Apoplejía: las causas
“EL CEREBRO es el órgano más delicado del cuerpo”, afirma el neurólogo Vladimir Hachinski, de la Universidad de Ontario Occidental (London, Canadá). El cerebro, cuyo peso representa únicamente el 2% del peso total del cuerpo, contiene más de diez mil millones de neuronas, que están en constante comunicación para producir todos los pensamientos, movimientos y sensaciones. El cerebro obtiene la energía a partir del oxígeno y la glucosa, que recibe en suministro constante por medio de un intrincado sistema de arterias.
Cuando una parte del cerebro queda privada de oxígeno por siquiera unos segundos, las delicadas funciones neuronales se alteran. Si la carencia se prolonga más de unos cuantos minutos, se produce una lesión cerebral, pues las neuronas empiezan a morirse, y se pierden las funciones que controlan. Esta anomalía se conoce como isquemia, la falta de aporte de oxígeno causada principalmente por una obstrucción arterial. La privación de oxígeno desencadena una cascada de reacciones químicas que intensifica la lesión de los tejidos cerebrales, dando por resultado una apoplejía. También se produce un ataque apoplético cuando se rompen los vasos sanguíneos y la sangre inunda el cerebro, lo cual bloquea los circuitos o vías de conexión. De esta forma se interrumpe el flujo eléctrico y químico hacia los músculos y se lesiona el tejido cerebral.
Los efectos
Cada accidente cerebrovascular es diferente y puede afectar a la persona de una multitud de maneras. Aunque nadie padece todas las posibles consecuencias, los efectos pueden oscilar desde leves y apenas perceptibles hasta graves y penosamente obvios. La zona del cerebro donde tiene lugar la apoplejía determina qué funciones corporales se alteran.
Una consecuencia común es la debilidad o parálisis de las extremidades superiores e inferiores, que se limita generalmente a un lado del cuerpo, el opuesto al lado del cerebro (hemisferio) afectado. Así pues, las lesiones en el hemisferio derecho provocan parálisis en el lado izquierdo del cuerpo, y las lesiones en el hemisferio izquierdo, parálisis en el lado derecho. Algunas personas conservan la fuerza en las extremidades, pero les tiemblan tanto los músculos que parece que cada miembro se mueve en una dirección distinta. La víctima se asemeja a un patinador novato tratando de mantener el equilibrio. El doctor David Levine, del Centro Médico de la Universidad de Nueva York, dice: “Han perdido el tipo de sensación que les indica si la extremidad está en movimiento o no y dónde se halla en el espacio”.
Más del quince por ciento de los sobrevivientes experimentan crisis convulsivas y, con frecuencia, pérdida de conocimiento. También es común sentir dolor, y que se produzcan cambios en la percepción sensorial. Una víctima de apoplejía que tiene las manos y los pies entumecidos constantemente dice: “Algunas noches, si algo me toca las piernas, me despierto con la sensación de que estoy recibiendo descargas eléctricas”.
Otras secuelas de los accidentes cerebrovasculares son la visión doble y las dificultades para tragar. Si los centros sensitivos de la boca y la garganta están lesionados, se pueden experimentar más indignidades, como la de babear. Cualquiera de los cinco sentidos puede verse afectado, y como resultado puede haber alteraciones en la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto.
Problemas de comunicación
Imagínese que se encuentra en una calle poco iluminada y dos extraños de tamaño gigantesco empiezan a seguirlo. Mira hacia atrás y ve que corren hacia usted. Intenta gritar para pedir auxilio, pero no le sale ningún sonido. ¿Se imagina la frustración tan grande que le produciría tal situación? Pues así se sienten muchas víctimas de apoplejía cuando pierden repentinamente la facultad del habla.
La imposibilidad de comunicar pensamientos, sentimientos, esperanzas y temores —quedar aislado figuradamente de amigos y familiares— es una de las consecuencias más trágicas de los ataques apopléticos. Un paciente que sobrevivió a un ataque lo describió así: “Cada vez que trataba de expresarme, no salía ninguna palabra. Me veía obligado a permanecer callado y no podía seguir instrucciones verbales ni escritas. Las palabras sonaban [...] como si la gente que me rodeaba hablara un idioma extranjero. No comprendía el lenguaje ni podía usarlo”.
