“Pero ¿qué digo?”
Perfeccionando el arte de conversar
“PARECÍA que otros niños de la escuela siempre sabían lo que era apropiado decir. Siempre salían con las palabras precisas. A la gente le gustaba estar con ellos. Pero en mi caso era diferente,” comenzó a relatar un joven que por años fue tímido. La situación que pasó a describir es una con la cual millones de personas por toda la Tierra pueden identificarse en sentido emocional.
“Cuando estaba entre otras personas me sudaban las manos y sentía un cosquilleo en el estómago. Me ponía tenso. La mente se me quedaba en blanco. ¿Qué podía decir? Sin embargo, me gustaba estar con la gente y quería comunicarme, así que trataba de hacerlo. Pero cuando al fin balbuceaba algo, lo que decía no tenía gracia debido a la tensión. Después me sentía peor aún.”
Quizás haya habido momentos en que usted o alguien a quien usted ama se hayan sentido de la misma manera. A muchas personas se les hace difícil ir más allá de la etapa inicial o saludo en una conversación. La creciente soledad y el aumento en el número de familias “silenciosas” hacen patente la falta de comunicación.
¿A qué se debe que no se tenga gracia al conversar? Pudiera ser debido a la crianza de la persona. Además, hoy día muchas personas son más egocéntricas y no se interesan tanto en los demás. También, a pesar del evidente carácter extravertido de las masas, muchas personas son tímidas. En el libro Shyness (Timidez), por el Dr. P. G. Zimbardo, se informa que de 5.000 personas abarcadas en la encuesta, el 80 por ciento de ellas declararon que fueron tímidas en alguna etapa de su vida, y el 40 por ciento de ellas consideraban que eran tímidas al presente.
Haciendo mención de otro problema, cierto escritor dijo: ‘Preferimos encender el televisor y “apagar” la conversación de unos con otros.’ Aludiendo al efecto que el ver televisión ha producido en las familias, un orador en una asamblea italiana sobre medios de informar al público hizo una propuesta insólita: “Cierren todas las estaciones de televisión una vez a la semana.” ¿Por qué? Dijo que esto resultaría en “el redescubrimiento de la conversación entre los miembros de la familia, un hábito que se perdió hace mucho.”
De modo que todas estas condiciones contribuyen a la incapacidad de muchas personas para perfeccionar el arte de conversar. Pero ¿qué puede hacerse para vencer el problema?
El primer obstáculo... su manera de pensar
“Hubo dos ideas que tuve que sacarme de la cabeza,” dijo el joven que se mencionó anteriormente. “Primero, era muy egocéntrico. Me preocupaba demasiado por lo que pensara la gente de lo que yo dijera. Creía que estaría poniéndome en ridículo. Y, en segundo lugar, siempre tuve la idea de que otros criticarían todo lo que dijera.” ¿Qué le ayudó a vencer esos sentimientos?
Oyó una conferencia bíblica en la cual el orador explicó que el amor genuino “no busca sus propios intereses” y está “siempre deseoso de creer lo mejor.” Este consejo le ayudó a empezar a tener confianza en otros, a no imputarles malos motivos (aun cuando algunos fueran criticones), y a comunicarse más con otros, lo cual resultaría en que fuera menos egocéntrico.—1 Corintios 13:4-7, Traducción del Nuevo Mundo; Moffatt.
El pensar solo en sus propios intereses hace que algunos acaparen la conversación. En cambio, otros imitan al estadista norteamericano Calvin Coolidge, que era célebre por su indiferencia total con respecto al arte de conversar. Se le preguntó por qué asistía a tantos banquetes y sin embargo se veía tan aburrido. Su respuesta fue: “Bueno, uno tiene que comer en algún sitio.” Sí, ¡hay quienes no sienten responsabilidad alguna en tales reuniones salvo la de llenarse el estómago!
Para aportar algo a una conversación hay que tener algo en mente que decir. Por eso, póngase al corriente. El leer periódicos y revistas (como ésta) y el tomar notas mentales o escritas le suministrará detalles interesantes que deleitarán a otros.
Sea un oyente activo
“Tengo que confesar que padezco de una falta común entre los oyentes,” escribió una señora. “Siempre quiero ofrecer consejo a mis amistades. Me llaman para quejarse y desahogarse y lo único que quieren es un oído dispuesto a escuchar, pero, ay, en mi celo les ofrezco de golpe 15 soluciones.” Esta señora halló que sus amistades prontamente ponían fin a la conversación.
Lo mismo puede sucederle a cualquiera que no se haga oyente activo. En vez de estar pensando en lo que va a decir después, y estar interrumpiendo, acabando la oración de la otra persona o apremiándola, el buen oyente escucha atenta y pacientemente. Nadie puede hacer dos cosas a la vez y prestar a ambas atención indivisa. Cierta esposa expresó el sentimiento de muchas casadas: “No creemos que una persona pueda leer el periódico y escucharnos. . . . No creemos que una persona pueda ponerse el pijama, lavarse, cepillarse los dientes y, acurrucándose en la cama, cerrar los ojos y afirmar que nos está escuchando.”
