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¡Despertad! 1998
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¿Qué aspecto tenía Jesús?

EL TESTIMONIO de los historiadores laicos concerniente a la apariencia de Jesús está marcado grandemente por varios factores, que a su vez dan cuenta de las diferencias principales que se observan en la iconografía de Cristo.

Dos de ellos son la cultura de los países donde se realizaron las obras y la época en que se llevaron a cabo. Además, las creencias religiosas de los artistas y de sus clientes influyeron en las representaciones que se hicieron de Jesús.

En el transcurso de los siglos, maestros de la talla de Miguel Ángel, Rembrandt y Rubens se interesaron mucho por el físico de Cristo. Sus obras, cargadas a menudo de simbolismo y misticismo, han moldeado a buen grado el concepto que tiene el público en general de la fisonomía de Jesús. Ahora bien, ¿qué fundamentos tenían sus interpretaciones?

Qué dicen los historiadores

Con anterioridad a Constantino (emperador romano que nació en torno al año 280 y murió en el 337 de nuestra era), solía representarse a Jesús como joven “Buen Pastor” de pelo corto o de largos cabellos rizados. El libro Art Through the Ages (El arte a lo largo de los siglos) dice al respecto: “El tema del Buen Pastor se remonta, por vía del arte griego arcaico [pagano], a Egipto, si bien se convierte en el símbolo del fiel protector de la grey cristiana”.

Con el tiempo, la influencia pagana se agudizó aún más. “Jesús —agrega el libro— podía identificarse fácilmente con los dioses conocidos del mundo mediterráneo, en particular con Helios (Apolo), el dios sol [cuyo halo se aplicó con posterioridad a Cristo y luego a los “santos”], o, en su versión occidental romana, el Sol Invictus (Sol Invicto).” En un mausoleo descubierto bajo la basílica de San Pedro, de Roma, Jesús aparece de hecho como Apolo, “guiando por los cielos los caballos del carro solar”.

Pero esta representación juvenil no fue muy duradera. Adolphe Didron señala en su libro Christian Iconography (Iconografía cristiana) lo que ocurrió: “La figura de Cristo, en sus inicios juvenil, envejece de siglo en siglo [...] en consonancia con la mayor edad del cristianismo”.

Un texto del siglo XIII, que pretende ser una carta que dirige un tal Publio Léntulo al senado romano, contiene una descripción del físico de Jesús en la que se dice que tenía los “cabellos color avellana [castaño] claro, lisos hasta las orejas, luego rizados y con reflejos azulados y brillantes, sueltos sobre los hombros, y partidos en medio de la cabeza [...], barba abundante, del mismo tono que el cabello, poco larga, y algún tanto partida en medio del mentón; [...] con ojos verde [...] claro”. Este retrato ficticio influyó en multitud de artistas posteriores. No obstante, “cada época —afirma la New Catholic Encyclopedia— creó el tipo de Cristo que deseaba”.

Otro tanto cabe decirse de cada raza y religión. El arte religioso de las misiones en África, América y Asia representa al Cristo occidental de pelo largo, aunque a veces, según comenta la citada obra, se añadieron “rasgos autóctonos” a su apariencia.

Los protestantes también cuentan con sus artistas, que han interpretado el exterior de Jesús a su manera. En su libro Christ and the Apostles—The Changing Forms of Religious Imagery (Cristo y los apóstoles: las formas cambiantes de la imaginería religiosa), F. M. Godfrey señala: “El Cristo trágico de Rembrandt emana del espíritu protestante; aparece pesaroso, cadavérico, severo, [...] a imagen del alma protestante, introvertida y sacrificada”. Estos aspectos se reflejan en “la delgadez de Su cuerpo, la renunciación de la carne, la ‘humildad, el patetismo y la solemnidad’ con que concebía [Rembrandt] la epopeya cristiana”.

Sin embargo, veremos que el Cristo endeble, aureolado, afeminado, melancólico y de largos cabellos que suelen presentar las obras artísticas de la cristiandad no corresponde a la realidad y es, de hecho, muy diferente del Jesús bíblico.

