La fauna africana está desapareciendo, ¿podrá sobrevivir?
SON las primeras horas de la mañana; la calma reina en la sabana africana. Un elefante macho está ramoneando entre los matorrales. Enrolla su trompa alrededor de pequeñas plantas y brotes, los desarraiga, les sacude el polvo, se los lleva a la boca y los mastica con fruición: así empieza su consumo diario de 136 kilogramos (300 libras) de vegetación. Él no lo sabe, pero ha pasado cuarenta años en estas verdes llanuras; sus grandes colmillos ponen de manifiesto su edad. Puede seguir procreando otros diez años y vivir hasta veinte años más.
Un disparo rompe la calma de esa mañana.
La bala de un potente rifle penetra profundamente en el costado del animal. Este emite un berrido aterrador, se tambalea y, desconcertado, trata de escapar pesadamente, pero lo alcanzan más balas. Por fin dobla las rodillas y se derrumba. Se acerca un vehículo, y varios hombres se ponen a trabajar a toda prisa. Destrozan la cara del elefante para llegar a las mismas raíces de los colmillos y los arrancan con rapidez. En unos cuantos minutos, los cazadores furtivos han desaparecido. El silencio vuelve a la sabana. El majestuoso elefante adulto se ha convertido en una masa de 6.300 kilogramos (14.000 libras) de carne que se abandona para que se pudra.
Lamentablemente, este no es de ningún modo un caso aislado. Se calcula que la caza furtiva acaba anualmente con la vida de entre 45.000 y 400.000 elefantes. Algunos informes sobre la fauna africana indican que el número total de elefantes ha disminuido de varios millones a menos de 900.000 especímenes. Si la caza furtiva continúa a este ritmo, ese número se reducirá a la mitad en los próximos diez años. Como los machos adultos están escaseando, cada vez se abaten más y más machos jóvenes, e incluso hembras.
¿Por qué esta carnicería? El comercio de marfil africano, que asciende a 50 millones de dólares anuales, unido a la facilidad con que se pueden conseguir armas automáticas, ha convertido al elefante en un blanco irresistible para los cazadores furtivos.
El rinoceronte africano está aún en mayor peligro. Fue muy cazado durante el siglo pasado, por lo que a principios de este siglo solo quedaban unos 100.000 ejemplares. Hoy tan solo sobreviven unos 11.000, y siguen asediados. Entre 1972 y 1978 se mataron anualmente 2.580 rinocerontes; muchos biólogos creen que esta será una especie extinta para el año 2000.
¿Por qué la matanza? De nuevo el dinero juega un papel importante: el cuerno del rinoceronte puede significar unos 11.000 dólares por kilogramo (5.000 dólares por libra) en la venta al por menor. Una vez pulverizado se vende por todo el Lejano Oriente como medicamento para los dolores de cabeza y la fiebre, aunque se ha demostrado su nula utilidad como remedio farmacéutico. Un mercado aún mayor del cuerno de rinoceronte se halla en Yemen, donde los jóvenes nuevos ricos suspiran por tener una daga tradicional con la prestigiosa empuñadura de cuerno de rinoceronte, aunque podría hacerse con un cuerno de vaca.
Los últimos gorilas monteses viven en las montañas volcánicas de Ruanda y Zaire, y en la cercana selva Buindi de Uganda. La cantidad de estos gorilas también ha disminuido de manera drástica. Actualmente solo quedan unos 400 en estado salvaje. ¿Por qué? Los cazadores furtivos los abaten como trofeos. Una cabeza de gorila puede venderse en el mercado negro por unos 1.200 dólares, ¡y se pagan 600 dólares por una mano para usarla como cenicero!
También se cree que el animal más rápido del mundo, el guepardo, está en peligro de extinción. Solo quedan unos 20.000 en estado salvaje. Además, los científicos advierten del peligro que supone la procreación en consanguinidad de esta pequeña población, que provoca una alta mortalidad de cachorros. Estos factores los hacen aún más vulnerables a las presiones impuestas por la reducción de su hábitat.
La necesidad de espacio vital para la fauna africana plantea complejos problemas. Por ejemplo: un elefante salvaje que pase por una pequeña granja y se alimente en ella puede fácilmente arruinar al granjero. Y si se confinan demasiados elefantes en un parque o una reserva donde no pongan en peligro las cosechas de los granjeros, su voracidad puede acabar en poco tiempo con los árboles del parque. Como los elefantes no pueden pasar a otro lugar, los bosques no tienen oportunidad de regenerarse.
Los protectores de la fauna, los guardas forestales y los científicos se han esforzado encomiablemente por resolver esos problemas y se han apuntado algunos éxitos. En África del Sur, por ejemplo, había recientemente solo unos 100 rinocerontes blancos. Se tomaron medidas para protegerlos, y ahora se cuentan unas 3.000 cabezas.
A pesar de esas medidas, el peligro persiste, no solo para el rinoceronte africano y la fauna de ese continente, sino para la fauna de todo el mundo. En Asia, tanto el elefante como el rinoceronte están aún en mayor peligro de extinción que las especies africanas que acabamos de considerar. Algunos estudios indican que cada día se extingue toda una especie de vida animal, lo cual es aún más preocupante. Otro informe expuso que de aquí a finales de siglo desaparecerán las especies a un ritmo de ¡una por hora!
¿Podemos permitir que se produzca este quebranto de la vida animal? ¿Puede el mercado de las necesidades humanas, sean reales o imaginarias, justificar de algún modo esa insaciable destrucción?