El mundo desde 1914
Segunda parte: 1929-1934 — Depresión mundial, y a la guerra de nuevo
“SI ALGUNA vez la fortuna pareció favorecer a los Estados Unidos fue aquel día.” Así describe el historiador David A. Shannon aquel día de 1929 de la jura de Herbert Hoover como presidente de los Estados Unidos. Shannon explica: “Era un año de paz, en el horizonte no se veían nubarrones de guerra, y la riqueza de los Estados Unidos se extendía activamente en ultramar y alteraba las condiciones reinantes en partes del mundo que en sentido económico eran menos afortunadas”.
Pero para fines de la presidencia de Hoover “el estado de ánimo de la nación había cambiado totalmente. En vez de optimismo había pesimismo, desesperación y mucha angustia”. ¿Qué había sucedido?
‘El jueves negro’... el fin de una era
El miércoles 23 de octubre de 1929, sin motivo patente, un grupo de especuladores comenzó a vender acciones a un precio exorbitante en la bolsa de valores de Nueva York. Al día siguiente, el jueves, unos accionistas ansiosos de vender sus acciones antes de que perdieran más valor desataron una estampida que en el transcurso de una semana acabó con más de 15.000 millones de dólares en acciones, y unos meses después con muchos miles de millones más. Así comenzó la situación económica llamada la Gran Depresión.
Los economistas y los historiadores tienen muchas teorías sobre la causa de aquel desastre. Pero, como uno de ellos señala, queda claro que las muchas causas de la Depresión “estaban profundamente arraigadas en los prósperos años veinte”. Puesto que la prosperidad de aquellos años “se había edificado sobre una base inestable [...], el desplome de la bolsa de valores [...] de repente puso al descubierto la podredumbre oculta [en ellos]”. (The United States in the Twentieth Century [Los Estados Unidos en el siglo veinte], páginas 10, 12.)
En todo caso, los “prósperos” años veinte se habían ido. También se habían desvanecido las esperanzas de felicidad que habían engendrado. “La gran quiebra bursátil de 1929 hizo explotar la burbuja —dicen los historiadores F. Freidel y N. Pollack—. Al disminuir la abundancia, sumiendo a millones de personas en la privación, los años veinte solo parecieron un interludio irreal o una broma cruel... una era inmoral de jazz, la era del becerro de oro.” (American Issues in the Twentieth Century [Cuestiones estadounidenses del siglo veinte], página 115.)
De repente, millones de personas quedaron sin empleo. Los que tenían deudas perdieron lo que habían adquirido a crédito, incluso sus hogares. Miembros de familias relacionadas empezaron a vivir juntos para minimizar los gastos. De la noche a la mañana desaparecieron fortunas enteras a medida que las cotizaciones caían verticalmente. Los negocios quebraban. Cuando millares de bancos estadounidenses cerraron sus puertas, una ola de suicidios barrió por la nación. Un comediante logró muchas carcajadas cuando dijo que estaba acostumbrado a recibir de vuelta cheques marcados: “No tiene fondos”. Pero ahora los recibía marcados: “No tiene banco”.
El desplome económico fue mundial, y sus efectos fueron trascendentales. De hecho, el libro The United States and Its Place in World Affairs 1918-1943 [Los Estados Unidos y su lugar en los asuntos mundiales] alega que “esta tragedia económica afectó a todo país y todo aspecto de la vida: el social y el político, el doméstico y el internacional”.
Mientras tanto, en Japón los militaristas también se valían de la situación económica para su propio beneficio. The New Encyclopædia Britannica dice: “La idea de que la expansión mediante la conquista militar resolvería los problemas económicos de Japón ganó aceptación general durante la Gran Depresión de 1929”. La inestabilidad que existía a principios de los años treinta les permitió tanto control a estos militaristas que pudieron —hasta sin la aprobación del gobierno civil— invadir a Manchuria y conquistarla en solo cinco meses. La Sociedad de Naciones llamó agresor a Japón, y Japón respondió, no retirándose de Manchuria, sino retirándose de aquella Sociedad.
¡Yo primero!