La Biblia y la apariencia de Jesús

Dado que Jesús, “el Cordero de Dios”, no tenía defecto alguno, debió de ser un hombre apuesto (Juan 1:29; Hebreos 7:26). Sin duda, no tendría siempre el aire melancólico que presenta en el arte popular. Aunque padeció muchas aflicciones, su carácter habitual reflejaba a la perfección el de su Padre, el “Dios feliz” (1 Timoteo 1:11; Lucas 10:21; Hebreos 1:3).

¿Tenía el cabello largo? Los únicos que no se cortaban el pelo ni bebían vino eran los nazareos. Dado que Cristo no era uno de ellos, debió de llevarlo bien recortado, como todo varón judío (Números 6:2-7). También bebía con moderación cuando estaba acompañado, lo que respalda la idea de que no era una persona adusta (Lucas 7:34). Hasta hizo vino milagrosamente en un banquete nupcial celebrado en Caná de Galilea (Juan 2:1-11). Y es patente que tenía barba, como lo atestigua una profecía referente a sus padecimientos (Isaías 50:6).

¿Qué sabemos de su tez y su fisonomía? Probablemente fueron semíticos. Habría heredado tales rasgos de su madre, María, que era judía y cuyos antepasados también eran judíos, descendientes de los hebreos. Así pues, seguramente tuvo la tez y los rasgos propios de los judíos.

Por lo visto, no se observaban grandes diferencias físicas entre Jesús y los apóstoles, pues a la hora de traicionarlo, Judas tuvo que besarlo para que lo identificaran sus enemigos. Como vemos, podía pasar inadvertido entre las multitudes. Y así lo hizo al menos en una ocasión, cuando viajó de incógnito desde Galilea hasta Jerusalén (Marcos 14:44; Juan 7:10, 11).

No obstante, algunos lectores han deducido que Cristo debió de ser de constitución débil. ¿Por qué razones? Por un lado, porque hubo que ayudarle a cargar con el madero de tormento. Además, de los tres hombres que sufrieron este suplicio, él fue el primero en morir (Lucas 23:26; Juan 19:17, 32, 33).

Jesús no fue endeble

En desacuerdo con la tradición, la Biblia no indica que fuera endeble ni afeminado. Por el contrario, señala que, ya de joven, “siguió progresando en sabiduría y en desarrollo físico y en favor ante Dios y los hombres” (Lucas 2:52). La mayor parte de sus tres decenios de vida la dedicó a la carpintería, ocupación que no hubiera sido la indicada para alguien de complexión débil, máxime cuando no se contaba con la ayuda de la maquinaria moderna (Marcos 6:3). Asimismo expulsó del templo a las reses, las ovejas y los cambistas, a quienes además les volcó las mesas (Juan 2:14, 15). Estas acciones también muestran que era un hombre fuerte y varonil.

Durante los últimos tres años y medio que vivió en la Tierra, caminó centenares de kilómetros en sus viajes de evangelización. Sin embargo, ni una sola vez le recomendaron los discípulos que ‘descansara un poco’. Más bien, fue Jesús quien les dijo a ellos —algunos, recios pescadores— lo siguiente: “Vengan, ustedes mismos, en privado, a un lugar solitario, y descansen un poco” (Marcos 6:31).

“Todos los relatos evangélicos —señala la Cyclopædia de M’Clintock y Strong— indican [que] gozaba de una magnífica salud física.” Si así es, ¿por qué tuvieron que ayudarle a llevar el madero de tormento y por qué murió antes que los que padecían junto a él el mismo suplicio?

