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  • Jesuita halla la verdad
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1983
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  • Mis primeros años de vida en la España católica
  • Encarcelamiento por razones de conciencia
  • Entrenamiento estricto para llegar a ser jesuita
  • Mis primeras dudas
  • Desafío a mi teología católica
  • Testigos bolivianos me visitan
  • Dogma católico contra la enseñanza bíblica
  • Una sorpresa para mis superiores
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1983
w83 1/5 págs. 10-15

Jesuita halla la verdad

Como lo relató Julio Iniesta García

¿QUÉ le trae a la memoria la palabra “jesuita”? En la mayoría de las personas causa una reacción inmediata que fluctúa entre profundo respeto y repulsión absoluta. Para el católico de término medio es sinónimo de un grupo sacerdotal altamente disciplinado de educadores y misioneros. Para muchas personas no católicas la connotación es de “uno dado a la intriga o equívocos [habla ambigua con el fin de engañar]”, como lo define cierto diccionario.

Hasta noviembre de 1977 fui sacerdote ordenado de la Compañía de Jesús o jesuitas. Entonces la abandoné. Tal vez usted quiera saber por qué llegué a ser jesuita y también por qué, con el tiempo, abandoné el sacerdocio después de veinticinco años de servicio misional.

Mis primeros años de vida en la España católica

Nací en la primavera de 1918, el tercero de lo que llegó a ser una familia de diez hijos, de los que actualmente vivimos cinco. Mi padre era el dueño de un bar restaurante llamado “Nigeria” situado en Murcia, en el sudeste de España. Como casi cualquier otro español de aquel entonces, recibí una formación religiosa católica normal, que consistía en asistir a misa los domingos, confesarse los viernes, y así por el estilo.

De joven me inquietaban los asuntos espirituales y tenía un fuerte deseo de servir a Dios y a mi prójimo. Por eso decidí ingresar en la Congregación Mariana, de Murcia. Esta estaba compuesta de un grupo de jóvenes, mayormente estudiantes universitarios y de bachillerato, bajo la dirección de los jesuitas. Con el tiempo, se me nombró portavoz de las misiones y empecé a sentir un deseo intenso de servir de misionero católico. Poco después, las experiencias amargas de la guerra civil de España me convencieron aún más de la necesidad de servir a Dios y a mi prójimo.

Encarcelamiento por razones de conciencia

Cuando estalló la guerra civil en 1936, yo tenía dieciocho años de edad y se me llamó a filas para que defendiera un régimen que en mi opinión era ateo. Ya que me parecía inhumano tomar las armas contra mis hermanos católicos, no me presenté para la incorporación a filas. Como consecuencia de aquello, se me arrestó y luego se me sentenció a veinte años de trabajos forzados. Así, a la edad de dieciocho años, me enfrenté a lo que me parecía una eternidad de encarcelamiento. Después de unos meses me transfirieron a un campo de trabajos forzados de San Pablo de los Montes, en la provincia de Toledo.

Había pasado dieciocho meses allí, medio muerto de hambre y bajo constante amenaza de muerte, cuando las tropas de Franco salieron victoriosas y se nos puso en libertad. Enormemente aliviado, volví a mi hogar en Murcia.

Había sufrido mucho y había visto a otros sufrir, pero no perdí mi fe en Dios. Con tanta maldad en el mundo, sentí un deseo aún mayor de servir de misionero. Debido a mi contacto con los jesuitas me fijé la meta de ser digno de aceptación en aquella Compañía. Aquella no fue una meta fácil de alcanzar. La disciplina de los jesuitas exige que se hagan los votos de pobreza, castidad y obediencia. Adopté una vida célibe, aunque tenía los deseos naturales de cualquier joven. Sobre todo, quería servir a Dios y ser misionero.