Charles, en cambio, entendía todo lo que le decían. Pero él nos escribe lo que sucedía cuando iba a responder: “Escogía las palabras que quería decir, pero me salían revueltas y distorsionadas. En ese momento sentía que estaba atrapado dentro de mí mismo”. Arthur Josephs explica en su libro Stroke: An Owner’s Manual (La apoplejía: manual de instrucciones): “Para producir el habla deben controlarse y coordinarse más de cien músculos diferentes, y cada uno de estos músculos es controlado por un promedio de más de cien motoneuronas. [...] Se necesita la increíble cantidad de 140.000 acciones neuromusculares para cada segundo de habla. ¿Es de sorprender que una lesión en una parte del cerebro que controla estos músculos tenga como resultado habla confusa?”.
Los accidentes cerebrovasculares causan muchos fenómenos desconcertantes en la zona del habla. Por ejemplo, es posible que un paciente que no habla pueda cantar. Otro tal vez pronuncie palabras espontáneamente, pero no cuando desea hacerlo, o, por otra parte, quizás hable sin parar. También hay quienes repiten las palabras o las frases una y otra vez, o utilizan las palabras incorrectamente y, por ejemplo, dicen sí cuando quieren decir no, y viceversa. Algunos saben qué términos quieren emplear, pero el cerebro no puede hacer que la boca, los labios y la lengua los pronuncien. O es posible que articulen mal a causa de debilidad muscular. Otros hablan entrecortadamente, a trompicones.
El ataque apoplético también puede lesionar la zona del cerebro que controla el tono emocional, lo que da lugar a un habla monótona o a dificultades para comprender el tono emocional de los demás. Barreras de comunicación como estas y las descritas antes pueden abrir una brecha entre los familiares, lo que incluye al matrimonio. Georg explica: “Como la apoplejía afecta a las expresiones faciales y los gestos, de hecho, a toda la personalidad, de repente dejamos de compenetrarnos. Me parecía que estaba casado con una mujer totalmente diferente, a quien tenía que volver a conocer desde el principio”.
Cambios emocionales y de personalidad
Algunos de los desconcertantes trastornos emocionales y de personalidad que afrontan los sobrevivientes de una apoplejía y sus familias son: cambios de humor inoportunos, ataques de llanto o risa, arrebatos de cólera, sentimientos desacostumbrados de desconfianza y una tristeza inmensa.
Gilbert, que fue víctima de un ataque apoplético, cuenta: “En ocasiones me emociono y me echo a reír o a llorar por cualquier insignificancia. De vez en cuando alguien me pregunta: ‘¿Por qué te ríes?’ y no sé qué decirle”. Esto, aunado a la dificultad para mantener el equilibrio y a una cojera leve, impulsan a Gilbert a decir: “Me siento como si estuviera metido dentro de otro cuerpo, como si fuera otra persona diferente a quien era antes de la apoplejía”.
Para la mayoría de los pacientes es muy traumático ver alteradas sus funciones mentales y corporales. Hiroyuki, que sufre un defecto del habla y parálisis parcial como resultado de esta enfermedad, comenta: “Ni siquiera con el tiempo fui mejorando. Al darme cuenta de que no podría continuar trabajando como antes, me desesperaba. Culpaba a las cosas y a las personas, y estaba tan tenso emocionalmente que me parecía que iba a estallar. No me portaba como un hombre”.
Gran parte de las víctimas de apoplejía experimentan temor y ansiedad. Ellen comenta: “Me siento insegura cuando noto una presión en la cabeza que pudiera presagiar un ataque apoplético. Si no me esfuerzo por dejar de pensar negativamente, me entra pánico”. Ron habla de la inquietud que siente él: “A veces me resulta casi imposible llegar a conclusiones correctas. Cuando trato de solucionar dos o tres problemas pequeños al mismo tiempo, me frustro. Se me olvidan las cosas tan deprisa que a veces no me acuerdo de una decisión que tomé unos minutos antes. Como consecuencia, cometo errores atroces que me abochornan a mí y a los demás. ¿Cómo estaré dentro de unos años? ¿Seré incapaz de conversar coherentemente o de conducir? ¿Me convertiré en una carga para mi esposa?”.
Los familiares también son víctimas
Como puede verse, los pacientes de apoplejía no son los únicos que deben afrontar los estragos de la enfermedad. Los familiares también lo hacen. En algunos casos, estos tienen que hacer frente al terrible golpe de ver cómo una persona que antes era elocuente y capaz degenera súbitamente ante sus ojos y queda reducida a un estado de dependencia infantil. Los nuevos papeles que deben asumir los familiares pueden deteriorar las relaciones.
