“Ellos dicen pero no hacen”
CONCERNIENTE a los caudillos religiosos de su día, Jesús una vez dijo: “Los escribas y los fariseos se han sentado en la cátedra de Moisés. Por lo tanto todas las cosas que les digan a ustedes, háganlas y obsérvenlas, pero no hagan conforme a sus obras, pues ellos dicen pero no hacen.” (Mat. 23:2, 3, NM) ¿Son los caudillos religiosos de nuestro día diferentes a aquéllos? Veamos.
Ciertos clérigos protestantes de los Estados Unidos dan mucho servicio de labios al principio de la separación de iglesia y estado. Fuertemente denuncian cualquier brecha de esa pared por otros, como la propuesta del ex presidente Truman de enviar un embajador al Vaticano. Pero ¿respetan esa pared de separación cuando pugna con sus propios intereses? No. El programa de “tiempo libre” mediante el cual se deja a los niños escolares salir de las escuelas públicas para que reciban instrucciones religiosas en otra parte es un caso a propósito. Este programa resulta en una brecha en la pared de separación, puesto que usa la maquinaria escolar obligatoria del estado para suministrar clases a organizaciones religiosas.
Claramente la cuestión no es simplemente una de si se debe hacer provisión para instrucción religiosa o no, ya que los clérigos que patrocinan el programa de “tiempo libre” no están satisfechos con que las escuelas disuelvan las clases una hora más temprano para que los que quieran puedan dirigirse a las casas religiosas para recibir instrucción, porque ellos bien saben que no pueden depender de que los niños vayan allá voluntariamente. Es sólo con el fin de escapar de la escuela que los niños se someterán a la instrucción religiosa. Así tenemos una unión de iglesia y estado mediante la cual el estado le proporciona clases a la iglesia. Los clérigos predican la separación de iglesia y estado a otros, pero ¿la practican ellos mismos? No.
Tampoco es eso todo. Al abogar por el programa de “tiempo libre” los clérigos no sólo muestran inconsistencia con lo que profesan de separación de iglesia y estado, sino que violan el principio expuesto por Aquel a quien pretenden seguir, Cristo Jesús, quien dijo: “Todas las cosas, por lo tanto, que quieren que los hombres les hagan, también de igual manera deben hacérselas a ellos.” (Mat. 7:12, NM) ¿Cómo es eso?
Porque el programa de “tiempo libre” castiga a todos los que no asisten a clases religiosas en que toda la instrucción vital se suspende para que los que asistan a las clases religiosas no pierdan nada. Por eso se trata de recibir instrucción religiosa o desperdiciar una hora. Si la mayoría de los alumnos recibiera la instrucción religiosa, todavía se cometería verdadera injusticia y el daño estaría lejos de ser insignificante. Pero ¿qué diremos cuando el 90 por ciento de los alumnos tiene que perder una hora para que el 10 por ciento tenga la conveniencia de instrucción religiosa durante horas escolares, como es el caso en Chicago, Illinois; o cuando el 98 por ciento tiene que desperdiciar una hora para que el dos por ciento se aproveche de este arreglo, como es el caso en una escuela elemental en el condado de Westchester, del estado de Nueva York, donde de 500 alumnos sólo 10 asisten a la instrucción religiosa? ¿Cómo puede justificarse la pérdida de una hora por 490 alumnos sólo para que otros 10 se aprovechen del programa de “tiempo libre”?
Las objeciones por parte de los padres en muchos casos han sido ineficaces. La premura por parte de los clérigos es tal que las juntas escolares, superintendentes y directores temen remediar la situación y los maestros escolares ni siquiera se atreven a expresarse en el asunto. ¿Es eso justicia? ¿Es eso amor fraternal? ¿Es eso cristianismo?
El que el programa de “tiempo libre” mejore la moralidad está abierto a dudas. Estadísticas dignas de confianza muestran que tanto como el cuarenta por ciento de los alumnos dejados libres para instrucción religiosa no se presentan a recibirla. Y cuando consideramos el tiempo que se toma en ir de la escuela al lugar de instrucción religiosa, sólo una media hora o tres cuartos de hora quedan. ¿Cuánta instrucción en principios y enseñanzas religiosos puede darse en 30 a 45 minutos una vez a la semana?
Fué en vista de dichos hechos que la última sesión de la Conferencia de la Casa Blanca sobre niños y jóvenes, efectuada en diciembre de 1950, compuesta de 4,620 delegados que representaron a tres cuartas partes de la población total de los Estados Unidos, por una votación de dos a uno adoptó la resolución siguiente: “Reconociendo el conocimiento y entendimiento de conceptos religiosos y éticos como esenciales para el desarrollo de valores espirituales y que nada es de mayor importancia para la salud moral y espiritual de nuestra nación que las obras de educación religiosa en nuestros hogares y familias y en nuestras instituciones de la religión organizada, no obstante firmemente afirmamos el principio de separación de iglesia y estado que ha sido la clave de nuestra democracia norteamericana y nos declaramos inalterablemente opuestos al uso de escuelas públicas directa o indirectamente para propósitos de instrucción religiosa.”
Comentando sobre lo supradicho, una prominente educadora estadounidense, la Sra. Inés E. Méyer, dijo lo siguiente en el Atlantic Monthly de marzo de 1952: “Al niño se le roba de su pleno desarrollo si no recibe guía en los primeros años para reconocer los aspectos religiosos de la vida. Pero esta enseñanza, para ser efectiva, tiene que originar en el hogar y la vida familiar con la cooperación de las Iglesias. . . . Habiendo fracasado en su misión principal de fortalecer la familia y alcanzar a los niños durante sus años más impresionables y formativos, las Iglesias ahora buscan un método abreviado, por medio del programa de tiempo libre, que cure de la noche a la mañana los defectos morales de niños que han sido descuidados a través de su infancia.” Subrayando la verdad de lo anterior se halla la noticia que se publicó en el Journal-American de Nueva York del 8 de noviembre de 1952, que contó de un niño de ocho años de Newport, Inglaterra, que golpeó y mató con una botella de beber leche a su hermanito de 17 días de nacido.
El remedio para la delincuencia juvenil no yace en que el clero diga una cosa y haga otra; no yace en el programa anticristiano y antidemocrático del “tiempo libre”. El remedio yace en que los padres escuchen el mandato de Dios:
“Jehová nuestro Dios, Jehová, uno solo es. Y amarás a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que te ordeno hoy, han de permanecer sobre tu corazón; y las inculcarás a tus hijos.”—Deu. 6:4-7.