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  • Dios es mi refugio y fortaleza
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1997
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1997
w97 1/5 págs. 24-29

Dios es mi refugio y fortaleza

RELATADO POR CHARLOTTE MÜLLER

“Los nueve años que sufrió bajo Hitler son meritorios —dijo el juez comunista—. Es verdad que usted estuvo en contra de la guerra, pero ahora está en contra de nuestra paz.”

EL FUNCIONARIO se refería a mi anterior encarcelamiento por orden de los nazis y al régimen socialista de la República Democrática Alemana. Al principio no supe qué decir, pero luego repliqué: “El cristiano no lucha por la paz verdadera de la misma forma que lo hacen los demás. Simplemente trato de seguir el mandamiento bíblico de amar a Dios y al prójimo, y la Palabra de Dios me ayuda a mantener la paz de palabra y obra”.

Aquel día, 4 de septiembre de 1951, los comunistas me sentenciaron a ocho años de prisión, uno menos que la condena que me habían impuesto los nazis.

Cuando los nacionalsocialistas y los comunistas perseguían a los testigos de Jehová, hallé consuelo en las palabras del Salmo 46:1: “Dios es para nosotros refugio y fuerza, una ayuda que puede hallarse prontamente durante angustias”. Solo Jehová pudo darme las fuerzas para resistir, y cuanto más asimilaba su Palabra, tanto más fuerte me hacía.

Fortalecida para encarar el futuro

Nací en 1912 en la ciudad alemana de Gotha-Siebleben (Turingia). Aunque mis progenitores eran protestantes, mi padre buscaba la verdad bíblica y deseaba un gobierno justo. Cuando vieron el “Foto-drama de la Creación”, se emocionaron mucho.a Mi padre había encontrado lo que buscaba, a saber, el Reino de Dios.

Mi padre, mi madre y los seis hijos renunciamos a la Iglesia el 2 de marzo de 1923. Vivíamos entonces en la ciudad de Chemnitz, en Sajonia, donde nos relacionamos con los Estudiantes de la Biblia. (Tres de mis hermanos y hermanas se hicieron testigos de Jehová.)

Las reuniones de los Estudiantes de la Biblia grabaron en mi memoria pasajes de las Escrituras y valiosísimas verdades que llenaron de felicidad mi joven corazón. Ante todo, estaba la instrucción que se daba los domingos a más de cincuenta jóvenes cristianos, y que mi hermana Käthe y yo recibimos por algún tiempo. En nuestro grupo se encontraba el joven Konrad Franke, quien organizaba caminatas y nos enseñaba canto. Más adelante, entre los años 1955 y 1969, el hermano Franke fue superintendente de la sucursal alemana de la Watch Tower.

Los años veinte fueron turbulentos, a veces incluso dentro del pueblo de Dios. Algunos que ya no aceptaban La Atalaya como el “alimento al tiempo apropiado” se oponían a la predicación de casa en casa. (Mateo 24:45.) Tal actitud acabó en apostasía. Sin embargo, era precisamente aquel “alimento” lo que nos daba la fortaleza que tanto necesitábamos en aquella época. Sirvan de ejemplo los artículos de La Atalaya titulados “Benditos son los intrépidos” (1919) y “¿Quién honrará a Jehová?” (1926). Puesto que yo deseaba honrar a Jehová con mi actividad valerosa, distribuí muchos libros y folletos escritos por el hermano Rutherford.

Me bauticé como testigo de Jehová en marzo de 1933, el mismo año en que se proscribió nuestra obra evangelizadora en Alemania. Durante el bautismo se nos aconsejó tener presentes para el futuro las palabras de Revelación [Apocalipsis] 2:10: “No tengas miedo de las cosas que estás para sufrir. ¡Mira! El Diablo seguirá echando a algunos de ustedes en la prisión para que sean puestos a prueba plenamente, y para que tengan tribulación diez días. Pruébate fiel hasta la misma muerte, y yo te daré la corona de la vida”. Tomé a pecho este versículo, segura de que me aguardaban pruebas muy difíciles. Y así fue.

Debido a nuestra postura neutral en política, algunos vecinos nos miraban con desconfianza. Después de unas elecciones, una delegación de agentes nazis uniformados gritaron frente a nuestra casa: “¡Aquí viven traidores!”. El artículo “No los temáis”, que apareció en la edición alemana de La Atalaya de diciembre de 1933 (en español, febrero de 1934), fue especialmente alentador para mí. Quería seguir siendo una testigo de Jehová fiel aun en medio de las mayores adversidades.

