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  • Las amargas secuelas de la guerra

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  • Las amargas secuelas de la guerra
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¡Despertad! 1989
g89 8/10 págs. 4-6

Las amargas secuelas de la guerra

EL MONSTRUO destructivo de la guerra ha aniquilado a millones de hombres, mujeres y niños, combatientes y no combatientes por igual, y a muchos otros los ha dejado marcados física, emocional y psicológicamente.

Los soldados

Muchos soldados sobreviven a los horrores de la guerra mutilados y viendo frustrados sus planes para el futuro. Un ejemplo típico es un soldado anciano que sobrevivió a la primera guerra mundial, pero que tuvo que pasar en continuo sufrimiento los siguientes treinta años de su vida debido a los efectos del gas mostaza utilizado en esa guerra.

Sin embargo, las heridas más difíciles de superar suelen ser las emocionales y psicológicas. “Ninguno de los hombres que participaron en la primera guerra mundial ha conseguido olvidar jamás esa experiencia —escribió Keith Robbins en The First World War—. Hombres que parecían conservar su aplomo y compostura estaban marcados en lo más recóndito de su ser. Muchos años después, se despertaban por la noche, todavía incapaces de librarse de algún horror persistente.”

Piense, por ejemplo, en los horrores vividos en un solo día de 1916, durante la primera batalla del Somme: 21.000 muertos y 36.000 heridos, ¡tan solo entre las tropas británicas! “Los hombres que regresaron del Somme raras veces hablaban de sus horribles experiencias. Quedaron conmocionados y aturdidos [...]. A un hombre le obsesionó toda su vida el recuerdo de no haber podido socorrer a un compañero herido que le pidió ayuda cuando él volvía arrastrándose a través de tierra de nadie.” (The Sunday Times Magazine, 30 de octubre de 1988.)

“Temes herir a tus seres queridos —dijo Norman J mientras explicaba las consecuencias del intenso adiestramiento militar y de la violencia de los combates—. Si algo te despierta de pronto, tu reacción instintiva es atacar.” Hombres que durante mucho tiempo han vivido situaciones traumatizantes terminan con las emociones embotadas. “Resulta difícil manifestar la más mínima emoción —continuó Norman—. También he visto a hombres sumamente perturbados por la tensión. Vi a algunos romper jarras de cerveza y masticar el vidrio.”

Las reacciones de Norman no son infrecuentes. Cierto informe mencionó que “uno de cada siete veteranos de Vietnam sufre de estrés postraumático”, y otro, titulado: “Para muchos, la guerra perdura”, explicaba que “tantos como un millón de veteranos de Vietnam todavía tienen que dejar atrás una guerra que aún los aterroriza todos los días [...]. Algunos se han suicidado y han maltratado a su familia. A otros les atormentan vivos recuerdos y pesadillas, y se vuelven introvertidos [...]. Sufrieron una herida psicológica profunda y duradera”.

En ocasiones esto resulta en comportamiento delictivo. ¿Cuánto valor pueden los hombres dar a la vida y a los elevados principios morales cuando, como dijo Gerald Priestland, “la misma acción que me habría hecho convicto de asesinato en ciertas circunstancias, en otras podía hacerme merecer una medalla”? (Priestland—Right and Wrong.) Un veterano de Vietnam dijo: “Allí éramos asesinos a sueldo. Luego, al día siguiente, hay que regresar a casa, volver a la fábrica [de automóviles] Ford y olvidarlo todo. Sí, de acuerdo”. (Newsweek, 4 de julio de 1988.)

Los civiles

El periódico Frankfurter Allgemeine Zeitung comentó que las dos guerras mundiales “afectaron el psique de toda una generación [...]. La vida en medio de semejantes acontecimientos dejó marcas en las personas, marcas que pasaron a sus nietos y bisnietos [...]. Cuatro décadas después salen a la luz los síntomas de las heridas no curadas”, heridas que se han dejado sentir en todo el mundo.

Por ejemplo: durante la segunda guerra mundial, Mary C vivía en Inglaterra cerca de un blanco de los bombarderos alemanes. Ella comentó: “Debido a que no exteriorizaba mis emociones para que mis hijos no se asustaran, llegué a fumar mucho, y finalmente terminé con una depresión nerviosa que me provocó claustrofobia”.

