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  • g88 22/7 págs. 24-27
  • Un batería de jazz halla verdadera felicidad

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  • Un batería de jazz halla verdadera felicidad
  • ¡Despertad! 1988
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¡Despertad! 1988
g88 22/7 págs. 24-27

Un batería de jazz halla verdadera felicidad

EN EL resplandor de los focos del teatro, se veía al batería marcar el ritmo sincopado de una melodía. Mis ojos se hallaban fijos en los tambores, y mi corazón palpitaba con fuerza al son de la música.

En enero de 1945, cuando la segunda guerra mundial tocaba a su fin, mi familia se refugió con los padres de mi madre en Katsunuma (Japón). Después de la guerra, mi padre llegó a ser el director de la banda municipal juvenil. Al observar sus ensayos, quedé cautivado por el potente retumbar de los tambores.

Cuando comencé la escuela secundaria, me puse como meta llegar a ser batería de jazz. Mi profesor de música me animó a ir a un conservatorio, y mis padres me ayudaron a prepararme para el examen de admisión. En 1964, de entre los muchos aspirantes procedentes de todo Japón, fui uno de los tres que fueron admitidos en el Departamento de Instrumentos de Percusión de la Universidad Nacional de Música y Bellas Artes de Tokio.

Pero pese a que esta era la mejor universidad de Japón, me sentía desilusionado. ¿Por qué? Porque no suministraba ninguna preparación para llegar a ser batería de jazz, y los estudiantes tampoco tocaban jazz. De todas maneras, me esforcé por dominar los instrumentos de percusión, y desarrollé diversas técnicas. Con el tiempo, fui desistiendo de mi sueño de llegar a ser batería de jazz y comencé a pensar en formar parte de una orquesta famosa. Pero iba a recibir una sacudida.

“Por más que lo intentes, no lo vas a lograr —me dijo en confianza uno de los miembros de una orquesta—. Los nuevos miembros ya están elegidos desde antes de que te matricularas en la universidad.”

Me sentí deprimido y derrotado, por lo que volví a mi pasión por la batería de jazz. Me decía a mí mismo: “Lo que cuenta en el mundo del jazz es la calidad, no las recomendaciones o influencias que tengas”. A medida que se acercaba la graduación, participaba en los ensayos de diversos clubes universitarios de jazz.

El sueño de mi niñez se hace realidad

Entonces, en 1967 conocí a un pianista llamado Yosuke Yamashita. No solo tocaba jazz, sino que era un extraordinario innovador y un estudiante de esta música. Formamos un original trío de piano, saxofón y batería. Al principio, ni el público ni los críticos entendían el jazz potente y peculiar que estábamos elaborando. Nuestras actuaciones contaban con muy poca asistencia. Pese a ello, me sentía satisfecho. Yosuke estaba contento con mi interpretación, y con el tiempo, la compenetración musical entre nosotros llegó a ser más perfecta y nuestro jazz, más variado.

Mi manera de tocar llegó a ser única. Puesto que tocaba constantemente tanto los platillos como la caja, el bombo y el tam-tam, la percusión resonaba todo el tiempo. El rápido y enérgico movimiento de mis extremidades asombraba al público y llegó a hacerse célebre. En cierta ocasión tocamos en el sótano del conocido salón Kosei Nenkin, de Tokio, al mismo tiempo que la orquesta sinfónica Yomiuri, de Japón, daba un concierto en el salón principal del piso de arriba.

Al día siguiente, los periódicos publicaron este anuncio de la orquesta: “Sentimos las molestias causadas anoche mientras se escuchaba nuestro concierto debido al ruido procedente del sótano. Deseamos presentar nuestras sinceras disculpas”. Más tarde, aquella sala fue renovada para reforzar el aislamiento de sonido. Después de aquello se me llegó a conocer como el Monstruo de la batería.

¿Felicidad genuina?

A medida que nuestro grupo obtenía mayor éxito, empecé a hacer todo lo que se me antojaba. Viajaba por todo Japón y salía con mis amigos siempre que quería. Para entonces estaba casado. Pero me preocupaba muy poco mi esposa, Yukiko, que era percusionista en The Ladies’ Orchestra.

No era feliz. Sentía celos de cualquier batería rival, y mi frustración aumentaba a medida que mi popularidad e ingresos no alcanzaban mis expectativas. Sentía un enorme vacío en mi interior. Preguntaba a mis compañeros: “¿Cuál es el propósito de trabajar, beber e irse de juerga de esta manera?”.