La solución del enemigo: la cárcel

Fue posible imprimir secretamente La Atalaya en Chemnitz hasta el otoño de 1935. Después hubo que trasladar el mimeógrafo al pueblo de Beierfeld, en los montes Metálicos, donde se usó para reproducir las publicaciones hasta agosto de 1936. Käthe y yo repartíamos las copias a los hermanos cuyas direcciones nos daba mi padre. Todo marchó bien por algún tiempo, hasta que la Gestapo me puso bajo vigilancia. En agosto de 1936 me arrestaron cuando estaba en casa y me encarcelaron a la espera de juicio.

En febrero de 1937, veinticinco hermanos y dos hermanas, entre ellas yo, comparecimos ante un tribunal especial en Sajonia. Se acusó a la organización de los testigos de Jehová de ser subversiva. A los hermanos que reproducían La Atalaya les impusieron una pena de cinco años de prisión, y a mí dos años.

Cuando cumplí la condena, en vez de salir libre, pasé a manos de la Gestapo, pues se suponía que firmara un documento en el que dijera que ya no sería miembro activo de los testigos de Jehová. Como me negué rotundamente, el oficial, furibundo, se levantó de un salto y ordenó nuevamente mi encarcelamiento. La orden de detención aparece en la fotografía. Sin que me dejaran ver a mis padres, me llevaron de inmediato a un pequeño campo de concentración para mujeres en Lichtenberg, a orillas del río Elba. Poco después me encontré con Käthe. Ella había estado internada en el campo de concentración de Moringen desde diciembre de 1936, pero cuando lo cerraron pasó con otras hermanas a Lichtenberg. Mi padre también se hallaba detenido, y no volví a verlo hasta 1945.

En Lichtenberg

No me permitieron unirme al grupo de las Testigos inmediatamente, pues estaban castigadas por alguna razón. En uno de los comedores observé dos grupos de prisioneras: las mujeres que se sentaban a la mesa y las Testigos, que tenían que sentarse todo el día en banquillos sin nada que comer.b

Yo aceptaba todo trabajo sin rechistar con la esperanza de encontrarme con Käthe de algún modo; y así sucedió. Ella se dirigía al trabajo con otras dos prisioneras cuando nos cruzamos. Rebosante de alegría, le di un gran abrazo; sin embargo, la guardia que nos vigilaba nos delató inmediatamente. Después de interrogarnos, nos mantuvieron separadas a propósito. Aquello fue en extremo doloroso.

Otros dos incidentes ocurridos en Lichtenberg quedaron grabados en mi memoria. En cierta ocasión mandaron que las prisioneras se congregaran en el patio para escuchar un discurso político de Hitler por la radio. Las testigos de Jehová no acudimos, pues la reunión llevaba aparejada ceremonias patrióticas. Entonces los guardias dirigieron hacia nosotras las mangueras contra incendios y, lanzándonos el poderoso chorro de una toma de agua, nos persiguieron a nosotras, mujeres indefensas, desde el cuarto piso hasta el patio. Allí tuvimos que permanecer de pie, caladas hasta los huesos.

En otra ocasión nos ordenaron a Gertrud Oehme, Gertel Bürlen y a mí que decoráramos con luces la comandancia con motivo del cumpleaños de Hitler, que ya estaba próximo. Las tres jóvenes nos negamos, pues vimos en ello una táctica de Satanás para quebrantar nuestra integridad haciéndonos ceder en asuntos pequeños. Como castigo, pasamos tres semanas cada una encerrada sola en una celda pequeña y oscura. Pero Jehová se mantuvo cerca de nosotras y fue un refugio aun en aquel lugar tan horrible.

En Ravensbrück

En mayo de 1939 transfirieron a las prisioneras de Lichtenberg al campo de concentración de Ravensbrück. Allí me asignaron a trabajar en la lavandería junto con otras hermanas Testigos. Poco después de haber estallado la guerra nos pidieron recoger la bandera de la esvástica. En vista de que rehusamos cumplir la orden, a Mielchen Ernst y a mí nos enviaron al bloque penal. Esta era una de las modalidades de castigo más severas, pues significaba trabajar arduamente todos los días, incluidos los domingos, hiciera el tiempo que hiciera. A pesar de que la sentencia máxima era por lo general de tres meses, permanecimos allí un año. Nunca hubiera sobrevivido sin la ayuda de Jehová.

