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  • g75 22/12 págs. 24-25
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  • ¿Debe uno defenderse?
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¡Despertad! 1975
g75 22/12 págs. 24-25

¿Cuál es el punto de vista bíblico?

¿Debe uno defenderse?

EN MUCHAS partes de la Tierra aumentan los crímenes y la violencia. Especialmente en las ciudades más grandes, la gente no se siente segura ni siquiera en su propio hogar. ¿Qué hay si alguien nos amenazara con violencia? ¿Debiéramos ‘volverle la otra mejilla’?

Es cierto que Jesucristo habló de ‘volver la otra mejilla.’ Pero hay que considerar si realmente estaba hablando de amenazas serias a la vida de una persona. Dijo él: “No resistan al que es inicuo; antes al que te dé una bofetada en la mejilla derecha, vuélvele también la otra.” (Mat. 5:39) Ahora bien, una bofetada es un insulto, a menudo destinado a provocar una pelea. Al no desquitarse el cristiano cuando es sometido a habla o acción insultante, quizás evite dificultades. “Una respuesta, cuando es apacible,” dice la Biblia, “aparta la furia.”—Pro. 15:1.

No obstante, la situación es muy diferente cuando uno es amenazado con grave daño corporal. En su Ley a Israel, Jehová Dios reveló que el individuo tenía el derecho de defenderse personalmente. Por ejemplo, con respecto a un ladrón que forzara una casa de noche, la Ley declaraba: “Si se hallara a un ladrón en el acto de forzar su entrada y efectivamente se le hiriera y muriera, no hay culpa de sangre por él.” (Éxo. 22:2) Sería muy difícil de noche determinar las intenciones del intruso. Para protegerse de posible daño, el dueño de casa tenía el derecho de infligir duros golpes. Y si estos golpes resultaran fatales, no se le consideraba culpable de homicidio.

En realidad, es inherente en el hombre evitar daño a su cuerpo. Si se le arroja un objeto, instintivamente hurta el cuerpo para evitar el daño o, de no ser posible, se protege la cabeza. Igualmente, si un pariente amado —esposa o hijo— está bajo ataque, un hombre hará instintivamente lo que pueda para ayudar, aunque el hacerlo le costará la vida. Esa acción también está en armonía con lo que Jesucristo mismo hizo al sacrificar su vida por la congregación.—Efe. 5:25.

De modo que si usted o uno de sus amados fueran atacados por un hombre o una mujer que portara un arma, ¿qué podría hacer usted? Hasta el grado que el tiempo y la habilidad humana se lo permitan, tendrá que juzgar la situación y decidir si el individuo meramente quiere dinero u otros objetos de valor, o está empeñado en infligir grave daño físico. Ciertamente sería temerario sacrificar la vida de uno en un esfuerzo por proteger posesiones materiales perecederas. El entregar el dinero u otros objetos de valor sin ofrecer resistencia bien puede alejar cualquier amenaza a la vida. Además, la ley mosaica consideraba culpable de sangre o sea de homicidio, a la persona que le diera muerte de día a un ladrón. (Éxo. 22:3) ¿Por qué? Evidentemente porque, de día se podría identificar para la Ley al ladrón. Puesto que la ley mosaica manifiesta el punto de vista de Dios, podemos entender por qué un cristiano no podría alegar defensa propia si, en realidad, solo estaba envuelta la defensa de la propiedad contra un criminal identificable.

Por otra parte, puede que la persona armada esté resuelta a matar. Entonces ¿qué se debe hacer?

Cuando es posible huir, eso es preferible. La Biblia relata varios casos en que Jesús hizo precisamente eso. Hubo la ocasión en que ciertos judíos “tomaron piedras para tirárselas; pero Jesús se escondió y salió del templo.” (Juan 8:59) Con respecto a otra ocasión, leemos: “Otra vez trataron de prenderlo; pero se les fue de las manos.”—Juan 10:39.

Si es imposible huir, quizás el individuo pueda razonar con el atacante. Pero, en otros casos, el tratar de razonar con una persona determinada a infligir daño puede resultar en perder tiempo valioso. La situación puede ser tal que lo único que el individuo puede hacer es usar lo que tenga a mano para protegerse a sí mismo o a otros. Como resultado, puede que el atacante reciba un golpe fatal. Desde el punto de vista bíblico, el que actuara así en defensa de sí mismo no incurriría en culpabilidad de sangre.

En vista del aumento de los crímenes y la violencia, algunos cristianos quizás se pregunten si no debieran armarse en preparación para un posible ataque. Sabemos que los apóstoles de Jesús tuvieron al menos dos espadas. (Luc. 22:38) Esto no era algo raro, pues en aquel tiempo los judíos estaban bajo la ley mosaica que permitía el conflicto armado. También, las espadas eran de valor para protegerse de las bestias salvajes. Y podían servir un propósito útil, muy parecido al de un hacha o un cuchillo grande.

Sin embargo, como muestran los acontecimientos del 14 de Nisán de 33 E.C., Jesucristo no quiso que sus seguidores judíos usaran espadas en circunstancias que podrían provocar resistencia armada contra las autoridades del país. Por ejemplo, cuando Pedro usó una de las espadas contra la chusma que había venido a arrestar a su Señor, Jesús ordenó: “Vuelve tu espada a su lugar, porque todos los que toman la espada, perecerán por la espada.” (Mat. 26:52) La acción de Pedro en este caso no fue un asunto de defensa propia, sino, más bien, resistencia a las autoridades y hasta contra la voluntad de Dios. La intención de la chusma era arrestar a Jesús y llevarlo a juicio.

Es bueno tener presente que nosotros simplemente no podemos prepararnos para todo lo que pueda suceder. Por lo tanto, el cristiano es prudente cuando no se preocupa demasiado acerca de sus necesidades materiales y seguridad física. Jesucristo advirtió: “Dejen de inquietarse respecto a su alma en cuanto a qué comerán o qué beberán, o respecto a su cuerpo en cuanto a qué se pondrán.” (Mat. 6:25) Jesús no estaba diciendo aquí que una persona no debiera trabajar para obtener las cosas necesarias para la vida, antes bien sencillamente estaba señalando que esto no debiera llegar a ser asunto de importancia indebida. Igualmente, está bien tomar precauciones acerca de la seguridad personal de uno, pero es un asunto enteramente diferente cuando uno permite que esto llegue ser causa de gran ansiedad.

Por lo tanto, un cristiano debiera darle consideración seria a los peligros potenciales que acompañan el procurarse un arma mortífera, como una pistola, para defenderse. No es raro que la disponibilidad de un arma de fuego, junto con el pánico o reacción exagerada, haya resultado en muertes innecesarias. Está el caso del hombre de cuarenta años de edad en el estado de Arkansas que cargó su escopeta por la primera vez en cuatro años. Puesto que habían ocurrido muchos robos en el vecindario se determinó a proteger su propiedad. Temprano a la mañana siguiente oyó lo que pensó que era un merodeador tropezando fuera de su casa. Tomó la escopeta y disparó contra la puerta del frente. Luego encendió la luz. Allí en la entrada estaba su hija de trece años de edad... muerta.

Por consiguiente, antes de comprar un arma mortífera, uno ciertamente debiera pesar ambos aspectos... un peligro potencial contra otro peligro potencial. Hay que decidir cuál sería el riesgo mayor.

Por lo antedicho es evidente que las Escrituras le dan a uno el derecho a defenderse o defender a otros contra daño físico. Sin embargo, no autorizan los conflictos armados ni el dar muerte a un ser humano durante el día en un esfuerzo por proteger las posesiones materiales.

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