Un factor primordial es la terrible angustia que sufrió. Al aproximarse su ejecución, dijo: “En verdad, tengo un bautismo con que ser bautizado, ¡y cuán angustiado me siento hasta que quede terminado!” (Lucas 12:50). La angustia acabó convirtiéndose en “agonía” en su última noche: “Entrando en agonía, continuó orando más encarecidamente; y su sudor se hizo como gotas de sangre que caían al suelo” (Lucas 22:44). Jesús era consciente de que las perspectivas que tenía la humanidad de obtener vida eterna dependían de que él se mantuviera íntegro hasta la muerte. ¡Qué peso tan abrumador! (Mateo 20:18, 19, 28.) También sabía que el propio pueblo de Dios iba a ejecutarlo como criminal “maldito”. De ahí que le preocupara la deshonra que esto podía ocasionar a su Padre (Gálatas 3:13; Salmo 40:6, 7; Hechos 8:32).

Una vez traicionado, padeció una agresión tras otra. En un juicio simulado que se celebró a altas horas de la noche, las principales autoridades del país le escarnecieron, le escupieron y le dieron puñetazos. A fin de aportar un aire de legitimidad a aquel proceso nocturno, se celebró otro a primeras horas de la mañana, en el que lo interrogó Pilato; otro tanto hizo después Herodes, quien, al igual que sus soldados, se burló de él. Tras esto, volvió a manos de Pilato, que finalmente lo hizo flagelar. La flagelación romana no se limitaba a simples azotes. La revista The Journal of the American Medical Association la describe así:

“El instrumento habitual era un látigo corto [...] con varias tiras de cuero sueltas o trenzadas, de diversa longitud, que tenían atadas a intervalos bolitas de hierro o pedazos cortantes de hueso de oveja. [...] Cuando los soldados romanos flagelaban la espalda de la víctima con todas sus fuerzas, las bolas de hierro le ocasionaban contusiones profundas, y tanto las tiras de cuero como los huesos de oveja le desgarraban la piel y los tejidos subcutáneos. Durante el proceso de la flagelación, las laceraciones llegaban hasta los músculos esqueléticos subyacentes y formaban tiras temblorosas de carne sangrante.”

Es obvio que Cristo había ido perdiendo las energías mucho antes de desplomarse bajo el peso del madero que llevaba. De hecho, la citada revista añadió: “Las agresiones físicas y psíquicas por parte de judíos y romanos, así como la falta de comida, agua y sueño, también contribuyeron a su debilidad general. Así pues, ya antes de la crucifixión, el estado físico de Jesús era como mínimo grave y posiblemente crítico”.

¿Importa su exterior?

Tanto el retrato apócrifo que hizo Léntulo en su carta como las obras de los grandes artistas de antaño o los vitrales modernos, indican que a la cristiandad le apasiona todo lo que cautive las miradas. “Debe preservarse el excepcional poder evocador de la imagen de Jesucristo”, dijo el arzobispo de Turín, custodio de la polémica Sábana Santa.

No obstante, la Palabra de Dios omite deliberadamente dichos detalles ‘evocadores’ de su figura. ¿Por qué? Porque fácilmente distraerían la atención de lo que significa vida eterna: el conocimiento de la Biblia (Juan 17:3). El propio Jesús, nuestro modelo, ‘no miraba’, o consideraba importante, “la apariencia exterior de los hombres” (Mateo 22:16; compárese con Gálatas 2:6). Hacer hincapié en su imagen, cuando no hay ninguna mención de ella en los evangelios inspirados, es ir en contra del espíritu de estos. De hecho, como veremos en el artículo siguiente, su apariencia ya ni siquiera guarda semejanza con la forma humana.a

[Nota]

a Por supuesto, no hay nada malo en utilizar para el estudio bíblico ilustraciones que incluyan a Jesús, como las que aparecen con frecuencia en las publicaciones de la Sociedad Watch Tower. Estas no tienen la finalidad de generar misticismo, infundir temor o fomentar conceptos, símbolos o veneración contrarios a las Escrituras.

[Ilustraciones de la página 7]

El Cristo débil y pálido de los artistas de la cristiandad frente al de una ilustración basada en los relatos bíblicos

[Reconocimiento]

Jesús predica en el lago de Genesaret, de Gustavo Doré

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