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  • La dolorosa emancipación de los hijos
    ¡Despertad! 1998 | 22 de enero
    • La dolorosa emancipación de los hijos

      “Mi esposo me lo advirtió desde que tuve al primero: ‘Cariño, la crianza de los hijos es un largo adiós’.” (Ourselves and Our Children—A Book by and for Parents [Nosotros y nuestros hijos. Un libro para los padres escrito por padres].)

      LA MAYORÍA de los padres están muy felices, sí, locos de contento, cuando nace el primer retoño. Aunque los hijos acarrean incomodidades, dificultades, dolores, frustraciones e inquietudes, también pueden brindar grandes alegrías. Hace tres milenios, la Biblia indicó: “Los hijos que nos nacen son ricas bendiciones del Señor” (Salmo 127:3, Versión Popular).

      No obstante, el siguiente vaticinio bíblico nos invita a la reflexión: “El hombre dejará a su padre y a su madre” (Génesis 2:24). Los hijos suelen marcharse de casa por diversas razones: para educarse, realizar su vocación, expandir el ministerio cristiano o contraer matrimonio. Esta realidad es para muchos progenitores sencillamente insufrible, de modo que los esfuerzos naturales de sus vástagos por independizarse hacen que se sientan “insultados, indignados, abochornados, amenazados o rechazados”, como dijo cierto escritor. Con frecuencia, la situación se traduce en continuas riñas y tensiones familiares. Negándose a aceptar que un día dejarán el nido, algunos no los preparan para la vida adulta, a veces con consecuencias nefastas, como no saber administrar el hogar, cuidar de la familia o siquiera mantener un empleo.

      La separación puede ser aún más dolorosa en las familias monoparentales. “Mi hija y yo estamos muy unidas —comentó Karen, madre sin cónyuge—; nos hicimos buenas amigas. La llevaba conmigo a todos los sitios.” En la familia monoparental es frecuente que el progenitor tenga una estrecha relación con el hijo, por lo que se comprende que le aterre perderla.

      El libro Traits of a Healthy Family (Características de una familia sana) da este recordatorio a los padres: “La vida familiar se reduce a criar al niño que depende de nosotros para que sea un adulto independiente”. Luego advierte: “Muchos problemas de familia obedecen a la incapacidad de los padres para dejarlos salir del nido”.

      ¿Qué puede decirse de usted, si es padre? ¿Está listo para el día en que se emancipen sus hijos? Y ¿qué hay de ellos? ¿Los está preparando para cuando vivan por su cuenta?

  • Cómo ayudarles a independizarse
    ¡Despertad! 1998 | 22 de enero
    • Cómo ayudarles a independizarse

      “COMO flechas en la mano de un hombre poderoso, así son los hijos de la juventud”, escribió un salmista bíblico (Salmo 127:4). La flecha no da en el blanco al azar. Hay que apuntarla bien. De igual modo, los niños tal vez no alcancen el objetivo de ser adultos formales si no los dirigen sus padres. “Entrena al muchacho conforme al camino para él —exhorta la Biblia—; aun cuando se haga viejo no se desviará de él.” (Proverbios 22:6.)

      Los niños que dependen de los padres no se convierten en adultos independientes de la noche a la mañana. Ahora bien, ¿cuándo debe empezarse a prepararlos para la emancipación? El apóstol Pablo le recordó lo siguiente al joven Timoteo: “Desde la infancia has conocido los santos escritos, que pueden hacerte sabio para la salvación mediante la fe relacionada con Cristo Jesús” (2 Timoteo 3:15). Notemos que la madre de Timoteo se encargó de formarlo espiritualmente desde tierna edad.

      Si los niños pequeños se benefician de la instrucción espiritual, ¿no es lógico prepararlos cuanto antes para la adultez? Una faceta de esta educación es enseñarles a ser conscientes de sus actos y tomar sus propias decisiones.

      Cómo enseñar a los hijos a ser responsables

      ¿Cómo podemos animar a los chicos a ser formales? Jack y Nora recuerdan qué hicieron con su hija: “Apenas andaba y ya sabía recoger los calcetines y otras menudencias, así como colocar todo en el cajón correspondiente de su cuarto. Se acostumbró también a dejar los juguetes y los libros en su lugar”. Son cosas pequeñas, pero enseñan al muchacho a tomar decisiones conscientes.

