La esperanza me sostiene ante las pruebas
Relatado por Michiko Ogawa
El 29 de abril de 1969 recibí una llamada de la policía para comunicarme que Seikichi, mi esposo, había resultado herido en un accidente de tránsito y se encontraba en el hospital. Dejé a mis dos niños con una amiga y corrí hacia allí. Desde entonces, Seikichi se encuentra paralizado y no ha vuelto a recuperar el conocimiento. Permítame hablarle un poco de nuestra familia y de cómo nos las hemos arreglado.
NACÍ en febrero de 1940, en la ciudad japonesa de Sanda, cerca de Kobe. Seikichi y yo nos conocíamos desde pequeños —fuimos juntos al jardín de infancia—, y nos casamos el 16 de febrero de 1964. Aunque era un hombre de pocas palabras, le encantaban los niños. Tuvimos dos hijos, dos varones: Ryusuke y Kohei.
Como Seikichi trabajaba en una empresa constructora de Tokio, al casarnos nos establecimos en las afueras de dicha ciudad. Allí fue donde, en octubre de 1967, me visitó una joven que se presentó como maestra de la Biblia. “No, gracias. Ya tengo mi propia Biblia”, dije.
“¿Puedo verla?”, preguntó.
Saqué de la estantería la Biblia, que era de mi esposo, y se la enseñé. La joven me mostró en ella el nombre de Jehová. Yo no sabía que Dios se llamaba así. A continuación, fijándose en mis dos niños, me leyó este pasaje: “Entrena al muchacho conforme al camino para él; aun cuando se haga viejo no se desviará de él” (Proverbios 22:6). Precisamente me había estado preguntando cómo podía dar a mis hijos una buena crianza. Así que me entró el deseo de estudiar la Biblia.
La invité a pasar y empezamos a leer y comentar el folleto “¡Mira! Estoy haciendo nuevas todas las cosas”. Pensé que sería maravilloso disfrutar con mi familia de una vida feliz. Cuando Seikichi llegó a casa, le dije que deseaba estudiar la Biblia.
“Cariño, no necesitas tantos estudios —respondió—. Yo te ayudaré con todo lo que quieras saber.” De todas maneras, me puse a estudiar la Biblia semanalmente con los testigos de Jehová y pronto empecé a asistir a sus reuniones.
Comienzan las pruebas
Cuando llegué al hospital aquella noche de abril de 1969 que mencioné al principio, quedé horrorizada al enterarme de que un amigo de Seikichi, precisamente el esposo de la señora con quien había dejado a mis hijos, también se encontraba en el taxi cuando ocurrió el accidente. Él murió una semana después.
Los médicos me dijeron que avisara cuanto antes a quienes creyera que debían ver a mi marido, pues no pensaban que sobreviviría. Tenía una fractura en la base del cráneo y una contusión cerebral. Al día siguiente llegaron varios parientes de la zona de Kobe.
Por el sistema de megafonía oímos este apremiante anuncio: “Se ruega a todos los familiares de Seikichi Ogawa que vayan a visitarlo inmediatamente”. Corrimos hacia la unidad de cuidados intensivos y nos turnamos para decirle adiós. Pero continuó en estado crítico durante todo un mes, y según un último diagnóstico, aquella situación se prolongaría mucho tiempo.
Se decidió trasladarlo en ambulancia de Tokio a Kobe, a unos seiscientos cincuenta kilómetros de distancia. Esperé para verlo partir, y me fui en el tren bala, pidiendo a Dios que le ayudara a sobrevivir el largo viaje. Aquella misma noche, al verlo aún vivo en un hospital de Kobe, sentí una gran alegría y le susurré: “Cariño, has aguantado”.
Regreso a casa de mis padres
Me trasladé con mis hijos al hogar de mis padres, en Sanda, y matriculé a los niños en un jardín de infancia. Compré un bono para viajar en tren a Kobe, a unos cuarenta kilómetros de distancia, y mi suegra y yo nos turnábamos para ir todos los días al hospital durante el siguiente año. Yo solía preguntarme: “¿Recobrará hoy el conocimiento Seikichi? ¿Qué será lo primero que me dirá? ¿Cuál debería ser mi reacción?”. Y, particularmente cuando veía a alguna familia feliz, se me llenaban los ojos de lágrimas y me decía: “Si él estuviera bien, nuestros hijos también disfrutarían”.
Durante los primeros años, cuando leía en el periódico que alguna persona había recobrado el conocimiento tras varios meses en estado de coma, pensaba que tal vez Seikichi también despertaría. Por eso un día le comenté a mi cuñado que quería trasladarlo al hospital de la región nororiental de Honshu, pero él me dijo que no había remedio y me aconsejó que usara el dinero que tuviera para los demás miembros de la familia.
