Nuestra hermosa Tierra... ¿cuánto de ella les dejaremos a nuestros hijos?
SEGÚN algunos informes publicados, han nacido mil setecientos millones de niños desde 1970. Si formaran una nación, esta sería la mayor del mundo. Por ello, es justo preguntarse: ¿Qué clase de mundo les estamos dejando?
Hace más de veinticinco años, un afamado doctor del Servicio de Sanidad de los Estados Unidos dijo: “Todos vivimos bajo el temor obsesivo de que algo pueda corromper el ambiente hasta el extremo de que el hombre, al igual que los dinosaurios, llegue a ser una forma de vida obsoleta”.
Desde aquel entonces, este temor se ha intensificado. El año pasado, un foro nacional de casi cien biólogos advirtió que se acercaba una ola de extinción en masa como la que barrió a los dinosaurios, solo que esta vez no debida a causas naturales, sino “a las actividades del hombre”.
Este año, el Instituto Worldwatch publicó su informe State of the World 1987 (El estado del mundo en 1987). En él se decía: “Una sociedad que quiera perpetuarse satisface sus necesidades sin perjudicar las perspectivas de la siguiente generación. De muchas maneras, la sociedad contemporánea no ha seguido este criterio. En todos los continentes están surgiendo problemas de perpetuación ecológica. La trascendencia de las actividades del hombre ha empezado a amenazar la habitabilidad de la misma Tierra”.
El informe de este instituto decía que las demandas de más de cinco mil millones de personas —número que está creciendo a un ritmo de ochenta y tres millones por año— están desbordando la capacidad de regeneración de los sistemas biológicos de la Tierra.
La contaminación química está debilitando la capa de ozono de la atmósfera, lo que puede dar lugar “a una mayor incidencia de cánceres cutáneos, perjudicar el sistema inmunológico del hombre y afectar el crecimiento de las cosechas”.
Si sigue la lluvia ácida, no solo morirán más bosques y lagos, sino que el suelo se acidificará en demasía y “pueden requerirse décadas, si no siglos, para su recuperación”.
La intensificación de la labranza “ha hecho que la pérdida de suelo agrícola sea mayor que la formación de nuevo suelo”.
La deforestación y la quema de combustibles fósiles desprenden más dióxido de carbono que el que pueden absorber la restante vegetación y los océanos, lo cual resulta en un efecto de invernadero que, con el tiempo, puede derretir los glaciares e inundar las ciudades costeras.
La pérdida de selvas tropicales significa que se recicla menos agua para la lluvia, lo que a su vez supone la formación de más desiertos.
Productos químicos tóxicos, aguas residuales sin depurar, crudos, accidentes nucleares, radón, microondas, asbesto... la lista de los pecados del hombre contra el ambiente sería interminable.
El informe State of the World 1987 advierte: “Nunca se han desequilibrado simultáneamente tantos sistemas vitales para la habitabilidad de la Tierra. Los nuevos problemas ambientales afectan períodos de tiempo y zonas geográficas que escapan a la autoridad de las instituciones políticas y sociales existentes. Por sí sola, ninguna nación puede estabilizar el clima de la Tierra, proteger la capa de ozono, conservar los bosques y suelos del planeta o desacidificar los lagos y ríos. Solo podría lograrlo un esfuerzo internacional constante”.
Este esfuerzo tarda en realizarse, y el tiempo se está acabando. Se están gastando miles de millones de dólares en la carrera armamentista, mientras que, en comparación, se está invirtiendo una miseria en conservar el medio ambiente del que dependemos y cuyo descuido puede acabar con nosotros. Tan solo Estados Unidos ha dedicado desde 1983 nueve mil millones de dólares al programa de Iniciativa de Defensa Estratégica, y proyecta dedicar otros treinta y tres mil millones entre 1986 y 1991; pero se vuelve mezquino cuando hay que pensar en el medio ambiente. En el informe State of the World 1987 se sintetiza del siguiente modo la causa fundamental de la crisis: “Ha llegado el tiempo de hacer la paz entre nosotros para que después podamos hacer la paz con la Tierra”.
“Para que la vida se perpetúe —dice este informe— es necesario que todos simultáneamente detengamos la emisión de dióxido de carbono, protejamos la capa de ozono, restauremos los bosques y los suelos, detengamos el crecimiento de la población, aprovechemos mejor los recursos energéticos y desarrollemos fuentes renovables de energía. Ninguna generación se ha enfrentado antes a un conjunto tan complejo de cuestiones que requieren atención inmediata. Las generaciones anteriores siempre se han preocupado por el futuro, pero la nuestra es la primera que se enfrenta a decisiones que determinarán si la Tierra que van a heredar nuestros hijos será habitable.”
El siguiente artículo trata sobre la crisis causada por los productos químicos tóxicos.