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  • ¡Bienaventurados los mansos!
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1958
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1958
w58 1/9 págs. 521-523

¡Bienaventurados los mansos!

JESUCRISTO, el hombre más grande de todos los que han vivido en tiempo alguno, fomentó la mansedumbre tanto por precepto como por ejemplo. “Bienaventurados los mansos; porque ellos heredarán la tierra,” dijo él, e instó a otros: “Aprended de mí; porque soy manso y humilde de corazón.” Sin embargo, debido a que no entienden lo que significa ser manso, muchos tienen un punto de vista torcido respecto a Jesucristo. Esto se ve en The Catholic Encyclopedia, tomo 8, al lado de la página 384, donde se presentan los conceptos de veinte artistas respecto al parecer de Jesús. Con la excepción de uno o dos, éstos lo representan o afeminado o asceta.—Mat. 5:5; 11:29, Mod.

Pero Jesús era de carácter fuerte y masculino; en realidad, el más fuerte que ha estado sobre la tierra. A todo momento él tenía dominio perfecto de sus pensamientos, emociones y movimientos corporales. Él asombraba a sus oyentes por la autoridad con que hablaba, y no vacilaba en proferir denunciaciones severas a los líderes religiosos de su día debido a la hipocresía y codicia de éstos. Soldados enviados a arrestarlo quedaron tan impresionados que no llevaron a cabo su misión. Dos veces echó del templo de su Padre a cambistas y otros socaliñeros. Cuando una turba armada vino para tomarlo en la última noche de su vida como hombre, su declaración y manera de comportarse denodadas hicieron que ésta retrocediera. Obviamente él no era la persona desconfiada de sí misma, débil y pusilánime que la mayoría de la gente asocia con el término “manso.”

Entonces, ¿qué significa ser manso? Se ha dicho que una persona mansa es una a quien se le puede enseñar. En verdad uno que es manso está dispuesto a ser enseñado, pero la mansedumbre abarca mucho más que eso. En confirmación de esto se citan definiciones dadas para “manso”: “benigno o apacible de genio; gobernado de sí mismo y benigno; no fácilmente provocado o irritado; paciente bajo daño o molestia.” En traducciones modernas en inglés de la Biblia los vocablos “apacible” y “benigno” frecuentemente reemplazan al vocablo “manso” que se halla en versiones más antiguas. No cabe duda de que Jesús era manso. Y otro notable ejemplo de mansedumbre que se halla en las Escrituras es el de Moisés, a quien el espíritu santo de Dios inspiró a escribir: “El hombre Moisés era por mucho el más manso de todos los hombres que estaban sobre la superficie del suelo.”—Núm. 12:3.

La mansedumbre o la apacibilidad es el fruto del espíritu santo de Dios: “El fruto del espíritu es amor,. . . apacibilidad.” El ser manso es exactamente lo contrario de ser orgulloso, codicioso, impaciente, despiadado, contencioso o agresivo. Al que carece de apacibilidad o mansedumbre le gusta pavonearse, es persona severa, de mal humor, fácil de irritar y difícil de complacer; es una persona que pasa a codazos por la vida y está siempre lista a altercar. Por lo tanto, especialmente a las esposas, se les recomienda la apacibilidad o mansedumbre como parte de su adorno: “la indumentaria incorruptible del espíritu sereno y apacible, que es de gran valor a los ojos de Dios.”—Gál. 5:22, 23; 1 Ped. 3:4.

POR QUÉ SER MANSO O APACIBLE

¿Por qué? Porque es el proceder de la justicia y del amor. Va de acuerdo con el mandato de Dios: “Tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo,” y con el mandato de Jesús: “Todas las cosas, por lo tanto, que quieren que los hombres les hagan, también de igual manera deben hacérselas a ellos; esto, de hecho, es lo que significan la Ley y los Profetas.”—Mat. 22:39; 7:12.

El ser mansos, o apacibles es también la manera sabia de proceder. Hace que nos sea fácil recibir instrucción que conduce a la vida eterna. La mansedumbre nos hace apacibles, benignos, refrescantes y fáciles de congeniar. Hace que les sea fácil a otros acercársenos. Jesús era así: “Vengan a mí, todos ustedes los que se afanan y están cargados, y yo los refrescaré. Tomen mi yugo sobre ustedes y háganse mis discípulos, porque soy de genio apacible y humilde de corazón, y hallarán refrigerio para su alma. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana.”—Mat. 11:28-30.

El ser mansos o apacibles es la manera sabia de proceder según lo manifiesta Santiago: “¿Quién es sabio y entendido entre ustedes? Muestre él por su comportamiento correcto sus obras con una mansedumbre que pertenece a la sabiduría. Pero si ustedes tienen amargos celos y espíritu de contradicción en su corazón, no estén jactándose y mintiendo contra la verdad. Esta no es la sabiduría que desciende de arriba, sino que es la terrenal, animal, demoníaca.”—Sant. 3:13-15.

