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  • Una vida rica y recompensadora en el servicio a Jehová

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  • Una vida rica y recompensadora en el servicio a Jehová
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1994
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1994
w94 1/4 págs. 20-24

Una vida rica y recompensadora en el servicio a Jehová

RELATADO POR LEO KALLIO

Terminaba un hermoso día de finales de verano del año 1914 en el suburbio de Turku, una ciudad finlandesa. De repente, la tranquilidad desapareció ante la noticia de que había estallado una gran guerra. Las calles pronto se llenaron de aquellos que querían saber qué ocurría. Los rostros graves de los adultos hicieron que los niños nos preguntáramos qué iba a pasar. Yo tenía 9 años de edad, y recuerdo que los juegos pacíficos infantiles cambiaron a juegos bélicos.

AUNQUE Finlandia no participó en la I Guerra Mundial (1914-1918), el país sufrió una violenta guerra civil en 1918. Los parientes y anteriores amigos tomaron las armas unos contra otros debido a sus diferentes ideologías políticas. Nuestra familia de siete miembros experimentó este odio. Mi padre, que expresaba sus opiniones sin rodeos, fue arrestado y sentenciado a siete años de prisión. Más tarde fue absuelto, pero para entonces su salud ya estaba muy afectada.

Nuestra familia padeció hambre y enfermedades durante aquellos terribles años. Tres de mis hermanas menores murieron. El hermano de mi padre, que vivía en la ciudad de Tampere, se enteró de nuestras dificultades e invitó a mis padres y a los dos hijos que les quedaban a vivir con él.

Años más tarde, cuando aún vivía en Tampere, conocí a una muchacha encantadora llamada Sylvi. Sus antecedentes eran parecidos a los míos. Habían matado a su padre en la guerra civil, y después un amigo íntimo de la familia, Kaarlo (Kalle) Vesanto, de la ciudad de Pori, las recogió a ella, a su hermana y a su madre en su casa. Le buscó un trabajo a la madre de Sylvi y mandó a las muchachas a la escuela. Con el tiempo, Sylvi se mudó a Tampere para trabajar, y allí fue donde la conocí.

Una noche que cambió mi vida

En 1928 nos hicimos novios, y un día viajamos a Pori para visitar a Kalle Vesanto y a su familia. Ningún otro suceso ha afectado tan drásticamente mi vida. Kalle había sido propietario de caballos trotones y corredor, pero había dejado el negocio. Él y su esposa se habían hecho publicadores celosos de las buenas nuevas del Reino de Dios. El Anuario de los testigos de Jehová de 1990 cuenta que contrató a unos hombres para pintar las palabras “Millones que ahora viven no morirán jamás” en una pared exterior de su casa de dos pisos. El texto tenía el suficiente tamaño como para que se pudiera leer bien desde los trenes que pasaban velozmente por delante.

Aquella noche Kalle y yo hablamos hasta altas horas de la madrugada. “¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?”, preguntaba, y Kalle respondía. Aprendí verdades fundamentales de la Biblia literalmente de la noche a la mañana. Me apunté los textos que explicaban diferentes enseñanzas. Más tarde, cuando regresé a casa, conseguí una libreta y escribí todos aquellos textos palabra por palabra. Como aún no conocía bien la Biblia, usaba esta libreta para dar testimonio a los compañeros de la construcción donde trabajaba. Cuando desenmascaraba las enseñanzas de la religión falsa, muchas veces repetía las palabras de Kalle: “¡Les han engañado, muchachos!”.

Kalle me dio la dirección de una casa de Tampere donde se reunían unos treinta Estudiantes de la Biblia. Allí me agachaba en un rincón cerca de la puerta al lado del hermano Andersson, el dueño de la vivienda. No asistía regularmente, pero la oración me ayudó. Una vez que pasé por serias dificultades en el trabajo, oré: “Por favor, Dios, si me ayudas a superar estas dificultades, te prometo asistir a todas las reuniones”. Pero las cosas empeoraron. Entonces me di cuenta de que le estaba poniendo condiciones a Jehová, de modo que cambié mi oración a: “Pase lo que pase, te prometo asistir a todas las reuniones”. A partir de entonces las dificultades empezaron a remitir, y asistí regularmente a las reuniones. (1 Juan 5:14.)

Los primeros años de nuestro ministerio

En 1929, Sylvi y yo nos casamos, y en 1934 ambos simbolizamos nuestra dedicación a Jehová mediante el bautismo en agua. En aquellos días teníamos que llevar un gramófono y discos a las casas de la gente y preguntar amablemente si podíamos presentar un discurso bíblico sin costo. Solían invitarnos a pasar, y cuando oían el discurso grabado, entablábamos una conversación y muchos aceptaban algunas publicaciones.