Entrenamiento estricto para llegar a ser jesuita

En 1947 los “padres” jesuitas me sometieron a varias pruebas de obediencia y humildad para ver si calificaba para entrar de novicio. Para gran regocijo mío, me aceptaron y me iniciaron en la vida disciplinada de la Compañía de Jesús. Por fin, a los veintinueve años de edad, estaba en camino a ser misionero. Aún tenía por delante doce años de estudios difíciles y pruebas fuertes de carácter.

Por ejemplo, mis primeros dos años como novicio incluyeron treinta días de oficios humildes, tales como fregar suelos y limpiar retretes. Recuerdo que en ciertas ocasiones, cuando yo por fin había terminado de fregar el suelo, un “hermano” venía a inspeccionar mi trabajo y entonces, para probar mi humildad y obediencia, volcaba adrede el cubo de agua para obligarme a hacer la tarea de nuevo.

Pasé otros treinta días visitando pueblos con otro novicio, y nos mantuvimos de las limosnas que nos daban. Dedicamos otro período de treinta días a trabajar en un hospital, entre personas que tenían enfermedades infecciosas.

En 1949 emprendí estudios en diferentes seminarios: en San Cugat del Vallés, Barcelona, y en Buenos Aires, Argentina. Durante ese tiempo recibí mi primera asignación misionera, como maestro en el colegio de San Calixto, en La Paz, Bolivia.

Finalmente, el 29 de julio de 1957, a los treinta y nueve años de edad, llegó el muy esperado día de mi ordenación como sacerdote jesuita. En presencia del obispo diocesano, me postré en el suelo de la Facultad de Teología de la iglesia de San Cugat del Vallés en señal de sumisión y obediencia.

Regresé a Bolivia. Allí opté por trabajar entre la gente humilde, y se me asignó como párroco a Uncía, comunidad minera en lo alto de los Andes. Luego serví de párroco de Santa Vera-Cruz, en Cochabamba. Mi trabajo tenía que ver con la enseñanza y pude colaborar en la fundación de siete escuelas y colegios para la gente pobre. En 1972 recibí otra asignación, esta vez en la ciudad de Sucre, en la parroquia de San Miguel.

Mis primeras dudas

Mientras trabajaba en las parroquias más pobres de Bolivia empecé a tener dudas. Al principio, éstas no tenían que ver con la iglesia, sino con sus representantes. Por ejemplo, cada mes yo tenía que entregar al obispo de la diócesis cierto porcentaje de las colectas y pagos que había recibido por la celebración de misas especiales, bodas, funerales y demás. Ya que mi parroquia era pobre, la porción que le tocaba al obispo nunca era muy impresionante. Me dolía profundamente cuando él abría el sobre y me decía con desdén: “¿Es ésta la miseria que me traes?” Evidentemente los “dos ochavos” de la viuda no significaban nada para él. (Lucas 21:1-4, Nácar-Colunga.)

Yo no quería cobrar a mis parroquianos por los servicios religiosos que les prestaba, y esto llegó a ser fuente de conflicto. Estaba muy consciente de lo que había leído en los evangelios: “Gratis lo recibís, dadlo gratis” (Mateo 10:8, Nácar-Colunga). Pero se me dijo que no se permitía este cambio revolucionario “para no perjudicar los intereses de los compañeros” de otras parroquias.

Aún otro factor que me molestó fue el que la jerarquía estaba dispuesta a aceptar y aprobar ideas y prácticas paganas de la localidad en relación con la adoración del Cristo de la Vera-Cruz, cuya imagen estaba en mi iglesia parroquial. En muchos casos se trataba de una clara manifestación de fanatismo demoníaco. Además, la borrachera estaba asociada a menudo con esas fiestas religiosas, pero no se levantaba ninguna voz oficial contra esta bacanal pagana.

