“En lugar de oro, encontré diamantes”
RELATADO POR MICHALIS KAMINARIS
Tras cinco años en Sudáfrica, adonde había ido en busca de oro, regresaba a mi hogar con algo mucho más valioso. Permítame hablarle de la riqueza que ahora poseo y de mi deseo de compartirla.
NACÍ en 1904 en la isla griega de Cefalonia, situada en el mar Jónico. Crecí huérfano de padre y madre, pues ambos fallecieron poco después de mi nacimiento. Anhelaba tener ayuda, y oraba con frecuencia a Dios. Aunque iba con regularidad a la iglesia ortodoxa griega, desconocía por completo la Biblia. No encontré nada de consuelo.
En 1929 decidí emigrar en busca de una vida mejor. Dejé mi árida isla y me embarqué rumbo a Sudáfrica vía Inglaterra. Después de diecisiete días en el mar, llegué a Ciudad del Cabo (Sudáfrica), donde enseguida me contrató un compatriota. Pese a todo, las riquezas materiales no me consolaron.
Algo más valioso
Cuando llevaba en Sudáfrica unos dos años, un testigo de Jehová me visitó en el trabajo y me ofreció algunas publicaciones bíblicas en griego, entre ellas los folletos ¿Dónde están los muertos? y Opresión, ¿cuándo terminará? Recuerdo bien la ansiedad con la que los leí; hasta me aprendí de memoria todos los textos copiados. Cierto día le dije a un compañero: “He encontrado lo que he estado buscando durante todos estos años. Vine a África por oro, pero en lugar de oro, encontré diamantes”.
Me alegró mucho aprender que Dios tiene un nombre personal, Jehová, que su Reino ya está establecido en los cielos y que vivimos en los últimos días de este sistema de cosas. (Salmo 83:18; Daniel 2:44; Mateo 6:9, 10; 24:3-12; 2 Timoteo 3:1-5; Revelación [Apocalipsis] 12:7-12.) Con gran entusiasmo aprendí que el Reino de Jehová traerá bendiciones sin fin a todas las razas de la humanidad. Otro hecho que me impresionó fue que estas preciosas verdades se estaban predicando por todo el mundo. (Isaías 9:6, 7; 11:6-9; Mateo 24:14; Revelación 21:3, 4.)
Enseguida localicé la dirección de la sucursal de la Sociedad Watch Tower en Ciudad del Cabo y conseguí más publicaciones bíblicas. Me llenó de alegría especialmente hacerme con un ejemplar de la Biblia para mí. Lo que leí despertó en mí el deseo de dar testimonio. Comencé enviando publicaciones bíblicas a mis parientes, amigos y conocidos de Lixourion, mi ciudad natal. Mi investigación me permitió comprender poco a poco que hay que dedicar la vida a Jehová para agradarle. Y eso fue lo que hice de inmediato en oración.
En cierta ocasión fui a una reunión de los testigos de Jehová, pero como no sabía inglés, no entendí ni una palabra. Cuando me enteré de que en Port Elizabeth vivían muchos griegos, me mudé a esa ciudad, pero no encontré a ningún Testigo que hablara griego. Por tanto, decidí regresar a Grecia para ser un evangelizador de tiempo completo. Recuerdo que me dije a mí mismo: ‘Volveré a Grecia aunque tenga que llegar medio desnudo’.
Ministerio de tiempo completo en Grecia
En la primavera de 1934 me encontraba en la cubierta del transatlántico italiano Duilio. Llegué a Marsella (Francia), y tras una estancia de diez días en esa ciudad, partí para Grecia en el buque de pasajeros Patris. Mientras estábamos en alta mar, el barco tuvo una avería, y durante la noche se dio la orden de echar al mar los botes salvavidas. Entonces recordé lo que había pensado sobre volver a Grecia medio desnudo. Sin embargo, finalmente llegó un remolcador italiano y nos arrastró hasta Nápoles (Italia). Tiempo después, arribamos por fin a El Pireo (Grecia).
Desde allí me encaminé a Atenas, donde visité la sucursal de la Sociedad Watch Tower. Durante una conversación con Athanassios Karanassios, el superintendente de la sucursal, le pedí una asignación de predicador de tiempo completo. Al día siguiente me dirigía al Peloponeso, en el sur de la Grecia continental. Me asignaron la región completa como mi territorio personal.
