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¡Despertad! 1997
g97 22/2 págs. 14-16

La esquistosomiasis: ¿se vislumbra su fin?

POR EL CORRESPONSAL DE ¡DESPERTAD! EN NIGERIA

PESE a los grandes avances de la medicina y las demás ciencias, hay muchas lacras seculares que el hombre no ha logrado erradicar; entre ellas, la esquistosomiasis.

Al parecer, se dispone de los remedios precisos: los médicos conocen el ciclo vital del parásito implicado, es un mal de fácil diagnóstico, hay eficaces sustancias curativas y los gobiernos están dispuestos a adoptar medidas de prevención. Aun así, no se vislumbra el fin de esta plaga que afecta a millones de personas de África, Asia, el Caribe, el Oriente Medio y Sudamérica.

La esquistosomiasis (denominada también bilharziosis y distomiasis hemática) lleva milenios atacando al ser humano. En las momias de Egipto hay huevos calcificados, prueba del arraigo de la enfermedad en la época de los faraones. Treinta siglos después, aún mina la salud de millones de egipcios, que en algunos pueblos del delta del Nilo están infectados a razón de 9 de cada 10.

Pero Egipto es solo uno de los países (74 como mínimo) en donde la esquistosomiasis reviste carácter endémico. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), en el mundo viven 200 millones de infectados. Hay 20.000.000 de pacientes crónicos, de los cuales mueren anualmente 200.000. Dicen que solo existe otra enfermedad parasitaria tropical, el paludismo, que supera a la esquistosomiasis en número de afectados y en perjuicio económico.

El ciclo vital del parásito

Para comprender la esquistosomiasis, y así saber cómo prevenirla y curarla, debe conocerse qué parásito la origina. Un dato fundamental es que la supervivencia del parásito y su perpetuación de generación en generación depende de dos organismos huéspedes, en cuyo interior se alimenta y desarrolla: un mamífero, como el hombre, y un caracol de agua dulce.

Todo ocurre así: Cuando un individuo infectado con el parásito orina o defeca en un estanque, lago, arroyo o río, libera huevos del parásito; hasta un millón por día. Son huevos microscópicos que eclosionan al entrar en contacto con el agua y liberan los parásitos. Estos se valen de unos pelillos para ir nadando hasta el caracol de agua dulce en el que penetrarán y donde se multiplicarán durante una etapa de cuatro a siete semanas.

Al abandonar el caracol, disponen solo de cuarenta y ocho horas para hallar un ser humano u otro mamífero, pues si no, morirán. Cuando se topan en el agua con el futuro huésped, penetran por la piel y llegan al torrente sanguíneo, lo que a menudo ocasiona escozor a la víctima, que suele ignorar la invasión. Luego migran a los vasos sanguíneos de la vejiga o de los intestinos, según la especie de los invasores. Al cabo de unas semanas se han convertido en gusanos masculinos y femeninos de hasta 25 milímetros de largo. Tras el acoplamiento, las hembras desovan en la corriente sanguínea del huésped, con lo que concluye el ciclo.

Alrededor de la mitad de los huevos sale del cuerpo en las heces (si es esquistosomiasis intestinal) o la orina (si es urinaria). El resto se queda en el cuerpo y afecta a algunos órganos importantes. Si persiste el mal, quizás cause al paciente fiebre, inflamación abdominal y hemorragias internas. Con el tiempo, pudiera desencadenarle cáncer en la vejiga o fallos hepáticos o renales, y en algunos casos, esterilidad, parálisis o incluso la muerte.

Soluciones y problemas

Como mínimo hay cuatro medidas para frenar la propagación de la enfermedad, que quedaría erradicada con solo aplicar universalmente una de ellas.

La primera medida es eliminar los caracoles de las fuentes de agua. Estos moluscos son esenciales para el desarrollo del parásito, así que eliminándolos se acaba con la esquistosomiasis.