Después de haber pasado cinco años en Sucre, solicité permiso para visitar a mi padre enfermo en España. ¡Qué sorpresa recibí al enterarme de que mis hermanas, Lola (Dolores) y Angelita (Ángeles) estaban estudiando la Biblia con un grupo de cristianos llamados testigos de Jehová! Quedé especialmente impresionado por el cambio que vi en Lola, porque en el pasado nunca había prestado mucha atención a asuntos espirituales, y ¡ahora estaba estudiando la Biblia! Decidí examinar las enseñanzas de los Testigos, ya que nunca había hablado con ellos en Bolivia. Mis hermanas me dieron el libro de tamaño de bolsillo intitulado “Asegúrense de todas las cosas; adhiéranse firmemente a lo que es excelente”, el cual leí inmediatamente. Recibí una sorpresa agradable cuando vi que las creencias de los Testigos se basan completamente en la Biblia. Desde el principio, siempre había respetado la Biblia y la había usado como base para mi meditación diaria en vez de los escritos de los “padres” de la Iglesia o la vida de los “santos”.

Desafío a mi teología católica

Ahora quería ver a los Testigos en acción, para saber si practicaban lo que predicaban. Mis hermanas me invitaron al Salón del Reino, donde los Testigos celebran sus reuniones. Cuando asistí a aquella primera reunión, estaba lleno de curiosidad y me sentía bastante escéptico. Pero mi reacción fue positiva. Quedé impresionado al ver a aquellos hombres, mujeres y niños humildes procurando, sobre todo, hacer la voluntad de Dios. Podía ver ante mí lo que yo no había logrado cultivar en Bolivia... un grupo de cristianos verdaderos. Esta sin duda tenía que ser la obra del espíritu santo.

Aunque yo estaba de acuerdo con mucho de lo que había leído en el libro, había varias enseñanzas que no podía aceptar. Me presentaron a uno de los ancianos de la congregación, Enrique Lleida, hombre de unos cincuenta años que en aquel tiempo era obrero en una fábrica de productos químicos. Recuerdo que tuvimos una larga conversación en su automóvil y allí fue donde planteé mis objeciones principales a las enseñanzas de los Testigos. A diferencia de los Testigos, yo estaba convencido de que Cristo estaba corporalmente presente en la eucaristía cuando se celebraba la misa. También creía que mi alma estaría con Cristo, quien era Dios. Mis dudas no se aclararon en una sola conversación. Sin embargo, alrededor de ese tiempo murió mi padre y volví a Bolivia.

Testigos bolivianos me visitan

Por petición propia recibí otro cambio de asignación y me mandaron de nuevo a Cochabamba, a la parroquia de Santa Vera-Cruz. Allí resolví de nuevo buscar la verdad y ‘asegurarme de todas las cosas’ para no tomar un paso en falso (1 Tesalonicenses 5:21). Dos testigos humildes de Bolivia me visitaron. Eran Ginés Navarro, español de Cataluña, y Ariel Araoz, nativo de Bolivia. Quedé impresionado por su humildad y convicción. No intentaron enredarme en una polémica acalorada, lo cual aprecié, sino que participamos en un sencillo intercambio de impresiones.

A pesar de mi intensa labor parroquial, se hicieron arreglos para que yo empezara un estudio sistemático de la Biblia usando el libro “Asegúrense de todas las cosas; adhiéranse firmemente a lo que es excelente”. Muchas tardes, después de mi predicación y misa nocturna, me dirigía al Salón del Reino, donde gozaba de escuchar la Palabra Divina y estudiar la revista bíblica La Atalaya.