Con un entusiasmo sin límites, inicié la predicación yendo de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, de granja en granja y de casa aislada en casa aislada. Al poco tiempo se reunió conmigo Michael Triantafilopoulos, quien me bautizó en el verano de 1935, más de un año después de haber iniciado el ministerio de tiempo completo. Como no había transporte público, íbamos andando a todas partes. Nuestro mayor obstáculo fue la oposición de los clérigos, que estaban dispuestos a hacer cualquier cosa por detenernos. Como consecuencia, encontramos mucho prejuicio. No obstante, pese a las dificultades, se dio el testimonio y el nombre de Jehová se proclamó por todas partes.
Aguantamos oposición
Cierta mañana, mientras predicaba en el montañoso nomo de Arcadia, llegué al pueblo de Magouliana. Después de dar testimonio por una hora, escuché las campanas de la iglesia, y enseguida me di cuenta de que tañían por mí. Se juntó una turba dirigida por un archimandrita ortodoxo griego (dignatario de la Iglesia que sigue en rango al obispo). Rápidamente cerré el maletín y oré en silencio a Jehová. El archimandrita se dirigió directamente a mí seguido de una multitud de niños. Entonces comenzó a gritar: “Es él, es él”.
Los niños formaron un estrecho círculo alrededor de mí, y el eclesiástico se adelantó y comenzó a empujarme con su prominente estómago, a la vez que decía que no quería ponerme la mano encima ‘no fuera que yo estuviera contaminado’. Entonces gritó: “Péguenle, péguenle”. Pero justo en ese momento apareció un policía y nos condujo a los dos a la comisaría. Al sacerdote lo llevaron a juicio por incitar a la formación de una turba, y le impusieron una multa de 300 dracmas más el pago de las costas del proceso. Yo quedé libre.
Cuando llegábamos a una zona nueva, hacíamos de la ciudad más grande el centro de nuestras actividades, y desde ella abarcábamos todo el territorio que quedaba a una distancia de cuatro horas a pie. Para ello, nos levantábamos por la mañana cuando todavía estaba oscuro y volvíamos a casa después de que había anochecido; por lo general, visitábamos uno o dos pueblos al día. Una vez que habíamos ido a todos los pueblos de los alrededores, predicábamos la ciudad que nos había servido de centro de operaciones y nos trasladábamos a otra parte. Nos detuvieron muchas veces porque los clérigos incitaban a la gente en contra nuestra. En la región del Parnaso, en el centro de Grecia, la policía me buscó durante meses. Sin embargo, nunca me capturaron.
Un día, el hermano Triantafilopoulos y yo estábamos predicando en el pueblo de Mouríki, en el nomo de Beocia. Dividimos el pueblo en dos secciones, y como yo era más joven, comencé a trabajar las laderas empinadas. De repente, escuché unos gritos que procedían de la parte baja del pueblo. Mientras descendía, pensé para mis adentros: ‘Están golpeando al hermano Triantafilopoulos’. Los lugareños se habían reunido en el café del pueblo, y un sacerdote iba y venía pisando fuerte como un toro irritado. “Esta gente nos llama ‘la descendencia de la Serpiente’”, gritaba.
El sacerdote ya había roto un bastón en la cabeza del hermano Triantafilopoulos, a quien le corría la sangre por la cara. Después de limpiarle la sangre del rostro, logramos escapar. Caminamos por tres horas hasta que llegamos a Tebas, y en una clínica de esta ciudad le curaron la herida. Informamos de lo ocurrido a la policía, y se presentó una demanda. Sin embargo, el sacerdote tenía ciertas conexiones y finalmente lo exoneraron.
Mientras trabajábamos en la ciudad de Leukás, los seguidores de uno de los líderes políticos de la zona nos “arrestaron” y nos llevaron al café del pueblo, donde nos acusaron ante un tribunal popular improvisado. El jefe político y sus hombres se turnaban en dar vueltas alrededor de nosotros despotricando en contra nuestra y amenazándonos con los puños cerrados. Todos estaban borrachos. Sus invectivas en contra nuestra duraron desde el mediodía hasta el atardecer, pero nosotros permanecimos imperturbables y seguíamos sonriendo cuando declarábamos que éramos inocentes y pedíamos en silencio a Jehová Dios que nos ayudara.