La persona sabia obtiene resultados, y para obtener resultados al tratar con otros tenemos que evitar la severidad y la contienda. Es parte de la naturaleza humana el resentirse de presiones, porque Dios implantó en nuestro corazón un amor a la libertad. La presión implica esclavitud a los orgullosos y descariñados. Por eso cualquiera que tenga la superintendencia de otros obtendrá mejor cooperación de parte de ellos si es de genio apacible, porque de esa manera él hace que la cooperación sea un placer, como algo dado voluntariamente, no forzado. Y especialmente les es esencial la apacibilidad a los que quieran enseñar a otros, sean ellos padres, maestros de escuela o maestros de música o ministros cristianos. Debido a principios quizás haya ocasiones en que tengamos que ser firmes e intransigentes, pero jamás necesitamos ser severos, dominantes, coercitivos, como si quisiéramos a fuerza meterles los hechos dentro del entendimiento de las personas a quienes estamos tratando de enseñar.

La persona sabia usará un método de simpatía, apacible, afectuoso y benigno. Dependerá de la atracción de los principios, la lógica y la hermosura de su mensaje para captar el interés de sus oyentes e influir en ellos. Esa es la razón por la cual Pedro les aconsejó a los cristianos que estuvieran capacitados para dar “una razón de la esperanza que hay en ustedes, pero haciéndolo junto con un genio apacible y respeto profundo.” Aun podría decirse que mientras más difícil nos sea manifestar apacibilidad en cierta situación, más vital es que lo hagamos, así como el apóstol Pablo nos hace recordar: “El esclavo del Señor no tiene necesidad de pelear, sino de ser prudente para con todos, capacitado para enseñar, manteniéndose reprimido bajo lo malo, instruyendo con apacibilidad a los que no están favorablemente dispuestos.”—1 Ped. 3:15; 2 Tim. 2:24, 25.

DIOS CUIDA DE LOS MANSOS

La Palabra de Dios contiene muchas promesas hechas a los que son mansos. “Los mansos comerán y estarán satisfechos.” “Enseñará a los mansos su camino.” “Jehová está dando alivio a los mansos.” “[Cristo] juzgará en justicia al pobre, y en equidad a los humildes de la tierra.” ¿Qué cosa está implícita en todas estas promesas? El que los mansos recibirán justicia y prosperidad sin tener que abandonar su mansedumbre al tratar con su prójimo.—Sal. 22:26; 25:9; 147:6; Isa. 11:4, NC.

En vista de lo cercano del día de la ira de Dios, es de particular interés a los mansos su promesa: “Buscad a Jehová, todos los mansos de la tierra, los que habéis obrado lo que es justo; buscad la justicia, buscad la mansedumbre; puede ser que os pongáis a cubierto en el día de la ira de Jehová.” Ese día de su ira se describe en otra parte como “la guerra del gran día de Dios el Todopoderoso,” el Armagedón.—Sof. 2:3, Mod; Apo. 16:14, 16.

Después que el Armagedón extirpe de esta tierra la violencia e iniquidad de ésta, como hizo el diluvio del día de Noé, comenzará un nuevo sistema de cosas, ‘unos nuevos cielos y una nueva tierra en los cuales la justicia habrá de morar.’ Entonces toda la tierra será hecha un paraíso, como lo que era el jardín de Edén, de acuerdo con el propósito original de Jehová para con esta tierra, según se indica por el mandato que dió a nuestros primeros padres: “Sean fecundos y háganse muchos y llenen la tierra y sojúzguenla.” Ese nuevo mundo será uno de amor, paz y felicidad. A las personas que rehusen hacerse mansas no se les permitirá continuar en él, porque estorbarían la felicidad de otros además de estar infelices ellas mismas.—2 Ped. 3:13; Gén. 1:28.

¿Señalará eso al cumplimiento de la promesa de Jesús: “Bienaventurados los mansos; porque ellos heredarán la tierra”? No, por lo menos no primariamente. Esas palabras, pronunciadas primeramente por el salmista David, aplican en primer lugar a Jesucristo, el preeminentemente Manso, a quien su Padre, Jehová Dios, le dijo: “Pídeme, para darte naciones como herencia tuya y los cabos de la tierra como posesión tuya propia.” El heredar la tierra es parte de la recompensa que él recibe por su proceder manso y fiel mientras fué hombre.—Mat. 5:5, Mod; Sal. 2:8.

Compartiendo esta herencia con Jesucristo estará su “novia,” aquellos que han seguido en las pisadas de él, un grupo limitado a 144,000 personas y que recibirá una recompensa celestial. (Apo. 14:1, 3) Por tanto el apóstol Pablo les dice: “Si, pues, somos hijos, también somos herederos: herederos por cierto de Dios, pero coherederos con Cristo.” Jesús se refiere a estos seguidores suyos que son especialmente favorecidos como a una “manada pequeña.” Sin embargo, el principio enunciado en Mateo 5:5 aplica también a las otras ovejas de Jesús que, como mansos, recibirán vida eterna en la tierra. ¿Cómo? Pues ellos guardarán la tierra cual fideicomiso para Cristo y su novia, como inquilinos vitalicios de ella, por decirlo así.—Rom. 8:17; Luc. 12:32; Juan 10:16.

Por lo tanto, que todos los que quieran gozar de las bendiciones de Jehová Dios en su nuevo mundo muestren fe en él y el amor que le tienen a él y a su prójimo por medio de seguir tras “la justicia, la devoción piadosa, la fe, el amor, el aguante, apacibilidad de disposición.”—1 Tim. 6:11.

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