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  • Dios ha sido bueno y misericordioso conmigo

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  • Dios ha sido bueno y misericordioso conmigo
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1967
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1967
w67 1/4 págs. 220-223

Dios ha sido bueno y misericordioso conmigo

Según lo relató Jorge D. Gangas

NACÍ el 17 de febrero de 1896 en una insignificante población de Asia Menor llamada Nueva Éfeso (turco: Kous–hadasi). Estaba ubicada a unos trece kilómetros de la antigua Éfeso, donde hace unos 1.900 años el apóstol Pablo predicó y escribió su primera carta a los corintios.

Cuando yo tenía unos cinco o seis años de edad, murió mi padre. Mi madre era una mujer devota, temerosa de Dios. Pero no tenía acceso a la Biblia y por eso no sabía criar a sus hijos “en la disciplina y consejo autoritativo de Jehová.” (Efe. 6:4) De hecho, casi el 95 por ciento de la gente ortodoxa no tenía Biblias, ni siquiera había visto una. Por eso, no teniendo guía alguna para mostrarme el camino correcto por el cual ir, seguí tras una vida descuidada, acarreando deshonra a Dios.

No obstante, en mis primeros años asistía a la iglesia y era un niño del coro, que cantaba himnos. De estos himnos y de la instrucción religiosa que recibía en la escuela, aprendí la enseñanza de la iglesia en cuanto al doble destino de la humanidad: la gente buena va directamente al cielo al morir; los malos al fuego del infierno. Todavía recuerdo un himno que se cantaba a María rogándole que nos librara del tormento eterno. Esa doctrina estaba arraigada en mi corazón, y yo estaba seguro de que existía ese lugar para los inicuos. Después de todo, la Iglesia Ortodoxa la enseñaba, y yo creía que mi iglesia enseñaba doctrinas correctas, la palabra “ortodoxa” misma quiere decir “opinión correcta (orthos, correcta o verdadera; doxa, opinión).”

Puesto que yo era un joven malo sabía con seguridad que algún día iría a dar en el infierno para ser quemado eternamente. Pero esto es lo más extraño del asunto: aunque sabía que iría a dar allí algún día, yo no quería reformarme. Lo que yo no podía explicar era: ¿Qué satisfacción obtiene Dios al atormentar eternamente a miles de millones de personas? Yo había aprendido que Dios es bueno, pero me preguntaba: ¿Dónde está su bondad si atormenta eternamente a la gente?

Cuando tenía once años de edad salí de Nueva Éfeso y fui a la isla de Chios, donde por tres años asistí a una escuela de comercio. Luego estalló la I Guerra Mundial. Salí de Chios y fui a Atenas, donde sufrí la peor hambre de mi vida, porque Grecia había sido bloqueada y nada podía entrar. De allí fui a París, y después de terminar la guerra vine a Marsella a esperar un barco que fuese a los Estados Unidos.

Una tarde mientras estaba en Marsella vi a miembros del Ejército de Salvación que cantaban en la calle. No sabiendo qué clase de personas eran, las seguí a su lugar de reuniones y averigüé que eran una organización religiosa. Una vez más recordé lo del infierno, y le pregunté al predicador en cuanto a ello. Su respuesta fue la misma que había aprendido en la Iglesia Ortodoxa.

CAMBIO DE PERSONALIDAD

Finalmente, llegué a los Estados Unidos en 1920. Un día mientras trabajaba en un mostrador de un restaurante en Marietta, Ohio, entró un hombre y empezó a hablar acerca de la Biblia. Otros escucharon, y yo también. Inmediatamente percibí que estaba hablando totalmente diferente a otras personas religiosas. Lo que decía tenía sentido.

Nos dijo que al morir uno no va al cielo o al fuego del infierno sino al sepulcro. Disputé con él; de modo que me entregó su Biblia y dijo: “Lea allí.” Indicó a Juan 3:13. Lo leí, luego lo volví a leer. Cada vez decía: “Ningún hombre ha ascendido al cielo.” Estaba tan sorprendido que no supe qué decir.

Viendo que podía contestar mis preguntas usando la Biblia, me dije a mí mismo: “Voy a preguntarle acerca del fuego del infierno.” De modo que le dije: “¿Qué creen ustedes en cuanto al fuego del infierno? ¿Existe o no?” “Escuche,” dijo él, “pongamos por caso que usted estuviera casado y tuviese un niño que fuese el peor niño del mundo. ¿Tendría usted, como padre, la desfachatez de poner a ese niño en el fuego y oírlo gritar?” Contesté: “Ni siquiera puedo pensar en tal cosa.” Respondió: “Si usted, siendo malo, no puede hacerle tal cosa a su hijo, ¿por qué le atribuye tal acto diabólico a Dios, que es amor?” ¡Eso dio en la clave!