Para ser un oyente activo, mire a la otra persona la mayor parte del tiempo, manifieste por una palabra o un ademán (quizás inclinando la cabeza) su interés en lo que se está diciendo. Procure identificarse con la situación de la otra persona. (Por ejemplo: “Sé como tienes que haberte sentido.”) Haga preguntas discretas y pertinentes. No vacile en pedir que se le aclare algo. A menudo a la gente le gusta explicar las cosas.
Por supuesto, algún conocimiento práctico relacionado con el arte de conversar, si se aprende y se usa, puede ser de ayuda. Pero el dominar el arte de conversar significa más que simplemente aprender un conjunto de reglas.
Un arte del corazón
Alguien que conoce una infinidad de anécdotas puede ser un conversador de la peor clase, a menos que su corazón rebose de interés amoroso en otros. No vigile “con interés personal solo sus propios asuntos, sino también con interés personal los de los demás,” recomienda la Biblia.—Filipenses 2:4.
El hacerse sensible a los sentimientos e intereses de otros es la verdadera clave para perfeccionar el arte de conversar. Pero, esta sensibilidad no solo debe reflejarse en el interés que mostramos en otros, sino también en las cosas de que hablamos. Obviamente, el que emplea ‘habla injuriosa’ y áspera no muestra amor. A veces, hasta una conversación inocente puede ser devastadora.—Tito 3:2.
Por ejemplo, un grupo de mujeres que se reunía todos los miércoles por la tarde para coser habló francamente de cómo deshonraba a su familia la “hija enviciada con las drogas” de una familia recién llegada a la vecindad. Más tarde, una de estas mujeres habló muy animadamente de este asunto al conversar con la esposa de un ministro.
“Hay otro aspecto,” replicó la esposa del ministro.
“Usted no estuvo en la reunión,” dijo con firmeza la otra mujer. “Si hubiera estado, usted... “
“No, estaba allí... en la casa,” respondió la esposa del ministro. “Ella no es hija de ellos... no, ni pariente; ni siquiera es una amiga ni hija de amigos de ellos; es solo una pobre chica que había estado enferma por tanto tiempo y había sufrido a tal extremo que los médicos mismos la hicieron víctima del hábito del opio. Y ellos han emprendido la tarea de tratar de curarla. Han renunciado a su hogar —a su vida misma— para lograrlo. Acabo de saberlo... con la ayuda del médico.”
Abruptamente, la mujer se puso de pie para salir de la casa del ministro. ¿Por qué tan súbitamente? ‘Tengo que decirles a todas las demás el otro lado hermoso del asunto,’ dijo ella, ruborizándose de vergüenza. Sí, a menudo algún asunto del que se habla en una conversación “inocente” tiene dos aspectos.
Así que, controle el impulso de decir algo que pudiera destruir la reputación de otra persona. No dañe el buen nombre de otro. (Compare con Proverbios 16:27, 28.) Pregúntese: ¿Cuánto de lo que digo desacredita a otros? Puede que después de un autoanálisis honrado vea la necesidad de hacer ciertos ajustes.
Las recompensas del conversar
Se establece una relación más estrecha con los que se llega a conocer mejor. Las familias se fortalecen. Se comienza a cerrar la brecha que hay entre esposo y esposa y entre padres e hijos. La persona ensancha su conocimiento al recurrir a la sabiduría de otros. Los jóvenes pueden añadir años de experiencia a su vida al aprovechar la experiencia de los adultos mediante la conversación. La vida se hace más deleitable.
Así, perfeccione y use el arte de conversar.
[Recuadro en la página 23]
¿ES USTED CONVERSADOR AMENO?
● Cuando usted pasa un rato con tres o más personas, ¿habla usted en total más de la mitad de ese tiempo?
● ¿Puede percibir usted cuando un amigo se siente animado o está abatido?
● ¿Habla usted principalmente sobre un tema... de sí mismo?
● ¿Confunde usted el ser cortante con el ser agudo?
● ¿Confunde usted el ser franco y sincero con el ser brusco y grosero?
● ¿Pregunta usted o se interesa por el bienestar de otros?
[Recuadro en la página 24]
SUGERENCIAS SOBRE LA CONVERSACIÓN
CÓMO COMENZARLA
● Preséntese.
● Diga algo acerca de una experiencia que ambos están compartiendo en ese momento.
● Ofrezca cumplidos sinceros.
● Pida ayuda u ofrézcala.
CÓMO MANTENERLA
● Haga preguntas. Sean sobre hechos: “¿Subió la temperatura sobre los 26 grados hoy?” o respecto a puntos de vista: “¿Cree usted que se está haciendo peligroso el vecindario?”
● Consiga que la persona hable acerca de sí misma. “¿Dónde se crió? ¿Le gusta su trabajo? ¿Qué se requiere para que una persona desempeñe ese tipo de trabajo?”
● Relate alguna anécdota personal o mencione algún detalle interesante.
● Evite la crítica injustificada, no obstante comparta francamente lo que opina de lo que la persona dice y cómo le afecta.
● Sepa cuándo es tiempo de marcharse.