A la caída de la tarde nos rescataron dos policías. Nos llevaron a la comisaría, donde nos trataron bien. Para justificar sus actos, el jefe político se presentó al día siguiente y nos acusó de difundir propaganda contra el rey de Grecia. De modo que la policía nos envió, escoltados por dos hombres, a la ciudad de Lamia para otro interrogatorio. Nos mantuvieron en custodia por siete días y luego nos llevaron esposados a la ciudad de Larisa para juzgarnos.
Los hermanos cristianos de Larisa, a quienes se había avisado de antemano, esperaban nuestra llegada. El gran cariño que nos mostraron constituyó un buen testimonio para los guardias. Nuestro abogado, un testigo de Jehová que había sido teniente coronel, era muy conocido en la ciudad. Cuando apareció ante el tribunal y defendió nuestro caso, se demostró que los cargos contra nosotros eran falsos y nos pusieron en libertad.
Los buenos resultados que en general obtuvo la predicación de los testigos de Jehová condujeron a que se intensificara la oposición. En 1938 y 1939 se aprobaron leyes que prohibían el proselitismo, y Michael y yo estuvimos decenas de veces ante los tribunales por esta cuestión. Después, la sucursal nos aconsejó que trabajáramos por separado a fin de que nuestra obra no llamara mucho la atención. Me resultó difícil no tener un compañero, pero con confianza en Jehová, cubrí a pie los nomos de Ática, Beocia, Ftiótida, Eubea, Etolia, Acarnania, Euritania y la región del Peloponeso.
Durante ese período me ayudaron las hermosas palabras de confianza en Jehová que escribió el salmista: “Por ti puedo correr contra una partida merodeadora; y por mi Dios puedo trepar un muro. El Dios verdadero es Aquel que me ciñe apretadamente con energía vital, y él otorgará que mi camino sea perfecto, haciendo mis pies como los de las ciervas, y sobre lugares que me son altos me mantiene en pie”. (Salmo 18:29, 32, 33.)
En 1940, Italia declaró la guerra a Grecia, y al poco tiempo los ejércitos alemanes invadieron el país. Se declaró la ley marcial y se proscribieron los libros de la Sociedad Watch Tower. Aquellos fueron tiempos difíciles para los testigos de Jehová de Grecia; no obstante, su número creció espectacularmente: de 178 Testigos en 1940 a 1.770 al final de la II Guerra Mundial, en 1945.
Mi servicio en Betel
En el año 1945 me invitaron a servir en la sucursal de los testigos de Jehová de Atenas. Betel, que significa “Casa de Dios”, se encontraba entonces en una casa alquilada de la calle Lombardou. Las oficinas estaban en el primer piso, y la imprenta, que consistía en una prensa pequeña y una guillotina, ocupaba el sótano. El personal de la imprenta lo componían al principio solo dos personas, pero pronto llegaron otros voluntarios, que pernoctaban en su casa, para ayudarnos con el trabajo.
En 1945 se restableció el contacto con las oficinas centrales de la Sociedad Watch Tower, de Brooklyn (Nueva York), y ese mismo año comenzamos a imprimir regularmente La Atalaya en Grecia. Después, en 1947, mudamos la sucursal a la calle Tenedou, número 16, pero la imprenta permaneció en la calle Lombardou. Posteriormente la imprenta se trasladó a la fábrica que poseía un Testigo, que quedaba a unos cinco kilómetros de distancia. Así que por un tiempo, íbamos y veníamos entre estos tres lugares.
Recuerdo que salía de las viviendas de la calle Tenedou antes del alba e iba hasta la imprenta. Después de trabajar hasta la una de la tarde, iba a la calle Lombardou, donde se llevaban las hojas de papel que habíamos impreso. Allí se plegaban para hacer las revistas, se cosían y se cortaban a mano. Después de eso, llevábamos las revistas terminadas a la oficina de correos, las subíamos al tercer piso, ayudábamos al personal a clasificarlas y poníamos los sellos en los sobres para enviarlas.
Para 1954, la cantidad de Testigos griegos había aumentado hasta superar los cuatro mil, por lo que se necesitaban unas instalaciones mayores. Por consiguiente, nos trasladamos a un Betel nuevo de tres pisos en el centro de Atenas, en la calle Kartali. En 1958 me pidieron que me hiciera cargo de la cocina, y esa fue mi responsabilidad hasta 1983. Entretanto, en 1959 me casé con Eleftheria, que ha sido una compañera leal en el servicio de Jehová.