Con el permiso de las autoridades, reproducíamos estos mismos discursos bíblicos con amplificadores en los parques. Y en los suburbios colocábamos los altavoces en un tejado o en la parte superior de una chimenea. En otras ocasiones los reproducíamos a orillas del lago, donde la gente se reunía en grandes multitudes. Llevábamos los amplificadores en un bote y remábamos lentamente a lo largo de la orilla. Los domingos participábamos en una campaña rural en autobús, equipados con nuestros valiosos amplificadores y muchas publicaciones.

Un cambio que puso a prueba nuestra fe

En 1938 empecé el ministerio de tiempo completo como precursor, pero seguí trabajando de albañil. A la primavera siguiente recibí una invitación de la sucursal de la Sociedad para ser ministro viajante, ahora llamado superintendente de circuito. No fue fácil tomar la decisión de aceptar porque me encantaba trabajar con la congregación de Tampere. Además, éramos propietarios de nuestra casa; teníamos un hijo de 6 años, Arto, que pronto iría a la escuela, y Sylvi se sentía a gusto en su trabajo de vendedora en una tienda. De todos modos, después de hablarlo juntos, acepté este privilegio de servicio al Reino. (Mateo 6:33.)

Luego empezó otro período difícil. La guerra estalló el 30 de noviembre de 1939, cuando las tropas soviéticas entraron en Finlandia. La guerra, llamada guerra de invierno, duró hasta marzo de 1940, cuando Finlandia tuvo que acceder a firmar un tratado de paz. Parecía que hasta los elementos naturales habían declarado la guerra, pues fue con diferencia el invierno más frío del que tengo conciencia. Viajaba en bicicleta de una congregación a otra con temperaturas exteriores de -30° C.

En 1940 se proscribió en Finlandia la obra de los testigos de Jehová. Después se encarceló a muchos jóvenes Testigos finlandeses, a los que se forzó a permanecer en celdas en condiciones inhumanas. Estoy agradecido de haber podido servir a las congregaciones durante la II Guerra Mundial, de 1939 a 1945. Para ello, a menudo me vi obligado a separarme de Sylvi y Arto durante meses. Además, existía la amenaza constante de arresto por llevar a cabo una obra ilegal.

Debía ser todo un espectáculo verme montado en una bicicleta cargada con una maleta, una bolsa llena de libros, un gramófono y discos. Una razón por la que llevaba los discos era para demostrar, en caso de que me arrestaran, que no era un paracaidista de reconocimiento que espiaba para los rusos. Podía explicar que si hubiera sido un paracaidista, se habrían roto los discos en el salto.

No obstante, en cierta ocasión que visitaba un vecindario al que se había notificado la presencia de un espía, una familia Testigo pensó que podía ser yo. Llamé a su puerta una oscura noche de invierno, pero no me abrieron por miedo. De modo que pasé la noche en el granero, cubierto de heno para mantenerme caliente. A la mañana siguiente se aclaró la confusión de identidad, y debo decir que durante el resto de la visita aquella familia fue especialmente hospitalaria conmigo.

Durante los años bélicos, solo el hermano Johannes Koskinen y yo servimos a las congregaciones del centro y el norte de Finlandia. Ambos estábamos encargados de grandes extensiones de territorio, de unos 600 kilómetros de extremo a extremo. Teníamos tantas congregaciones que visitar, que solo podíamos permanecer dos o tres días en cada una. Los trenes no solían ser puntuales y había tan pocos autobuses y estaban tan atestados, que me asombraba que llegáramos a nuestros destinos.

Escapo por poco

Una vez, a principios de la guerra de invierno, fui a la sucursal de Helsinki y recogí cuatro pesadas cajas de publicaciones proscritas para llevármelas en el tren y dejarlas en las congregaciones. Cuando estaba en la estación de Riihimäki, sonó la alarma de ataque aéreo. Los soldados del tren se pusieron sus uniformes para la nieve, y se dijo a los pasajeros que salieran inmediatamente del tren y se refugiaran en un campo abierto al otro lado de la estación.

Pedí a los soldados que me llevaran las cajas y les advertí de su importancia. Cuatro de ellos tomaron una caja cada uno y corrimos unos 200 metros por el campo cubierto de nieve. Nos echamos al suelo, y alguien me gritó: “¡Eh, civil, no te muevas para nada! Si los bombarderos detectan el más mínimo movimiento, nos dispararán”. Tuve la suficiente curiosidad como para mirar al cielo y contar veintiocho aviones.

De repente, la explosión de las bombas sacudió el suelo. Ninguna cayó sobre la estación, pero sí sobre el tren en el que llegamos. ¡Qué grotesco panorama ofrecía el tren bombardeado y los raíles retorcidos! A la mañana siguiente pude seguir el viaje con las cajas, y los soldados partieron en otro tren. Uno de ellos se hizo Testigo después de la guerra, y me dijo que tras el incidente, los soldados hablaron de aquel extraño civil con sus cajas.