      Al ir creciendo, tal vez pueda recibir mayores responsabilidades. Por ejemplo, Abra y Anita permitieron a su hija tener un perrito, pero debía encargarse de atenderlo e incluso sacrificar parte de su paga para mantenerlo. Hace falta paciencia para enseñar a los chicos a ser cumplidores, pero vale la pena el esfuerzo y estimula su crecimiento emocional.

      Las tareas domésticas también permiten educarlos para que sean responsables. Hay padres que casi los eximen de ellas, pues consideran que más que ayudar, son un estorbo. Otros opinan que ‘se merecen una infancia mejor que la suya’. Pero es un error, pues las Escrituras dicen: “Si uno viene mimando a su siervo desde la juventud, este hasta llegará a ser un ingrato en el período posterior de su vida” (Proverbios 29:21). El versículo encierra un principio perfectamente aplicable al niño. Es lamentable que no solo será un adulto “ingrato”, sino incapaz de desempeñar las tareas más elementales del hogar.

      Era habitual que al muchacho de tiempos bíblicos le correspondieran ciertas labores domésticas. Por ejemplo, con solo 17 años José tuvo que colaborar en el cuidado de los rebaños de su padre (Génesis 37:2). Y no resultaba fácil, pues eran manadas muy grandes (Génesis 32:13-15). Dado que José fue de mayor un gran caudillo, es probable que su formación juvenil contribuyera a pulirle el carácter. El joven David, el futuro rey de Israel, también pastoreó los hatos familiares (1 Samuel 16:11).

      ¿Cuál es la moraleja para los padres? Encargar a sus hijos tareas domésticas relevantes. Si les dedican tiempo y se afanan con paciencia, pueden enseñar al menor a cooperar en la limpieza, la cocina, la jardinería y las reparaciones del hogar o de los vehículos. Claro, en buena parte dependerá de su edad y capacidad. Pero hasta el más pequeño puede ‘ayudar a papá a arreglar el automóvil’ o ‘ayudar a mamá a hacer la comida’.

      Al enseñar a los chicos las labores del hogar, los padres les regalarán algo valiosísimo: su tiempo. Cuando le preguntaron a un matrimonio con dos hijos el secreto de la buena crianza, respondieron: “Dedicarles tiempo. Muchísimo tiempo”.

      El reto de corregirlos con cariño

      Si el niño cumple bien con sus tareas, o al menos se esfuerza, debe animársele sin escatimar elogios sinceros (compárese con Mateo 25:21). Como es obvio, por lo general no realizará sus labores tan bien como un adulto, y cometerá muchos errores si se le permite decidir por sí mismo. Pero no hay que sacar las cosas de quicio. ¿Acaso no falla nunca el adulto? Así pues, ¿por qué no tener paciencia si el joven se equivoca? (Compárese con Salmo 103:13.) Tolere las faltas: son parte del aprendizaje.

      Michael Schulman y Eva Mekler escriben: “Al niño que se le trata con cariño no le da miedo que lo castiguen por haber actuado por su cuenta”. En cambio, “el hijo de padres distantes o severos casi siempre teme las acciones espontáneas, por útiles que sean, ya que le aterra pensar que los padres desaprueben lo que ha hecho y lo critiquen o castiguen”. Tal comentario está en sintonía con la siguiente advertencia bíblica para los padres: “No estén exasperando a sus hijos, para que ellos no se descorazonen” (Colosenses 3:21). Así que cuando no cumplan las expectativas de uno, ¿por qué no alabarlos siquiera por haberlo intentado? Los padres deben estimularlos a mejorar la próxima vez, mencionarles que les encanta verlos progresar y confirmarles su amor.

      Como es natural, a veces habrá que corregirlos; quizás más durante la adolescencia, cuando luchan por forjarse su identidad y por que los acepten por méritos propios. Es prudente ser comprensivos con sus tentativas de independizarse, y no considerarlas siempre como indicios de rebeldía.