“No te preocupes por esas tonterías —me respondían—; lo que importa es el placer.” Pero por llevar una vida orientada hacia el placer, en el verano de 1972 tuve que ser hospitalizado con problemas de hígado. Tenía náuseas y me encontraba débil. Temía morir. “Aunque tenga que dejar de tocar —pensé—, ¡quiero vivir!”

En aquel momento mi esposa estaba de gira con su orquesta. Finalmente volvió, y cuando vio lo enfermo que me encontraba, dejó su trabajo. Acababa de comenzar a estudiar la Biblia con los testigos de Jehová, y puesto que yo apreciaba tanto sus cuidados, no me opuse a que continuara estudiando. Me fui recuperando y, después de tres meses, volví a unirme al grupo. Aparecíamos en la televisión y en la radio de vez en cuando, y tanto el público como los ingresos comenzaron a aumentar.

Éxito en Europa

En 1973 hicimos nuestra primera gira de conciertos por Europa. El primer día tocamos en el Festival de Jazz de Moers (Alemania). Cuando terminamos, primero hubo un momento de silencio; después, una tempestad de aplausos. El organizador del festival dijo: “¡Atención todo el mundo! ¿Quieren que este grupo vuelva el año que viene?”. El público respondió con más aplausos. Al día siguiente un periódico publicó mi foto con un encabezamiento en letra negrita que decía: “Batería kamikaze procedente de Japón”.

Al año siguiente, aumentaron nuestros honorarios y las solicitudes para actuar. Tocamos en el Festival de Música Moderna de Donaveschingen, en los festivales de jazz de Berlín, Heidelberg, Ljubljana, Mar del Norte y varios otros. Una y otra vez, el público pedía que volviésemos a tocar, y en algunos festivales, la policía tuvo que acordonar el escenario para protegernos de los admiradores. Sí, había alcanzado el éxito como batería, incluso sobrepasando los sueños de mi niñez.

El ejemplo de mi esposa

La participación de mi esposa en la música no me había preocupado en absoluto, pero ahora me perturbaba terriblemente pensar que estaba fuera de casa asistiendo a reuniones cristianas y predicando. Pensaba: “Los que confían en la religión son débiles. La religión es un fraude que se aprovecha de los débiles”. Aunque hice todo lo que pude para disuadirla de seguir en su nueva religión, ella rehusó dejarla.

En una de mis noches de copas, me siguió y se sentó silenciosamente junto a mí en un bar. Enfurecido, le arrojé whisky encima. “¡Piérdete!” le dije. Ella se limpió calmadamente el pelo y la ropa con un pañuelo, actuando como si nada hubiera pasado. El camarero y los clientes me lanzaron una mirada acusadora, pero yo seguí bebiendo hasta perder el conocimiento, después de lo cual, ella me llevó a casa.

Otra noche la eché del apartamento, cerré la puerta con llave y la aseguré con la cadena. En lugar de irse, abrió la puerta con su llave, obtuvo una sierra de metal y comenzó a serrar la cadena. El ruido resonaba a través de todo el edificio, y como la gente estaba durmiendo, tuve que dejarla entrar.

Debido a mi desesperación, me emborrachaba a menudo. Ya no me importaba morirme. Por otra parte, mi esposa no se perturbaba ni amedrentaba ante mi oposición. Cuando miraba la televisión por las noches, ella me pedía que la escuchara mientras leía del libro De paraíso perdido a paraíso recobrado. Me leía todas las noches. Con el tiempo mi reacción fue cambiando de un “¡cállate!” a “sigue leyendo”.

También metía las revistas La Atalaya y ¡Despertad! en mi maleta cuando me iba de gira. Mi curiosidad era mayor que mi temor a ser convertido, así que empecé a leer las autobiografías que aparecían en las revistas acerca de personas que adoptaron el cristianismo. A menudo terminaba secándome las lágrimas de los ojos, aunque me parecía que no debía permitir que aquellos relatos me afectaran.

Cierta noche me sentía extrañamente calmado y decidí ponerme en el lugar de mi esposa. Me pregunté: “¿Qué hay de malo en que ella estudie la Biblia? ¿Qué tengo yo para ofrecerle que pueda reemplazar la Biblia?”. Al día siguiente la puse a prueba. “O dejas la Biblia por completo, o nos divorciaremos”, la amenacé.