Algún tiempo después se arrestó al hermano Koskinen antes de salir del tren cuando viajaba a la pequeña congregación de Rovaniemi, en el norte de Finlandia. Fue encarcelado y maltratado severamente. Cuando me tocó visitar esa misma congregación, decidí apearme del tren en la pequeña estación de Koivu. Allí la hermana Helmi Pallari se las arregló para que hiciera el resto del viaje en un vagón lechero. La visita a la congregación de Rovaniemi fue un éxito. Sin embargo, tuve problemas al partir.

Camino de la estación de ferrocarril, mi compañero y yo nos topamos con dos militares que estaban comprobando los papeles de todos los transeúntes. “No los mires. Mantén la vista al frente”, le dije. Pasamos entre ellos como si no existieran. Entonces empezaron a seguirnos. Finalmente, al llegar a la estación pude confundirme entre la multitud y subir a un tren en marcha. ¡No estaba exenta de emociones la obra viajera en aquellos días!

Una vez me arrestaron y me llevaron a la junta de reclutamiento. Tenían la intención de mandarme al frente. En ese momento sonó el teléfono, y contestó el oficial que iba a entrevistarme. Pude oír la voz que gritaba al otro lado de la línea: “¿Por qué rayos sigue mandando a estos enfermos inútiles? Todo lo que podemos hacer es enviarlos de vuelta. Necesitamos hombres capaces de trabajar”. Afortunadamente llevaba conmigo un certificado médico de un problema de salud que tenía. Lo presenté y no me escogieron, de modo que pude continuar sin interrupción la obra en las congregaciones.

Ayudo en un juicio

La histeria bélica continuó, y arrestaron a mi amigo Ahti Laeste. Su esposa me llamó. Cuando fui a su casa, encontré entre sus papeles un documento de la policía local que daba permiso a Ahti para presentar discursos grabados en los parques públicos de la ciudad. Fuimos al juicio con el documento. Cuando terminaron de leer la acusación, le pasé el documento al hermano Laeste. El juez pidió a un soldado que trajera el gramófono y algunos discos de las presentaciones bíblicas para que el tribunal los oyera. Después de oír todas las presentaciones, el juez dijo que no veía nada impropio en su contenido.

Entonces se nos pidió a Ahti, a su esposa y a mí que saliéramos de la sala y esperáramos en el pasillo la decisión del tribunal. Allí aguardamos ansiosos. Finalmente oímos una voz que dijo: “Que el acusado se sirva entrar en la sala”. El hermano Laeste fue absuelto. Volvimos a nuestro trabajo con un corazón rebosante de gratitud a Jehová: el hermano Laeste y su esposa, al suyo en su congregación, y yo, al mío en la obra viajante.

La guerra termina, nuestro servicio continúa

Cuando la guerra terminó, se levantó la proscripción de nuestra obra de predicar, y los hermanos salieron de prisión. Durante los muchos años que he pasado en el servicio, me ha impresionado profundamente el papel que las hermanas cristianas han desempeñado en la obra del Reino y apoyando a sus esposos. Estoy especialmente agradecido a Sylvi por sus sacrificios y apoyo. Como resultado, pude seguir en la obra viajera por treinta y tres años sin interrupción y después ser precursor especial.

Tanto Sylvi como yo animamos a Arto a ser precursor cuando terminó la escuela, a aprender inglés y a asistir a la Escuela Bíblica de Galaad de la Watchtower en Estados Unidos. Se graduó de Galaad en 1953. Después se casó con Eeva, y juntos han servido en diferentes facetas del ministerio de tiempo completo, como la obra de circuito, el servicio de Betel y el precursorado especial. En 1988 se mudaron a Tampere, nuestra ciudad de residencia, para atendernos a Sylvi y a mí mientras siguen sirviendo de precursores especiales.

Sylvi y yo hemos disfrutado de una vida rica y bendita con muchísimos recuerdos que nos animan, aunque nuestras fuerzas ya no son las de antes. Nos ayuda mucho pensar en el crecimiento que hemos visto. Cuando empecé a visitar las congregaciones, en 1939, había 865 publicadores del Reino en Finlandia, pero ahora hay más de dieciocho mil.

Poco podía imaginarme cuando empecé el ministerio de tiempo completo en 1938 que cincuenta y cinco años más tarde aún participaría en él. A pesar de la edad avanzada, seguimos adelante con el poder de Jehová, esperando nuestra recompensa prometida. Confiamos en las palabras del salmista: “Jehová es bueno; su bondad amorosa es hasta tiempo indefinido, y su fidelidad hasta generación tras generación”. (Salmo 100:5.)

[Fotografía en la página 21]

Leo y Sylvi Kallio simbolizaron su dedicación a Jehová en 1934

[Fotografía en la página 23]

Fotografía reciente de Leo y Sylvi al acercarse a los sesenta años de servicio dedicado

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