Al enfatizar los placeres y promover el materialismo, los años veinte de pasajera prosperidad habían fomentado la actitud de ‘yo primero’, actitud que había sofocado la espiritualidad de la gente. Pero “el terremoto económico que comenzó en 1929”, como lo llama el libro de historia antes mencionado, The United States and Its Place in World Affairs 1918-1943, hizo más pronunciada ahora esta actitud. ¿Cómo? Porque la Depresión “destruyó todo sentido de comunidad de intereses que estuviera desarrollándose, e hizo que cada familia se concentrara en su propia conservación, sin importar el efecto de esto en otros. ¡Sálvese el que pueda! ¡Hay que salvar el pellejo, sin importar a quién se hunda en el esfuerzo!”.
Generalmente se desprecia en las personas una actitud de egoísmo, de creerse el centro de todo, de falta de consideración. Pero, bajo el disfraz del patriotismo, en los grupos nacionales a menudo se considera justificada, a veces hasta deseable, una actitud de esa índole. La Gran Depresión promovió esa clase de espíritu.
El historiador Hermann Graml dice que “la crisis económica mundial le dio un golpe mortal al espíritu de concordia y cooperación internacional que se manifestaba en la Sociedad de Naciones”, y que esto abrió el camino para que, “echando a un lado los escrúpulos, las naciones, individualmente, se hicieran egoístas”. Dice que “se impulsó a la mayoría de las naciones a la irrazonable —pero comprensible— falta de consideración fundada en el deseo de sobrevivir que siembra el pánico en una multitud”. (Europa zwischen den Kriegen [Europa entre las guerras], página 237.)
Quizás en ningún otro lugar se expresó esta actitud con tanta brusquedad como en el discurso que presentó años después Heinrich Himmler, un nazi alemán. Él dijo: “Debe mostrarse honradez, decencia, fidelidad y camaradería cuando tratamos con personas de nuestra misma sangre, pero con nadie más. Lo que le suceda a un ruso o a un checo no me interesa en lo más mínimo. [...] El que las naciones vivan en prosperidad o mueran de hambre como ganado solo me interesa con relación a cuánto las necesitemos como esclavos para nuestra cultura. [...] El que 10.000 rusas se desplomen de agotamiento mientras cavan un foso antitanque me interesa solo con relación a que ese foso quede terminado para Alemania”.
Cuando personas y naciones mostraban tal actitud de ‘yo primero’, e indiferencia a la ley de Dios de amar “a tu prójimo como a ti mismo”, ¿cómo pudiera haberse logrado, o siquiera mantenido, la paz? (Lucas 10:27.) En Salmo 119:165, la Biblia dice: “Paz abundante pertenece a los que aman tu ley”. Pero en vista de que este amor faltaba, sería fácil llevar a las naciones a la condición de estar listas para una nueva guerra. Es significativo el hecho de que tanto la falta de amor como la actitud de ‘yo primero’ habían de caracterizar “los últimos días” del inicuo sistema de Satanás. (2 Timoteo 3:1-5; Mateo 24:3, 12.)
¿En quién debería confiar el hombre?
¿Hizo la situación —en obvio deterioro— que la gente se volviera al Dios a quien había vuelto la espalda durante los “prósperos” años veinte? En cierto modo, sí. Muchas personas mostraron interés en el mensaje que proclamaban los cristianos que se asociaban con la Sociedad Watch Tower, quienes adoptaron el nombre de testigos de Jehová en 1931. Pero las naciones en conjunto no mostraron interés; pusieron su confianza, no en Dios, sino en los “grandes” hombres.
Por ejemplo, a principios del decenio de los treinta, en la India, Mohandas Gandhi adquiría cada vez más apoyo para su intensa campaña de desobediencia civil pacífica. Muchos esperaban que el obtener la tan anhelada independencia de la gobernación británica resultaría en una India estable y pacífica. ¿Se logró esto?
Aquel mismo año el presidente de China, Chiang Kai-shek, se hizo miembro de la Iglesia Metodista. Muchos esperaban que su conversión al cristianismo abriría el camino para una alianza más estrecha entre China y los llamados países cristianos de Occidente. ¿Se logró esto?
En 1932, en una ceremonia en el Vaticano, Mussolini celebró su décimo aniversario en el poder. Muchos esperaban que la bendición papal que allí se impartió aseguraría a los italianos piadosos, a su duce y a su país seguridad y protección duraderas. ¿Se logró esto?