Dogma católico contra la enseñanza bíblica

Tal vez una de las enseñanzas que más fácilmente pude abandonar fue la del alma inmortal y todo lo que acompaña dicha enseñanza (el tormento del fuego del infierno, el purgatorio, el limbo y demás). Un texto muy sencillo me abrió el camino. Fue el de Génesis 2:7, que dice: “Entonces formó el Señor Dios al hombre con barro de la tierra e inspiró en sus narices aliento de vida y fue el hombre alma viviente” (Regina). El registro no dice que al hombre se le dio un alma viviente que sobreviviría a la muerte, sino que llegó a ser un alma. Por lo tanto, razoné: ‘Soy un alma’. Esto concordó apropiadamente con la traducción al español de 1 Corintios 15:45 de José María Bóver, uno de mis profesores en el seminario de San Cugat. Este texto dice: “Así también está escrito: ‘Fue hecho el primer hombre, Adán, alma viviente’”. La mortalidad del alma quedó ampliamente confirmada cuando consulté Números 23:10 en la Biblia española de Bóver Cantera, donde dice: “¡Muera mi alma con la muerte de los justos!”.

Recibí el golpe más fuerte cuando me di cuenta de que Cristo no es ni podría ser Dios, a diferencia de lo que enseña la Trinidad. Al principio, Juan 1:1 era mi columna de apoyo, hasta que examiné cuidadosamente el texto griego y me di cuenta de que Cristo podría ser divino, es decir de origen divino, sin ser el Dios Todopoderoso. Esto, en conjunto con otros textos, me ayudó a entender mejor el papel que desempeña Jesús, quien es sumiso a su Padre y siempre trabaja para la alabanza de Él. (1 Corintios 15:28; Juan 14:28; Mateo 24:36.)

Mediante esta luz sencilla de la Santa Biblia y la investigación de otras publicaciones pude salirme de la oscuridad teológica que me había ofuscado durante tantos años. Me di cuenta de que todos mis estudios superiores de teología y filosofía no habían resultado en los frutos prácticos del cristianismo auténtico. No pude ver esos frutos en la Iglesia Católica. (Mateo 7:16, 17; Gálatas 5:22, 23.)

Una sorpresa para mis superiores

Me convencí de que en el transcurso de los siglos la Iglesia Católica se había desviado de la verdad bíblica, que la había reemplazado con tradiciones y filosofía humanas, y que no era tan solo la falta de personas individuales. Así me di cuenta de que yo ya no era católico de corazón.

Decidí presentar mi dimisión personalmente al Superior Provincial de la Compañía de Jesús y solicitar que se me librara de mis votos. ¡Qué sorprendido quedó al oír mi petición! Me preguntó si ésta se debía a que quería casarme. Le dije que no, pues en aquel entonces no había pensado en hacerlo. (No obstante, la situación cambió después que me bauticé como Testigo, y en octubre de 1978 me casé con una amorosa hermana viuda.) Entre otras cosas, él me dijo: “Julio, siempre te he considerado un hombre equilibrado. Pero ahora me parece que deberías consultar con un siquiatra”.

Tuvimos una larga conversación, durante la cual presenté mis argumentos con relación a los fallos de la Iglesia. Su contestación fue: “Admito que tienes razón en mucho de lo que dices, pero ¿no te parece que por eso mismo tu deber es quedarte en la Iglesia para que, junto con otros, trates de corregir los errores de la Iglesia?”

Le contesté: “Si todos estos errores están basados en una doctrina que se considera infalible, entonces es imposible corregirlos, pues lo primero que tendría que eliminarse sería la infalibilidad”. Luego dije: “Mira, lo he pensado bien. He tratado de poner en práctica el evangelio y he visto que es imposible, porque las autoridades de la Iglesia me piden que haga cosas que no concuerdan con éste. Por lo tanto, puesto que no puedo corregir a la Iglesia ni cambiarla, ¿no sería mejor que me cambiara de iglesia? Si no puedo corregirla, entonces es mejor salirme y buscar la iglesia verdadera”.

Más tarde volví a hablar con el Superior Provincial en cuanto a mi intención de dimitir. Me pidió que volviera a considerar el asunto. Le dije que era imposible seguir demorándolo y le presenté un ultimátum: O me dejan volver a España para estudiar a fondo esta cuestión que afecta mi vida eterna, o abandono mi parroquia y me voy a Bolivia a vivir con los testigos de Jehová para estudiar el asunto allí.