En 1942 mejoró un poco la situación de los prisioneros. A mí me mandaron a trabajar de ama de llaves en una de las viviendas de las SS, en las proximidades del campo. La familia me concedía cierta medida de libertad. Por ejemplo, una vez, mientras llevaba los niños a caminar, me encontré con Josef Rehwald y Gottfried Mehlhorn, dos prisioneros con triángulos púrpuras, y pudimos intercambiar algunas palabras de estímulo.c

Los difíciles años de la posguerra

Cuando las tropas aliadas se acercaban, en 1945, la familia para quien yo trabajaba huyó, y tuve que irme con ella. Junto con varias familias de las SS, formaron una gran caravana y se dirigieron hacia el oeste.

Los últimos días de la guerra fueron caóticos y estuvieron llenos de peligros. Finalmente hallamos a algunos soldados norteamericanos que me permitieron registrarme en el siguiente pueblo como persona libre. Allí me encontré con Josef Rehwald y Gottfried Mehlhorn. Ellos se habían enterado de que todos los Testigos del campo de concentración de Sachsenhausen habían llegado a la ciudad de Schwerin, tras una arriesgada marcha de la muerte. Así que los tres partimos para dicha ciudad, a unos 50 kilómetros de distancia. Nos dio mucha alegría ver a todos aquellos hermanos fieles que habían sobrevivido a los campos de concentración, entre ellos Konrad Franke.

Para diciembre de 1945, la situación nacional había mejorado a tal grado que pude viajar en tren. De modo que me dirigí a casa. El viaje supuso pasar algún tiempo tendida sobre el techo del vagón y también de pie en el estribo. Al llegar a la estación de Chemnitz, me encaminé a mi casa paterna; pero en la calle donde los agentes nazis habían gritado anteriormente: “¡Aquí viven traidores!”, no quedaba una sola casa en pie. La entera zona residencial había sido devastada por las bombas. Para mi gran alivio, mis padres, Käthe y mis demás hermanos seguían con vida.

Si bien la situación económica de la Alemania posbélica era horrible, las congregaciones del pueblo de Dios empezaron a florecer por todo el país. La Sociedad Watch Tower no escatimó esfuerzos a fin de equiparnos para la predicación. Se reanudó el trabajo en el Betel de Magdeburgo, que los nazis habían clausurado, y en la primavera de 1946 me invitaron a trabajar allí en la cocina.

Otra vez proscritos y en prisión

Magdeburgo se encuentra en la sección de Alemania que quedó bajo el control de los comunistas. Estos proscribieron nuestra obra el 31 de agosto de 1950 y cerraron Betel. Así terminó allí mi servicio, el cual me sirvió de valiosa preparación. Regresé a Chemnitz decidida, incluso bajo el dominio comunista, a adherirme firmemente a la verdad y proclamar el Reino de Dios como la única esperanza para la humanidad angustiada.

En abril de 1951, un hermano y yo viajamos a Berlín para recoger algunos ejemplares de La Atalaya. A la vuelta, nos quedamos atónitos al ver la estación del ferrocarril de Chemnitz rodeada de policías civiles. Era obvio que estaban esperándonos, y nos detuvieron en el acto.

Cuando llegué a la prisión donde permanecería hasta el juicio, portaba documentos que probaban que los nazis me habían encarcelado durante varios años; esto me ganó el trato respetuoso de los guardias. Una de las guardias jefe dijo: “Ustedes, los testigos de Jehová, no son delincuentes; no deberían estar en prisión”.

En una ocasión, esta guardia vino a mi celda, que compartía con otras dos hermanas, y escondió algo debajo de una de las camas. ¿Qué era? Su Biblia, la cual nos permitió tener. En otra ocasión fue a casa a visitar a mis padres, que no vivían muy lejos de la prisión. Obtuvo ejemplares de La Atalaya y algunos alimentos, los escondió en el cuerpo y los introdujo clandestinamente en mi celda.

Hay algo más que me gustaría contar. Algunos domingos por la mañana cantábamos los cánticos teocráticos con tanta fuerza, que los demás prisioneros aplaudían complacidos después de cada canción.

Fortaleza y ayuda de parte de Jehová

Durante el juicio, celebrado el 4 de septiembre de 1951, el juez hizo el comentario citado al comienzo del artículo. Cumplí mi condena primeramente en Waldheim, luego en Halle y, por último, en Hoheneck. Un par de incidentes mostrarán cómo fue Dios refugio y fortaleza para nosotros los testigos de Jehová, y cómo nos infundió valor su Palabra.

