que patrullaba la zona empezó a sospechar de nosotros, y cada vez que pasaba nos miraba con curiosidad. Por fin me dijo: “Usted no parece vendedor de ajos”. En ese momento llegaron tres muchachas interesadas en comprar ajos. Señalando al producto, exclamé: “¡Este joven policía come ajos como estos, y miren qué fuerte y guapo se ve!”. Las jóvenes miraron al policía y se rieron. Él también sonrió y se marchó.

Entonces aproveché la oportunidad para ir a la tienda donde nuestros hermanos espirituales trabajaban de sastres. Le pedí a uno de ellos que me cosiera un botón que se había desprendido de mi chaqueta. Mientras lo hacía me incliné y le dije en voz baja: “Vine de la sucursal para visitarlos”. Al principio los hermanos se asustaron, pues hacía años que no hablaban con compañeros Testigos. Hice cuanto pude por animarlos y quedamos en vernos luego en el cementerio para seguir hablando. Felizmente, la visita los estimuló y volvieron a mostrar celo en el ministerio cristiano.

Consigo una fiel compañera

En 1956, tres años después de haber emprendido la obra de circuito, conocí a Niki, una joven cristiana que amaba mucho la predicación y deseaba pasar toda su vida en el ministerio de tiempo completo. Nos enamoramos y nos casamos en junio de 1957. Me preguntaba si Niki podría cumplir con las exigencias de la obra de circuito en medio de las condiciones hostiles que afrontábamos en aquellos días los testigos de Jehová de Grecia. Con la ayuda de Jehová, se las arregló y se convirtió en la primera mujer que acompañó a su esposo en la obra de circuito en Grecia.

Participamos en esta obra por diez años, y servimos a la mayoría de las congregaciones de Grecia. Muchas veces nos disfrazábamos y, con la maleta en la mano, caminábamos por horas amparados por la oscuridad para llegar a una congregación. Pese a la fuerte oposición que a menudo afrontábamos, nos emocionaba ver el espectacular aumento en la cantidad de Testigos.

Servicio de Betel

En enero de 1967 se nos invitó a servir en Betel, como se llama a la sucursal de los testigos de Jehová. La invitación nos tomó por sorpresa, pero la aceptamos confiando en que era Jehová quien dirigía los asuntos. Con el paso del tiempo llegamos a apreciar el gran privilegio que es servir en este centro de actividad teocrática.

Tres meses después de emprender el servicio de Betel, una junta militar se hizo con el poder y los testigos de Jehová tuvimos que efectuar nuestra obra clandestinamente. Empezamos a reunirnos en grupos pequeños, celebrábamos las asambleas en los bosques, predicábamos con discreción e imprimíamos y distribuíamos publicaciones bíblicas secretamente. No fue difícil adaptarnos a estas circunstancias, pues simplemente restablecimos los métodos que habíamos empleado años atrás para efectuar la obra. Pese a las restricciones, el número de Testigos aumentó de menos de once mil en 1967 a más de diecisiete mil en 1974.

Niki y yo hemos servido en Betel durante casi treinta años y seguimos disfrutando de bendiciones espirituales a pesar de nuestras limitaciones debido a la salud y la edad. Por más de diez años vivimos en la sucursal ubicada en la calle Kartali, en Atenas. En 1979 se dedicó una nueva sucursal en Marousi, a las afueras de Atenas. Pero desde 1991 hemos disfrutado de la amplia nueva sucursal en Eleona, a 60 kilómetros al norte de Atenas. Trabajo en la enfermería de Betel, pues lo que aprendí como asistente del médico de la prisión ha resultado ser muy útil.

Durante las más de cuatro décadas que he servido en el ministerio de tiempo completo me he dado cuenta, al igual que Jeremías, de la veracidad de la promesa de Jehová: “De seguro pelearán contra ti, pero no prevalecerán contra ti, porque: ‘Yo estoy contigo —es la expresión de Jehová— para librarte’”. (Jeremías 1:19.) Niki y yo hemos disfrutado de una copa rebosante de bendiciones de Jehová. Vivimos regocijados a causa de su abundante interés amoroso y bondad inmerecida.

Animo a los jóvenes de la organización de Jehová a emprender la carrera del ministerio de tiempo completo. Así podrán aceptar la invitación de Jehová de ponerlo a prueba para ver si cumple su promesa y ‘abre las compuertas de los cielos y realmente vacía una bendición hasta que no haya más carencia’. (Malaquías 3:10.) Por experiencia propia puedo asegurarles a ustedes los jóvenes que Jehová sin falta bendecirá a todos los que confían en él plenamente.

[Ilustración de la página 26]

Lambros Zoumbos y su esposa, Niki

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