Esta última propuesta era impensable para ellos, ya que habría causado una gran conmoción en los círculos religiosos de Bolivia. Por lo tanto, finalmente se me concedió permiso para que volviera a España y viviera con mi hermana Lola.

¡Libre por fin!

Una vez que llegué a España, en diciembre de 1976, dejé todas las prácticas religiosas católicas y empecé una vida nueva con los testigos cristianos de Jehová. Este cambio drástico causó problemas. ¿Quién quería dar empleo a un ex sacerdote jesuita de cincuenta y ocho años de edad? Terminé trabajando como maestro particular, y también dirijo un negocio pequeño. Tengo lo suficiente para cada día, y nunca he pedido nada más.

En 1977 el Superior Provincial de la misión boliviana paró en España en su viaje a Roma. Quiso saber mi decisión final. Cuando le dije que estaba resuelto en cuanto a lo que había decidido, me pidió que expresara mis motivos por escrito para presentarlos a la Congregación General y al Superior General de la Compañía de Jesús de Roma.

Cuando el Superior Provincial volvió de Roma me dijo: “Es la primera vez en la historia, según me han dicho en Roma, que un jesuita pide salir de la Compañía de Jesús por conocer la verdad. ¡Como si los jesuitas no conociesen la verdad, con todos sus estudios!”.

La teología humana: “Un montón de basura”

Al hechar una mirada retrospectiva a mis estudios en el seminario, me doy cuenta de que, en comparación con la veracidad de la Palabra Divina, toda la teología y filosofía que aprendí es en realidad un montón de basura. Escondió de mí la sabiduría verdadera que procede de Jehová por medio de Cristo y que se comunica a la gente sencilla y de corazón humilde. ¿No dice Pablo: “¿No hizo Dios necedad la sabiduría del mundo?” (1 Corintios 1:20)? Junto con Pablo, ahora puedo decir: “De veras sí considero también que todas las cosas son pérdida a causa del sobresaliente valor del conocimiento de Cristo Jesús mi Señor. Por motivo de él he sufrido la pérdida de todas las cosas y las considero como un montón de basura, a fin de ganar a Cristo”. (Filipenses 3:8.)

Por fin me llegaron las dimisorias, con fecha del 11 de noviembre de 1977. Dando gracias a Jehová, las firmé.

El 27 de noviembre de aquel mismo año me bauticé por inmersión total en agua, en una asamblea de circuito de los testigos de Jehová. Con aquel acto manifesté públicamente mi dedicación a Jehová en obediencia al mandato de Cristo (Mateo 28:19, 20). La satisfacción y el gozo que experimenté aquel día sobrepasaron por mucho lo que sentí unos veinte años antes durante mi ordenación como sacerdote jesuita. Ahora había llegado a ser testigo cristiano del Señor Soberano Jehová.

Desde mi bautismo he recibido abundantes bendiciones. Participo con regularidad en las actividades cristianas normales de predicar y tengo el privilegio de conducir varios estudios bíblicos en el domicilio de personas que están interesadas en la Biblia. Soy más feliz que nunca, siguiendo ahora el ejemplo de Cristo según está trazado en la Palabra de Dios. He encontrado al Dios verdadero Jehová y a la gente que practica Su amor. Mi larga búsqueda de la verdad ha terminado. ¿Ha terminado la suya?

[Comentario en la página 11]

‘Tal vez usted quiera saber por qué abandoné el sacerdocio después de veinticinco años de servicio misional’

[Comentario en la página 12]

“Recibí una sorpresa agradable cuando vi que las creencias de los Testigos se basan completamente en la Biblia”

[Comentario en la página 13]

“Puesto que no puedo corregir a la Iglesia ni cambiarla, ¿no sería mejor que me cambiara de iglesia?”

[Ilustración en la página 14]

Iniesta, ex jesuita, saliendo de la piscina después de su bautismo cristiano

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