Este hombre, que era Estudiante de la Biblia, como se llamaban en aquellos días los testigos de Jehová, prosiguió a explicar de la Biblia lo que significa la palabra “infierno.” Mi deleite y curiosidad llegaron a su cenit, y le pregunté cómo y dónde había aprendido estas cosas. Le pedí que me trajera un libro que tuviera relatos acerca de Abrahán, José y otros personajes bíblicos, no sabiendo que estos relatos verdaderos estaban en la Biblia misma. En unos cuantos días me trajo una Biblia y la ayuda para el estudio de la Biblia El Plan Divino de las Edades. ¡Esa noche leí hasta después de la medianoche!

El día siguiente al estar preparando el café en el lugar donde trabajaba, mi mente estaba girando en torno de lo que había leído la noche anterior. Debí haber cometido algún error, porque oí que los clientes decían: “Ese joven está actuando muy raro hoy. Algo debe haberle pasado.” ¡Tenían razón! Algo me estaba pasando. Estaba pasando por un cambio en mi vida. Estaba saliendo de crasas tinieblas a una luz maravillosa. Estaba dándole la espalda a un viejo sistema y dirigiéndome a uno nuevo, que todavía no podía explicar completamente.

ANHELANDO ASOCIACIÓN

El estudio del libro junto con la Biblia produjo en mí tal gozo y tales deseos que le pregunté al que me trajo estas verdades si había personas como él en Marietta. Él dijo que no, y que debería ir a Wheeling, Virginia Occidental. Allí también hallaría a otros que hablaban mi idioma, el griego, y que me ayudarían a contestar mis preguntas. De modo que unos cuantos días después fui a Wheeling y me emplearon como lavador de trastos en un restaurante.

En corto tiempo llegó la noticia a mi hermano mayor de que yo estaba loco. Me visitó en el restaurante y me encontró pelando papas. Dijo: “Ven conmigo y te pagaré más. Serás como un patrón. Te haré mi socio y ganaremos mucho dinero.” Pero no acepté, porque la bondad de Dios y el entendimiento de lo que es su reino y lo que éste efectuará me impresionaron tanto y desarrollaron en mi corazón tal gozo y tal amor a Jehová que, aunque había venido a los Estados Unidos con el propósito de ganar dinero, ese deseo se desvaneció.

Poco tiempo después simbolicé mi dedicación mediante bautismo en agua. Durante todo este tiempo no dejé de asistir a las reuniones para estudiar la Biblia, aunque no entendía el inglés. Sin embargo, los que estaban dedicados a hacer la voluntad de Dios y que hablaban griego me ayudaban.

De Wheeling unos cuantos de nosotros nos mudamos a Beech Bottom, una población muy pequeña. Allí formamos una pequeña congregación que aumentaba constantemente. Hicimos un estudio cabal de la Biblia y llegamos a amar y a apreciar tanto las cosas que estábamos aprendiendo que después del estudio regular teníamos otro estudio informal sobre varios temas. No perdíamos tiempo. Parecía que no estábamos aprendiendo suficientemente aprisa. Hablábamos y hablábamos acerca de la bondad de nuestro Dios.

La misericordia y bondad de Jehová para conmigo me impresionaron tanto y despertaron en mi tal amor a los hermanos que oraba a Dios y le pedía que me permitiera otras desilusiones, pero que no me permitiera perder ninguna reunión con los hermanos. Jehová fielmente me concedió esta petición, porque a lo largo de estos cuarenta y seis años que he disfrutado de su misericordia y bondad, he asistido con regularidad a las reuniones.

Para mí, el reunirme con los hermanos es uno de los mayores placeres de la vida y una fuente de estímulo. Me encanta estar en el Salón del Reino entre los primeros, y salir entre los últimos, si es posible. Siento un gozo interior cuando hablo con el pueblo de Dios. Cuando estoy entre ellos siento que estoy en casa con mi familia, en un paraíso espiritual. También, en las reuniones siento el espíritu de Jehová en una medida mayor. Y tan pronto como termina la reunión me gusta hablar con las personas recién interesadas. Tal como la brújula siempre señala hacia el norte, así mi pensamiento y deseo más recónditos es asistir a las reuniones. Aprecio plenamente la declaración inspirada del salmista: ‘Lo que busco es morar en la casa de Jehová todos los días de mi vida.’—Sal. 27:4.