En la prisión de Waldheim, todas las Testigos nos juntábamos regularmente en un salón para celebrar las reuniones cristianas. Como no nos permitían tener lápices ni papel, algunas hermanas consiguieron varios retazos y fabricaron un pequeño estandarte con el texto del año 1953, que decía: “¡Inclinaos a Jehová en la hermosura de la santidad!”. (Salmo 29:2, Versión Moderna.)

Una guardia nos sorprendió y nos delató enseguida. El jefe de la prisión vino y ordenó que dos hermanas levantaran el estandarte en alto. “¿Quién hizo esto —preguntó—, y para qué?”

Una hermana quería confesar y asumir toda la culpa, pero rápidamente nos secreteamos y decidimos compartir todas la responsabilidad. De modo que respondimos: “Lo hicimos para fortalecer nuestra fe”. Nos quitaron el estandarte y nos castigaron dejándonos sin comida. No obstante, durante todo el interrogatorio las hermanas mantuvieron en alto el estandarte, de forma que las palabras alentadoras del texto bíblico se grabaran bien en nuestras mentes.

Cuando cerraron la prisión para mujeres de Waldheim, las hermanas fuimos transferidas a Halle. Allí nos permitían recibir paquetes, y ¿qué hallé cosidos dentro de un par de pantuflas que me envió mi padre? Varios artículos de La Atalaya. Aún recuerdo el título de dos de ellos: “El amor verdadero es práctico” y “Las mentiras resultan en perder la vida”. Estos y otros más fueron verdaderos manjares, y cuando nos los pasábamos a hurtadillas las unas a las otras, hacíamos anotaciones para uso personal.

Durante un registro, una guardia encontró mis notas ocultas en el colchón de paja. Más tarde me llamó para pedirme que le explicara claramente el significado del artículo “Perspectivas de los que temen a Jehová para 1955”. Como ella era comunista, le preocupaba mucho la muerte de su líder, Stalin, en 1953, y el futuro le parecía tenebroso. Para nosotras, el futuro traería mejoras en la prisión, aunque yo aún no lo sabía. Le expliqué confiadamente que las perspectivas de los testigos de Jehová eran las mejores, y cité el texto temático del artículo, Salmo 112:7, que dice: “No temerá a causa de malas noticias; su corazón está firme, confiado en Jehová”. (Versión Moderna.)

Jehová sigue siendo mi refugio y fortaleza

Después de recobrarme de una enfermedad grave, me pusieron en libertad en marzo de 1957, dos años antes de cumplir la condena. Los funcionarios de Alemania oriental volvieron a presionarme por causa de mis actividades en el servicio de Jehová. Por tal razón, el 6 de mayo de 1957 aproveché la oportunidad para escapar a Berlín occidental, y de ahí pasé a Alemania occidental.

Aun cuando tardé varios años en recuperar la salud, hasta el día de hoy gozo de muy buen apetito espiritual y espero ansiosa la llegada de cada nuevo número de La Atalaya. De vez en cuando me hago un examen de conciencia y me pregunto: ¿Soy todavía de mente espiritual? ¿He cultivado buenas cualidades? ¿Es la cualidad probada de mi fe motivo de alabanza y honra para Jehová? Me propongo como meta agradar a Dios en todo, para que él siga siendo mi refugio y fortaleza por la eternidad.

[Notas]

a El “Foto-drama”, que constaba de diapositivas y películas, fue exhibido desde 1914 en muchos países por representantes de la Sociedad Watch Tower Bible and Tract.

b En la página 10 del número del 1 de mayo de 1940 de la revista Trost (Consolación), editada por la Sociedad Watch Tower de Berna (Suiza), se informó de que en una ocasión se dejó sin almuerzo durante catorce días a las testigos de Jehová de Lichtenberg porque se negaban a hacer un ademán de honor cuando sonaban los himnos nazis. Había 300 testigos de Jehová en aquel lugar.

c En ¡Despertad! del 8 de febrero de 1993, páginas 20 a 23, aparece un informe sobre Josef Rehwald.

[Ilustraciones de la página 26]

La oficina de las SS en Ravensbrück

Mi pase para trabajar fuera del campo

[Reconocimiento]

Arriba: Stiftung Brandenburgische Gedenkstätten

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