Se ha tratado, sobre todo, de elaborar un veneno lo suficientemente tóxico para los caracoles pero inofensivo para el medio ambiente. En los años 60 y 70, las labores de exterminio de caracoles lograron acabar con toda la vida en amplias extensiones de agua. En el Instituto de Investigaciones Theodor Bilharz, de Egipto, se ha procurado hallar un molusquicida (agente que mata los caracoles) que no perjudique otras formas de vida. El doctor Aly Zein El Abdeen, presidente del instituto, comenta sobre uno de estos tóxicos: “Se arrojará al agua que riega los cultivos, sacia la sed de hombres y animales, y es el hábitat de los peces, por lo que debemos tener la certeza de que nadie resultará afectado”.

La segunda medida es exterminar los parásitos alojados en el paciente. Hasta mediados de los años setenta, el tratamiento con fármacos ocasionaba muchos efectos secundarios y complicaciones. Con frecuencia había que administrar dolorosas inyecciones. Algunos se quejaban de que era peor el remedio que la enfermedad. Desde entonces se han elaborado nuevos medicamentos, como el pracicuantel, que combaten con eficacia la esquistosomiasis, y se administran por vía oral.

Aunque en las pruebas sobre el terreno efectuadas en África y Sudamérica los fármacos han dado buenos resultados, el costo es problemático para muchos países. En 1991, la OMS dijo en son de lamento: “Los países endémicos son incapaces de realizar a gran escala programas de control [de la esquistosomiasis] por lo caro del tratamiento; los costos en moneda fuerte de dicho fármaco suelen ser superiores al presupuesto total per cápita de la mayoría de los ministerios de sanidad africanos”.

Hasta en las zonas donde el paciente recibe gratis el preparado, muchos no acuden a recibir tratamiento. ¿Por qué? Primero, porque el mal tiene una tasa de mortalidad relativamente baja, de forma que algunos no lo consideran grave. Además, muchos no reconocen los síntomas. En algunas regiones de África es tan frecuente orinar con sangre (un síntoma principal de la enfermedad) que se ve como parte normal del crecimiento.

La tercera medida es alejar los huevos de los sistemas de agua. Si se construyeran letrinas para evitar la contaminación de las corrientes y estanques, y todo el mundo las utilizara, se reduciría el riesgo de contraer esquistosomiasis.

Los estudios globales revelan descensos significativos en la incidencia de la enfermedad tras la instalación de tuberías de agua y letrinas, pero estas medidas no garantizan la prevención. “Basta con que un individuo defeque en el canal para perpetuar el ciclo”, señala Alan Fenwick, científico que lleva más de veinte años estudiando la esquistosomiasis. Existe también el peligro de que las tuberías rotas transporten heces a las fuentes de agua.

La cuarta medida es impedir el contacto con el agua contaminada por el parásito. No es una medida tan fácil como pudiera parecer, pues en muchos países la gente utiliza los lagos, arroyos y ríos de agua potable para bañarse, regar los campos y lavar la ropa. Los pescadores entran en contacto con el agua a diario. Y con el intenso calor tropical, cualquier masa de agua constituye una irresistible piscina para los niños.

¿Qué esperanzas ofrece el futuro?

No cabe duda de que muchas personas y organizaciones sinceras se afanan por combatir esta plaga y han hecho magníficos progresos. Hasta hay investigadores trabajando en una vacuna.

Sin embargo, las perspectivas de erradicación parecen remotas. Es como señala M. Larivière en la revista médica francesa La Revue du Praticien: “Los éxitos obtenidos [...] distan mucho de significar la desaparición de la enfermedad”. Aunque es posible prevenirla y curarla a nivel individual, quizás no se encuentre la solución universal para la esquistosomiasis hasta la llegada del nuevo mundo de Dios. La Biblia promete que allí “ningún residente dirá: ‘Estoy enfermo’”. (Isaías 33:24.)

[Ilustración de la página 15]

Las personas se infectan con los parásitos de la esquistosomiasis al entrar en contacto con aguas contaminadas

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