      Ahora bien, el joven es propenso a obrar por impulso y ceder a “los deseos que acompañan a la juventud” (2 Timoteo 2:22). Por ello, si no se le dictan normas de conducta, puede malograrse su desarrollo emocional, pues no aprende a dominarse y disciplinarse. La Biblia señala que “el muchacho que se deja a rienda suelta causará vergüenza a su madre” (Proverbios 29:15). Pero al corregirlo con tiento y cariño, se le ayuda, preparándolo para las exigencias y presiones que tendrá de adulto. La Biblia hace esta advertencia: “El que retiene su vara odia a su hijo, pero el que lo ama es el que de veras lo busca con disciplina” (Proverbios 13:24). Sin embargo, ha de recordarse que la disciplina no es, en esencia, castigo, sino enseñanza y formación. Es probable que la “vara” del versículo aluda al cayado con que el pastor guiaba su rebaño (Salmo 23:4). No es un símbolo de brutalidad, sino de orientación afectuosa.

      Educación para la vida

      Es muy necesario que los padres orienten al hijo en lo que respecta a su formación académica. Deben interesarse en su instrucción, ayudarle a elegir los cursos más convenientes y a decidir de forma consciente si tendrá que ampliar su educación.a

      Por supuesto, su formación espiritual es la más importante (Isaías 54:13). Es preciso inculcarles valores religiosos para que sobrevivan en el mundo cuando sean adultos. Hay que educar sus “facultades perceptivas” (Hebreos 5:14), algo a lo que pueden contribuir mucho los padres. A los testigos de Jehová se les anima a estudiar la Biblia con sus hijos todas las semanas. Como la madre de Timoteo, que le enseñó las Escrituras desde la infancia, los padres Testigos también instruyen a sus hijos pequeños.

      Barbara se encarga de que el estudio bíblico de familia sea muy agradable para sus hijos, a los que cría sola. “Esa noche siempre les doy una cena especial que corono con un postre que les gusta. Pongo las cintas de Melodías del Reino para crear el ambiente. Luego hacemos una oración y por lo general estudiamos la revista La Atalaya. Pero si hay alguna necesidad especial, recurro a publicaciones como Lo que los jóvenes preguntan. Respuestas prácticas.”b Barbara opina que el estudio bíblico ayuda a los hijos a “ver las cosas como Jehová”.

      Sin duda, no hay mejor regalo para un hijo que el conocimiento y comprensión de la Palabra de Dios, la Biblia, que puede “dar sagacidad a los inexpertos, conocimiento y capacidad de pensar al joven” (Proverbios 1:4). Armado de estas cualidades, está preparado para afrontar las nuevas presiones y circunstancias de la vida adulta.

      Con todo, la partida de los hijos marca un gran cambio en la vida de la generalidad de los padres. En el próximo artículo se analiza qué pueden hacer al hallar el nido vacío.

  • Cómo vivir feliz con el nido vacío
    ¡Despertad! 1998 | 22 de enero
    • Cómo vivir feliz con el nido vacío

      “PARA muchos —admitió una madre—, la separación definitiva es un trauma, sin importar lo preparados que estemos.” En efecto, por inevitable que sea la partida de un hijo, a la hora de la verdad puede ser difícil afrontarla. Un padre explica cómo reaccionó tras haber despedido al suyo: “Por primera vez en la vida..., no hice más que llorar y llorar”.

      La emancipación de los hijos deja en muchos padres un vacío inmenso, una herida abierta. Privados del contacto diario con el hijo, a veces los abruma la soledad, el dolor y la sensación de pérdida. Pero el cambio no solo les afecta a ellos, como admiten Edward y Avril (matrimonio): “Si quedan hijos en casa, también acusarán su ausencia”. ¿Qué consejo dan? “Dedicarles tiempo y ser comprensivos. Así les será más fácil adaptarse.”

      En fin, la vida sigue. Uno debe ocuparse de los muchachos restantes, por no hablar del trabajo o las tareas del hogar, y no puede ceder a la tristeza. Analicemos, por tanto, varias estrategias para ser felices cuando los chicos se vayan.

      Centrémonos en aspectos positivos

      Claro, si estamos tristes o solos y tenemos que llorar o desahogarnos con un amigo comprensivo, hagámoslo sin vacilación. Dice la Biblia: “La solicitud ansiosa en el corazón de un hombre es lo que lo agobia, pero la buena palabra es lo que lo regocija” (Proverbios 12:25). Los demás pudieran ayudarnos a ver las cosas desde otro ángulo. Por ejemplo, Waldemar y Marianne (matrimonio) dan este consejo: “No hay que verlo como una pérdida, sino como la consecución de una meta”. Un enfoque muy positivo. “Estamos satisfechos de haber logrado que los chicos sean adultos responsables”, dicen Rudolf y Hilde (matrimonio).