Cerca del hospital vivía un anciano cristiano de una de las congregaciones de los testigos de Jehová de Kobe, y antes de visitar a Seikichi solía pasar por su casa. Su esposa me daba clases de la Biblia todas las semanas, y sus dos hijos me traían a la habitación del hospital la grabación en casete de sus reuniones de congregación. Aquella familia fue una gran fuente de ánimo y consuelo para mí.
La esperanza me sostiene
Un día, un superintendente viajante de los testigos de Jehová nos visitó en el hospital y me leyó Romanos 8:18-25, pasaje que dice en parte: “Estimo que los sufrimientos de la época presente no son de ninguna importancia en comparación con la gloria que va a ser revelada en nosotros. [...] Porque sabemos que toda la creación sigue gimiendo juntamente y estando en dolor juntamente hasta ahora. [...] Cuando el hombre ve una cosa, ¿la espera? Pero si esperamos lo que no vemos, seguimos aguardándolo con aguante”.
Aquella conversación sobre nuestra esperanza cristiana me recordó que los sufrimientos presentes son insignificantes en comparación con el gozo de vivir en la venidera Tierra paradisíaca que Jesús promete (Lucas 23:43). Además, me ayudó a afrontar con esperanza las realidades presentes y a centrarme en las futuras: las bendiciones del nuevo mundo (2 Corintios 4:17, 18; Revelación [Apocalipsis] 21:3, 4).
En junio de 1970 trasladaron a Seikichi a un hospital de Sanda, donde residíamos mis padres y yo. En enero de 1971, cuando recibí el documento que presentaba nuestro abogado para solicitar la invalidez de mi esposo a consecuencia del accidente, me sentí inmensamente triste y no pude contener el llanto. Mi suegra solía decirme: “Michiko, siento mucho todo lo que estás pasando por causa de mi hijo. Quisiera poder cambiarme por Seikichi”, y llorábamos juntas.
Mi padre me instaba a buscar un trabajo de jornada completa, pero yo había tomado la determinación de cuidar de Seikichi. Aunque parecía inconsciente, reaccionaba al calor, al frío y a la forma de atenderlo. Papá quería que me casara de nuevo; yo, en cambio, comprendía que no debía hacerlo, pues mi esposo aún vivía (Romanos 7:2). Muchas veces, cuando estaba un poco bebido, me decía: “El día que me muera, me llevaré a Seikichi conmigo”.
En 1971 tuve la gran alegría de que se formara una congregación en Sanda. Finalmente, el 28 de julio de 1973, en la asamblea internacional de los testigos de Jehová celebrada en los terrenos de la Expo de Osaka, pude simbolizar mi dedicación a Jehová mediante el bautismo en agua.
Tiempo después, aquel mismo año, mi hijo Kohei contrajo nefritis aguda y estuvo hospitalizado cinco meses. Mi padre enfermó de tuberculosis y también tuvo que ser internado. Así que el 1 de enero de 1974 fui a tres hospitales para visitar a mi padre, mi esposo y mi hijo. Los domingos, cuando iba a ver a Kohei con Ryusuke, mi hijo mayor, estudiábamos los tres juntos el libro Escuchando al Gran Maestro. Después, Ryusuke y yo asistíamos a una reunión en Kobe y regresábamos contentos a casa.
Siempre he dado gracias a Dios por las personas que han colaborado en el cuidado de Seikichi, y desde un principio me propuse dar a conocer a todas ellas lo que sabía de la Biblia. Cuando una cuidadora perdió a su hermana en un incendio, le mostré la magnífica esperanza de la resurrección prometida en la Biblia, y su respuesta fue favorable (Job 14:13-15; Juan 5:28, 29). Se empezó un estudio bíblico con ella en el hospital y, con el tiempo, en una asamblea de 1978, se bautizó.
Mis hijos me han dado muchas alegrías
Criar a mis hijos sin la ayuda de mi esposo ha sido una labor difícil, pero muy remuneradora. Les enseñé a tener buenos modales y a tomar en consideración los sentimientos de los demás. Con solo tres años, Ryusuke pedía perdón cuando no se portaba bien, diciendo: “Lo siento, mamá”. Kohei era un tanto rebelde y, a veces, cuando trataba de corregirlo, se molestaba. En cierta ocasión, le dio una rabieta porque quería que le comprara algo y hasta se echó al suelo delante de una tienda. Pero yo, con cariño y paciencia, trataba de hacerlo razonar, y Kohei llegó a ser un niño bueno y obediente. Aquello me ayudó a convencerme de que la Biblia es verdaderamente la Palabra de Dios (2 Timoteo 3:15-17).