SIRVIENDO EN BETEL

La buena voluntad de Dios se me manifestó más cuando, un día en 1928, recibí una carta de la Sociedad Watch Tower pidiéndome que viniera a las oficinas principales de Betel en Brooklyn, Nueva York, y sirviera de traductor. Apenas podía creerlo. ¿Yo, un traductor? ¡Entonces estaba en el negocio de restaurantes! Pero recordé que Noé no había sido constructor de barcos. ¿Y sabía Moisés erigir tabernáculos? Ambos aprendieron. Yo haría lo mismo.

En Betel experimenté a un grado mayor la misericordia y bondad de Jehová. ¡Qué gozo al hallarme en medio de unos 200 (ahora más de 800) hermanos y hermanas en la fe! ¡Qué alegría y deleite sentí, y aún tengo, al sentarme con ellos a las comidas tres veces al día, y cada mañana considerar una porción de la Biblia!

En Betel me ayudaron a madurar y a desarrollar los frutos del espíritu de Dios. Recuerdo la vez que presenté mi primer discurso de seis minutos. No tenía confianza en mí mismo, por eso lo escribí. Pero cuando me levanté para darlo, el temor al auditorio se apoderó de mí y tartamudeé y hablé entre dientes, perdiendo mis pensamientos. Luego recurrí a leer del manuscrito. ¡Pero me temblaban tanto las manos que las líneas saltaban hacia arriba y hacia abajo! El Diablo trató de desalentarme poniendo en mi mente el pensamiento de que no servía yo para nada, que mejor renunciara. Trató duro por varios días. Luché, y Jehová, siendo misericordioso, me ayudó a frustrar los ataques de Satanás. Desde entonces aprendí la lección... nunca, nunca renunciar.

Cualquier cosa que diga acerca de Betel no bastaría para explicar lo que siento por él en mi corazón. Año tras año aumenta mi aprecio por él, y día tras día le doy gracias a Jehová por tolerarme todos esos años. Para mí Betel es el centro de la organización visible de Jehová en operación. El pensamiento de que estoy empleado en las oficinas principales de esta organización visible llena mi corazón de gozo y gratitud. En Betel me asocio con hermanos y hermanas que han sido y aún son un ejemplo para mí en su devoción y dedicación a Jehová. Durante estos largos años he visto a hermanos jóvenes que no sabían mucho cuando llegaron por primera vez, pero después de siete u ocho años de servicio fiel fueron hechos superintendentes y más tarde fueron usados como siervos de circuito y de distrito. Si estuviese en mi poder, clamaría con voz fuerte a todos los hermanos jóvenes: ¡Vengan a Betel y gusten la bondad amorosa y benignidad de Jehová! Con toda la experiencia que he obtenido a lo largo de los treinta y ocho años de mi servicio en Betel, puedo decir verdaderamente que es el mejor lugar en la Tierra para acrecentar las capacidades de los ministros para alabanza de Jehová.

Aquí en Betel también aprendí a hablar español. Cuando vi que el territorio al cual fui asignado a predicar se componía en su mayor parte de personas de habla hispana, conseguí un libro de gramática, y con la ayuda de nuestra literatura y al escuchar la manera en que la gente de habla hispana pronunciaba las palabras, ¡aprendí el español! Muchos son los estudios que he celebrado en los hogares de estas personas humildes.

Desde que era muchacho tuve un complejo de inferioridad. No podía mirar a la gente cara a cara y hablar con ella. Pero, ¡qué diferencia ahora! Mediante la ayuda de Jehová puedo pararme ante auditorios grandes y hablar por una hora. Este cambio fue efectuado por un estudio de las Escrituras y con la ayuda del espíritu de Dios.

La bondad de Dios, que me ayudó a cambiar mi anterior personalidad mala, me impulsa ahora dondequiera que estoy a divulgar el conocimiento que Él me dio, para que otros, también, vean que Jehová es bueno. La Palabra de Dios contiene dichos de vida eterna. (Juan 6:68) Yo amo la vida y quiero que mis hermanos también obtengan la vida. Considero, junto con el apóstol Pablo, que todas las otras cosas son “pérdida a causa del sobresaliente valor del conocimiento de Cristo Jesús.” (Fili. 3:8) Sí, todas las otras cosas pronto serán sacudidas en su destrucción, con excepción del reino de Dios y sus intereses.—Heb. 12:27, 28.

Cuando reflexiono en cuanto a estos cuarenta y seis años que he servido a Jehová por su bondad inmerecida, estoy plenamente de acuerdo con las palabras de Moisés a Israel: “Jehová tu Dios es un Dios misericordioso.” (Deu. 4:31) Y también con las palabras del salmista inspirado: “Tú, oh Jehová, eres bueno y estás listo para perdonar.” (Sal. 86:5) Sí, Jehová ha sido bueno y misericordioso conmigo.

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