      ¿Hemos procurado educar al hijo “en la disciplina y regulación mental de Jehová”? (Efesios 6:4.) Aunque así sea, quizá nos inquiete su marcha. No obstante, si le hemos dado esta preparación, contamos con la garantía bíblica de que “aun cuando se haga viejo no se desviará de él” (Proverbios 22:6). ¿No es una dicha inmensa ver a nuestra prole responder bien a la formación que le hemos dado? El apóstol Juan dijo lo siguiente de su familia espiritual: “No tengo mayor causa de sentir agradecimiento que estas cosas: que oiga yo que mis hijos siguen andando en la verdad” (3 Juan 4). Es posible que alberguemos sentimientos parecidos hacia nuestros vástagos.

      Ahora bien, es patente que algunos no responden bien a la educación cristiana. Si un hijo adulto obra así, no es indicación de que hayan fracasado los padres. No hay por qué culparse si hemos hecho cuanto podíamos por darle una buena formación cristiana. Debemos entender que, al ser mayor, lleva ante Dios su propia carga de responsabilidad (Gálatas 6:5). No perdamos la esperanza de que recapacite sobre sus decisiones y la “flecha” acabe dando en el blanco al que apuntamos (Salmo 127:4).

      Aún somos padres

      Aunque la partida de los hijos sea un cambio significativo, con ella no concluye nuestro cometido. El psicólogo Howard Halpern comenta: “Los padres lo son hasta el día que mueren, si bien han de redefinir las aportaciones y los cuidados que dan a su prole”.

      Hace mucho, la Biblia reconoció que la misión de los padres no termina al crecer el hijo. Proverbios 23:22 dice: “Escucha a tu padre, que causó tu nacimiento, y no desprecies a tu madre simplemente porque ha envejecido”. Los padres aún pueden influir mucho en los hijos, aunque estos sean mayores y ellos hayan ‘envejecido’. Claro, deben hacerse cambios. Pero toda relación ha de replantearse de vez en cuando para que conserve la vitalidad y sea satisfactoria. Ya que los chicos han crecido, el trato ha de asumir un nivel más maduro. Cabe mencionar que, según ciertos estudios, la relación filial suele mejorar con la emancipación. Al afrontar la dura realidad cotidiana, muchos comienzan a ver a los padres desde otro ángulo. Un adulto alemán llamado Hartmut dice: “Ahora comprendo mejor a mis padres y la razón de su forma de actuar”.

      No nos entremetamos

      Las intromisiones en la vida privada del hijo adulto pueden resultar nefastas (compárese con 1 Timoteo 5:13). Una señora que mantiene una relación bastante tensa con sus suegros señala: “Los queremos mucho, pero deseamos vivir a nuestra manera y tomar nosotros las decisiones”. Como es lógico, ningún padre va a quedarse cruzado de brazos si ve que su hijo está abocado al desastre. Pero normalmente es mejor no darle consejos si no los ha pedido, sin importar lo acertados que sean o las buenas intenciones que se tengan, y más si está casado.

      En 1983, ¡Despertad! dio el siguiente consejo: “Acepten su nuevo papel. Ustedes dejan de ser niñeros cuando el niñito comienza a caminar. De manera similar, cambien el atesorado papel de guardianes por el de consejeros. El tomar decisiones por sus hijos en esta etapa de la vida sería tan inadecuado como el querer hacerlos eructar o amamantarlos. Como consejeros, ustedes definitivamente tienen limitaciones. Ya no pueden recurrir eficazmente a su autoridad de padres. (‘Tienes que hacerlo porque yo te lo digo.’) Tienen que respetar la condición de adulto de su hijo”.a

      Aunque uno no vea bien todas las decisiones del hijo y su cónyuge, el respeto por la santidad del matrimonio puede ayudarle a aminorar la inquietud y no inmiscuirse, a menos que sea imprescindible. Por lo general, es mejor dejar que los esposos jóvenes resuelvan entre ellos sus desavenencias. Si no, se corre el riesgo de enfrentarse sin necesidad a un hijo o una nuera que, al hallarse en una etapa delicada del matrimonio, son muy susceptibles a las críticas. El artículo de ¡Despertad! antes citado agregaba este consejo: “No cedan a la tentación de dar un sinnúmero de sugerencias que no se hayan pedido, las cuales pueden convertir al yerno o a la nuera en enemigo”. En vez de manipular, hay que apoyar. Si se mantienen buenas relaciones, al hijo le será más fácil acudir a los padres en caso de que requiera consejo.