También en 1932, Franklin D. Roosevelt, recién elegido presidente de los Estados Unidos, prometió a sus compatriotas un Nuevo Trato que pusiera de nuevo en marcha a la nación. Un año después bosquejó planes de desarme por los Estados Unidos y exhortó al mundo a deshacerse de todas las armas ofensivas. Muchos esperaban que con este Nuevo Trato se pondría fin al desempleo y la pobreza y vendría la paz. ¿Se logró esto?
En 1933 Hitler llegó a ser el nuevo canciller de Alemania. Poco tiempo después, en su discurso conocido como Discurso a Favor de la Paz, uno de los más eficaces que pronunció, llamó despectivamente a la guerra una “locura sin límites” que “causaría el derrumbe del orden social y político actual”. Subrayó que Alemania buscaba el desarme en armonía con lo que Roosevelt había propuesto, diciendo: “Alemania está dispuesta a aceptar cualquier pacto solemne de no agresión, porque no piensa en atacar, sino en adquirir seguridad”. Muchos esperaban que esta política restauraría el honor y la dignidad de la nación alemana y, por medios pacíficos, garantizaría por mil años el régimen de su dinámico líder. ¿Se logró esto?
También estaba aquella “gran” organización, la Sociedad de Naciones. La revista La Torre del Vigía de septiembre de 1932 dijo acerca de ella: “Los reyes de la Tierra, de acuerdo con el consejo del clero, [...] se unen en una Liga de Naciones y confían en eso y en la ingeniosidad del hombre para librar del dilema actual al mundo perplejo y sufriente”. Muchos esperaban —aunque no los testigos de Jehová— que dicha Sociedad en verdad libraría al mundo de su problemática situación. ¿Se logró esto?
Más de dos mil años atrás el salmista escribió: “No confíen en los poderosos, en simples mortales, que no pueden salvar”. Ahora, con el beneficio de mirar en retrospectiva, ¿no concordaría usted con la sabiduría de esas palabras? (Salmo 146:3, Levoratti-Trusso.)
Y si no hubiera habido una depresión [...]
“Sería excesiva simplificación achacar toda la responsabilidad por los sucesos y tendencias de los años treinta a la depresión”, dicen los autores del libro The United States and Its Place in World Affairs 1918-1943. “Sin embargo —admiten—, la necesidad y la inseguridad extensas de los años de escasez preparó el escenario para los sucesos, suministró a los actores líneas valiosas, añadió grandes escenas a la trágica trama y dio al auditorio nuevos héroes a los cuales aplaudir o nuevos villanos a los cuales abuchear.” Llegan a la conclusión de que si no hubiera habido una depresión, es muy posible que no habría habido una segunda guerra mundial.
Pero hubo una depresión mundial y hubo una segunda guerra mundial. Por lo tanto, obviamente, a pesar del apoyo religioso, la Sociedad de Naciones no pudo lograr la paz para el mantenimiento de la cual había sido creada. Desde su mismo comienzo la Sociedad había estado condenada al fracaso. Pero no moriría rápidamente. Poco a poco iría tambaleando a su muerte. Lea sobre esto en nuestro próximo número.
[Fotografía en la página 25]
En poco tiempo, millones de personas quedaron sin empleo
[Reconocimiento]
A. Rothstein/Dover
[Recuadro en la página 26]
Otras noticias de relieve
1929: Por primera vez la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas
hace entrega de premios (Oscars) en Hollywood
1930: Se descubre el planeta Plutón
Uruguay gana la primera Copa Mundial de Fútbol
1931: Una inundación en la China siega 8.000 vidas y deja sin hogar a 23.000.000
de personas
Más de 2.000 personas mueren en un terremoto en Nicaragua
En Nueva York se completa la construcción del edificio Empire State, el más grande
del mundo entonces
1932: El descubrimiento del neutrón y el deuterio (hidrógeno pesado) contribuye al
surgimiento de la física nuclear
1933: Alemania se retira de la Sociedad de Naciones; Hitler proclamado canciller;
se abre el primer campo de concentración en Dachau; se firma el concordato entre
Alemania y el Vaticano; quema pública de libros indeseables en Berlín
1934: Se organiza la FBI (Oficina Federal de Investigaciones) en los Estados Unidos para
combatir a los pandilleros
El ejército rojo chino, con unos 90.000 soldados, comienza su Larga Marcha a Yenan