Después de un largo silencio, me contestó con lágrimas en los ojos: “No voy a divorciarme. Pero tampoco voy a dejar de estudiar la Biblia”.

Aliviado, le contesté: “Ya no me opondré más a ti”.

Poco después la acompañé a una de las reuniones de los testigos de Jehová. Pero todavía estaba muy a la defensiva. Sin embargo, me impresionó la buena conducta de los niños y lo razonable de lo que se enseñaba. Seguí asistiendo a las reuniones, y con el tiempo bajé la guardia contra los Testigos. Empecé a percibir vagamente que la solución a mi sensación de vacío podía encontrarse en la Biblia. Pero al mismo tiempo que me daba cuenta de ello, también veía que si iba a estudiar la Biblia, tendría que hacer cambios en mi vida.

Una lucha interior

Así empezó una lucha interior. Aunque conocía lo que era correcto, no podía ponerlo en práctica. Me atormentaban los deseos de fumar y cometer inmoralidad. Pero ya no quería volver a ceder a esos deseos. (Romanos 7:18-24.) Para fortalecerme, asistía a las reuniones cristianas tanto como me era posible. (Hebreos 10:23-25.)

Las reuniones comenzaron a influir en mi manera de pensar. La gloria, la riqueza y los placeres mundanos ya no me parecían cosas de valor. Veía claramente que los deseos mundanos eran mis enemigos. Cuando volvía a casa del Salón del Reino, sentía una paz mental que nunca antes había experimentado. Por primera vez podía decir: “Soy verdaderamente feliz”.

Dejo el grupo

En 1975, justo después de que pidiera un estudio bíblico, salí para nuestra cuarta gira de conciertos por Europa. Al igual que en las ocasiones anteriores, el público aplaudió enfervorizado. No obstante, en mi corazón no sentía el mismo placer que antes. A pesar de que el organizador nos dijo otra vez: “Por favor, vuelvan el año que viene”, había decidido dejar el grupo.

De regreso en Tokio reanudé inmediatamente mi estudio bíblico, y poco después comencé a hablar a otros acerca de la felicidad genuina de que estaba disfrutando. En mi última gira nacional, sentí la necesidad de compartir mi nueva esperanza con uno de los patrocinadores a quien siempre me había sentido especialmente allegado. Oré a Jehová para que me diera una oportunidad de hablarle. Pero, ¿cómo empezaría la conversación?

“¿Qué te viene a la mente cuando oyes la palabra felicidad?” le pregunté.

“Supongo que unas condiciones en las que la enfermedad y la muerte hayan desaparecido y todo el mundo pueda vivir en paz”, contestó. Me encantó que respondiera de aquella manera, y entonces le dije: “Por esa razón voy a dejar el grupo”. Mientras continuaba hablando, Jehová hizo que la semilla creciera en su corazón. Más tarde llegó a ser el primer testigo de Jehová bautizado de su localidad. El gozo que me produjo esta experiencia fue profundo y duradero, muy superior al que había experimentado cuando tocaba la batería.

Felicidad genuina

Después de dejar el grupo, un hombre dijo a un Testigo que le visitó: “Ustedes han matado a Moriyama”. Es verdad, Moriyama el batería de jazz murió, pero en su lugar nació Moriyama el ministro cristiano. En junio de 1976 me bauticé en símbolo de mi dedicación a Jehová.

En 1979, mi esposa y yo comenzamos a servir de ministros precursores de tiempo completo. Desde entonces hemos disfrutado del gozo de ayudar a varias personas a encontrar la verdadera felicidad. También he tenido el privilegio de servir de anciano en congregaciones de Tokio y Nagoya.

Cuando era joven, pensaba que la felicidad estaba ligada a una batería de jazz. Aunque todavía toco la batería de vez en cuando, he hallado que la felicidad verdadera proviene, no de seguir una carrera musical, sino de servir al Creador, Jehová. Ahora mi vida entera se centra en la esperanza de disfrutar para siempre de verdadera felicidad en una tierra paradisiaca junto con mi esposa y nuestra hija, Saori, que nació hace dos años.—Según lo relató Takeo Moriyama.

[Fotografía de Takeo Moriyama en la página 24]

[Fotografía en la página 26]

Mi esposa (con nuestra hija, Saori) y yo esperamos con anhelo disfrutar para siempre de felicidad genuina en una tierra paradisiaca

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