Haruko cuenta así los trágicos efectos: “Mi esposo perdió la memoria de casi todo lo importante. Tuvimos que dejar rápidamente la empresa que él dirigía y perdimos nuestra casa y posesiones. Lo que más me dolía era que ya no podía hablar francamente con mi esposo ni acudir a él en busca de consejo. Como confunde la noche con el día, muchas veces se quita los pañales protectores que necesita durante la noche. Aunque sabíamos que llegaría el momento en el que quedaría reducido a este estado, se nos hace difícil aceptar la realidad de su enfermedad. Nuestra situación se ha invertido por completo, pues ahora somos mi hija y yo quienes cuidamos de él”.
“Cuidar de una víctima de apoplejía, sin importar cuánto se la ame, a veces puede agotar —observa Elaine Fantle Shimberg en el libro Strokes: What Families Should Know (La apoplejía: lo que deben saber las familias)—. La presión y la responsabilidad no disminuyen.” En algunos casos, los familiares dedican tanta atención al enfermo que su propia salud, emociones y espiritualidad se ven afectadas. María explica el terrible impacto que ha tenido en su vida el ataque apoplético que sufrió su madre: “La visito todos los días e intento fortalecerla espiritualmente leyéndole y orando con ella, además de prodigarle amor, abrazos y besos. Cuando llego a mi casa, estoy agotada emocionalmente, algunos días hasta el grado de vomitar”.
Lo más difícil para algunos cuidadores es hacer frente a los cambios de comportamiento. El neuropsicólogo Ronald Calvanio explica a ¡Despertad!: “Cuando una enfermedad afecta a las funciones corticales superiores —es decir, al pensamiento, la conducta y las reacciones emocionales— estamos tratando con la esencia misma de la persona, así que en cierto modo las alteraciones psicológicas que se producen cambian el mundo de la familia de manera bastante drástica”. Yoshiko relata: “Parece como si mi esposo hubiera cambiado por completo desde que enfermó; se enfurece por cualquier cosa. Me deprimo mucho cuando se pone así”.
En muchas ocasiones, los cambios de personalidad no se reconocen fuera del círculo familiar, por lo que algunos cuidadores se sienten solos y llevan la carga sin ayuda. Midori explica: “Los ataques apopléticos han creado deficiencias mentales y emocionales en mi esposo. Aunque necesita mucho estímulo, no quiere hablar de ello con nadie, y sufre él solo. Así que soy yo quien tiene que hacer frente a sus cambios de ánimo. Verlo así todos los días me causa inquietud y a veces hasta me asusta”.
¿Cómo han afrontado muchos sobrevivientes de apoplejía y sus familias los cambios que esta enfermedad ocasiona en su vida? ¿Cómo podemos cada uno de nosotros apoyar a los que padecen las graves secuelas de una apoplejía? El siguiente artículo da las respuestas.
[Recuadro de la página 7]
SÍNTOMAS
• Debilidad, adormecimiento o parálisis súbitos de la cara, el brazo o la pierna, generalmente en un lado del cuerpo
• Visión borrosa o nublada repentina, sobre todo en un solo ojo; episodio de visión doble
• Dificultad para hablar o entender aun las oraciones más sencillas
• Mareos o falta de equilibrio o coordinación, especialmente en combinación con otro síntoma
Síntomas menos comunes
• Dolor de cabeza agudo, súbito e inexplicable, descrito frecuentemente como “el peor dolor de cabeza que jamás he tenido”
• Náuseas y fiebre repentinas (distintas de las que acompañan a las enfermedades virales por su velocidad de aparición: minutos u horas en lugar de varios días)
• Pérdida breve de la conciencia o un período de aturdimiento (desmayos, confusión, convulsiones, coma)
No haga caso omiso de los síntomas
El doctor David Levine insta a que cuando aparezcan los síntomas “se acuda lo antes posible a la sala de urgencias de un hospital. Hay pruebas de que si se trata una apoplejía en las primeras horas, el daño puede reducirse al máximo”.
A veces los síntomas duran un breve período de tiempo y desaparecen. Estos episodios reciben el nombre de ataques isquémicos transitorios (AIT). No los pase por alto, pues pueden indicar que existe un alto riesgo de sufrir una apoplejía completa. El médico puede tratar las causas y ayudar a reducir el riesgo.
[Reconocimiento]
Adaptación de las pautas suministradas por la Asociación Nacional de la Apoplejía, Englewood (Colorado, E.U.A.)