      Renueve los vínculos maritales

      Al quedar vacío el nido, muchos matrimonios ven la posibilidad de hallar más felicidad conyugal. La buena crianza de los hijos pudiera exigir tanto tiempo y trabajo que se descuide la relación de pareja. Una esposa comenta: “Ahora que se han marchado los hijos, Konrad y yo tratamos de empezar de nuevo, como si nos estuviéramos conociendo”.

      Libres de las obligaciones cotidianas que impone criar a los hijos, ahora tienen más tiempo el uno para el otro. Una madre señaló: “El tiempo libre que nos ha quedado [...] nos permite prestar más atención a quiénes somos, centrarnos en aprender más sobre nuestra relación y emprender actividades que nos llenen”. Y añade: “Es el momento de aprender cosas nuevas y crecer mucho, y aunque a veces haya inestabilidad, es emocionante”.

      Hay matrimonios que también disfrutan de un mayor desahogo económico. Ya pueden dedicarse a las aficiones y vocaciones que habían pospuesto. Muchas parejas testigos de Jehová aprovechan su nueva libertad para trazarse metas espirituales. Hermann explica que al emanciparse sus hijos, su esposa y él decidieron enseguida reanudar el ministerio de tiempo completo.

      El progenitor sin cónyuge y la emancipación de los hijos

      Para el progenitor sin cónyuge pudiera ser muy difícil habituarse a ver el nido vacío. Rebecca, madre que ha criado sola a dos muchachos, dice: “Cuando se van los chicos, no tenemos un esposo que nos acompañe y quiera”. Uno quizás se haya apoyado emocionalmente en los hijos. Y si estos contribuían al sostén del hogar, su partida tal vez acarree estrecheces económicas.

      Algunos se las arreglan para mejorar su situación económica realizando cursos de capacitación o estudios académicos breves. Pero ¿cómo se supera el vacío de la soledad? Una madre sin marido comenta: “En mi caso lo mejor es mantenerme ocupada, como leyendo la Biblia, limpiando la casa o tal vez dando una buena caminata o corriendo. Pero lo que más me ayuda a superar la soledad es hablar con una amiga espiritual”. Así es: ‘ensanchemos’ nuestro círculo con nuevas amistades que nos satisfagan (2 Corintios 6:13). ‘Persistamos en ruegos y oraciones’ si la situación nos abruma (1 Timoteo 5:5). Tengamos la seguridad de que Jehová nos fortalecerá y apoyará a través de la difícil etapa de cambios.

      Felices aunque se vayan

      Con independencia de nuestras circunstancias, la vida no acaba con la salida de los hijos del hogar, ni tampoco se borran los vínculos familiares. El sano amor del que habla la Biblia tiene la fuerza precisa para mantener unidas a las personas, aun si se hallan muy separadas. El apóstol Pablo nos recuerda que el amor “todas [las cosas] las aguanta. El amor nunca falla” (1 Corintios 13:7, 8). El amor abnegado que uno ha cultivado en su familia no va a fallar solo porque los hijos dejen el hogar.

      Cabe destacar que cuando a los hijos les aflige la separación y la nostalgia, o pasan por apuros económicos, suelen ser los primeros en reanudar el contacto. Hans e Ingrid dan este consejo: “Dígales a sus hijos que siempre tienen la puerta abierta”. Si cada cierto tiempo los visitamos, escribimos o telefoneamos, mantendremos viva la relación. “Interésese en lo que hacen sin meterse en sus cosas”, indican Jack y Nora.

      Cuando los hijos se independizan, la vida cambia. Pero el nido vacío aún puede darnos muchas ocupaciones gratificantes. Aunque la relación con los hijos haya cambiado, todavía puede aportarnos dicha y satisfacción. “Con la emancipación —señalan los profesores Geoffrey Leigh y Gary Peterson—, no desaparece el amor, la lealtad ni el respeto por los padres. [...] En efecto, los firmes vínculos familiares suelen conservarse toda la vida.” Así es: nunca dejamos de quererlos ni de ser padres. Como los amamos al grado de dejarles irse, no los perdemos en realidad.

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