En el otro lado de las líneas de batalla, en Alemania, se encontraba Cilly P. Ella dijo que ‘su vida de refugiados les había enseñado lo que significaba pasar hambre’, y también aprendió lo que significa sentir pesar. “Siempre que se hablaba de los muertos o desaparecidos —añadió—, pensábamos en nuestros hombres. Justo antes de dar a luz a sus gemelos, Anni, la hermana de mi novio, recibió la noticia de que su marido había muerto en la guerra. A muchas familias la guerra les arrebató a sus hombres, sus hogares y sus posesiones.”

Anna V, de Italia, fue otra víctima del dolor causado por la guerra. “Estaba amargada debido al horror de la guerra y los sufrimientos de mi familia —dijo—. Un año después de terminar la segunda guerra mundial, mi madre murió sin haber visto el regreso de su hijo de un campo de prisioneros de guerra de Australia. Mi hermana murió de desnutrición y falta de atención médica. Yo perdí mi fe en Dios por haber permitido el sufrimiento y las atrocidades.”

Es difícil de soportar la sacudida que produce el desplazamiento, la separación y la pérdida de seres queridos. El coste en términos humanos suele ser demasiado elevado. Una joven que enviudó en 1982 durante la guerra de las Malvinas entre Gran Bretaña y Argentina, expresó con las siguientes palabras el sentimiento de millones de personas que han perdido a seres queridos e incluso a sus cónyuges: “Para mí no valió la pena perder a mi marido por un pedazo de tierra en el quinto pino [...]. El gran problema es hacer frente a la sacudida emocional”. (Sunday Telegraph, 3 de octubre de 1982.)

Piense también en las heridas físicas y emocionales sufridas por los supervivientes de una guerra nuclear. Un informe escrito en 1945 titulado Shadows of Hiroshima (Sombras de Hiroshima) proporciona un espantoso recordatorio de las terribles secuelas de la bomba que cayó sobre esta ciudad:

“Treinta días después de que la primera bomba atómica destruyera la ciudad de Hiroshima y conmocionara al mundo, muchas personas que salieron ilesas del cataclismo siguen muriendo, misteriosa y horriblemente, como consecuencia de un algo desconocido al que solo soy capaz de referirme como la plaga atómica. Hiroshima no parece una ciudad bombardeada; más bien, parece como si una apisonadora monstruosa le hubiese pasado por encima, aplastándola y quitándola de la existencia.” Más de cuarenta años después, todavía hay personas que sufren y mueren como consecuencia de aquella explosión.

Los niños

Algunas de las víctimas más lamentables de las guerras del mundo han sido los niños, a muchos de los cuales los han reclutado los ejércitos de algunos países, como Etiopía, Líbano, Nicaragua y Kampuchea.

“Lo que se deduce del caso de Irán, donde se enviaba a muchachos a través de los campos de minas, es que los jóvenes son más maleables, más baratos y se puede hacer que mantengan elevados niveles de fervor emocional durante largos períodos, lo que no sería posible con ningún soldado adulto”, dijo The Times de Londres. Al comentar sobre el efecto embrutecedor que esto debe producir en tales niños, el presidente de una organización defensora de los derechos humanos preguntó: “¿Cómo podrán llegar a ser adultos sanos y equilibrados?”.

Esa pregunta se repite en el libro Children of War, de Roger Rosenblatt. Entrevistó a niños que habían crecido en lugares donde no habían conocido más que la guerra. Muchos demostraron una notable resistencia frente a sus horrorosas experiencias, pero a otros, como “muchísimos niños refugiados que habían huido en barco, en especial aquellos cuyos padres fueron dejados atrás en Vietnam, se les ve profundamente angustiados y trastornados”.

¿Cómo pueden los hombres, mujeres y niños que sobreviven a una guerra hacer frente a los problemas que dicha experiencia ha causado en su vida? ¿Cómo podrían ayudarles otros familiares? Y ¿acabarán algún día tales tragedias?

[Comentario en la página 6]

‘Allí éramos asesinos a sueldo. Luego, al día siguiente, hay que regresar a casa y olvidarlo todo’

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