Cuando Ryusuke inició la enseñanza secundaria, explicó a los profesores las razones por las que no podía aceptar adiestramiento en artes marciales (Isaías 2:4). Un día llegó a casa rebosante de alegría porque en una reunión con varios maestros había sido capaz de responder a sus preguntas.
El compañerismo sano que encontramos en la congregación ayudó mucho a mis hijos. Los ancianos cristianos los invitaban con frecuencia a cenar y los incluían en su estudio bíblico de familia y también en algún tipo de esparcimiento. Tuvieron muchas oportunidades de pasar ratos agradables, y hasta de participar en diversos deportes. Ryusuke se bautizó en símbolo de su dedicación a Jehová en 1979, y Kohei al año siguiente.
Nuestro ministerio de tiempo completo
Un día le expresé mi deseo de ser precursora (evangelizadora de tiempo completo de los testigos de Jehová) al superintendente de circuito que nos visitaba. Dado que emprender tal servicio en aquel tiempo no habría sido sensato en vista de mis circunstancias, el hermano me recordó bondadosamente la responsabilidad que tenía de criar bien a mis hijos para que se mantuvieran firmes en la verdad de la Biblia. “Lo importante es tener el espíritu de precursor”, me dijo. Acepté el consejo, y durante las vacaciones escolares de mis hijos hacía con ellos el precursorado auxiliar. Dicha actividad me ha sido de gran ayuda para cuidar de Seikichi sin perder el gozo y la paz interior.
Por fin, en septiembre de 1979, conseguí emprender el precursorado regular. En mayo de 1984, aproximadamente un año después de graduarse de la escuela secundaria, Ryusuke también lo emprendió, y Kohei siguió sus pasos en septiembre del mismo año. Así que los tres hemos participado en esta faceta del ministerio de tiempo completo. Ya llevo más de veinte años de precursora —durante los cuales he podido contribuir a que varias personas sirvan a Jehová—, y puedo decir que este servicio me ha ayudado a aguantar las pruebas con entereza.
Ryusuke se ofreció para trabajar de voluntario en las labores de construcción que se llevaban a cabo en un edificio adyacente al Salón de Asambleas de Kansai que también utilizarían los testigos de Jehová. Posteriormente colaboró durante siete años en el mantenimiento del Salón de Asambleas de Hyogo. Hoy sirve de anciano cristiano en una congregación de Kobe cerca de casa y a la vez cuida de mí. Kohei trabaja de voluntario en la sucursal de Ebina de los testigos de Jehová desde 1985.
Me sostienen muchas bendiciones
Por muchos años estuve yendo al hospital varias veces a la semana para visitar a Seikichi y bañarlo, aunque siempre hubo alguien encargado de tales cuidados. Finalmente, en septiembre de 1996, tras veintisiete años de hospitalización en diversos centros, Seikichi regresó al hogar, y nos asignaron una persona para que lo atendiera. Puede ser alimentado por una sonda nasal. Aunque sus ojos permanecen cerrados, se observa una leve reacción cuando le hablamos. Me apena verlo en este estado, pero la magnífica esperanza que tengo para el futuro me sostiene.
Poco antes de que Seikichi regresara, yo había ofrecido alojamiento a un superintendente viajante y su esposa. Así que durante un año vivimos cinco personas en la casa, pese a sus reducidas dimensiones. Jamás imaginé que podría volver a residir bajo el mismo techo con Seikichi, y se lo agradezco a Jehová. Por años anhelé que abriese los ojos, pero ahora sencillamente deseo que se haga la voluntad de Jehová.
Puedo decir con toda sinceridad: “La bendición de Jehová... eso es lo que enriquece, y él no añade dolor con ella” (Proverbios 10:22). Cierto, la felicidad que viví junto a mi esposo cuando estaba sano duró poco, pero he sido bendecida con dos hijos que ‘se han acordado de nuestro Magnífico Creador’, y me siento sumamente agradecida por ello (Eclesiastés 12:1).
Por el presente, deseo continuar en el precursorado, ayudando a otras personas a hallar “la vida que realmente lo es”, sin dejar de atender a Seikichi con todo mi amor (1 Timoteo 6:19). Todas estas experiencias me han demostrado la veracidad de lo que dijo el salmista: “Arroja tu carga sobre Jehová mismo, y él mismo te sustentará. Nunca permitirá que tambalee el justo” (Salmo 55:22).
[Ilustraciones de la página 13]
Mi esposo y yo con Ryusuke
Seikichi junto a nuestros dos hijos, seis meses antes del accidente
[Ilustración de la página 15]
Fuimos bendecidos con dos hijos, Ryusuke y Kohei (arriba), que ‘se han acordado de nuestro Magnífico Creador’