Volvemos a aguantar oposición
Una junta militar se hizo con el poder en 1967, y de nuevo se impusieron restricciones a la obra de predicar. Sin embargo, gracias a nuestra experiencia previa en afrontar las proscripciones de nuestras actividades, nos adaptamos rápidamente y continuamos trabajando en la clandestinidad con buenos resultados.
Celebrábamos las reuniones en los hogares particulares y tomábamos precauciones en el ministerio de casa en casa. Pese a todo, detenían a los hermanos a menudo, y los casos en los tribunales se multiplicaron. Nuestros abogados estaban siempre ocupados para encargarse de los juicios que se celebraban en diversos lugares del país. A pesar de la oposición, la mayoría de los Testigos se mantuvieron constantes en la predicación, especialmente los fines de semana.
Un sábado o domingo típico, después de terminar la predicación del día, comprobábamos quién faltaba de nuestros grupos. Por lo general, los que faltaban estaban detenidos en la comisaría más cercana. Así que les llevábamos mantas y comida, y los estimulábamos. Además, avisábamos a los abogados, quienes se presentaban el lunes antes que el fiscal, a fin de defender a los detenidos. Encarábamos felices la situación, pues sufríamos por causa de la verdad.
Durante la proscripción, los trabajos de impresión en Betel quedaron paralizados. Así que la casa en la que vivíamos Eleftheria y yo, en un barrio residencial de las afueras de Atenas, se convirtió en una especie de imprenta. Eleftheria mecanografiaba las copias de los artículos de La Atalaya con una máquina de escribir pesada. Ponía en la máquina diez hojas a la vez con papel carbón, y presionaba las teclas con mucha fuerza a fin de que las letras se marcaran en todas las copias. Yo las recogía después y las pegaba. Lo hacíamos todas las tardes hasta la media noche. En el piso de abajo vivía un policía, y todavía nos preguntamos cómo es que nunca sospechó nada.
Alegres por la continua expansión
La democracia se restauró en Grecia en el año 1974, y la predicación volvió a efectuarse más abiertamente. No obstante, durante los años en que nuestra obra tuvo restricciones, disfrutamos de un maravilloso crecimiento de más de seis mil nuevos Testigos, por lo que alcanzamos un total superior a los diecisiete mil proclamadores del Reino.
También reanudamos los trabajos de impresión habituales en los edificios de la sucursal. Como consecuencia, las instalaciones de Betel de la calle Kartali enseguida se quedaron pequeñas. De modo que se compró un terreno de una hectárea en el barrio residencial ateniense de Marousi. Allí se construyeron nuevos edificios de Betel, con veintisiete habitaciones, una fábrica, oficinas y otras instalaciones. Se dedicaron en octubre de 1979.
Con el tiempo necesitamos aún más espacio. Así que se compraron 22 hectáreas de terreno a unos 60 kilómetros al norte de Atenas. El lugar está en Eleona, en una colina con vistas a las montañas y a valles con abundancia de agua. Allí se dedicaron en abril de 1991 unas instalaciones mucho mayores, que incluyen veintidós viviendas, cada una de las cuales puede acomodar a ocho personas.
Tras pasar más de sesenta años en el ministerio de tiempo completo, aún gozo de buena salud. Felizmente, estoy “medrando durante la canicie”. (Salmo 92:14.) Agradezco especialmente a Jehová haber vivido para ver con mis propios ojos el gran crecimiento de sus adoradores verdaderos. El profeta Isaías predijo tal crecimiento: “Tus puertas realmente habrán de ser mantenidas abiertas constantemente; no serán cerradas ni de día ni de noche, para que se traigan a ti los recursos de las naciones”. (Isaías 60:11.)
Qué maravilloso es contemplar a millones de personas de todas las naciones acudir a la organización de Jehová y aprender qué tienen que hacer para sobrevivir a través de la gran tribulación y entrar en el nuevo mundo de Dios. (2 Pedro 3:13.) Puedo decir sinceramente que el ministerio de tiempo completo ha sido para mí más valioso que cualquier cosa que el mundo pueda ofrecerme. Sí, en lugar de encontrar oro y riquezas, hallé diamantes espirituales, que han enriquecido inmensamente mi vida.
[Ilustraciones de la página 23]
Michalis y Eleftheria Kaminaris
La imprenta de la calle Lombardou (derecha)